Tres años esperó
que aquel árbol bien plantado y altivo
diera higos sabrosos y tiernos.
Tres años de paciencia
aguantando críticas y risas
de expertos, cínicos y amigos.
Tres años de cuidados
abonando y cavando el suelo
con sudor y ternura infinita.
Tres años respetando
los ritmos sabios de la naturaleza
y los consejos de los antepasados.
Tres años ofreciendo
su tiempo, corazón y trabajo
al árbol plantado en su huerto.
Tres años dedicados
a la higuera de sus sueños
para que su apariencia no fuera un engaño.
Tres años temblorosos
sufriendo en silencio su duro desafío
de ser sólo percha de aves de mal agüero.
¡Tres años desgastados!
La cortó, creyendo seguir tus pasos,
y, de repente, vio su corazón verde
y oyó sus gemidos tristes.
Un año más, solo un año,
y hubiera dado el fruto soñado
que en silencio había madurado.
Desde entonces, Señor,
aunque el hortelano sigue contigo,
tiene su corazón herido.
¡Cúrale y enséñale, con ternura,
a esperar como tú esperaste
hasta amar y vencer su resistencia!
Florentino Ulibarri
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