Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Un domingo, un hombre de negocios fue a misa y al final felicitó al párroco por su sermón, pero a su felicitación añadió la siguiente crítica constructiva:
Si usted trabajara para mí tendría que tener una conversación con usted.
Su voz captó mi atención. Su entusiasmo despertó mi interés. Lo que dijo era necesario decirlo. Y ahí terminó todo. No me pidió que hiciera algo, no me pidió nada a cambio.
En los negocios, si usted quiere triunfar, tiene que conseguir que la gente firme en la línea al final de la página, si no pronto estará fuera de los negocios.
Hoy, no yo, sino el mismo Jesús le pide una firma o mejor una confesión y una respuesta para asegurar no los negocios, sino el único negocio importante: la salvación.
Jesús siempre pide una firma, una adhesión, un seguimiento, un cambio a los suyos para no quedarse al margen del gran negocio.
* Ve y no peques más.
* Ve, vende todo y sígueme.
* Tu fe te ha salvado.
* Tú eres Pedro…
* Hoy estarás conmigo en el paraíso.
Hoy, en este texto de Mateo 16, Jesús hizo dos preguntas a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que soy yo? ¿Quién dicen ustedes que soy yo?
En la vida de cada día decimos que hay preguntas y preguntas:
Preguntas rutinarias: ¿cómo le amanece esta mañana?
Preguntas maliciosas: ¿es verdad que nunca se ha enamorado?
Preguntas sin importancia: ¿le gusta el baseball?
Preguntas molestas, de ciencia…
Y preguntas importantes: ¿Y después de la muerte? ¿De qué le sirve ganarlo todo si pierde su alma? ¿Para qué sirve la fe?...
Las respuestas a ciertas preguntas se aprenden en la vida, la familia, en la escuela… y hay respuestas que sólo Dios nos enseña.
“Bienaventurado eres Pedro porque esa respuesta no viene de la carne ni de la sangre sino de mi Padre”.
Y hay respuestas que sólo yo puedo dar.
No sirve yo opino como el otro, yo digo lo mismo, yo como dice la Biblia, yo como dice el párroco, yo como dice la iglesia…
Llega un momento en la vida en que nuestra respuesta tiene que ser personal, tiene que salir del corazón y brotar del amor.
Hoy, Jesús le pregunta a usted:
¿Y usted, quién dice que soy yo?
Fácil, ¿verdad?
Jesús, tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el Señor, el Salvador, la vida, el camino, la verdad… Hasta un loro amaestrado podría repetir esa letanía de títulos.
Nada fácil porque la verdad de nuestra respuesta se verifica en la vida.
La policía emplea el detector de mentiras para saber si decimos la verdad.
Dios tiene también su detector de mentiras y nosotros también.
Responder a Jesús es responder también a la pregunta ¿quién soy yo? ¿Qué es mi vida?
Responder a Jesús es recibir, como Pedro, una misión, unas llaves, una gracia, un poder
Al final de la invitación de Jesús hay una línea para firmar. No la deje en blanco. Gracias.
Si usted trabajara para mí tendría que tener una conversación con usted.
Su voz captó mi atención. Su entusiasmo despertó mi interés. Lo que dijo era necesario decirlo. Y ahí terminó todo. No me pidió que hiciera algo, no me pidió nada a cambio.
En los negocios, si usted quiere triunfar, tiene que conseguir que la gente firme en la línea al final de la página, si no pronto estará fuera de los negocios.
Hoy, no yo, sino el mismo Jesús le pide una firma o mejor una confesión y una respuesta para asegurar no los negocios, sino el único negocio importante: la salvación.
Jesús siempre pide una firma, una adhesión, un seguimiento, un cambio a los suyos para no quedarse al margen del gran negocio.
* Ve y no peques más.
* Ve, vende todo y sígueme.
* Tu fe te ha salvado.
* Tú eres Pedro…
* Hoy estarás conmigo en el paraíso.
Hoy, en este texto de Mateo 16, Jesús hizo dos preguntas a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que soy yo? ¿Quién dicen ustedes que soy yo?
En la vida de cada día decimos que hay preguntas y preguntas:
Preguntas rutinarias: ¿cómo le amanece esta mañana?
Preguntas maliciosas: ¿es verdad que nunca se ha enamorado?
Preguntas sin importancia: ¿le gusta el baseball?
Preguntas molestas, de ciencia…
Y preguntas importantes: ¿Y después de la muerte? ¿De qué le sirve ganarlo todo si pierde su alma? ¿Para qué sirve la fe?...
Las respuestas a ciertas preguntas se aprenden en la vida, la familia, en la escuela… y hay respuestas que sólo Dios nos enseña.
“Bienaventurado eres Pedro porque esa respuesta no viene de la carne ni de la sangre sino de mi Padre”.
Y hay respuestas que sólo yo puedo dar.
No sirve yo opino como el otro, yo digo lo mismo, yo como dice la Biblia, yo como dice el párroco, yo como dice la iglesia…
Llega un momento en la vida en que nuestra respuesta tiene que ser personal, tiene que salir del corazón y brotar del amor.
Hoy, Jesús le pregunta a usted:
¿Y usted, quién dice que soy yo?
Fácil, ¿verdad?
Jesús, tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el Señor, el Salvador, la vida, el camino, la verdad… Hasta un loro amaestrado podría repetir esa letanía de títulos.
Nada fácil porque la verdad de nuestra respuesta se verifica en la vida.
La policía emplea el detector de mentiras para saber si decimos la verdad.
Dios tiene también su detector de mentiras y nosotros también.
Responder a Jesús es responder también a la pregunta ¿quién soy yo? ¿Qué es mi vida?
Responder a Jesús es recibir, como Pedro, una misión, unas llaves, una gracia, un poder
Al final de la invitación de Jesús hay una línea para firmar. No la deje en blanco. Gracias.
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