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martes, 19 de abril de 2011

Jueves Santo (Juan 13, 1-15) - Ciclo A: El amor se aprende amando



1. Situación

Lo ideal sería retirarse y dedicar estos días a celebrar en comunidad el Misterio Pascual. Pero si no es posible, siempre cabe preparar con más detenimiento los «oficios litúrgicos» que vamos a celebrar en nuestra parroquia habitual. No es lo mejor irse de vacaciones; pero, aun en este caso, que no nos limitemos a cumplir.
Para prepararse a celebrar la Cena del Señor hay dos caminos complementarios:
Buscar la reconciliación con las personas con las que tenemos conflictos importantes.
Celebrar el amor de Dios es inseparable del mandamiento del amor fraterno.
Dejar a Jesús que lave nuestros pies, meditar en su amor por nosotros y, desde aquí, abrirnos al prójimo.
Sólo Dios es la fuente del amor: «Permaneced en mi amor».

2. Contemplación

La riqueza de la Palabra es tal que lo mejor, parece, es concentrarse en la Eucaristía, «fuente y cima de la vida cristiana» (Concilio Vaticano II):
El lavatorio de los pies simboliza la entrega de Jesús como Mesías-Siervo en favor de todos y cada uno de los hombres; la Eucaristía actualiza dicha entrega. Pero sólo es real cuando se constituye en sacramento, en signo eficaz de una comunidad de hombres que deciden amarse y dar sentido a su vida desde el amor.
La Eucaristía nos reúne para dar gracias a Dios Padre por todos sus beneficios, especialmente el don de Jesús y su Evangelio; pero el verdadero culto a Dios, «en espíritu y en verdad», no está en el ritual diario o semanal, la misa, sino en la entrega a la voluntad del Padre, manifestada cada día en la vida ordinaria.
¿Cómo agradecer el don de la Eucaristía? Probablemente, como nos ocurre con los grandes regalos de Dios, somos incapaces de agradecerlos porque nos parecen normales, y lo peor de todo es que los vivimos como obligaciones.

3. Reflexión y praxis

Es el día del Amor (¿hay alguno que no lo sea, en cristiano?). Se traducirá prácticamente en la colecta de «Cáritas». No está mal que hoy hagamos un esfuerzo mayor por hacernos solidarios. Pero creo que debemos plantearnos más radicalmente la cuestión del amor en nuestras vidas.
Tenemos modelo insobrepasable de radicalidad, Jesús, y mandamiento contundente: Amaos los unos a los otros como Yo os he amado.
Lo malo del amor es que nos cuesta situarlo en la realidad, ya que lo vivenciamos más como deseo ideal que como dinámica de la realidad. Quizá nuestra revisión de este tema haya de comenzar ahí: «El amor nos suscita deseo de radicalidad; cuando nos confrontamos con la realidad, interior y exterior, nos vemos impotentes o muy precarios, nos sentimos culpables y, consecuentemente, ya hemos encontrado el modo de justificarnos».
El amor se aprende amando.
Cuando des tu limosna para «Cáritas», que no sea por tranquilizar tu conciencia, sino porque los otros te importan.
Cuando celebres la Eucaristía y, antes de la Comunión, saludes con la paz a tu vecino/a de banco, que no sea un gesto que toca hacer, sino apertura del corazón que comparte.
Que, cuando esta noche oigas o veas el noticiario, no te basten las buenas intenciones. Tú tienes un puesto en este mundo, y tu misión principal, única, es poner tu granito de amor.
Recuerda a las personas con las que convives muchas horas y de las que «pasas» (en el trabajo, por ejemplo). Si quieres aprender a amar, no pienses en quererlas como a las otras (el amor cristiano no se alimenta de simpatía), sino de detalles significativos (algo tan simple como mirar a esa persona con otra actitud).
Si tienes responsabilidades colectivas (en la empresa, en alguna asociación, en un partido político), tu amor pasa por la racionalidad ética, por una jerarquía clara de valores, por la justicia no sólo en los fines, sino también en los medios.
Pero el amor en este mundo siempre es relativo. La radicalidad está en mantener la vida en tensión de amor, no en los logros.

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