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jueves, 21 de agosto de 2008

XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: Comentarios Bíblicos y Pautas Homiléticas

La confesión de Pedro y la Sabiduría divina
Por Dominicos.org

Introducción

Un pueblo que llora en el exilio, inconsolable, anhelando la ruina de sus opresores… Un mandatario soberbio destituido, y un justo puesto en su lugar…Un recordatorio de lo insondables y sabios de los designios de Dios… y Jesús, hablando a sus amigos en la intimidad: “¿Ustedes, quién dicen que soy?”.

Las lecturas de hoy parecen en primera instancia un concierto disonante. ¿Hay un hilo conductor que las enhebre? ¿En qué se relacionan el dolor que sin embargo no reniega de su fe; la justicia de quien detenta el poder; el nombrar al Mesías con su propio nombre, aún contra todas las apariencias?

De las muchas puertas de meditación posible que nos abre hoy la Palabra, quisiera señalar una que estimo esencial para nuestra vida cristiana, para nuestra vida llamada al testimonio, en estos tiempos inciertos y cada vez más crueles en que vivimos: Dios nos invita con enorme fuerza a confiar en Él. A confiar aún cuando todo parece indicar que Él no está allí, o que nos ha fallado… O que está, como dijeron tantos filósofos a través de la historia, dolidos frente a la injusticia, “sordo, ciego, maniatado”…

En el fondo, nos invita a confiar, una vez más, en el mismo misterio profundo de su propio Hijo entregado, indefenso, muerto… A confiar en la última palabra de la vida resucitada. De esa vida que, si no hubiera atravesado por la muerte, no sería capaz de abrazarla y transformarla en fecundidad… Capaz de “convertir en milagro el barro” (según la hermosa frase de Silvio Rodríguez).


Comentario bíblico

* Iª Lectura: Isaías (22,19-23): La autoridad de la justicia

I.1. La Iª Lectura se refiere probablemente a una serie de acontecimientos políticos y de la corte del rey Ezequías, que tienen conexión, de alguna manera, con el momento en que Senaquerib, emperador de Asiria, invadió la tierra santa (701 a. C.). Jerusalén estuvo a punto de caer, pero algo sucedió que impidió la conquista de la ciudad de Sión. Se han dado distintas opiniones al respecto, siendo la más probable una rebelión de Babilonia… y esto era más urgente que la caída de Jerusalén. El profeta Isaías siempre entendió que eso se debía a la acción de Dios que conduce todos los momentos de la historia. El pueblo, sin embargo, parece que se lo agradeció más al rey que a Dios. Todo esto se cuenta en 2Re 18-20. El reino quedó totalmente destruido, aunque Jerusalén no cayera en manos asirias.

I.2. En este oráculo de hoy, bajo el simbolismo de las llaves, que aparecerá en el evangelio, se quiere mostrar la actuación de Dios con el secretario Sobná, hombre rico y ambicioso, que se estaba construyendo un mausoleo que escandaliza al profeta frente a la situación de tributos, injusticias y pobreza que vive el pueblo. El profeta anuncia su destitución por Eliaquín, el mayordomo, que debía ser un hombre más consecuente con la situación posbélica.

I.3. El oráculo lo dice todo: un padre para el pueblo y en sus manos estarán las llaves del reino de David; era el hombre de confianza que necesitaba Ezequías en aquellos momentos, quien fue un rey reformador. Con las llaves se cierra y se abre. Será un administrador de justicia para un pueblo destrozado, donde los pobres son más pobres y los ricos más ricos. Esa es la situación que debe cambiar. Quien tiene las llaves, debe saber que es el administrador de Dios. Y que no tiene derecho a coartar libertades ni a permitir miserias.


* II.ª Lectura: Romanos (11,33-36): Himno a la Sabiduría

II.1. El c. 11 de Romanos termina con un maravilloso himno a la sabiduría divina. Viene a cerrar los cc. 9-11, en los que el apóstol se ha planteado en profundidad el misterio del pueblo de Israel, su destino, su futuro. Y esto lo hace porque a través de toda la carta ha venido hablando de un pueblo nuevo, de una comunidad nueva, que no se fundamenta en otra cosa que en la fe en Jesucristo, quien ha dado su vida por toda la humanidad. Pero Pablo era judío, su raza no era determinante, pero en la lectura que hace del Antiguo Testamento lo ve como el pueblo que recibió las promesas de Dios, con un papel histórico y teológico que no se puede olvidar. Con este himno, Pablo concluye la parte doctrinal de la carta a los Romanos, y deja en manos del misterio de Dios, de su divina sabiduría, el destino de su pueblo por el que siente una cierta fascinación.

II.2. Algunos apuntan a que Rom 11,33-36 sería el himno conclusivo de la parte doctrinal de la carta (Rom 1-11). Pero no debemos olvidar la famosa y discutida doxología de Rom 16,25-27, también en forma de himno, que algunos manuscritos desplazan a Rom 14,23 o a Rom 15,33 y que ha dado lugar a la polémica sobre la autenticidad de Rom 16. ¿Pertenece Rom 16 a la carta dirigida a los Romanos? No es necesario entrar en esa discusión crítica de manuscritos. Podemos suponer, pues, que piezas como éstas se creaban o recreaban en las comunidades paulinas, para la liturgia, en las que no falta cierta influencia del judaísmo helenista. Pablo, por su parte, las aprovecha en momentos bien señalados para cerrar o rematar ciertas ideas decisivas. Este es uno de ellos, porque debemos estar de acuerdo que Rom 9-11 es una sección reflexionada y de largo alcance.

II.3. El himno pone de manifiesto algo que debemos tener muy presente. Desde luego, es un himno a Dios y nos recuerda mucho lo que podemos leer en el libro de Job (35,7;41,1-3), es decir, la impotencia del hombre frente al misterioso designio de la historia que no la podemos abarcar en profundidad, por muy alto que haya volado la humanidad. Encontrarse con Dios es “un misterio” y nadie puede exigirle algo, porque nadie le ha dado nada. Al contrario, todo lo hemos recibido de Él. Y resuena explícitamente la grandeza de la fidelidad de Dios al hombre, a la humanidad entera, no solamente a Israel.

II.4. En Rom 9-11 ni Israel ni los paganos, que ahora forman parte del proyecto salvador, son los verdaderos protagonistas de las afirmaciones y de los argumentos que se ponen sobre la mesa. Consideramos que el verdadero protagonista es Dios que quiere salvar a todos los hombres sin que eso sea faltar a su fidelidad a la alianza con Israel. Pero su fidelidad salvadora con Israel forma parte de este mismo proyecto. De ahí que este himno final venga a ponerse en el centro de todo esta acción salvadora de Dios como una decisión de su sabiduría. Tanto los paganos como Israel deben admirar la sabiduría divina. Las preguntas sapienciales de los vv. 34-35, inspiradas en dos textos de la Escritura (Is 40,13; Job 41,3) son suficientemente elocuentes al respecto. Nadie puede ni debe discutir la soberana libertad de Dios para salvar a todos los hombres y a Israel. Los pueblos han sido llamados a la salvación porque Dios lo quiere así. Israel será salvado, porque Dios así lo ha decidido.


* Evangelio: Mateo (16,13-20): Confesión de fe viva y verdadera

III.1. El evangelio de hoy es uno de los textos más específicos de la teología de este evangelista. El simbolismo de las llaves, de atar y desatar, se aplica ahora a Pedro, el apóstol que habría de negar a Jesús. ¿De dónde nacen estas palabras, cuyo fondo arameo es innegable? Mc 8,27-29 no contiene las palabras sobre las llaves, lo cual resulta ciertamente extraño. Mateo nos ofrece una verdadera confesión de fe de Pedro en sentido pospascual y unas palabras de Jesús otorgándole un poder precisamente por esa confesión de fe. Por lo tanto, ese poder, en lo que se refiere a la comunidad de Mateo, tiene que ver con una promesa y función en la Iglesia. Este es uno de los textos más discutidos en torno al «primado» de Pedro y sus sucesores.

III.2. El texto de la confesión mesiánica de Pedro nos ofrece una de las lecturas más discutidas de la exégesis de Mateo. En su probable fuente, Mc 8,27ss, la confesión es de otro tono y, además, no están presentes las palabras sobre el “primado”. Es evidente que la tradición “católica” ha hecho un tipo de lectura que viene marcada por la sucesión apostólica de Pedro. Es, desde luego, de valor histórico que Simón, uno de los Doce, recibió el sobrenombre o apodo de Kefa (en arameo; kephas, en griego) y que sería traducido como Petros en griego, que significa “roca”. El que haya sido en este momento o en otro todo lo que se explica del sobrenombre en Mateo, no es relevante históricamente (pudo ser en otro momento cf Jn 1,42; Mt 4,18; 10,2), pero sí es significativo. Pedro pudo recibir este sobrenombre del mismo Jesús y haber sido llamado de esa manera durante su ministerio. Se seguirá discutiendo si las palabras de Jesús sobre la “piedra” se refieren a la persona de Pedro, o a la confesión que Pedro proclama (no olvidemos que es una confesión pospascual en toda regla). Pero aquí se funda, en la tradición católica, el primado y la misma “infalibilidad” papal. Pero ¿de qué valdría la "infalibilidad" si solamente se tiene en cuenta lo doctrinal?, porque la doctrina cambia con el tiempo en expresiones y en comprensión. Esta "vexata quaestio" no debería ser el fondo del texto de Mateo, sino precisamente la necesidad que tenemos de vivir en la "comunión" de la fe que nos salva, más que en la afinidad doctrinal. La Iglesia, pues, no se fundamenta sobre la doctrina, sino sobre la fe de Pedro, que es un misterio de confianza (emunah) en la palabra de Jesús, quien nos ha revelado la salvación de Dios. Ni el mismo Pedro sería nada sin la confesión de su fe en Cristo e Hijo de Dios (con todo lo que ello implica), ni la Iglesia tendría sentido sin el Cristo e Hijo de Dios confesado por Pedro. Pedro, por ello, no está situado por encima de la Iglesia, sino que recibe esa misión y lleva a cabo ese servicio en el seno de la misma comunidad a la que sirve con la confesión de su fe.

III.3. El texto de Mt 16,13-20 es campo de batalla entre católicos y protestantes y no lo debemos ignorar. Todavía en ello debemos tener grandes expectativas ecuménicas, con la esperanza de los pasos que hemos de dar con las respectivas interpretaciones que corresponden a las “tradiciones” cristianas de unos y de otros. Los católicos siempre interpretarán que “piedra” (petra) se refiere a Pedro (petros); los protestantes afirmarán que petra, por ser femenino, no se refiere a Pedro, sino a la confesión anterior: “tu eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. ¿Qué nos está permitido interpretar exegéticamente? La verdad es que las dos cosas son posibles. Pero hay muchos problemas por medio: ¿es una tradición unitaria? ¿son dos tradiciones unidas por el redactor de Mateo? Todas estas cosas quedan para un análisis crítico-literario-exegético de envergadura. En principio, nos parece más razonable interpretar que “sobre esta roca” ha de referirse a la confesión que Pedro acaba de pronunciar. Vendría a ser como decir que Simón recibe un nombre nuevo Petros, porque ha hecho una confesión decisiva y fundamental sobre la que ha de construirse (petra) la Iglesia.

III.4. Cada evangelista ha redactado la confesión de Pedro según sus preocupaciones teológicas y eclesiales. Las de Mateo están bien claras por el conjunto del texto de hoy. El problema, pues, sería si las palabras laudatorias de Jesús, después de la confesión de Pedro, son del mismo Jesús o de la Iglesia primitiva. Esto, desde luego, tiene divididos a los especialistas, aunque es más coherente pensar que la Iglesia posterior necesitó reivindicar la figura de Pedro como testigo cualificado y como “primero” entre los Doce. No deberíamos exagerar, como se hace frecuentemente, sobre los arameismos de las palabras laudatorias de Jesús, como si estas nos llevaran directamente a las mismas palabras de Jesús. De hecho, otros autores dan a entender que la construcción griega de estas palabras es más armónica de lo que parece; que no hay tanto arameismo en las mismas y que estamos ante la teología de un autor (en este caso Mateo) más que ante una “profecía” del Jesús histórico. Y eso sin entrar en la discusión, hoy no tan relevante, de si las palabras del “tu es petrus” son una interpolación posterior como defienden algunos especialistas.

III.5. Estas palabras, pues, significan que Pedro ha de ser el defensor de la Iglesia contra todas las asechanzas a las que está y estará sometida. La pregunta es ¿dónde está fundamentada la Iglesia, en Pedro o en Cristo? En Cristo, claro está (cf 1Cor 3,11; Ef 2,20), y es eso lo que confiesa Pedro en el evangelio de Mateo. Por lo mismo, no se puede echar sobre las espaldas del pescador de Galilea todo el peso de la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios que ha ganado Cristo con su vida, con su entrega y su resurrección. Y otro tanto habría que decir de los sucesores de Pedro. De la misma manera, pues, la metáfora de “atar y desatar” se ha de interpretar en este tenor de defensa de la comunidad, del nuevo pueblo, de la Iglesia. Porque no debemos olvidar que esa misma metáfora la usará después Mt 18,15-20 para aplicarla a los responsables de la comunidad ante el pecado de los que son recalcitrantes y rompen la comunión.
III.6. En definitiva, el texto de Mateo, la fuerza del “tu es petrus” no debe hacernos olvidar que Pedro fue elegido por Jesús no para ser Papa, que es una institución posterior, reafirmada con la “infalibilidad” doctrinal, sino al servicio de la salvación de los hombres; aunque será inevitable tenerlo en cuenta en la historia de la interpretación del papado. Pero no podemos echar encima del texto de Mateo más de lo que dice y de lo que afirma; sin olvidar, además, la Iglesia o comunidad en la que aparece, una comunidad judeo-cristiana que necesitó de transformaciones muy radicales en confrontación con el judaísmo tradicional. Desde luego, los seguidores de Jesús que aceptamos el evangelio tenemos como “roca” de salvación la confesión de fe que hace Pedro. Pero no es la confesión de un hombre solitario y cargado de responsabilidad personal para “atar y desatar”, porque tiene las “llaves” del Reino de los cielos. Es la confesión de una Iglesia a la que él representa. Porque la salvación de cada uno de los cristianos o de cualquier hombre o mujer, no dependen de Pedro tampoco, sino de la gracia y la misericordia de Dios, revelada en Jesucristo, y a quien Pedro confiesa.

Fray Miguel de Burgos, O.P.


Pautas para la homilía

* “Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos a llorar” (Sal. 137, 1). Confiar en el Dios que pareciera habernos abandonado.

Frente a la desgarradora experiencia del pueblo hebreo, exiliado y lejos de su tierra, su historia y sus afectos en Babilonia, vienen a la memoria y al corazón tantos que hoy sufren su misma suerte… Los exiliados por la guerra, el hambre, la persecución, en tantos lugares del mundo: los desplazados de Colombia, los balseros cubanos, los refugiados afganos, irakíes, congoleños… las víctimas del hambre en Malawi, los emigrados de Corea y de tantos países de América Latina y de África… Tantos que, además, sufren (igual que aquellos antiguos israelitas) la burla, el desprecio, la discriminación y el maltrato de quienes los oprimen. Frente a la persecución, frente a las leyes que los consideran “ilegales”, elaboradas por los mismos países que sostienen los sistemas que empobrecen a los países de los que debieron exiliarse… ¿Cómo sostener la esperanza y la confianza?... “¿Cómo cantar un canto del Señor en tierra extranjera?” (Sal 137, 4)

El mundo en que hoy vivimos se torna cada vez más duro y cruel para los pobres. Mientras que las mercancías y los capitales transitan “libremente”, las personas son consideradas “ilegales”… Y cuelgan “sus cítaras” (sus esperanzas de una vida digna, su alegría, su cultura…), muchas veces, en las márgenes de nuestra indiferencia. Dios parece haberlos abandonado…

Tal vez esta sea la situación de alguno de nosotros… Tal vez seamos testigos de este tipo de situaciones. Y sin embargo, aparentemente con total incongruencia, Dios nos invita a confiar, a no olvidar su promesa (“si me olvidara de ti, Jerusalén, que se me paralice mi mano derecha”… Sal. 137, 5).

Tal vez, entre todos, si le creemos al Dios que nos dice “ámense unos a otros como yo los amé”, podamos componer un nuevo canto, un canto para cantar juntos. Un canto en el que todos entran, y donde “ninguna persona es ilegal”. Un canto donde no sea necesario olvidar, ocultar, negar ni perseguir la identidad de ninguno.

Se trata no sólo de la confianza en el Señor de quienes esperan justicia; sino también de la confianza de quienes pueden ayudar a construir esa justicia, poniendo los derechos y la dignidad de todo ser humano por encima de cualquier otro interés, y exigiendo que esto mismo sea hecho por todos los gobiernos. Porque así nos lo pide nuestro Dios, el Dios que tiene predilección por los pobres.


* “Insondables son sus designios, incomprensibles sus caminos…” (Rom. 12, 33b). Confiar en un Dios desconcertante.

“Dios escribe derecho con renglones torcidos”, oímos decir muchas veces. Y no existe una forma totalmente clara de traducir esta metáfora… Tal vez podríamos aventurar una posible: La vida de cada persona es un profundo misterio. Y en el marco de ese misterio, el dolor nunca es gratuito, y siempre tiene sentido. Un sentido fecundo como la cruz de Jesús, del que surge vida nueva. Un sentido profundo, pues “todo viene de él, ha sido hecho por él y es para él” (Rom. 12, 36a).

¿Cuántas veces nos habremos encontrado preguntando “para qué, Señor”; o “por qué a mí”?... ¡Cuántas realidades de nuestra vida personal, o de la vida de nuestros pueblos, parecen tan absurdas, tan gratuitamente dolorosas!. Guerras, desastres naturales, accidentes, enfermedades… injusticia, crueldad, ineficacia de los que gobiernan… Y sin embargo, ahí mismo donde la rabia del dolor de lo que parece absurdo nos embarga, es donde está la fuente de la resurrección.

Es fácil decirlo, claro… ¿cómo seguir confiando al pie de la cruz, o clavados en ella?... En esos momentos, como lo expresa Pablo, Dios nos invita a confiar ciegamente en Él. A seguir trabajando por la paz y la justicia. A ofrecerle el sufrimiento que nos toque. Esperando contra toda esperanza, y con una esperanza activa en la construcción del Reino… porque “su sabiduría es profunda, y llena de riqueza” (Rom. 12, 33a).


* “¿Y ustedes, quién dicen que soy?” (Mt. 16, 15) Confiar en el Dios amigo.

Cuántas veces habremos meditado sobre esta pregunta de Jesús… ¿Quién es Él para mí? Mi Dios, mi amigo, me pregunta: ¿Quién soy para ti, para vos…?

Jesús le está preguntando esto a quienes lo han seguido por los caminos, y han ido predicando el Reino con él. A los que han sido testigos de sus milagros, de sus encuentros con los enfermos y los sufrientes, y también de su cansancio. Tal vez los discípulos se preguntarían: “¿Por qué, Señor, preguntarnos esto?” “¿No está claro que eres nuestro líder, a quien seguimos?” Quién sabe… Quién sabe a quién seguiría cada uno de ellos… ¿Cuál es la idea de Mesías, la idea de “enviado de Dios”, que tendría cada uno? ¿Cuál tengo yo? No es una cuestión menor. De ello depende cómo me pare frente a mis hermanos. Cómo utilice la cuota de poder que me toca, grande o pequeña…

El libro de Isaías nos presenta a dos modelos de gobernantes. Uno que siente que el poder es para decidir sobre los otros y ser servido, y que tiene derechos adquiridos por la posición que ocupa. A ese el profeta le dice: “Yo te derribaré de tu sitial, y te destituiré de tu cargo” (Is.22, 19). En su lugar, el Señor dice: “llamaré a mi servidor… y él será un padre para los habitantes de Jerusalén” (Is. 22, 20-21). Este servidor es justo y misericordioso, pues, justamente, es servidor.

Cuando Jesús nos pregunta quién decimos que es Él, nos está enfrentando a lo más hondo de nuestra fe: ¿Quién soy yo frente a Él? Y en consecuencia: ¿Quién soy frente a mis hermanos y hermanas, por llamarme su discípulo o discípula? ¿Soy el “delegado de Dios”, con derechos adquiridos, o soy “su servidor”, y por ende el de mis hermanos y hermanas?

Dejemos resonando junto a estas preguntas, la respuesta de Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt. 16, 16b)… Y la promesa de Jesús frente a su confianza: “Sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella” (Mt. 16, 18b).

Frente a las realidades de muerte que buscan instalarse en nuestro mundo, Señor… ¡Aumenta nuestra confianza, aumenta nuestra fe! Y “clávanos como una estaca en un sitio firme” (Is. 22, 23a).

Carola Arrue

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