Publicado por Fundación Epsilon
Se suele decir que "la mucha gente, para la guerra"; evidentemente que el proverbio viene de antiguo, pues hoy día -en la estrategia militar- la mucha gente no sirve ni siquiera para eso.
La gente es esa masa anodina y manipulable donde cada uno se confunde con los otros, perdiendo su propia idiosincracia. La gente suele convertirse con frecuencia en un obstáculo para la libertad de movimientos del individuo: no se puede entrar, salir o pasar por un determinado lugar cuando está abarrotado de gente.
En los Evangelios, la gente aparece, a veces, como un impedimento serio para que una determinada persona llegue a Jesús. Este es el caso del paralítico de Cafarnaún. Jesús, a los pocos días de curar al leproso, había vuelto clandestinamente a la ciudad, pero pronto se supo que estaba en casa y acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta, y él les exponía el mensaje. Llegaron cuatro llevándole un paralítico, y como no podían meterlo por causa del gentío, levantaron el techo encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico".
Para comprender esta escena conviene recordar la estructura de las casas de Palestina, con escalera exterior que daba acceso a una terraza muy ligera y fácil de desmontar, de arcilla y paja apelmazada, sobre vigas de madera.
Quitando este cobertizo, descolgaron al enfermo y lo colocaron ante Jesús. Verdadero alarde de ingenio y de fe por parte de los portadores del paralítico, debido a que la gente impedía entrar en la casa, taponando la puerta.
Algo similar sucede en nuestra Iglesia católica. Hay demasiada gente a la puerta, demasiados bautizados que, tras el bautismo, no han entrado a la casa-comunidad de Jesús para oír y poner en práctica sus palabras.
Y con esta afluencia de gente con barniz de cristianismo, el catolicismo se ha devaluado y la Iglesia -con una inmensa mayoría de bautizados que no viven el Evangelio- se ha convertido, paradójicamente, en obstáculo para quienes, desde fuera, buscan luz y vida. Gente de buena voluntad que no tiene acceso al Jesús del Evangelio, secuestrado y falsificado por unas viejas estructuras de Iglesia.
Ojalá que todos ellos -como los portadores del paralítico- descubran la escalera exterior de la casa que los conduzca hasta ese Jesús que puede devolverles la posibilidad de caminar y liberarlos de sus dolencias. Aunque para ello tengan que entrar por el techo...
La gente es esa masa anodina y manipulable donde cada uno se confunde con los otros, perdiendo su propia idiosincracia. La gente suele convertirse con frecuencia en un obstáculo para la libertad de movimientos del individuo: no se puede entrar, salir o pasar por un determinado lugar cuando está abarrotado de gente.
En los Evangelios, la gente aparece, a veces, como un impedimento serio para que una determinada persona llegue a Jesús. Este es el caso del paralítico de Cafarnaún. Jesús, a los pocos días de curar al leproso, había vuelto clandestinamente a la ciudad, pero pronto se supo que estaba en casa y acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta, y él les exponía el mensaje. Llegaron cuatro llevándole un paralítico, y como no podían meterlo por causa del gentío, levantaron el techo encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico".
Para comprender esta escena conviene recordar la estructura de las casas de Palestina, con escalera exterior que daba acceso a una terraza muy ligera y fácil de desmontar, de arcilla y paja apelmazada, sobre vigas de madera.
Quitando este cobertizo, descolgaron al enfermo y lo colocaron ante Jesús. Verdadero alarde de ingenio y de fe por parte de los portadores del paralítico, debido a que la gente impedía entrar en la casa, taponando la puerta.
Algo similar sucede en nuestra Iglesia católica. Hay demasiada gente a la puerta, demasiados bautizados que, tras el bautismo, no han entrado a la casa-comunidad de Jesús para oír y poner en práctica sus palabras.
Y con esta afluencia de gente con barniz de cristianismo, el catolicismo se ha devaluado y la Iglesia -con una inmensa mayoría de bautizados que no viven el Evangelio- se ha convertido, paradójicamente, en obstáculo para quienes, desde fuera, buscan luz y vida. Gente de buena voluntad que no tiene acceso al Jesús del Evangelio, secuestrado y falsificado por unas viejas estructuras de Iglesia.
Ojalá que todos ellos -como los portadores del paralítico- descubran la escalera exterior de la casa que los conduzca hasta ese Jesús que puede devolverles la posibilidad de caminar y liberarlos de sus dolencias. Aunque para ello tengan que entrar por el techo...
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