Por J. Garrido
1. Situación
Llama la atención el contraste entre la confesión de fe de Pedro el domingo pasado y su cerrazón en éste. Así somos: En cuanto asoma la posibilidad del sufrimiento, como consecuencia de la fe, nos escandalizamos.
La gente lo suele expresar con mucho realismo: «Más vale no ser muy amigo de Dios», pues la amistad con Dios conlleva la cruz. Dicen que santa Teresa se solía quejar cariñosamente al Señor: «No te extrañe, Señor, de tener pocos amigos, pues tan mal los tratas».
Y nosotros, ¿queremos ser los amigos de Jesús, los que le siguen en salud y enfermedad, en bonanza y desventura?
2. Contemplación
Para escuchar el Evangelio de hoy hace falta corazones recios, pero desconfiados de sí mismos. Acostumbrados a enfrentarse con la dureza de la vida, que no se escapan del sufrimiento. No pensemos en situaciones especiales, sino en las que la vida normal trae y de las que, tarde o temprano, nadie se escapa: problemas familiares que tardan mucho en arreglarse, enfermedades que se prolongan, sacar adelante la familia con mucho sacrificio, soledad del corazón, limitaciones sicológicas clavadas como una espina, vacío y oscuridad durante años en la oración, apostolado generoso sin frutos...
Escucha las palabras de Jesús en referencia a tu experiencia concreta de cruz: El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo.
La lectura de Jer 20 te confirma en el camino de los amigos de Dios. Es normal sentir la tentación de echarse para atrás. Pero no hay remedio: Dios es más fuerte que nosotros.
El salmo responsorial nos fortalece, transformando nuestros miedos y rebeldías en deseo de Dios. Es nuestro propio corazón, nuestro amor de Jesús, el único capaz de encontrar motivaciones para seguirle, a pesar de todo.
3. Reflexión
No es fácil compaginar una filosofía de la vida centrada en el negarse a sí mismo y otra, en la felicidad. Teóricamente, sin duda, la verdadera felicidad exige la superación del egocentrismo. Prácticamente, el camino es delicado, porque el ansia de felicidad actual, en parte al menos, es reacción frente a un cristianismo del sacrificio y de la inhibición o de las exigencias utópicas. Prácticamente, sobre todo, el cristiano adulto ha tenido que discernir su propio camino: cuánto autoengaño hay tanto en las renuncias que uno se monta por su cuenta como en la búsqueda de una vida satisfactoria.
Por ello, dos criterios podrían iluminar este tema:
— Primero, el criterio de realidad.
Seguir a Jesús en la vida ordinaria significa tomar en las manos lo que la vida trae necesariamente de dureza, renuncia e insatisfacción; por ejemplo, el trabajo con sus exigencias múltiples o el esfuerzo diario por mantener la calidad de las relaciones interpersonales en la pareja (o en la vida comunitaria).
Cabe arrastrar las situaciones inevitables de dolor o, por el contrario, aprender a vivirlas día a día como camino de maduración humana en obediencia de amor al Señor que guía nuestros pasos.
— Segundo, el criterio del amor.
Vivir por alguien posibilita que todo sea distinto, el percatarse de que merece la pena pasarlo mal. ¡Que se lo digan a una madre inclinada ante el lecho de su pequeño enfermo o al padre que se levanta cada día a las 6 de la mañana para ir al trabajo!
Sufrir por Jesús da al discípulo una fuerza interior insospechada: cuando los padres ven que los hijos van dejando la fe y sólo pueden decir una palabra oportuna y rezar; cuando el compromiso por los compañeros injustamente despedidos del trabajo amenaza el propio puesto; cuando la fidelidad a la conciencia te crea conflictos con la autoridad eclesiástica...
4. Praxis
¿Qué sentido damos a la dureza ordinaria de la vida?
Recuerda alguna ocasión en que has experimentado la verdad de las palabras de Jesús: que perdiendo es como se gana.
Miremos a ver si ahora mismo el Señor nos pide negarnos a nosotros mismos para seguirle con generosidad.
Llama la atención el contraste entre la confesión de fe de Pedro el domingo pasado y su cerrazón en éste. Así somos: En cuanto asoma la posibilidad del sufrimiento, como consecuencia de la fe, nos escandalizamos.
La gente lo suele expresar con mucho realismo: «Más vale no ser muy amigo de Dios», pues la amistad con Dios conlleva la cruz. Dicen que santa Teresa se solía quejar cariñosamente al Señor: «No te extrañe, Señor, de tener pocos amigos, pues tan mal los tratas».
Y nosotros, ¿queremos ser los amigos de Jesús, los que le siguen en salud y enfermedad, en bonanza y desventura?
2. Contemplación
Para escuchar el Evangelio de hoy hace falta corazones recios, pero desconfiados de sí mismos. Acostumbrados a enfrentarse con la dureza de la vida, que no se escapan del sufrimiento. No pensemos en situaciones especiales, sino en las que la vida normal trae y de las que, tarde o temprano, nadie se escapa: problemas familiares que tardan mucho en arreglarse, enfermedades que se prolongan, sacar adelante la familia con mucho sacrificio, soledad del corazón, limitaciones sicológicas clavadas como una espina, vacío y oscuridad durante años en la oración, apostolado generoso sin frutos...
Escucha las palabras de Jesús en referencia a tu experiencia concreta de cruz: El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo.
La lectura de Jer 20 te confirma en el camino de los amigos de Dios. Es normal sentir la tentación de echarse para atrás. Pero no hay remedio: Dios es más fuerte que nosotros.
El salmo responsorial nos fortalece, transformando nuestros miedos y rebeldías en deseo de Dios. Es nuestro propio corazón, nuestro amor de Jesús, el único capaz de encontrar motivaciones para seguirle, a pesar de todo.
3. Reflexión
No es fácil compaginar una filosofía de la vida centrada en el negarse a sí mismo y otra, en la felicidad. Teóricamente, sin duda, la verdadera felicidad exige la superación del egocentrismo. Prácticamente, el camino es delicado, porque el ansia de felicidad actual, en parte al menos, es reacción frente a un cristianismo del sacrificio y de la inhibición o de las exigencias utópicas. Prácticamente, sobre todo, el cristiano adulto ha tenido que discernir su propio camino: cuánto autoengaño hay tanto en las renuncias que uno se monta por su cuenta como en la búsqueda de una vida satisfactoria.
Por ello, dos criterios podrían iluminar este tema:
— Primero, el criterio de realidad.
Seguir a Jesús en la vida ordinaria significa tomar en las manos lo que la vida trae necesariamente de dureza, renuncia e insatisfacción; por ejemplo, el trabajo con sus exigencias múltiples o el esfuerzo diario por mantener la calidad de las relaciones interpersonales en la pareja (o en la vida comunitaria).
Cabe arrastrar las situaciones inevitables de dolor o, por el contrario, aprender a vivirlas día a día como camino de maduración humana en obediencia de amor al Señor que guía nuestros pasos.
— Segundo, el criterio del amor.
Vivir por alguien posibilita que todo sea distinto, el percatarse de que merece la pena pasarlo mal. ¡Que se lo digan a una madre inclinada ante el lecho de su pequeño enfermo o al padre que se levanta cada día a las 6 de la mañana para ir al trabajo!
Sufrir por Jesús da al discípulo una fuerza interior insospechada: cuando los padres ven que los hijos van dejando la fe y sólo pueden decir una palabra oportuna y rezar; cuando el compromiso por los compañeros injustamente despedidos del trabajo amenaza el propio puesto; cuando la fidelidad a la conciencia te crea conflictos con la autoridad eclesiástica...
4. Praxis
¿Qué sentido damos a la dureza ordinaria de la vida?
Recuerda alguna ocasión en que has experimentado la verdad de las palabras de Jesús: que perdiendo es como se gana.
Miremos a ver si ahora mismo el Señor nos pide negarnos a nosotros mismos para seguirle con generosidad.
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