Este curso hacía en una revisión de vida sobre el pecado estructural en el medio profesional, sobre la facilidad de acomodarnos cuando bajamos la guardia y dejamos de tensionarnos desde el Reino de Dios. Hice en el juzgar una lectura creyente de mi realidad profesional con esta lectura del evangelio que este domingo nos ocupa, que me daba pie a replantearme las llamadas a la conversión que el Dios de Jesús me dirigía. Me sentía al leer mi realidad profesional como este paralítico, de tanto respirar el aire viciado se habían acabado activando en mí las seguridades y justificaciones del ambiente profesional y descubría mis parálisis. Sentí que Dios me miraba en ellas con una mirada mucho más entrañada y liberadora que la mía que se quedaba en la pena y quizás también el desánimo.
Mi parálisis en mi profesión se concretaba en pasividad, en hacer otras cosas más motivadoras que no son de mi trabajo, en dejar para mañana lo que no urge, responder mails personales en horario laboral, pero también en la tentación de querer aportar más que un simple técnico,… esos pecados me tienen postrada entre la masa de enfermos e impedidos, trabajadores ‘viciados’ que justifican sus vicios como derechos adquiridos, aquellos que siempre lanzan el trabajo hacia otros, los que hacen las cosas sin pensar, por cumplir, los que no ponen lo mejor de si mismo en su trabajo, los que no viven que dan un servicio a la sociedad con su aportación laboral, los que nunca asumen errores y no estaban cuando se decidió hacer x, ….
Es Jesús el que dice “contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa.” Me lo dice a su modo, a través de mis compañeros, los que caminan cumpliendo su trabajo lo mejor posible, contracorriente y denunciando con palabras y trabajo que hay que transformar la realidad también desde nuestra aportación profesional, son ellos los que llevan por mí la camilla, que soportan mi peso y el de tantos otros. Los que por Jesús nos dicen camina, no te apoltrones, no encuentres excusas para justificar tus malas prácticas. Aprende a llevar tu camilla, a liberarte de la parálisis y recurre a Dios para sacudirte el pecado que se nos pega. Y que hacemos nosotros ante la mirada y la palabra de Dios, ¿hacemos como el paralítico de San Marcos? “Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios(…)”
Sanar implica cambiar de vida: la parálisis es un mecanismo personal, que me invade por dentro, pero también es social, que nos amenaza desde fuera, pero no nos deja encerrados en ningún sepulcro sellado y custodiado por ningún tipo de guardianes, como me decía el jesuita Augusto Hortal ‘podemos hacer algo con lo que hacen con nosotros’, podemos acercarnos allí donde sabemos que está Jesús y escuchar sus palabras (‘Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Él les proponía la palabra.’). Podemos aplicarlas a nuestra vida y asumir que necesitamos conversión, que respiramos un aire tan viciado que si nos alejamos de la Palabra y de sentirnos mirados por la compasión de Dios dejamos de ser seguidores de Jesús. Podemos asumir que estamos llamados a llevar el peso de otros paralíticos para acercar su camilla a Jesús, que no es tarea fácil, que a las parálisis personales (del pecado y el miedo que le impide levantarse y vivir como criaturas nuevas, resucitadas) se les añaden las dificultades del ambiente que nos rodea, por lo que para acercarles al encuentro con Jesús hay que subir al tejado y abrir un boquete en él, denunciar y destruir los obstáculos ambientales, tener propuestas para construir el Reino de Dios, que no se queden en palabras bonitas sino que generen prácticas éticas personales y colectivas que sean transformadoras y evangelizadoras. Y hacerlo sin soltar la camilla con todos los paralíticos que en ella llevamos, porque no podemos dejar que ninguno se caiga del tejado, porque la salvación también es para ellos, porque Dios nos mira a todos con compasión y tiene un proyecto de amor también para los más acomodados, los que sólo se quejan, los que han perdido la esperanza y generan malas prácticas, los que se han vendido al sistema y sólo piensan en cobrar a fin de mes, los que piensan en que la ética consiste sólo en hacer su trabajo lo mejor posible sin plantearse las repercusiones sociales y culturales de éste. Y podemos también con humildad reconocer nuestros pecados que hacen que a veces sean otros los que tengan que llevar el peso de nuestras parálisis, porque también nosotros necesitamos ser sanados.
Mi parálisis en mi profesión se concretaba en pasividad, en hacer otras cosas más motivadoras que no son de mi trabajo, en dejar para mañana lo que no urge, responder mails personales en horario laboral, pero también en la tentación de querer aportar más que un simple técnico,… esos pecados me tienen postrada entre la masa de enfermos e impedidos, trabajadores ‘viciados’ que justifican sus vicios como derechos adquiridos, aquellos que siempre lanzan el trabajo hacia otros, los que hacen las cosas sin pensar, por cumplir, los que no ponen lo mejor de si mismo en su trabajo, los que no viven que dan un servicio a la sociedad con su aportación laboral, los que nunca asumen errores y no estaban cuando se decidió hacer x, ….
Es Jesús el que dice “contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa.” Me lo dice a su modo, a través de mis compañeros, los que caminan cumpliendo su trabajo lo mejor posible, contracorriente y denunciando con palabras y trabajo que hay que transformar la realidad también desde nuestra aportación profesional, son ellos los que llevan por mí la camilla, que soportan mi peso y el de tantos otros. Los que por Jesús nos dicen camina, no te apoltrones, no encuentres excusas para justificar tus malas prácticas. Aprende a llevar tu camilla, a liberarte de la parálisis y recurre a Dios para sacudirte el pecado que se nos pega. Y que hacemos nosotros ante la mirada y la palabra de Dios, ¿hacemos como el paralítico de San Marcos? “Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios(…)”
Sanar implica cambiar de vida: la parálisis es un mecanismo personal, que me invade por dentro, pero también es social, que nos amenaza desde fuera, pero no nos deja encerrados en ningún sepulcro sellado y custodiado por ningún tipo de guardianes, como me decía el jesuita Augusto Hortal ‘podemos hacer algo con lo que hacen con nosotros’, podemos acercarnos allí donde sabemos que está Jesús y escuchar sus palabras (‘Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Él les proponía la palabra.’). Podemos aplicarlas a nuestra vida y asumir que necesitamos conversión, que respiramos un aire tan viciado que si nos alejamos de la Palabra y de sentirnos mirados por la compasión de Dios dejamos de ser seguidores de Jesús. Podemos asumir que estamos llamados a llevar el peso de otros paralíticos para acercar su camilla a Jesús, que no es tarea fácil, que a las parálisis personales (del pecado y el miedo que le impide levantarse y vivir como criaturas nuevas, resucitadas) se les añaden las dificultades del ambiente que nos rodea, por lo que para acercarles al encuentro con Jesús hay que subir al tejado y abrir un boquete en él, denunciar y destruir los obstáculos ambientales, tener propuestas para construir el Reino de Dios, que no se queden en palabras bonitas sino que generen prácticas éticas personales y colectivas que sean transformadoras y evangelizadoras. Y hacerlo sin soltar la camilla con todos los paralíticos que en ella llevamos, porque no podemos dejar que ninguno se caiga del tejado, porque la salvación también es para ellos, porque Dios nos mira a todos con compasión y tiene un proyecto de amor también para los más acomodados, los que sólo se quejan, los que han perdido la esperanza y generan malas prácticas, los que se han vendido al sistema y sólo piensan en cobrar a fin de mes, los que piensan en que la ética consiste sólo en hacer su trabajo lo mejor posible sin plantearse las repercusiones sociales y culturales de éste. Y podemos también con humildad reconocer nuestros pecados que hacen que a veces sean otros los que tengan que llevar el peso de nuestras parálisis, porque también nosotros necesitamos ser sanados.
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