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miércoles, 23 de julio de 2008

XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: HOMILÍA CATÓLICA

TODO ESCRIBA INSTRUIDO EN LAS COSAS DEL REINO DE LOS CIELOS
ES SEMEJANTE A UN PADRE DE FAMILIA.
Publicado por Homilia católica

Comentando la Palabra de Dios

1Re 3, 5-13. Como fruto de la oración sincera ante Dios y del culto que Salomón le tributa, el Señor se le aparece en sueños y le dice que le pida lo que quiera, pues se lo va a conceder. Y Salomón pide la Sabiduría para poder estar atento en juzgar al pueblo con verdad, y para discernir entre el bien y el mal. Así, Salomón prefiere pedir la Sabiduría y no que se le prolongue la vida, ni riquezas y ni la muerte de sus enemigos. Junto con la sabiduría llegarán a Salomón las riquezas y la victoria sobre sus enemigos.
Nosotros hemos de examinar sobre el objeto de nuestra oración ante Dios: ¿Qué buscamos, que pedimos, qué deseamos como lo más importante en nuestra vida? Ojalá y pidamos la Sabiduría necesaria para ser rectos, para ayudar a los demás y para saber compartir con ellos los bienes que Dios nos concede. Junto con la Sabiduría llegará a nosotros todo lo demás; pero no busquemos la Sabiduría con una intención torcida, pensando que si la pedimos al Señor Él nos llenará las manos de bienes materiales, pues quien llegue ante el Señor sin una recta intención no piense recibir de Él lo que equivocadamente ha tramado en su corazón.

Sal. 119 (118). La Palabra de Dios, sembrada en nosotros, es capaz de salvarnos, pero sólo si dejamos que anide en nosotros y que produzca fruto abundante de buenas obras. Busquemos al Señor no sólo para adorarlo, sino también para vivir comprometidos con Él, escuchándolo, dejándonos guiar por su Espíritu y trabajando para que su Reino se haga realidad entre nosotros, ya desde ahora. Por eso nosotros debemos manifestarnos como hijos de Dios con una vida recta.
Si en verdad amamos al Señor hemos de serle fieles en todo, sabiendo que no es el cumplimiento de la Ley lo que nos salva, sino nuestra fe en Cristo Jesús, que nos une a Él y nos hace participar, junto con Él de la dignidad de hijos de Dios. Y esto es efectivamente lo que nos ha de llevar a ser fieles en todo a la voluntad de Dios sobre nosotros.
Por eso dejemos que los preceptos del Señor se conviertan para nosotros en luz que ilumine nuestro camino, hasta llegar a nuestro encuentro definitivo con Él en la vida eterna.

Rom. 8, 28-30. Jesús es el Hijo amado en quien el Padre se complace. Él es el Hijo obediente que, por medio de su entrega, de su sufrimiento y de su muerte, llegó a la perfección siendo glorificado a la diestra del Padre Dios. Él cumplió con amor su Misión Salvadora a favor nuestro. Por eso ahora tiene un Nombre que está por encima de todo nombre. Y el Padre Dios nos ha llamado para que participemos de la misma Gloria de su Hijo.
Nuestra vocación final mira hacia nuestra glorificación junto con Cristo. Pero mientras llega ese momento, caminamos hacia ella en medio de tentaciones y persecuciones. Sólo el Espíritu Santo, que habita en nosotros, podrá pedir, desde nosotros, lo que mejor nos convenga para no detenernos, para no dar marcha atrás, y para no abandonar ese camino de perfección que hemos iniciado en Cristo Jesús.
Por eso, reconociendo nuestra debilidad y fragilidad humanas estemos siempre dispuestos a dejarnos fortalecer y guiar por el Espíritu Santo, que Dios ha infundido en nosotros.

Mt. 13, 44-52. El Reino de Dios se ha hecho presente entre nosotros en Cristo Jesús. Él es el Reino. Quien se une a Él por la fe y por el Bautismo, quien permanece fiel a Él y camina como testigo suyo en el mundo, está haciendo presente el Reino de Dios entre nosotros. El hombre de fe auténtica y acendrada en Cristo Jesús no sólo lo buscará para encontrarse con Él, sino que entrará en una Alianza de amor, nueva y eterna, con un corazón indiviso, de pertenencia sólo al Señor.
Quien quiera unirse a Él debe renunciar a todo; no puede estar por encima de ese amor ni siquiera la propia familia; hay que renunciar a todo, incluso a uno mismo; y tomar la propia cruz e ir tras las huellas del Señor de la Iglesia, para que, hechos uno con Él, lo hagamos presente con su entrega, con su amor, con su misericordia en el momento de la historia que nos tocó vivir.
Por eso el Señor nos pide venderlo todo, desapegarnos de todo para centrar nuestro corazón sólo en el Reino de Dios y en el trabajo por el mismo. Todo esto no puede surgir sino de un amor verdadero hacia Cristo; amor que no nos deja en un amor intimista con Él, sino que nos pone en camino de servicio a nuestro prójimo. Por eso hemos de lanzar constantemente las redes para ganar a todos para Cristo. Entonces realmente el mundo conocerá el amor de Dios desde la Iglesia, Esposa de Cristo, que continúa la obra salvadora de su Señor entre nosotros.

La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.

En la Eucaristía nos encontramos con el Señor; Él manifiesta cómo nos ha valorado a nosotros. Nosotros somos para Él como el tesoro escondido en el campo de este mundo, o como la perla de gran valor. Nosotros hemos sido rescatados del abismo de nuestros pecados. Por nosotros Él no retuvo para sí el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la condición de esclavo y nos "compró" para Dios pagando el precio de su propia Sangre.
Y Él nos ha llamado en este día para que renovemos con Él la Alianza nueva y eterna; para que nos decidamos a ser suyos para siempre. El Apóstol san Pedro nos dice: Ustedes fueron comprados a precio de la Sangre del Cordero inmaculado. Por eso ya no hemos de vivir para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó.
Este es el compromiso que adquirimos al celebrar la Eucaristía, la cual no hemos de ver sólo como un acto de culto a Dios, sino como el momento culmen de nuestro día en que nos unimos a Cristo para recibir su Vida y para caminar, en adelante, unidos a Él, como hijos de Dios, guiados por su Espíritu Santo.

La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.

Vivimos en un mundo con muchos requerimientos tanto personales, como familiares y sociales. A veces quisiéramos vivir nuestra fe como un compromiso mayor con Dios o con el prójimo. Pensamos que seríamos más hombres de fe si tuviésemos más tiempo para orar, pues de ahí surgiría una vida más profundamente comprometida en el bien hacia todos nuestros hermanos; pero apenas podemos dedicar un poco de tiempo para esa actividad. Encontrar el Reino de Dios como se encuentra un tesoro o una perla no puede desligarnos de nuestros compromisos temporales.
Una persona casada y enamorada no puede dejar a un lado sus diversos compromisos en la vida. Irá a ellos con alegría y seguridad, pues en el fondo sentirá el respaldo del ser amado. Eso mismo es lo que Dios espera de quienes lo tenemos a Él en el centro de nuestra vida. Ciertamente entraremos en una relación de amor a Dios en el culto público y en la oración personal. Pero esto no será como una camisa que nos ponemos en su presencia, y que nos quitamos al salir del templo o de la oración personal.
Aquel que viva enamorado de Dios lo seguirá amando en su prójimo, en el cuidado de la naturaleza y en la transformación del mundo mediante la ciencia y la técnica, colaborando para que lo que Dios creó y puso en nuestras manos, sea cada día una morada más digna para todos, y para que nuestras relaciones humanas sean cada día más fraternas. Entonces el cielo estará conectado con la tierra; entonces el Reino de los cielos habrá iniciado a abrirse paso entre nosotros; entonces, hecha nuestra la Misión de Cristo, iremos no sólo a anunciar el Evangelio, sino a trabajar para que todos lleguen a encontrarse con el Señor, y para que, creyendo en Él, obtengan la salvación eterna.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber confiar siempre en Él; pero que esto no nos desligue del cumplimiento fiel de nuestros compromisos temporales, sino que más bien en ellos seamos capaces de hacer brillar un poco más la justicia, la bondad, el amor y la alegría que proceden del mismo Dios, como un don que Él ha hecho a su Iglesia y que le ha confiado para hacerlo llegar a toda la humanidad de todos los tiempos y lugares. Amén.

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