Publicado por Pasionistas.es
Recuerdo una tienda de confecciones de ropa para caballeros. Un letrero decía: “Sólo confeccionamos ternos sobre medida”. Allí nada de ir y probarse uno u otro o del más allá. Allí sólo se hacía el terno sobre pedido y medidas concretas. Nada de ternos en serie.
Se me quedó el título en la memoria. Y, en más de una ocasión se me ocurrió pensar:
¿qué sucedería si en cada puerta de la Iglesia hubiese un letrero que dijese: “se confeccionan cruces sobre medida”?
Luego, yo mismo me río de mi tonto pensamiento. Porque a decir verdad: ¿Alguien se imagina que habría clientes tomándose la medida de sus propias cruces?
Además, ¿estaría la gente más contenta con su propia cruz a medida?
¿No habría luego demasiada gente haciendo reclamos, diciendo que la cruz que encargó no le cae bien y quiere que se la haga otra nueva o se cambien por otra?
- Felizmente que no existen esos letreros.
Y felizmente no es la Iglesia ninguna carpintería de hacer cruces.
Primero, porque las cruces no se encargan, vienen solitas ellas.
Segundo, porque las cruces no las hace ni la Iglesia, ni tampoco Dios es carpintero de cruces.
Las cruces se van encontrando por el camino de nuestras fidelidades al Evangelio.
Y no hay cruces a medida. La única medida son las exigencias del Evangelio.
Todas las cruces son iguales.
Sólo cambian los hombros.
- A Jesús no le tomaron antes las medidas de los hombros, ni tampoco hicieron los cálculos del peso. ¿Para qué? Si todas pesan igual. A Jesús le dieron la primera que encontraron. Estoy seguro que le dieron una de segunda mano.
Hasta es posible que aún estuviese oliendo al último crucificado en ella. Es que no hay cruces especializadas. Tal vez, por eso mismo, son cruces que algo tienen de humano. Las cruces no son clasistas. Tal vez, las únicas especializadas son esas que llevamos colgadas al cuello. Esas sí son cruces clasistas, porque mientras uno lleva una cruz de madera, puede que tú cuelgues a tu cuello una de oro.
- Además, confieso que esas cruces me suelen gustar muy poco. No me gustan las cruces que colgamos. Me parecen más cruces y más auténticas las cruces donde nos cuelgan a nosotros. Las cruces no son para colgarlas sino para colgarnos a nosotros en ellas. Aquellas no duelen nada. Estas, donde te cuelgan, esas sí te garantizo que son de pura ley. Jesús no llevó su cruz colgada del cuello. A El le colgaron de una Cruz.
- Cuando leo los textos evangélicos como el del Evangelio de hoy o de cómo salió Jesús camino del Calvario, una de las cosas que más me admira, es la sencillez de la descripción. Lo dicen como si tal cosa. “Empezó a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día” O como leemos en el relato de la Pasión: “le pusieron una cruz y salió de camino con el1a”. Así de simple. Salió con la que le tocó en suerte.
Yo no sé si era más pesada que otras, más pequeña que las otras. Y la verdad que nunca me interesó mucho ni la calidad de su madera, ni su peso y menos el tamaño. Porque, aunque las cruces no se hacen a medida, según las vas l1evando, tú te vas haciendo a la medida de ellas. Tú mismo vas creciendo hasta dar la talla.
Y esto es lo que tantas veces olvidamos. Nos preocupamos mucho de la calidad de nuestras cruces. Porque, a decir verdad, yo no encuentro a nadie que esté a gusto con la suya.
¿No hubiera sido mucho mejor ver la manera de adaptar nuestro cuerpo, nuestro espíritu y nuestro corazón a la calidad de las mismas?
Cuando Jesús l1egó a la cima, cruz y crucificado ya no eran dos. Estaban tan identificados que parecían uno solo. Por eso, aún hoy, cuando hablas de la Cruz, ves algo más que dos palos. Lo ves a El. Y cuando hablas del Crucificado, en realidad ves y piensas también en los dos maderos.
- Por otra parte, creo que es la única manera bel1a y elegante de l1evar la cruz. E incluso la menos dolorosa. Porque cuando cargamos la cruz y nos vamos revolviendo bajo el1a, sus esquinas hieren mucho más duramente nuestra carne.
¿Qué hago yo hoy con mis cruces?
¿Protestas de que a ti te ha tocado la más pesada de todas?
¿Quisieras cambiarla por otra?
¿Tratas de aceptarla e identificarte con ella?
¿Eres fabricante de cruces para los demás?
La Cruz habla de muerte y habla de vida. Por eso “llevar la cruz de cada día” nos habla de un ir muriendo también cada día. Pero también nos hable de ir viviendo cada día, porque toda cruz tiene un “tercer día de resurrección”.
Se me quedó el título en la memoria. Y, en más de una ocasión se me ocurrió pensar:
¿qué sucedería si en cada puerta de la Iglesia hubiese un letrero que dijese: “se confeccionan cruces sobre medida”?
Luego, yo mismo me río de mi tonto pensamiento. Porque a decir verdad: ¿Alguien se imagina que habría clientes tomándose la medida de sus propias cruces?
Además, ¿estaría la gente más contenta con su propia cruz a medida?
¿No habría luego demasiada gente haciendo reclamos, diciendo que la cruz que encargó no le cae bien y quiere que se la haga otra nueva o se cambien por otra?
- Felizmente que no existen esos letreros.
Y felizmente no es la Iglesia ninguna carpintería de hacer cruces.
Primero, porque las cruces no se encargan, vienen solitas ellas.
Segundo, porque las cruces no las hace ni la Iglesia, ni tampoco Dios es carpintero de cruces.
Las cruces se van encontrando por el camino de nuestras fidelidades al Evangelio.
Y no hay cruces a medida. La única medida son las exigencias del Evangelio.
Todas las cruces son iguales.
Sólo cambian los hombros.
- A Jesús no le tomaron antes las medidas de los hombros, ni tampoco hicieron los cálculos del peso. ¿Para qué? Si todas pesan igual. A Jesús le dieron la primera que encontraron. Estoy seguro que le dieron una de segunda mano.
Hasta es posible que aún estuviese oliendo al último crucificado en ella. Es que no hay cruces especializadas. Tal vez, por eso mismo, son cruces que algo tienen de humano. Las cruces no son clasistas. Tal vez, las únicas especializadas son esas que llevamos colgadas al cuello. Esas sí son cruces clasistas, porque mientras uno lleva una cruz de madera, puede que tú cuelgues a tu cuello una de oro.
- Además, confieso que esas cruces me suelen gustar muy poco. No me gustan las cruces que colgamos. Me parecen más cruces y más auténticas las cruces donde nos cuelgan a nosotros. Las cruces no son para colgarlas sino para colgarnos a nosotros en ellas. Aquellas no duelen nada. Estas, donde te cuelgan, esas sí te garantizo que son de pura ley. Jesús no llevó su cruz colgada del cuello. A El le colgaron de una Cruz.
- Cuando leo los textos evangélicos como el del Evangelio de hoy o de cómo salió Jesús camino del Calvario, una de las cosas que más me admira, es la sencillez de la descripción. Lo dicen como si tal cosa. “Empezó a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día” O como leemos en el relato de la Pasión: “le pusieron una cruz y salió de camino con el1a”. Así de simple. Salió con la que le tocó en suerte.
Yo no sé si era más pesada que otras, más pequeña que las otras. Y la verdad que nunca me interesó mucho ni la calidad de su madera, ni su peso y menos el tamaño. Porque, aunque las cruces no se hacen a medida, según las vas l1evando, tú te vas haciendo a la medida de ellas. Tú mismo vas creciendo hasta dar la talla.
Y esto es lo que tantas veces olvidamos. Nos preocupamos mucho de la calidad de nuestras cruces. Porque, a decir verdad, yo no encuentro a nadie que esté a gusto con la suya.
¿No hubiera sido mucho mejor ver la manera de adaptar nuestro cuerpo, nuestro espíritu y nuestro corazón a la calidad de las mismas?
Cuando Jesús l1egó a la cima, cruz y crucificado ya no eran dos. Estaban tan identificados que parecían uno solo. Por eso, aún hoy, cuando hablas de la Cruz, ves algo más que dos palos. Lo ves a El. Y cuando hablas del Crucificado, en realidad ves y piensas también en los dos maderos.
- Por otra parte, creo que es la única manera bel1a y elegante de l1evar la cruz. E incluso la menos dolorosa. Porque cuando cargamos la cruz y nos vamos revolviendo bajo el1a, sus esquinas hieren mucho más duramente nuestra carne.
¿Qué hago yo hoy con mis cruces?
¿Protestas de que a ti te ha tocado la más pesada de todas?
¿Quisieras cambiarla por otra?
¿Tratas de aceptarla e identificarte con ella?
¿Eres fabricante de cruces para los demás?
La Cruz habla de muerte y habla de vida. Por eso “llevar la cruz de cada día” nos habla de un ir muriendo también cada día. Pero también nos hable de ir viviendo cada día, porque toda cruz tiene un “tercer día de resurrección”.
Oración
Señor: Tú escandalizaste a Pedro cuando le hablaste de la cruz.
Pedro no entendió nada. Y hasta te recriminó. No lo hizo por maldad.
Lo hizo porque te amaba.
Sencillamente que aún no entendía de cruces.
De redes, bastante, pero lo de cruces no era su especialidad.
También nosotros, como él, nos escandalizamos de nuestras cruces.
Porque tampoco nosotros, a pesar de nuestras experiencias, sabemos mucho de ellas. Sabemos mucho más de placeres, de infidelidades al Evangelio
que de cruces por el Evangelio.
Te pido, Señor, no nos trates como él. ¿No crees que fuiste muy duro?
Al contrario, ábrenos los ojos y podamos descubrir
el verdadero valor de tu Cruz y de nuestras cruces.
Señor: Tú escandalizaste a Pedro cuando le hablaste de la cruz.
Pedro no entendió nada. Y hasta te recriminó. No lo hizo por maldad.
Lo hizo porque te amaba.
Sencillamente que aún no entendía de cruces.
De redes, bastante, pero lo de cruces no era su especialidad.
También nosotros, como él, nos escandalizamos de nuestras cruces.
Porque tampoco nosotros, a pesar de nuestras experiencias, sabemos mucho de ellas. Sabemos mucho más de placeres, de infidelidades al Evangelio
que de cruces por el Evangelio.
Te pido, Señor, no nos trates como él. ¿No crees que fuiste muy duro?
Al contrario, ábrenos los ojos y podamos descubrir
el verdadero valor de tu Cruz y de nuestras cruces.
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