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domingo, 3 de marzo de 2013

Domingo III de Cuaresma: Bola de saque

Publicado por Entra y Veras

Podemos comparar el evangelio de este domingo como si nos encontrásemos en un partido de Copa Davis. Jesús responde a cada una de nuestras objeciones y es a nosotros a quienes nos toca buscarles solución. Lo más fácil es echar la bola al campo de Jesús y ver si Él falla, pero en la vida sucede lo contrario, la bola siempre está en nuestro campo y de nosotros dependen las cosas. En cristiano concebimos la vida de la mano de Dios pero bien sabemos que en la arena nos toca batirnos a nosotros y que pocos son los logros conseguidos sin sudar la camiseta en el día a día.

Por desgracia, no es un pensamiento ajeno a nuestro tiempo el de pensar y concebir las desgracias como un castigo divino a causa de los pecados o del comportamiento de los hombres. Las desgracias de Haití, Chile, Fukushima y otras tantas que hacen que no pocas preguntas surjan, muchos porqués golpeados con nuestra raqueta la campo de Dios y ninguno se pierde, todos regresan en forma de compromiso: “Tu eres mis manos, haz algo por ellos”. Esa es la presencia de Dios en medio del sufrimiento.



Seguimos esperando milagros divinos que cambien el curso de la naturaleza; apelamos a la Providencia para que intervenga en las catástrofes naturales; rezamos y pedimos prodigios y señales. Y Dios guarda silencio y no actúa como esperamos. No aprendemos de la historia. No paró la cruz en el Gólgota; no intervino para evitar Auschwitz… El hombre y el universo son obra de un creador que respeta la libertad humana y el dinamismo de la naturaleza. Si buscamos al Dios milagrero, siempre a la escucha de nuestros caprichos, busquémoslo en otra religión, no en la del Dios crucificado. ¿Por qué seguimos esperando intervenciones prodigiosas, como en tiempos de Jesús, sin asumir la mayoría de edad del hombre y la autonomía del universo? En cambio, encontraremos a Dios, si lo buscamos identificándose con las víctimas; si esperamos que Dios nos inquiete, nos provoque y nos llame a colaborar de mil maneras para mitigar el dolor y el sufrimiento de tantas víctimas inocentes. Hay que ayudar a Dios para que se haga presente porque necesita de los hombres para que llegue ahí el progreso y la justicia. “Tu eres mis manos, haz algo por ellos”.

Del sufrimiento de los inocentes somos todos responsables y la solidaridad no puede quedarse en el acontecimiento puntual, aunque sea necesaria, sino que exige otra forma de vida. Por eso Jesús insiste en la conversión. Dios siempre tiene la mano tendida hacia los hombres y no podemos olvidar que es nuestra la responsabilidad de tomar su mano o no. Cada vez que ocurre una tragedia debe ser para todos una llamada fuerte a la conversión, a mirar qué cosas tenemos nosotros que cambiar para evitar sentirnos mucho mejores. Jesús exige además que demos frutos, que salgamos de nosotros mismos y nos volquemos hacia los demás, al igual que la higuera que da sus frutos generosamente y si no da frutos no sirve para nada. Pero Jesús ofrece un plazo para que pueda fruto. La respuesta una vez más la tenemos nosotros, otra bola a nuestro campo. En el evangelio. Jesús acaba con la famosa doctrina de la retribución según la cual todos los males que afectaban a uno se debían a sus pecados. Jesús se coloca siempre de parte de las víctimas y le molesta que alguien se crea mejor que las víctimas porque no le ha rozado la desgracia.

Como escribía Bonhoeffer en el campo de concentración: Dios, clavado en la cruz, permite que lo echen del mundo. Dios es impotente y débil en el mundo, y sólo así está Dios con nosotros y nos ayuda. Sólo el Dios sufriente puede ayudarnos. Después de las lágrimas viene el consuelo, la justicia y la libertad. La vida verdadera de quien sufrió por nosotros. A Dios no le rompemos el saque y espera nuestra respuesta para ganar.

Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)

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