NO DEJES DE VISITAR
GIF animations generator gifup.com www.misionerosencamino.blogspot.com
El Blog donde encontrarás abundante material de formación, dinámicas, catequesis, charlas, videos, música y variados recursos litúrgicos y pastorales para la actividad de los grupos misioneros.
Fireworks Text - http://www.fireworkstext.com
BREVE COMENTARIO, REFLEXIÓN U ORACIÓN CON EL EVANGELIO DEL DÍA, DESDE LA VIVENCIA MISIONERA
SI DESEAS RECIBIR EL EVANGELIO MISIONERO DEL DÍA EN TU MAIL, DEBES SUSCRIBIRTE EN EL RECUADRO HABILITADO EN LA COLUMNA DE LA DERECHA

jueves, 28 de agosto de 2008

XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: Comentarios Bíblicos y Pautas Homiléticas

Publicado por Dominicos.org

El seguimiento de Jesús y la identidad crucificada

Introduccion

En sintonía con el domingo pasado, las lecturas de hoy nos invitan a la confianza en Dios. Pero no solamente a la confianza de creerle, de ponernos en sus manos; sino a la confianza absoluta, extrema, loca, ciega, de vivir según su voluntad.

Paladeadas en el corazón, las lecturas de hoy parecieran oscilar entre la dulce certeza del Dios incondicional que nos defiende de todo peligro; y la dura determinación de quien se arroja a su plan en medio de la incomprensión de sus amigos y de la burla de sus enemigos… Y que lo hace seguro de que el dolor, y aún la muerte, son parte del camino.

Que el Espíritu de Dios venga a habitar en nuestros corazones, que Él fortalezca nuestra confianza en Dios… Porque la fe de los cristianos no es “creer en algo”. Es creerle a alguien1. Creerle a Jesús. Y creerle ciegamente, contra toda evidencia, contra toda esperanza, hasta dar la vida. Creerle en el amor, que confía y se entrega entero. Creerle, porque Él nos amó primero.

En los tiempos en que vivimos, tiempos en los que casi cualquier cosa pareciera tener más valor que la vida humana, creerle a Jesús y vivir según la voluntad de Dios nos plantea un enorme desafío. Por eso, para nosotros es esencial vivir “en las manos de Dios”. Tal como nos lo ha enseñado San Pablo: “cuando soy débil, entonces soy fuerte”.

1 Agradezco a Fr. Carlos Aspiroz O. P., formador por muchos años de los coordinadores del Movimiento Anunciatista (grupo del que participé durante toda mi adolescencia y juventud) en Buenos Aires, el habernos enseñado esto con tanta insistencia.


Comentario bíblico

* Iª Lectura: Jeremías (20,7-9): la seducción de Dios

I.1. La Iª Lectura de este domingo es la última y más famosa "confesión" del profeta Jeremías. Los textos de las «confesiones» son verdaderamente reveladores de unas experiencias proféticas que determinan la psicología del hombre de Dios, que escucha la palabra en su interior y no puede resistirse a callar (el conjunto de las mismas es éste: Jr 11,18-23; 12,1-5; 15,10-21; 17,14-18; 18,18-23; 20,10-13.14-18). ¿Son palabra de Dios o sedimentación de un diálogo radical entre el profeta y Dios? Mucho se ha discutido sobre ello. Pero en el texto de nuestra lectura aparece la actitud provocativa de Dios que no le deja al profeta posibilidad de elegir: como una mujer violada por el que es más fuerte. Uno de los verbos más famosos del lenguaje profético "seducir" (patáh) está presente en esta confesión, que en el fondo, es un canto de amor inigualable a la "palabra de Dios". El profeta, confiesa, que él se dejó seducir.

I.2. ¿Es Dios un seductor de personas? No olvidemos que los seducidos son siempre enamorados, apasionados, fascinados. Todo esto sucede en la mente y en el corazón del profeta. En realidad, el profeta siente así a Dios: no puede resistirse. Pero por mucho que quisiera hablar de Dios, de su proyecto, de sus planes, el pueblo busca otros dioses y otros señores. En realidad es el profeta quien quiere seducir al pueblo con su Dios. El es el que lo tiene que vivir primeramente en su corazón y anunciarlo al pueblo; y no siempre es posible que lo entiendan y que lo acepten. La "palabra de Yahvé" lo ha herido, lo ha fecundado como a una madre y ya no puede olvidar el mensaje de Dios, el juicio radical, pero especialmente el amor que Dios tiene al pueblo.

I.3. Jeremías analiza aquí las consecuencias de su vocación: el profeta no tiene esa vocación por capricho, porque le guste, sino porque Dios se lo pide. Y el mensaje del profeta, que tiene que ver mucho con su vocación, no agrada a los que buscan otros dioses y otros señores más caprichosos. Dios, que aparentemente calla, es como un fuego devorador que inunda todo su ser. Es, desde luego, una experiencia psicológica, pero intensamente espiritual. Y así se fragua verdaderamente la "pasión" del profeta. Está herido de amor, seducido y quiere que todos sientan lo que él siente; pero es imposible. Los otros no se dejan vencer por el amor divino: quieren otras cosas, otros dioses, otras inmediateces. Por ello, pues, no matemos a los profetas que nos son enviados.

* IIª Lectura: Romanos (12,1-2):El discernimiento cristiano

II.1. El apóstol Pablo, ahora, comienza lo que se llama la parte parenética (de praxis) de la carta a los Romanos, aquello que afecta al comportamiento de la vida cristiana, después de haber planteado a la comunidad de Roma la alta teología del la justificación, de la redención, de la gracia, del bautismo y de los dones espirituales. Esta exhortación se apoya en la misericordia de Dios (en este caso se usa el sustantivo oiktirmos), porque en toda la carta y especialmente en los cc. 9-11 se ha querido plantear la salvación de todos los hombres desde la misericordia divina. Dios no tiene otra razón para salvar a la humanidad que sus entrañas de misericordia. De la misma manera, las interpelaciones a la actuación cristiana están motivadas en que Dios ha sido y es misericordioso con nosotros.

II.2. Pide, primeramente, que dediquemos nuestra vida a Dios como ofrenda y sacrificio: ese debe ser el verdadero culto. Pide discernimiento en medio de este mundo. El cristiano debe vivir en este mundo y debe amarlo, porque es obra de Dios; pero debe tener la capacidad de discernimiento, que es algo interior, para no acomodarse a este mundo en lo que podamos encontrar de perverso e inhumano. Debemos actuar siempre, pues, tratando de discernir la voluntad de Dios. Cada uno desde su oficio, desde su misión en la vida, tiene que elegir los compromisos cristianos que revelan la voluntad de Dios. Ese es el verdadero culto que califica como razonable (logikos).

II.3. Se ha discutido mucho por qué Pablo ha usado este adjetivo, y no, en su caso, "espiritual" que sería más adecuado. Desde luego, el culto divino debe ser razonable, no ciego; ni puro sentimentalismo, ni demasiado estético: debe proceder de lo más valioso del hombre que es su inteligencia. Porque a veces los cultos, en el ámbito de lo religioso-popular, pueden tener mucho de irracional. El culto a Dios debe estar enraizado en una vida con sentido, hasta el punto de que eso es lo que debe transformar el mundo y la historia. Por tanto, el culto no aparece aquí simplemente como "adoración", ya que Dios no la necesita como la necesitan los "dioses" que no son nada. Pablo es sumamente razonable en su propuesta. El culto verdadero es hacer presente la voluntad de Dios, y la voluntad de Dios es la felicidad de la humanidad.

* Evangelio: Mateo (16,21-27): El seguimiento liberador de Jesús

III.1. El evangelio de hoy, de Mateo, es la continuación de lo que se nos narraba el domingo pasado sobre la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo. Las cosas cambian mucho desde aquella confesión de fe, aunque el texto del evangelio las presenta sin solución de continuidad. Jesús comienza a anunciar lo que le lleva a Jerusalén y la previsión de lo que allí ha de suceder, como le había sucedido a todos los profetas; como Jeremías, estaba decidido a proclamar la Palabra de Dios por encima de todas las cosas. Jesús ve claro, porque a un profeta como él no se le escapa nada, aunque la formulación de este anuncio de su pasión se haya formulado así, después de los acontecimientos.

III.2. Pedro, como los otros discípulos, no estaba de acuerdo con Jesús, porque un Mesías no debía sufrir, según lo que siempre se había enseñado en las tradiciones judías; eso desmontaba su visión mesiánica. Entonces recibe de Jesús uno de los reproches más duros que hay en el evangelio: el Señor quiere decirle que tiene la misma mentalidad de los hombres, de la teología de siempre, pero no piensa como Dios. Y entonces Jesús mirando a los que le siguen les habla de la cruz, de nuestra propia cruz, la de nuestra vida, la de nuestras miserias, que debemos saber llevarla, como él lleva su cruz de ser profeta del Reino hasta las última consecuencias. No es una llamada al sufrimiento ciego, sino al seguimiento verdadero, el que da identidad a los que no se acomodan a los criterios de este mundo.

III.3. Pedro quiere corregir al profeta con un mesianismo fácil, nacionalista, tradicional, religiosamente cómodo. Y Jesús le exige que se comporte como verdadero discípulo. La expresión "detrás -opísô- de mí, Satanás", (vendría a significa algo así como: “no estés detrás de mi como Satanás”) es decir, que no lleve la iniciativa de su vida. Es una expresión que se puede traducir con toda la energía de un rechazo: “¡Vete! y no vengas conmigo como si fueras Satanás”; “¡quítate de mi vista!”.Pero también ven algunos que el rechazo de Pedro “vete de mi vista” (hýpage: expresión semejante a la de las tentaciones Mt 4,10), estaría “compensado” en este texto con una invitación a ir detrás, a seguirle (el opísô moû). En la mentalidad de la época Satanás representa lo contrario del proyecto de Dios, el Reino, predicado por Jesús, que es, a su vez, causa de su vida y de su entrega.

III.4. Jesús, en nombre de Dios, quiere llevar la iniciativa de su vida, de su entrega y caminar hasta Jerusalén. Y eso es lo que pide también a sus discípulos: seguirle y que tomen la iniciativa de su propia vida (el texto dice, con razón, "su cruz"). No es la cruz de Jesús la que hay que llevar, sino nuestra propia cruz. Jesús está decidido a llevar la “cruz” del Reino de Dios como causa liberadora para el mundo. Pedro, y todos nosotros, estamos invitados a asumir “nuestra cruz” en este proceso de identificación con la vida y la causa de Jesús. El reproche a Pedro, como si sus ideas fueran las de Satanás, se explicitan en la expresión dialéctica “las cosas de Dios versus las cosas de los hombres” (tà toû theoû allà tà tôn anthôpôn). Porque Pedro, al rechazar la “pasión” de quien consideraba el Mesías, estaba mostrando los mismos intereses nacionalistas de la religiosidad judía de la época (esas son las ideas de los hombres). La cruz de Jesús era llevar a cabo la voluntad de Dios con todas sus consecuencias (esas son las cosas de Dios en el texto).
III.5. La identificación, en el texto, entre cruz y vida personal es indiscutible. La cruz es signo de lo ignominioso y de crueldad para los hombres. Pero desde una perspectiva de “martirio”, de radicalidad y de consecuencia de vida, la cruz es el signo de la libertad suprema. Lo fue para Jesús en su causa de Dios y de su Reino y los es para el cristiano en su opción evangélica y sus consecuencias de vida. Y muchas veces, nuestra vida, es una cruz, sin duda. Pero se ha de aseverar con firmeza que la vida cristiana no es estar llamados a "sacrificarse" tal como se entiende ordinariamente, sino a ser felices en nuestra propia vida, que es un don de Dios y como tal hay que aceptarla. Y si en esa vida no es oro todo lo que reluce, también hay que amarla y transformarla con decisión profética. No basta con afirmar que el discípulo está llamado a sacrificarse y martirizarse como ideal supremo, porque tampoco Jesús deseó y buscó su muerte en la cruz que le dieron, sino que le vino como consecuencia de una vida radicalmente de amor y de entrega a los demás. Pues de la misma manera deben ser sus discípulos. El ideal supremo es amar la vida como don de Dios y llevarla a plenitud. Pero por medio “está siempre Satanás” (expresión mítica, sin duda) que nos aleja del don de la vida verdadera.

Fray Miguel de Burgos, O.P.


Pautas para la homilía

* ¡Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir! (Jer. 20, 7a)

En las palabras del profeta Jeremías parecieran estar mezclados el lamento, el reclamo, la declaración de amor y la entrega incondicional al Dios que lo ha llamado. Son palabras apasionadas, que proclaman dos hechos innegables para el que las pronuncia:

1. La voluntad de Dios va en dirección opuesta a la de la voluntad de los poderosos que configuran el mundo, y también a la del “sentido común” de quienes viven según ese modelo, pensando que es el orden naturalmente establecido de las cosas (pensemos, en el mundo en que vivimos hoy, las leyes y el orden de cosas establecido que ponen al “mercado” y a los intereses económicos de los que más tienen siempre por encima de la vida y los derechos de las personas).
2. Anunciar la palabra de Dios, entonces, es fuente de incomodidad y hasta de sufrimiento. El que anuncia parece “loco”, es incomprendido por sus amigos y perseguido por aquellos a quienes su palabra denuncia… Y sin embargo, el profeta está seducido a tal punto por Dios y por su proyecto de amor que no puede callarse.

Jeremías es conciente de que en su vocación de profeta se entrelazan, se mezclan y se amasan la voluntad de Dios y su propia voluntad de hombre. Para Jeremías, la voluntad de Dios no es algo mágico ni extraño: es una invitación que él siente grabada a fuego en su propio corazón, que reconoce como deseo propio en lo más hondo de su ser: “había en mi corazón como un fuego abrasador”… Una invitación a la que responde afirmativamente, a costa de su propio cansancio, y aún deseando que todo fuera más fácil: “me esforzaba en contenerlo, pero no podía” (Jer. 22, 9)

“Me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir”… Qué hermosa declaración de entrega y de fe hecha a un Dios que es amor y que al amor nos invita. Un amor radical, un amor que no da marcha atrás ni aún frente al sufrimiento. Un amor maduro, íntegro, que nos hace plenos… Porque, por más incómoda que parezca la voluntad de Dios, sólo entregándonos a ella nos realizamos, y estamos en sintonía con lo más profundo de nuestro ser de humanos: “El que pierda su vida a causa de mí, la encontrará” (Mt. 16, 25b).

* “No tomen como modelo este mundo. Transfórmense interiormente a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios…” (Rom. 12, 2)

La nota al pie de mi Biblia1 para el inicio de la lectura de Romanos propuesta para hoy dice: “Pablo pone de relieve que el culto por excelencia del cristiano es toda su vida, convertida en ofrenda agradable a Dios”. Recuerdo a Juan Pablo Berra, querido amigo, que me dijo una vez: “La verdadera Eucaristía es la vida. En la misa, sólo la celebramos”. Es hermoso y embriagador cómo Dios y sus profetas nos insisten una y otra vez: no crean que vivir la fe es “cumplir” con ir a misa o con rezar… vivir la fe es vivirla desde las entrañas, dejarla que tiña nuestras relaciones con los demás, con la sociedad, con todo y con todos, todo el tiempo. Aún si esto es incómodo, tal como le pasa a Jeremías. Aún si vemos la cruz en el horizonte, tal como Jesús.

¿Cómo hacer, día a día, para discernir “lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rom. 12, 2b)? Creyéndole a Jesús, que nos dice “el sábado ha sido hecho para el hombre”, Santiago nos indica el camino: “La religiosidad pura y sin mancha delante de Dios, nuestro Padre, consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas” (Sant. 1, 27a). Recordemos que, para la sociedad en la que Santiago vivía, los huérfanos y las viudas eran el ejemplo por excelencia de los más pobres y marginados. Entonces: nada puede ser puesto por encima de la dignidad y la vida humana, en particular, la dignidad y la vida de los más pobres.

Hacer de nuestra vida una ofrenda espiritual a Dios es ofrecerla, en la forma en que Dios nos vaya pidiendo y mostrando, a los más pobres. A los pobres de nuestros tiempos: los excluídos por la “lógica de mercado”, los inmigrantes, los que son considerados “minorías”, los sin tierra, los sin empleo, los sin educación, los hombres, mujeres y niños “de la calle”, las madres y padres adolescentes, los drogadictos… ¡Que el Espíritu de Dios nos ilumine para que, en manos de Dios, podamos discernir su voluntad y trabajemos por la justicia de la forma y en el lugar que toquen a cada uno y cada una de nosotros!

“Retírate, Satanás… porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres” (Mt. 16, 23)

El mismo Jesús que nos invita a cargar con él “un yugo suave y una carga ligera”, hoy nos dice: “el que quiera venir detrás de mí, que cargue con su cruz y me siga”… Las palabras de Jesús tienen autoridad porque Él mismo las encarna en su vida. Cuando nos invita a confiar en Él, y a hacerlo entregándonos en el amor, es porque Él mismo se entrega por amor al Padre y a nosotros. Si esa entrega redunda en cruz, bien lo vale. Porque Dios siempre “prevalece”, como dice Jeremías… Porque Dios “obra maravillas”, como dice María, nuestra madre. Porque “el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre y pagará a cada uno según sus obras” (Mt. 16, 27a).

Si Jesús nos invita a ponernos incondicionalmente en manos de Dios, no es sólo porque cuenta con nosotros para construir su Reino de amor, de paz y de justicia. Mucho más hondo que esa confianza del mismo Dios en nosotros, está el amor que nos tiene. Y el Dios que nos ama nos quiere felices. Todo el que ama busca la felicidad de su amado. Esa es la clave de la invitación que Dios nos hace. Y nosotros, sus pequeños hijos, sólo en sus manos y viviendo según “los pensamientos de Dios”, podemos ser felices. Sólo en sintonía con la verdad profunda, tierna y humana de nuestro propio corazón: “El que pierda su vida a causa de mí, la encontrará” (Mt. 16, 25b). Encontrar nuestra vida, encontrar la verdad profunda de nosotros mismos es, en definitiva, encontrar la felicidad. Por eso Dios nos invita a arrojarnos sin condiciones (y a veces en contra de nuestra propia comodidad) en su “loco” proyecto de amor y justicia.

Pero, para que lo hagamos confiados, nos insiste: en Él está nuestra fortaleza. Afianzarnos en la fuerza de su voluntad, respondiendo con todo el amor del que seamos capaces al amor inmenso del Dios que dio su vida por nuestra salvación, es la clave para nuestra propia felicidad. “Mi salvación y mi gloria están en Dios: él es mi roca firme, en Dios está mi refugio” (Sal. 62, 8).

1 “El libro del Pueblo de Dios”. Fundación palabra de vida. Ed. San Pablo. Buenos Aires.

Carola Arrue

No hay comentarios: