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miércoles, 23 de julio de 2008

XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: HOMILÍA DE SAN JUAN CRISÓSTOMO

LAS PARÁBOLAS DEL TESORO ESCONDIDO Y LA PIEDRA PRECIOSA

Al modo como las anteriores parábolas del grano de mostaza y de la levadura no se diferenciaban mucho entre sí, así tampoco las del tesoro escondido y las piedras preciosas. A la verdad, lo que una y otra nos dan a entender es que debemos estimar el Evangelio por encima de todo: las parábolas de la levadura y del grano de mostaza se refieren particularmente a la oculta fuerza del mismo Evangelio, que había de vencer absolutamente a la tierra entera; éstas nos ponen más bien de manifiesto su valor y precio. Se propaga, en efecto, como la mostaza, lo invade todo como la levadura; pero es precioso una perla y nos procura magnificencia infinita como un tesoro. Mas no sólo hemos de aprender de esas parábolas a desnudarnos de todo lo demás para abrazarnos con el Evangelio, sino que hay que hacerlo con alegría. Sepa el que renuncia a sus bienes, que no ha sufrido una pérdida, sino que ha hecho un negocio. ¡Mirad cómo el Evangelio es tesoro escondido en el mundo y cómo en el Evangelio están escondidos los bienes! Si no vendemos cuanto tenemos, no lo compramos; y si no tenemos un alma que con todo afán se dé a la búsqueda, no lo encontramos. Dos condiciones, pues, es menester que tengamos: desprendimiento de todo lo terreno y una suma vigilancia: Semejante es el reino de los cielos—dice el Señora un mercader que busca piedras preciosas; y hallando que halló una muy preciosa, lo vendió todo y la compró. Una sola, en efecto, es la verdad, y no es posible dividirla en muchas partes. Y así como quien es dueño de una perla sabe que es rico; pero muchas veces su riqueza, que le cabe en la mano—pues no se trata de un peso corporal—, es desconocida para los demás; así, puntualmente, acontece con el Evangelio: los que lo poseemos, sabemos que con el somos ricos; más los infieles, que desconocen que con él somos ricos; mas los infieles, que desconocen también nuestra riqueza.

LA PARÁBOLA DE LA RED ECHADA AL MAR

Mas por que no pongamos toda nuestra confianza en la mera predicación evangélica ni nos imaginemos que basta la fe sola para la salvación, nos pone el Señor otra parábola espantosa. ¿Qué parábola? La de la red echada al mar: Porque semejante es el reino de los cielos a una red echada al mar y que recoge todo género de cosas". Sacándola luego los pescadores a la orilla, se sientan y recogen lo bueno en vasos y tiran afuera lo malo. ¿Qué diferencia hay de esta parábola a la de la cizaña? En realidad también allí unos se salvan y otros se pierden; pero en la de la cizaña es por seguir doctrinas malas y, aun antes de esto, por no atender siquiera a la palabra divina; éstos, empero, de la red se pierden por la maldad de su vida y son los más desgraciados de todos, pues alcanzado ya el conocimiento de la verdad, pescados ya en las redes del Señor, ni aun así fueron capaces de salvarse. Por lo demás, en otra parte dice que Él mismo, como pastor, separará a los buenos de los malos; mas aquí, lo mismo que en la parábola de la cizaña, esa función incumbe a los ángeles ¿Que decir a esto? En un caso les habla de modo más rudo y en otro más elevado. Y notemos que esta parábola la interpretó el Señor espontáneamente, sin que nadie se lo pidiera, siquiera sólo la declara en parte y para aumentar el temor. Al oír, en efecto, que los pescadores se contentaban con tirar fuera lo malo, pudiera pensarse que aquella perdición no tenía peligro alguno. De ahí que, en la interpretación, el Señor señala el verdadero castigo, diciendo: Los arrojarán al horno de fuego, y nos recordó el rechinar de dientes y nos dio a entender que el dolor es inexplicable. ¡Ya veis cuántos son los caminos de la perdición! La perdición nos puede venir de la roca, de las espinas, del camino, de la cizaña, de la red ahora. No sin razón dijo, pues, el Señor: Ancho es el camino que lleva a la perdición y muchos son los que andan por él. Habiendo, pues, dicho todo esto, cerrado su razonamiento con el temor y habiéndoles sin duda mostrado más cosas, pues con ellos habló más tiempo que con el pueblo, terminó diciéndoles: ¿Habéis entendido todo esto? Y ellos le respondieron: Sí, Señor. Luego, ya que le habían entendido, los alabó diciendo: Por eso todo escriba instruido en el reino de los cielos es semejante a un amo de casa que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas. De ahí que en otra parte les dice: Yo os enviaré sabios y escribas.

(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (46–90), Tomo II, BAC, Madrid, 1956, Pág. 21- 24)

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