Publicado por Mercaba
1.
Lo dice muy bien hoy Jeremías (20. 7-9): "Me sedujiste, Señor, (=Gracia) y me dejé seducir" (=Libertad). Gracia y libertad: dos planos perfectamente fundidos en la vida del creyente. Eso era Jeremías. La "Palabra" sólo le acarreó disgustos; quiso dejarla y no pudo; hizo siempre lo contrario de lo que quería; llegó a maldecir su nacimiento... y sin embargo, fue el hombre más libre de Israel; tuvo una experiencia de Dios y de su gracia superior a todos los profetas. Su similitud con Cristo hace de su vida una profecía de la vida de Jesús. Pablo, conocedor también de la fusión gracia-libertad nos propone otra fusión: vida y culto a Dios, es decir: hacer de la vida toda una liturgia.
Jesús felicitaba a Pedro porque Dios y no la carne le había revelado que Jesús era el Mesías, Hijo de Dios; unos momentos después, nuestro evangelio de hoy, le llama Satanás porque piensa "como los hombres" desde su "carne y sangre". Ser cristiano es, antes que ninguna otra cosa, estar impulsados por un pensamiento como el de Dios y no como el de los hombres. Este pensamiento no está garantizado por ningún resorte religioso en sí mismo. Hay creyentes en todas las esferas y con todos los sacramentos recibidos, que piensan, pensamos, como los hombres. Ítem más: lo sabemos, sabemos que así piensa satanás, sabemos que es pecado..., ¡no nos importa! ¡nos encanta!... seguiremos pensando como los hombres.
No sólo queremos, de verdad, salvar la vida, sino que exigimos a Dios que nos la jalone de éxitos, de buena salud y buenos dividendos. Jesús llama a Pedro Satanás cuando éste le recrimina que vaya a Jerusalén para padecer y morir. Dios, hemos de decirlo una vez más, no quiere la muerte ni la cruz de Xto; la muerte y la Cruz es el precio que paga este mundo a los que piensan como Dios y no como los hombres. Jesús puede evitar la cruz, pero ello supondría renunciar a la misión de su Padre, supondría dejarnos encerrados en nuestra muerte. Pensar como Dios incluye inapelablemente algún tipo de Cruz, de las formas más diversas, pero cruz en cualquier caso. Pensar como Dios es algo muy concreto: amar, perdonar, decir la verdad, practicar la justicia, compartir la vida, tener un hijo, hacer una cosa, sentir alegría... Todo esto es pensar como Dios y todo esto es crucificarle. Si además se admite y sigue la luz y la fuerza del Evangelio aumenta nuestra fecundidad pero se multiplican las cruces. Esto significa salvar o perder la vida: entregarse a la propia cruz o rechazarla.
JAIME CEIDE
ABC/DIARIO
DOMINGO 2-9-1990/Pág. 67
ABC/DIARIO
DOMINGO 2-9-1990/Pág. 67
2.
-"Tú piensas como los hombres, no como Dios": Simón Pedro, respondiendo a la pregunta de su Maestro, había confesado que el Hijo del Hombre es el Hijo de Dios, el Mesías prometido por los profetas. Y a partir de entonces, Jesús comenzó a explicar a sus discípulos cómo tenía que subir a Jerusalén para ser entregado a los senadores, a los sacerdotes y a los escribas, que le juzgarían y condenarían a la muerte, porque éstos eran los planes de Dios. Pero los discípulos no comprendieron nada, y Pedro tampoco. El hecho que sea precisamente éste el que se cruce en el camino de Jesús, a los pocos días de haberle confesado Mesías y de haber recibido de él la misión de ser para la iglesia como una "roca", prueba que la iglesia desde el principio se escandalizaría del Cristo sufriente.
Los evangelistas no han escrito nada que no sea palabra del Señor para su iglesia, aliento y advertencia a la vez para los discípulos de Jesús que fueron en aquel tiempo y que serían después por el testimonio apostólico. A la iglesia, como a Pedro, le ha sido revelada la verdad de Dios sobre Jesús de Nazaret; pero la iglesia, lo mismo que Pedro, está sometida a las influencias de este mundo y puede llegar a pensar como este mundo, creyendo que es mucho más razonable la gloria que el abatimiento, los honores y los triunfos que los servicios y la cruz, guardar la propia vida que darla generosamente, ganar todo el mundo en vez de servir a los hombres y contribuir a que madure la auténtica esperanza. Si es así, si llega a ser así en un momento dado, la iglesia tendrá que escuchar el reproche de Jesús, lo mismo que Pedro, por haberse cruzado en su camino y haberse olvidado de los planes de Dios.
PT/METANOIA: - "Transformaos por la renovación de la mente": Pablo nos amonesta para que no ajustemos nuestra conducta a los criterios de este mundo y nos esforcemos en la transformación de la mente, hasta llegar a conocer la voluntad de Dios y aprender lo que realmente es bueno y agradable a sus ojos. Pablo nos llama a penitencia, porque esto es lo que significa también la penitencia en sentido bíblico: "metanoia" o "cambio de mentalidad".
No se trata, evidentemente, de cambiar sólo las ideas o sustituirlas por otras, menos aún de un cambio en las palabras. Porque es el hombre mismo el que ha de cambiar de raíz, como si volviera a nacer, a resucitar con Cristo y aspirando a las cosas de arriba y no a las de acá abajo. La mentalidad es el modo de pensar y no sólo lo que se piensa, es el espíritu y no sólo la letra, es la vida misma, el corazón, la persona. Este cambio de mentalidad nos hace comprender los pensamientos de Dios y sentir los sentimientos de Cristo. Nos da consistencia, nos sitúa en medio del mundo como cristianos, como verdaderos discípulos de Jesús.
-¿De qué le sirve a un hombre ganar todo el mundo, si malogra su vida?: Vivimos en una sociedad en la que todo se mueve por el lucro, en la que el dinero nos hace perder la cabeza. La lógica de tener más nos lleva a la competencia de unos contra otros, nos lleva a la violencia, a la destrucción y a la muerte. Todos somos o estamos en peligro de ser víctimas del desarrollo económico. Se oscurecen los valores del espíritu, los ideales, el sentido de la vida. La palabra de Dios se hace incomprensible. Se ha dicho que la convivencia democrática se deteriora cuando no hay una base económicamente sana. Pero la convivencia, el respeto mutuo, la fraternidad son imposibles si no superamos el egoísmo y el individualismo que nos enfrenta y nos aísla. En una sociedad en la que se atropella a los más débiles y se aplaude a los que ganan, el evangelio nos recuerda que sólo ganan la verdadera vida los que la entregan generosamente a los demás. Y éste es nuestro testimonio y nuestra esperanza: que Jesús dio la vida por todos y la ganó para siempre, y que nosotros, si vivimos y morimos como Jesús, también resucitaremos con él.
EUCARISTÍA 1978/41
3.
-"¿De qué sirve a un hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida? " ¿De qué nos va a servir tener vete a saber qué, si al fin y al cabo no tuviéramos lo que de verdad vale la pena, lo que de verdad hace feliz? ¿De qué le sirve a aquel millonario acumular dinero y más dinero, a costa de no invertir y de permitir que haya cada vez más parados; de qué le sirve guardar tanto dinero en Suiza, vivir satisfecho creyéndose el dueño del mundo, estar rodeado de aduladores que no lo dejan ni a sol ni a sombra pero que si se fuera a la ruina lo abandonarían inmediatamente; de qué le sirve, si no puede tener nunca la felicidad de la amistad desinteresada, el alma tranquila de las ganancias adquiridas honestamente, la alegría del esfuerzo por los demás? ¿De qué le sirve al hombre ganarlo todo, ser más importante que todos, si al fin y al cabo esto le aleja de la última y más importante felicidad, la de Dios?
-Lo que para el mundo vale la pena Desde luego, estos principios que Jesús hoy nos dice NO SON LOS PRINCIPIOS QUE NUESTRO MUNDO QUIERE METERNOS EN LA CABEZA. Nuestro mundo, el mundo de los anuncios de la televisión o de los estímulos que cada día recibimos por todas partes, nos presenta como ideal eso de ser un triunfador, de ser más que los demás, de distinguirnos de todos por la compra de este o aquel producto, de tener prestigio, de pescar incluso novio o novia no por amor sino porque uno tiene un buen coche o usa esa colonia o aquel desodorante.
Estos son los principios que nuestro mundo quiere meternos en la cabeza, para alimentar infinitamente la inmensa espiral del negocio. Y más o menos resulta bastante semejante a lo que el mundo de la época de Jesús había metido en la cabeza de la gente de su tiempo: el propio Pedro, ya lo hemos oído, le dice a Jesús que de ninguna manera, que él debe ser un triunfador, no un hombre que tenga que pasar por el sufrimiento por fidelidad al amor. Sin duda, esos principios del triunfo a costa de lo que sea, del tener prestigio y desear ser el dueño del mundo, están en LA RAÍZ ÚLTIMA DEL PECADO ORIGINAL que nunca llegamos a sacarnos de encima.
Y todo eso, esta actitud, hermanos, es TERRIBLEMENTE RIDÍCULA Y DA PENA. Es ridículo que uno se haya dejado meter en la cabeza hasta tal punto la propaganda que porque con motivo de los mundiales de fútbol pudo comprarse un televisor en color y su vecino no, cree que es más importante y más feliz. O al revés, que porque no se lo pudo comprar haya creído que era un desgraciado, un perdido en medio del mundo. Y es ridículo -más ridículo todavía, y más triste- que una chica sueñe poderse casar con alguien que pueda ofrecerle todas las tonterías que anuncia la tele, en lugar de soñar en el amor y el trabajo común y la construcción, a dúo, de la felicidad. Y así sucesivamente.
J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1978/16
MISA DOMINICAL 1978/16
4. FE/DIFICIL.
Pedro, que el pasado domingo era la roca sobre la que se edifica la Iglesia, es hoy "Satanás" que piensa como los hombres y no como Dios. Es la crisis de Pedro -y de todo cristiano, también de la Iglesia- ante la dura realidad del camino de JC, de la iglesia, de cada hombre. La dificultad de comulgar con -de asumir- aquello que llamamos el misterio pascual: el camino hacia el Reino pasa por la lucha, sólo aceptando el escándalo de la cruz se llega a la resurrección.
-CONEXIÓN. El pasado domingo presentaba lo que es la confesión de la fe cristiana: Jesús -el hombre Jesús- es el Mesías, el Hijo de Dios (el guía y fundamento para el cristiano, el revelador de Dios, la posibilidad de vivir en comunión con el Padre y de caminar hacia el Reino). Y de esta fe nace -sobre esta fe se basa- la Iglesia como comunidad de creyentes en JC.
Pero... Esta fe no es fácil. "No se puede creer impunemente" decía Paul Claudel. La fe compromete más allá -muy a menudo- de lo que imaginamos. El ejemplo lo hallamos en el ingenuo que era Pedro. Aquel hombre enaltecido con trompetas de plata ("Tu es Petrus") en sí y en sus sucesores, en la Iglesia. Una ingenuidad -imaginar que diciendo que creemos en JC ya lo hemos entendido todo- en la que todos participamos. De ahí que el evangelio de hoy debería ser presentado como una clara advertencia dirigida a todos (incluso a toda la Iglesia): creer en JC significa aceptar su camino; creer en JC es estar dispuesto a seguir su camino. No pretender ganar el mundo, sino estar dispuesto a perder la vida. No pensar como los hombres, sino como Dios. Intentar compaginar la afirmación de fe en JC con seguir un camino de comodidad, de poder, de ganancia... es comulgar con Satanás (cf. las tentaciones de Jesús que leemos cada año en el primer domingo de Cuaresma).
Con el evangelio de este domingo termina la serie de textos centrados en la fe en JC. El próximo domingo comenzará otra serie -bastante extensa: del domingo 23 al 31- dedicada a la vida de la comunidad cristiana (de la cristología se pasa a la eclesiología).
-SER COMO DIOSES. Desde la antigua narración bíblica de aquello que denominamos "pecado original" tenemos admirablemente expresada la más honda tentación humana: ser como dioses. Pero, evidentemente, como un "dios" imaginado según las coordenadas del "mundo". Es decir, el que más tiene, el que más aparenta, el que mejor se lo pasa. Una tentación que a menudo se queda en el nivel de nuestro pequeños pecados -pequeños pecados pero que nos hacen daño y se lo hacen a los demás, porque forman un tejido de egoísmo, de dureza, de mentira-, pero que puede convertirse también en fuente de los grandes pecados que crucifican a la humanidad (el gran poder del dinero que conduce a la explotación de los débiles, que ensucia las relaciones humanas hasta hacerlas imposibles, que favorece las tiranías, las guerras, etc).
Y todo nace de esta pretensión de ser más, de tener más. Una pretensión muy humana pero que es también la gran tentación. Por eso el gran escándalo cristiano es que el Hijo de Dios rompa radicalmente con esta tentación y siga un camino de pobre, de servidor, de dar su vida. Aquello que el lenguaje cristiano llama "un camino de cruz". No por masoquismo ni como una negación de los valores humanos. Sino todo lo contrario: precisamente para encontrar la vida. La más plena realización del hombre se halla en el Hijo del hombre que es el Hijo de Dios. El nos revela la auténtica imagen de Dios y cómo el hombre puede -de verdad- "ser como Dios".
Por eso, para los creyentes en JC, "ser como Dios" es querer seguir este camino de servicio, de amor, de donación, que fue el camino de JC. Por más difícil que parezca.
J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1978/16
MISA DOMINICAL 1978/16
5.
El salmo 62 expresa los sentimientos que nos mueven a orar las lecturas de este domingo. Sí, he dicho orar. Porque la Palabra de Dios, fundamentalmente, se reza. Somos oyentes de la Palabra del Señor. De la escucha pasamos a la plegaria. Para que, finalmente, nuestra vida transcurra en la conversión del evangelio.
El salmo responsorial, pues, nos hacía exclamar: "Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío". El salmista ha recitado: "Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua". El poema sálmico concluía así: "mi alma está unida a ti y tu diestra me sostiene".
El profeta Jeremías encarnó este salmo. Jesús vivió únicamente para el Padre. Y afirmó que sus seguidores, como El, tenían que poner lo mejor de sí mismos en la búsqueda primordial de Dios y de su voluntad.
-Seducido Todavía hoy calan en el corazón las palabras de Jeremías (20,7): "Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste". ¡Dejarse seducir! Incluso puede parecer difícil. Pero esa es la cuestión. Hay que dejarse cautivar por Dios. No, no es una quimera. Los santos de Israel lo supieron hacer y lo han hecho igualmente los santos de la Iglesia. Una experiencia de gozo y de paz incomparables. Una serenidad impresionante y plenificadora. Desde Dios, las cosas humanas recobran un nuevo sentido. La seducción no es una especie de "neura" obsesiva. Ni tampoco una beatitud ficticia. La seducción de Dios se convierte en la forja de la personalidad creyente, en tanto que comporta la prueba. Sí, Jeremías se convirtió en el hazmerreír de la gente. Tuvo que anunciar cosas no muy agradables. La misma palabra anunciada era motivo de persecución. El profeta estuvo tentado de callar y no abrir más la boca. Pero, el fuego interior por Dios le abrasaba el corazón. Y la tarea proseguía, a pesar de los lamentos y las lágrimas que comportaban su predicación. ¡Cuánto coraje y cuánta fortaleza! La seducción era inmensa y purificadora en el crisol del dolor. Así Jeremías se fue volviendo coherente consigo mismo. Aprendió la verdadera respuesta al Dios del amor y la verdad.
-El caso Jesús Jesús, el profeta por excelencia, fiel a la misión que el Padre le había encomendado, anuncia su pasión, muerte y resurrección. Es realmente impresionante el camino de coherencia que condujo a Cristo a la Cruz. ¡Bien difícil de comprender! Tanto, que el mismo Pedro rechaza que sea posible. Pero Jesús le trata de Satanás, de tentador. Pedro, como el diablo en el desierto, propone grandezas. Pero, a su pesar, el Señor no se desdice de sus objetivos salvadores. Hay que pensar como Dios y no como los hombres. Ya se ve, pues, que la seducción de Dios requiere una escala de valores no siempre fácil.
Trastocar nuestra manera humana -terrenal, no evangélica- reclama mucho amor y mucha luz sobre cuál es nuestra realidad. La inversión de valores -la acogida de los valores evangélicos- supone que uno está totalmente seducido por Dios. Cristo, siempre hablando con el Padre y del Padre, siempre anteponiendo su misión diligente, aceptando el dolor y la cruz, nos ha dado ejemplo de la actitud exacta que hay que tomar en la cuestión Dios.
-Coger la cruz Se nos pide una actitud atrevida. Nuestra fe es un reto. Llega a su plenitud con la acogida de la cruz. He ahí una cuestión de vida o muerte, de felicidad o de desgracia. No hemos de ser miopes espirituales. Démonos cuenta de lo que realmente salva la vida. Sería muy peligroso que ganando el mundo la perdiésemos.
San Pablo ha insistido en esa misma idea: "Os exhorta, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios". Se trata, pues, de renovar la manera de ver las cosas. Y, por lo tanto, de vivir oblativamente. La oblación -la entrega- es la verdadera condición del amor de los esposos, de la relación entre padres e hijos, de la colaboración en el trabajo, de la acogida de las pruebas morales y físicas, de la construcción de la iglesia y de la comunicación del Evangelio... Dejemos, pues, que la Palabra del Señor nos seduzca. Ojalá que este domingo nos ayude a comprender, un poco más, lo que es primordial en la vida y nos haga adentrar en el camino de la verdadera alegría. Oremos de todo corazón diciendo: "Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío".
J. GUITERAS
MISA DOMINICAL 1990/17
MISA DOMINICAL 1990/17
6. Sobre la segunda lectura. SCDO-COMUN SANTIFICACION/V:
Hoy tenemos en la liturgia de la palabra uno de los textos claves que sirven de base al tema del sacerdocio común. Y es éste, sin duda, uno de los temas teológicos básicos subyacentes a la espiritualidad actual. Es, a la vez, un tema redescubierto en el Vaticano II que, no obstante, no ha sido quizá suficientemente resaltado.
Lutero, en su afán por una vuelta a una Iglesia más popular y menos clerical habló del sacerdocio común, y tanto lo resaltó que minusvaloró el sacerdocio ministerial proveniente del sacramento del orden sacerdotal. Ello hizo reaccionar a la Iglesia católica subrayando todavía más el valor del sacerdocio y acentuando el clericalismo en la Iglesia. A la vez, la Iglesia de la contrarreforma consideraba inconscientemente sospechoso todo lo que quisiera resaltar esta realidad del sacerdocio común de los fieles. Por eso es por lo que muchos cristianos actuales no habían oído hablar nunca -hasta el Vaticano II- de este tema tan capital, tan bíblico y, por otra parte, tan silenciado: el sacerdocio común (LG 10).
Todos somos sacerdotes. Este es el redescubrimiento del Vaticano II. Todos participamos en la función sacerdotal de Cristo. Por el bautismo somos consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como sacerdocio santo, para que por medio de toda obra del hombre cristiano ofrezcamos sacrificios espirituales en agradable culto a Dios. Por eso podemos ofrecer a Dios nuestro cuerpo, nuestra vida entera como una hostia viva, santa, agradable a Dios (Rom. 12, 1).
Hasta entonces muchos cristianos habían sido educados en una espiritualidad bien diversa. Nuestra santificación -según aquellas corrientes anteriores de espiritualidad- provenían de fuentes externas. Unas veces se trataba de la identificación y aceptación de la norma moral. Otras del sacrificio o la mortificación o, sobre todo, de la oración y del culto. Nuestro trabajo, nuestro esfuerzo, nuestro descanso, nuestra convivencia, nuestra vida profesional y familiar, en fin, no valían en sí mismas nada ante Dios. Dios no necesitaba de ninguno de los frutos de nuestra industriosa actividad. Así, la mayor parte de nuestra vida quedaba como fuera del plan de Dios: era un entretenimiento, una diversión (sic) a cuya servidumbre estábamos sometidos por nuestra misma condición humana y terrestre (hay que trabajar para comer). Nuestra verdadera santificación provenía de otras fuentes: de la oración y la adoración. Los cristianos realmente privilegiados eran aquéllos que por su estado de vida podían dedicar la casi totalidad de su tiempo a la oración y al culto, reduciendo al mínimo el grosor del soporte material de nuestra vida. Momentos santificantes eran sólo los dedicados a la oración y al culto. Había que santificarse "a pesar de" las condiciones concretas de la vida.
En este contexto es donde cuajó -como un intento de última recuperación de las fuentes de santificación en favor del cristiano de a pie- la espiritualidad de la recta intención. Nuestras obras no valían en sí mismas nada, ni aportaban realmente nada valioso al plan de Dios, pero podían serle agradables -podían pues así convertirse en una especie de sucedáneo del culto a través de la rectificación de nuestra intención interior de agradar al Señor. Nuestra vida se santificaba entonces a través de la multiplicación de actos piadosos (jaculatorias, visitas al Santísimo, actualización y rectificación de nuestra intención interior, ofrecimiento de obras, "in omnibus respice in finem...").
La vuelta al tema del sacerdocio común está a la base de una nueva espiritualidad, y del movimiento de la espiritualidad seglar. Todos somos sacerdotes por nuestra consagración bautismal, y ello nos posibilita convertir nuestra vida entera en un culto agradable a Dios. Cuando lo vivimos en el Espíritu del Señor, nuestro trabajo, nuestro esfuerzo, nuestro descanso y nuestra diversión entran a formar parte de la voluntad de Dios sobre nosotros. El cristiano, así, no tiene que salir del tejido mismo de su vida diaria para buscar fuera las fuentes de su santificación. Es su misma vida diaria la que le santifica, la que aporta a Dios lo que necesita para llevar adelante su plan de salvación sobre el mundo, la construcción del Reino de Dios.
Nuestra vida concreta y los frutos de nuestra actividad no son humo pasajero inútil para el Reino de Dios. Tanto es así que el Vaticano II nos asegura que quedan salvados y que volveremos a encontrarlos: "los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y libertad; en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo entregue al Padre el Reino" (GS 39).
Esa es la cruz: nuestra misma vida diaria vivida en el amor. La cruz de que nos habla Jesús en la tercera lectura. Ya hay suficiente mal en el mundo como para que queramos aumentarlo con nuestro sacrificio voluntario. El sacrificio, la cruz verdadera que el Señor quiere que acojamos cordialmente es la cruz del amor, del dar diariamente la vida por los hermanos, conscientes de que dando la vida es como de verdad la ganamos, y que todo otro intento -siempre egoísta- no sirve sino para malograr la propia vida del hombre.
DABAR 1978/49
7.
-"Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo" Recordemos el pasado domingo: ¡Pedro había captado mucho! Recordemos que, dócil a una inspiración, había hecho, en nombre propio y en nombre de sus compañeros, la gran profesión de fe en Jesús, el Cristo. En cambio hoy no ha entendido casi nada.
Incluso se atreve a querer dar lecciones al Maestro. Como nosotros que a veces entendemos algo pero, otras nada...
Pedro no entendía aún, como nosotros a menudo, que el camino del amor -que es el único camino de los seguidores de Jesús, porque es el único camino de Jesús- tiene que estar abierto hasta la muerte, hasta dar la vida si es preciso. Por eso, Pedro y nosotros nos escandalizamos y, entonces, nos convertimos no en una ayuda, sino en un estorbo para Jesús. Porque la actitud de Pedro y la nuestra, a menudo, está hecha de "carne y hueso" y no de Espíritu... Hecha de aciertos y desaciertos; de luz y de oscuridad; de aceptación dócil y alegre del misterio que envuelve nuestra vida y la de los demás o de rebelión tozuda a la voluntad de Dios, cuando sus caminos no coinciden, del todo, con nuestros caminos... Menos mal que lo que cuenta es saberlo reconocer y, después, continuar adelante, de nuevo, con esperanza.
-"El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga".
Los que escuchaban a Jesús estaban acostumbrados a ver condenados a muerte, avanzando hacia el patíbulo, cargados con la propia cruz en la cual tenían que ser ajusticiados. Pero cuidado, porque a través de esta dura imagen Jesús no se limita a invitarnos al seguimiento que puede llegar hasta el martirio cruento, sino que incluye la necesidad de aceptar la vivencia de este martirio hecha en clave ascética; o sea, hecha realidad en la vida de cada día, en la de cada uno de los seguidores.
El seguimiento de Jesús supone, pues, haber hecho una serie de opciones y rupturas: he escogido esto y, por tanto, he renunciado a aquello. Y es preciso que, a menudo, revisemos nuestra vida para ver si, de hecho, hay renuncias y hay fidelidades: porque nuestra vida no está hecha para ser guardada, sino para ser entregada, de golpe o poco a poco... Seguir a Jesús es preguntarse, muchas veces: ¿qué haría él en mi lugar? ¿Cuál sería su respuesta ante este hecho? ¿Enfrente de esta situación?...
-"Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará" Lo que salva o condena no es el hecho de pertenecer a un grupo, sino, básicamente, la respuesta sincera a la propia conciencia que en nosotros está, además, enriquecida e iluminada por la fe.
Y he aquí la gran paradoja anunciada y vivida por Jesús: la Vida es fruto de la muerte; no solamente en el último día, sino cada día. Por eso es preciso perderla para encontrarla -de nuevo- purificada; es preciso pasarla por dentro de Jesús y de su Evangelio, para nos sea devuelta con olor de eternidad. Porque "la vida nos es dada y la merecemos dándola". ¡Porqué perder es ganar! Con otras palabras: Jesús nos dice que amar es dejarse vencer por el amor; dejarse vencer por el otro. Por eso, concretando, los esposos que nunca se dejan vencer el uno por el otro, se quedarán sin matrimonio; los amigos, sin amistad; los miembros de una familia, sin hogar... y el cristiano que no se deja vencer nunca por Jesús y su Evangelio, se quedarán sin Jesús y sin Evangelio... Solo y sin fe.
Celebrar la Eucaristía es fortalecer nuestra capacidad de entenderlo y de vivirlo. ¡Es aprender a perder para ganar!
PERE VIVO
MISA DOMINICAL 1987/17
MISA DOMINICAL 1987/17
8. JCR/CZ: VIVIR EN CRISTIANO LLEVA INEVITABLEMENTE AL SUFRIMIENTO Y A LA CRUZ. NO PORQUE SER CRISTIANO SEA SUFRIR SINO PORQUE CONTRADICE LOS VALORES DE NUESTRO MUNDO.
JESÚS/MESIANISMOS.TIPO DE MESÍAS EN EL QUE ESPONTÁNEAMENTE CREEMOS TODOS:EL QUE CONSIGUE QUE TODAS LAS COSAS VAYAN BIEN.
IGLESIA.TENTACIÓN.LA MAYOR TENTACIÓN NO ESTA FUERA SINO DENTRO: TRAICIONAR A XTO DISTORSIONANDO SU IMAGEN:CREER EN EL HIJO DE DIOS Y NO EN EL SIERVO SUFRIENTE.
JESÚS.TENTACIÓN.JESÚS COMPRENDIÓ QUE ESTABA ANTE LA GRAN TENTACIÓN DE SU VIDA Y LLEGA AL COLMO DE LA INDIGNACIÓN:Mt 04.10.
1. El verdadero mesianismo
Esta escena sigue inmediatamente a la confesión de fe de Pedro, con la que forma una unidad, y es un pasaje también clave que resume con gran fuerza el verdadero mesianismo de Jesús y la tensión que produjo en sus discípulos. Un mesianismo inesperado y escandaloso que deja al descubierto la ambigüedad de la misma confesión de Pedro. Los discípulos, por medio de Pedro han confesado claramente por vez primera su fe en Jesús como Mesías, y éste les anuncia su muerte y resurrección. La sorpresa está contenida en el relato.
¡Qué difícil le es a Dios hacer que le reconozcamos los hombres! Todas las ideas que los discípulos se habían hecho acerca de Dios y de su Mesías las tuvo que ir combatiendo Jesús. Y es porque tendemos a imaginarnos a Dios a imagen y semejanza de nuestras ambiciones de poder y de grandeza, de riqueza e invulnerabilidad. Creemos que para acercamos a él necesitamos dinero, prestigio..., deshumanizarnos. Tendemos a imaginarlo al estilo de los poderosos y triunfadores de este mundo. Jesús quiere dejar las cosas claras para que sus seguidores no se llamen a engaño. ¿Será vano el intento, como parece demostrar la experiencia?
¿Qué significa que Jesús es el Mesías?, ¿qué implica seguirlo?, ¿cuál es su camino y su proyecto? Cuanto sigue es explicitación del sentido del mesianismo de Jesús, de la tensión que existe entre la idea de los hombres creyentes y la realidad manifestada en Jesús. Porque este texto no se refiere a la incredulidad de los de fuera, sino a la resistencia que la misma iglesia ofrece a Jesús en su calidad de Mesías sufriente y humilde. Una resistencia que desgraciadamente ha perdurado durante la mayoría de sus siglos de historia: aceptó el carácter mesiánico de Jesús, pero no el camino mesiánico del fracaso y del don de sí mismo.
2. La predicción de Jesús
"Desde entonces empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día". Es la primera predicción de la pasión, a la que seguirán otras dos (Mt 17,22-23; 20,17-19; Mc 9,30-32; 10,32-34; Lc 9,44-45;18,31-33). Son palabras que nos revelan la conciencia que Jesús tenía de su destino, de estar llevando una trayectoria que inevitablemente acabaría en la muerte.
Cuando Jesús predice su pasión no lo hace como si fuera un adivinador de su propio futuro, como si todo estuviera ya determinado y sabido desde un principio. Si así lo entendiéramos, el final dramático que tuvo su vida no sería un hecho histórico. Es verdad que todo eso estaba profetizado en las Escrituras, pero no son éstas las que provocan los acontecimientos, sino los acontecimientos los que determinan las profecías. Lo que estas palabras indican es que, a estas alturas de su actividad, Jesús ya contaba con la posibilidad de una muerte violenta: había violado la ley del sábado -quicio del sistema religioso de Israel- en varias ocasiones, lo que era motivo suficiente para condenarlo a muerte; había sido acusado por los dirigentes religiosos de estar endemoniado, penado también con la muerte; se había enfrentado a las autoridades, a los terratenientes; se relacionaba con gente a la que despreciaban los poderosos y a la que estaba abriendo los ojos sobre su situación de explotación y marginación... Las autoridades religiosas y políticas lo consideraban cada vez más como un elemento peligroso. Y no pensaba cambiar... De esta forma, Jesús tenía que contar con la casi evidencia de morir violentamente, como habían muerto muchos profetas. Su muerte ajusticiado será la consecuencia lógica de su actividad y de su toma de posición contra la ideología del poder.
Enumera brevemente los acontecimientos más importantes. El lugar de la pasión será Jerusalén, porque no cabe que un profeta pierda la vida fuera de la capital (Lc 13,33). Los ejecutores serán "los senadores, sumos sacerdotes y letrados", los que forman el sanedrín, el supremo tribunal de Israel. "Los senadores" eran los miembros del sanedrín que pertenecían a la aristocracia seglar, formada por los grandes terratenientes y que constituían el núcleo del partido saduceo. "Los sumos sacerdotes" formaban la aristocracia sacerdotal, ocupaban los altos cargos de la jerarquía, cuyo primado era el sumo sacerdote, y pertenecían también al partido saduceo. "Los letrados" eran el tercer grupo del Gran Consejo, la mayoría miembros del partido fariseo.
De esta forma, el sanedrín integraba a todas las clases dirigentes: el poder del dinero y a los líderes religiosos e intelectuales. Pasarán a la acción contra Jesús, que atacaba tan directamente esa religión oficial que tanto les servía para defender sus privilegios, adormeciendo al pueblo. Lo harán en nombre de Dios, como tantas atrocidades de la historia humana. Pero Dios mismo los desautorizará resucitando a Jesús, dándole de este modo la razón.
"Al tercer día" era una fórmula que se empleaba para indicar un breve espacio de tiempo. Y aunque es una frase que nos traen los tres evangelistas sinópticos, es muy probable que Jesús no la dijera. Estos han completado, desde la experiencia de la resurrección, lo que el Maestro vivió y enseñó.
No es que Dios quiera y haya decidido la muerte de Jesús, sino que ésta es inevitable por la oposición de los dirigentes al mesianismo que él encarna. La misión de Jesús consiste en liberar al pueblo de la opresión religioso-política de las instituciones y sus representantes. Era lógico que sufriera la oposición implacable de esas autoridades. Es fácil aceptar a un mesías triunfador. Los hombres de todos los tiempos y las mitologías de incontables ambientes humanos se han sentido fascinados por unas perspectivas mesiánicas que resolvieran todas las dificultades sin pedir esfuerzos personales a cambio. Pero aceptar a un Mesías crucificado es otra cosa. Jesús se ha dado cuenta de que lo que él pretende, por ser realmente liberador para el pueblo, encontrará muchas resistencias. Tantas o más que las que han encontrado, desde siglos, los profetas u otros líderes populares de la tierra.
Anunciar la palabra de Dios, vivir en cristiano, lleva inevitablemente al sufrimiento, al dolor. No porque ser cristiano sea sufrir, sino porque ser cristiano verdadero contradice la mayoría de los "valores" de la sociedad en que vivimos. Si ahora el cristianismo no crea problemas en muchos ambientes injustos, es porque ha tergiversado el mensaje de Jesús, equiparándolo a la mentalidad que domina el mundo occidental, con la consiguiente pérdida de credibilidad en los ambientes que buscan el cambio.
Ser cristiano es una fiesta, un gozo maravilloso, pero sólo para los hombres que esperan y viven del amor, para los hombres libres y generosos, para los inconformistas con el mundo que padecemos. ¿Y cuántos hombres hay así? Para los demás, el anuncio cristiano es un tremendo revulsivo que solamente produce irritación y problemas. Jesús vivió profundamente el amor. Y sabía muy bien que lo que él proponía era demasiado nuevo para ser aceptado inmediatamente. Orientar la vida según los valores de Jesús significa estar abierto a sus mismas perspectivas. Nuestra sociedad prefiere enseñarnos a autoencerrarnos en los límites estrechos que conceden el egoísmo y la ambición. Jesús nos abre al campo ilimitado de la eternidad, nos enseña que todo lo visible tiene un más allá; que cada cosa tiene su superficie y su hondura, y que abarcar ambos aspectos es poseer su verdad, darle todo su sentido; que para responder a las esperanzas, generalmente inconscientes, de todos los hombres es preciso hablar con profundidad, aunque choque en la superficie, para alimentar a los que ahondan y profundizan. Lo que nos convencerá siempre de Jesús es esa honda relación existente entre su revelación y lo que los hombres anhelamos en lo más profundo de nuestro corazón, porque su mensaje está dentro de nosotros. Es infinitamente iluminador para todos los que aceptan inventar, como él, su camino y su fe. Pero resulta indignante para los que prefieren seguir caminando cansinamente y sin problemas, y más aún para los que tienen acaparados los bienes materiales, que deberían ser patrimonio de toda la humanidad.
Una lamentable tentación de la iglesia es querer recuperar para sí, en beneficio de su autoridad y de su disciplina, a un hombre que desafió y contradijo a todas las autoridades religiosas de su tiempo y que hizo de la libertad el signo distintivo de sus discípulos. ¿No echó por tierra la religión que tan celosamente defendía el sanedrín? ¿Por qué hemos vuelto a caer en el mismo error? Jesús quiere que superemos todo ritualismo y nos lancemos a la aventura de ser hombres verdaderos, capaces de un crecimiento sin límites y de una capacidad de inventiva infinita. Una propuesta tan radical explica las persecuciones de los dirigentes.
A pesar de los esfuerzos de muchos siglos por reducir el cristianismo a las dimensiones de una religión de prácticas religiosas, Jesús sigue escapándose de los que quieren definirlo y apropiárselo. El suyo no es el destino del hombre superior que no es comprendido por sus contemporáneos y que tiene que morir para ser reconocido. Se trata de una forma de ser hombre tan nueva y desconcertante, que le hace Hombre en plenitud, Hijo del Dios vivo, Hijo del hombre, Mesías, Señor.
3. Pedro no está de acuerdo
Los discípulos habían llegado a descubrir a Jesús como Mesías. Ahora comenzaba una nueva tarea, más ardua que la anterior: ¿Qué Mesías? De nuevo es Pedro -en Mateo y Marcos- el que nos clarifica el tipo de mesías que esperaban y en el que espontáneamente tendemos a creer todos los hombres: alguien que resuelva victoriosamente todas las contradicciones de los hombres y haga que, de repente, todas las cosas vayan bien. ¿No dicen muchos actualmente que Dios no existe porque si existiera no permitiría el hambre, ni las guerras, ni el sufrimiento de los niños...? Una de las cosas que menos comprende nuestro mundo es el fracaso de los hombres buenos y el triunfo de los opresores. ¿No debería ser el éxito la consecuencia de la bondad? Y resulta que el mesianismo de Jesús no es éste, que él es Mesías desde la impotencia del ser hombre. Un Mesías dedicado a mostrarnos que se puede ser hombre a fondo, hombre plenamente realizado y abierto a todo lo que sea amor, libertad, justicia... Es impotencia lo que le condujo a la muerte, porque el mundo tiene poder y no acepta esos valores. Pero una impotencia que, a la larga, resultó definitivamente victoriosa... porque el hombre que ama gana siempre..., pero después de morir a sí mismo.
Jesús no será el mesías político y guerrero que esperaba la mayoría del pueblo, sino un hombre que asumirá en el dolor de la lucha diaria la tarea de redimir al hombre de su orgullo.
Pedro está en completo desacuerdo con lo expuesto por Jesús. Ha expresado la fe auténtica, pero no ha sacado las consecuencias de sus palabras. Creía en la mesianidad de Jesús y parecía que era un creyente, pero en realidad no aceptaba el lado más profundo y singular del Maestro. Cayó en las redes de su educación religiosa, que reducía todo a dimensiones "razonables".
Llevándose aparte a Jesús, lo increpa. El verbo es fortísimo, puesto que lo usa Jesús con los demonios o elementos demoníacos. Indica que el destinatario del reproche se opone al plan de Dios si no rectifica su postura. Pedro, por tanto, considera que lo que propone Jesús es contrario al designio divino. Alrededor de las personas comprometidas, o en camino de comprometerse, hay con frecuencia un coro de gentes que pretenden disuadirlas. Pedro y sus compañeros acariciaban el sueño de un reino mesiánico terreno y político, sin querer entender que ese reino lo había rechazado Jesús y combatido con energía desde el comienzo de su misión, desde las tentaciones del desierto.
La reacción de Pedro es muy explicable: no ha entendido todavía que el camino de Jesús -como todo verdadero camino humano- es camino de renuncia y muerte, antes de serlo de salvación y gloria.
Jesús deberá comenzar con sus discípulos un nuevo grado de inteligencia, aún más difícil que el anterior: explicarles el único mesianismo verdadero, la única forma de ser auténticamente hombre. ¿Cómo van a entender que al Mesías lo matará el sanedrín? ¿Lo entendemos nosotros? Es inconcebible y no puede suceder. ¿Cómo va a permitir Dios tal contrasentido: que el Hijo sea condenado por sus máximos representantes en la tierra? La actitud de Pedro es como una voz de alarma para los cristianos, porque el peligro mayor de la iglesia no está fuera, sino dentro de sí misma: traicionar a Cristo distorsionando su imagen.
Las tentaciones del desierto se hacen carne en la comunidad cristiana cuando rechaza toda forma de cristianismo sufriente, cuando se opone a ser perseguida por su fe, cuando quiere terminar con las formas humildes y pacíficas; cuando busca el poder religioso y político, dominar el mundo bajo el signo de la cruz... Cuando piensa que, si triunfa, es porque Dios la bendice. Pedro, como tentador de Jesús, expresa muy bien la permanente tentación a la que se vio sometida siempre la iglesia: hacer de Jesús de Nazaret un factor de poder y de riqueza.
No olvidemos que si los evangelistas insisten tanto en este tema es por lo mucho que nos cuesta a los cristianos comprender al "verdadero" Jesús, por la fuerza con que nuestro egoísmo y comodidad tiende a fabricar un Jesús a nuestra imagen y semejanza. La iglesia y cada comunidad debemos examinar nuestro modo de actuar con los hombres a la luz de este clarificador texto evangélico.
4. Pedro piensa como los hombres
"Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar, tú piensas como los hombres, no como Dios". Estas palabras manifiestan el colmo de la indignación. Jesús comprendió que estaba ante la gran tentación de su vida. Le ofrecían el poder, la gloria, las riquezas y los honores. Comprendió que sus discípulos no habían escuchado la voz del Padre y que a él mismo le era difícil acatarla momento a momento. Rechaza a Pedro con las mismas palabras que al tentador en la tercera tentación del desierto (Mt 410). Se trata, en realidad, de la misma tentación: aceptar un mesianismo que descarte los caminos de Dios para imponer los caminos humanos. Pedro y Jesús están en distintos planos. Así como las tentaciones del desierto están al comienzo de su actividad mesiánica, esta conversación está al comienzo del camino de la pasión.
Deberíamos meditar profundamente estas durísimas palabras dichas a un hombre que acaba de formular de un modo perfecto su fe en Jesús. No basta reconocer al Mesías; es necesario aceptar también todas sus consecuencias. La fe no puede quedar en el entendimiento ni reducirse a palabras: tiene que hacerse práctica.
El caso de Pedro es más grave que si no hubiera entendido: reconoce que Jesús es el Hijo de Dios vivo, pero pretende encauzar su mesianismo hacia el poder y el triunfo. Lo peor no es no entender una cosa, sino creer que se ha entendido perfectamente sin que sea así. El que no entiende puede preguntar, el que cree que ha entendido, ¿qué podrá hacer? ¿Es la gravedad de nuestra iglesia y de cada uno de nosotros?
La oposición de Pedro a Jesús no termina aquí: continuará hasta culminar en las negaciones (Mt 26,30-35.69-75 y par.).
Pedro es ocasión de tropiezo para Jesús. Esto presupone la existencia de un mesianismo "satánico", que presenta a Jesús como aliado del triple poder -político, económico y religioso-.
Y, lógicamente, a ese mesianismo le corresponderá una iglesia "satánica", aliada con esos mismos poderes y siendo ella misma poder.
El tropiezo ocurre siempre en los límites, allí donde lo divino hace irrupción en lo humano. Si el hombre no se aparta de sí mismo y se queda en sus pensamientos, vive separado de los pensamientos de Dios. Si el hombre se abre al mal, el tropiezo se hace insuperable. Creer en Jesús significa aceptar su camino y seguirlo, no pretender compaginar la afirmación de fe en Jesús con seguir un camino de comodidad, poder y ganancia. En la narración simbólica del pecado de Adán y Eva tenemos admirablemente expresada la más honda tentación humana: ser como dioses (/Gn/03/05). Pero como dioses imaginados según los valores del mundo: el que más tiene y mejor se lo pasa es el que más vale y el más feliz... Una tentación que a menudo se queda en el nivel de nuestros pequeños pecados -que nos hacen daño y se lo hacen a los demás-, pero que puede convertirse también en raíz de los grandes pecados que crucifican a la humanidad -el gran poder del dinero conduce a la explotación de los débiles, hace imposibles las relaciones humanas, favorece las tiranías, hace posibles las guerras-.
El gran escándalo de Pedro -y de todos los cristianos- es que el Hijo de Dios rompa radicalmente con esta idea-tentación y siga un camino de pobreza, de servicio, de don de la propia vida. No por masoquismo, sino como única forma de encontrar la verdadera vida y "ser como Dios". Esos son los caminos y pensamientos de Dios, tan distintos de los nuestros (Is 55,8-9).
Como es experiencia de todos, una cosa es saber todo esto teóricamente y otra muy distinta vivirlo personalmente. Y no debe extrañarnos: la gran tentación humana es natural que sea difícil de desenmascarar y más aún de vencer.
Debemos evitar que este camino de cruz se confunda con un negar los valores humanos o una renuncia al esfuerzo para mejorar la vida de los hombres. Jesús no niega nada de todo eso, sino todo lo contrario: nos ofrece la posibilidad y el camino para llevarlos a plenitud. Lo que ataca es la deformación de los valores humanos, los falsos caminos. ¿Tienen algo que ver los valores de Jesús, reflejados en las bienaventuranzas, con los valores de nuestra sociedad? Cuesta pensar como Dios, cuesta esforzarse cada día al servicio de lo que vale la pena. Tenemos que aceptar la forma de hacer Dios las cosas, aunque muchas veces se opongan a nuestras esperanzas; empezar desde el principio para comprender fatigosamente algo de los pensamientos de Dios, guiados por el Espíritu de Jesús. Es necesario elegir entre los pensamientos de Dios y los criterios mundanos. Es razonable pensar que existan otras formas más fáciles de vivir el cristianismo, de afrontar la misión de la iglesia en el mundo. Jesús no puede obligarnos a tomar una decisión u otra. Eso depende de cada uno. Pero no debemos engañarnos: ¿de qué serviría?
5. Condiciones del seguimiento
La misma suerte que el Mesías deben correr sus discípulos. Discípulos de un hombre que murió colgado de una cruz. Es lo que intenta decirnos Jesús en la segunda parte de este texto, en el que nos expone claramente las condiciones del seguimiento. Jesús había llamado a sus discípulos a seguirle, habían formado un grupo que recorría las aldeas anunciando el reino de Dios. Este seguimiento exterior de ir con él debe convertirse en seguimiento interior. Un seguimiento que requiere otras condiciones distintas del abandono de casa, profesión y familia. Sólo entonces el seguimiento será verdadero. "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga". Estas son las condiciones que nos pone Jesús para que sea realidad ese seguimiento interior. Es evidente que Jesús no era ningún líder político, porque ¿qué político se atrevería a hacer una propaganda tan impopular?, ¿quién es capaz de hablar así a las masas, siempre deseosas de facilidades? Sin embargo, Jesús no hace más que remitirnos a nuestra propia experiencia, descubrirnos qué es ser hombre, cuál es su meta y sus posibilidades. ¿No hemos comprobado alguna vez que, cuando nos hemos arriesgado a poner en práctica algo de su mensaje, nuestra vida adquiría sentido y plenitud?
"El que quiera..." Se es discípulo de Jesús después de un acto libre y consciente. Lo que supone que analicemos el problema, que estudiemos el evangelio, que comprendamos las palabras de Jesús y las comparemos con otras teorías y religiones. Y después, decidirnos. No podemos seguir defendiendo un cristianismo sociológico y masivo, que nada tiene que ver con las exigencias marcadas por Jesús. El discípulo debe elegir libremente el mismo estilo de vida que el Maestro si no quiere ser un esclavo cristiano. Las condiciones del seguimiento son dos: "renegar de sí mismo" y "cargar con la propia cruz"; renuncia y entrega.
"Que se niegue a sí mismo". Una frase que debemos entender bien, porque si significara anularse a sí mismo como persona, ser incapaz de tomar una decisión, esperar que otro piense y decida por nosotros, someternos incondicionalmente a la autoridad religiosa, indiferencia y cansancio de la vida u otras cosas por el estilo, es evidente que ningún hombre digno podría aceptarla. Jesús quiere que vivamos en libertad, como personas y como comunidades; que tomemos las riendas de nuestra propia vida.
Negarse a sí mismo significa renunciar a toda ambición personal y es una nueva formulación de la primera bienaventuranza: elegir ser pobre (Mt 5,3); significa no ponerse a sí mismo como centro de la propia existencia. La vida cristiana exige la superación del egoísmo y del hedonismo -que considera el placer como el único fin de la vida-, dominarse, esforzarse, valorar a Jesús como la mejor ganancia; leer la historia y la vida humana desde él. Es aceptar el proyecto mesiánico de Jesús, invirtiendo la imagen de Dios que nos hemos construido. Es una conversión que llega hasta la misma raíz del hombre y alcanza el centro de la propia mentalidad, desconcertando constantemente los criterios que tenemos por indiscutibles y las propias valoraciones.
Jesús ha rechazado como venida de Satanás toda forma de religión que sea signo de poder entre los hombres, porque el poder acaba alienando hasta al mismo que lo ejerce. Lo mismo "el dinero" (Mt 6,24). ¿No tenemos la ilusión de ser más en la medida que tenemos más? Es como una trampa sutil que nos incapacita para ser verdaderamente hombres, como un enemigo que está dentro de nosotros y se hace pasar por nosotros mismos. Toda tentación externa tiene su aliado en algo que está dentro del hombre. Es insuficiente la liberación exterior de la persona -de un régimen dictatorial, por ejemplo-, si no culmina en una liberación interior. Es en el interior de cada uno donde se logra la verdadera libertad. Desde esta perspectiva, "negarse a sí mismo" significa que aceptar la liberación que trae Jesús obliga a luchar por liberarse en el propio interior de todas las fuerzas internas que nos aprisionan: mentiras, orgullo, comodidad, afán de lucro y de poder... No nos queda otra alternativa: o negarnos a nosotros mismos viviendo para los demás, como hizo Jesús, o vivir para nosotros mismos rechazando la fe y el camino del Mesías. Nuestra personalidad está en la capacidad de entregarnos a los demás renunciando a ese "sí mismo" que intenta oprimirnos y oprimir a los otros.
"Que cargue con su cruz". Es la segunda condición, que complementa la anterior. Los maestros judíos nunca proponían tal cosa a sus discípulos. Algunos jefes zelotes sí lo pedían a los suyos, pues sabían que ése sería su final si eran apresados. La cruz era el destino final de todos los que no bailaban al ritmo del poder establecido y simultáneamente hacían de él una fuerte crítica. Jesús prevé la cruz, como resultado de su misión profética, para él y para los suyos. La crucifixión era el terrible suplicio que el poder romano reservaba a los guerrilleros y a los esclavos rebeldes. Un suplicio que nunca se aplicaba a un ciudadano romano, como fue el caso de Pablo de Tarso. Invitar a "cargar la cruz" era invitar a una actitud de subversión directa y activa, arriesgada al máximo, aunque no en la línea de los zelotes.
Muchos parecen pensar -siempre entre los que viven una vida más o menos acomodada- que cargar con la cruz consiste en aguantar resignadamente todo lo que nos venga encima -sobre todo si cae encima de los demás-, nunca luchar para que las cosas cambien -sería peligroso para sus intereses, rezar un poco más, ir a misa, celebrar unas fiestas religiosas...-. Son gente que se sirven de la fe sin importarles el hambre del mundo, el paro... Han llegado hasta el cinismo de imponer su falsa visión del Dios de Jesús. Pero Jesús no está haciendo apología de paciente resignación.
Pensar y predicar que "cargar con la cruz" significaba resignarse a la injusticia que hallamos en el mundo... hizo posible que Carlos Marx pudiera escribir -y mucha gente de antes y de ahora pensará que tenía razón- que "la religión es el opio del pueblo", una "dormidera" para facilitar los planes de los poderosos. Y es la causa de que actualmente muchos estén convencidos de que el cristianismo no sirve para mejorar realmente la sociedad.
Si Jesús fue perseguido, condenado a muerte y clavado en la cruz, fue porque luchó hasta el final, siguiendo el camino que el Padre le había trazado: el camino de la lucha por la libertad, el amor, la justicia, la paz... Si se hubiera limitado a una predicación conformista que dejara las cosas como estaban, sin querer cambiar aquello que también entonces llamaban "orden", habría muerto de viejo, bien considerado, respetado, merecedor de alguna medalla. Si lo clavaron en la cruz, fue porque estorbaba; y si estorbó, fue porque luchó por un mundo distinto.
Cargar con la propia cruz significa aceptar ser perseguido y condenado a muerte por la sociedad establecida. Es vivir la última bienaventuranza: vivir perseguidos por ser fieles a la causa de Jesús, que es la causa del pueblo oprimido (Mt 5,10-12). Es amar sin limitaciones, vivir abiertos al misterio de Dios, aceptar dar la vida por Jesús y su evangelio, ir gastándola en favor de los demás. Es soportar las incomprensiones a causa de la fe, aceptar el dolor y las limitaciones de los propios pecados. Es preguntarse cada día: ¿En qué puedo servir a los que me rodean?, ¿cómo puedo dar vida al que la necesita?... Es la renuncia al propio futuro, a la propia seguridad, para seguir a Jesús. Es, en definitiva, compartir el mismo destino de Jesús, tratar de hacer en cada momento lo que él haría y colocar este ideal por encima de todo interés personal. La cruz es un modo de afrontar la vida que debe ser aceptado desde el corazón.
Lucas dice "cada día" para indicarnos que tomar la cruz es una opción que debemos realizar diariamente. Nos indica su profunda reflexión sobre la cruz del discípulo. Normalmente, llevar la cruz era avanzar por el camino del último suplicio. Lucas quiere clarificar más: no se va a la muerte cada día, pero sí cada día pasamos angustias, dificultades... que nos hacen experimentar una especie de muerte. La cruz de cada día es menos decisiva, pero no supone menor fidelidad y tenacidad en seguir a Jesús, sino quizá más, porque es mucho más fácil dar de golpe la vida -nos puede encontrar en un momento de exaltación- que entregarla día a día, instante a instante.
El que cumple esas dos condiciones -negarse a sí mismo y cargar con su cruz- es el verdadero seguidor de Jesús. Porque seguirle no significa un mero acompañarle exteriormente o hablar mucho de él, sino adherirse interiormente a su persona, tomar parte en su destino histórico, comulgar con su vida, apuntarse a la procesión de los crucificados por los poderes de todos los tiempos... No es predisponerse para obtener un cargo en el nuevo Israel liberado de la ocupación romana.
6. Son las únicas sensatas
Jesús nos propone ahora tres argumentos para probarnos que sus condiciones, aparentemente tan duras, son las únicas sensatas: perder la vida por él es asegurarla para siempre, no compensa ganar el mundo entero si es al precio de malograr la vida, al final habrá una retribución para los que sean fieles.
El primer argumento parece un juego de palabras: "Si uno quiere salvar la vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará". No se trata de renunciar a la vida terrena para ganar la celestial, sino de cambiar el proyecto de esta vida; ni a los valores materiales por los espirituales. Jesús afirma que la vida entera, material y espiritual, se posee únicamente en la entrega de sí mismo. No se trata de una renuncia a la vida, sino de un proyecto de la misma en la línea del amor; de proyectar la existencia en términos de entrega, no de posesión. Porque hay un modo falso y otro auténtico de vivir. El primero se funda en el egoísmo; el hombre se hace centro de sí mismo y termina por autodestruirse. El segundo encuentra el sentido de la vida en la entrega a los demás; da y pierde de sí mismo para que otros tengan vida. Pero es una pérdida aparente, porque quien da con amor vive en plenitud. Son los dos caminos del sermón de la montaña (Mt 7,13-14).
Las palabras de Jesús se pueden traducir de la siguiente forma: se gana lo que se ofrece a los demás, lo que se sacrifica en bien del otro; se pierde lo que se retiene para uno mismo. Y esto se puede aplicar a los bienes materiales, al empleo del tiempo, a los propios ideales y talentos... Siempre será realidad que lo que dé es lo que tengo, lo que guarde es lo que pierdo. Resucita lo que ha muerto en bien del otro. La resurrección de Jesús fue la consecuencia de su entrega. Hace falta amar mucho la vida para darla de esa forma. A los muertos que mueren "vivos" no hay quien los mate. El valor supremo del hombre -la vida- sólo se asegura si uno está dispuesto a perderla por causa de Jesús.
"Salvar la vida" es gastarla en el juego de unos pocos años buscando el propio interés; "perderla por Jesús" es arriesgarla en bien de los demás. "Salvar la vida" es abandonar el grupo de Jesús, considerado demasiado revolucionario, para ponerla a cubierto; "perderla por Jesús" es arriesgarla manteniéndose unido al grupo. Un riesgo que sólo puede correrse a base de una total solidaridad con la persona de Jesús. El primero acaba por perderla; el segundo la conserva para siempre. El argumento opone lo efímero del primer resultado a la permanencia del segundo.
Ya hemos visto los resultados de esta actitud en el mismo Jesús: llegar a ser plenamente hombre y a ser resucitado por el Padre, recobrando la vida que había entregado sin ninguna limitación. Resultados que vemos también, de algún modo, en los hombres que se entregan al servicio de los demás: acumulan la vida, se les nota la adultez en el amor, aman más y mejor que los niños...
"¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla?" Es el segundo argumento de Jesús para convencernos de lo necesario que es para el hombre seguir su camino.
La vida es el supremo valor. Debe ser la vida la que condiciona y determina el valor de las cosas. Luchar por ellas no tiene sentido si peligra la vida misma; ¿para qué servirán después? El hombre con vocación de almacenista no tiene valor ni sentido a los ojos de Dios (Lc 12,16-21). Toda ganancia, por cuantiosa que sea -aunque sea "el mundo entero"-, es un mal negocio si el hombre se autodestruye con ella. En el momento último, cuando el hombre se enfrente con el "Hijo del hombre", no contará lo que tiene o tuvo, sino lo que es e hizo. Las obras siguen al hombre como prolongación suya que son. Los bienes quedan atrás, como adherencias que fueron. La entrega de la vida únicamente puede justificarse por la vida en plenitud y para siempre. ¿De qué le sirve al hombre ganarlo todo, ser el más importante..., si al final se alejó de la última y más importante felicidad, la que dan los valores de Dios?
Los valores de Jesús no son los que el mundo pretende meternos en la cabeza para alimentar la inmensa espiral del negocio. Basta recordar las bienaventuranzas para convencernos de ello. Los principios del triunfo a costa de lo que sea, del tener prestigio y desear ser el dueño del mundo, están en la raíz última del pecado original, que nunca llegaremos a sacarnos del todo de encima.
Son otras las cosas que valen la pena: el amor, la amistad, la ayuda mutua, la justicia, la paz, la solidaridad..., todo lo que sea trabajar por la felicidad de todos, porque eso es lo que da tranquilidad por dentro. ¿De qué sirve acumular dinero y más dinero, cosas y más cosas..., si no podemos lograr nunca la felicidad de la amistad desinteresada, la alegría del esfuerzo por los demás...?
"El Hijo del hombre vendrá... y pagará a cada uno según su conducta", dice Mateo. Marcos y Lucas afirman que "el Hijo del hombre se avergonzará" del que se avergüence ahora de él y de sus palabras. La idea es la misma: cada uno se encontrará al final con aquello que sembró ahora. Es el tercer argumento.
A todos nos gustaría un cristianismo fácil, cómodo, más compaginarle con la sociedad; algo así como el que nos hemos "montado". Pero no es eso lo que nos dicen los evangelistas.
7. Una frase difícil /M/16/28
"Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo del hombre con majestad". Con estas palabras, independientes de todo lo anterior, termina este texto. Es una frase difícil que ha suscitado distintas interpretaciones. ¿Quiere decir Jesús que el juicio final estaría tan próximo que alguno de los presentes no habría muerto cuando tuviera lugar? ¿Qué entendía con esta misteriosa frase, desmentida por la realidad de los hechos? ¿Participaba Jesús de la creencia que había por aquellos años de la proximidad del fin de este mundo? Es muy posible que Jesús creyera en la inminencia de la llegada del reino de Dios, del fin del mundo. No podemos olvidar que no era un superhombre, sino un hijo de su época, y que tuvo que crecer, como todos, en "sabiduría y edad" (Lc 2,52). San Pablo también creyó que podría presenciar personalmente la segunda venida de Cristo (I Tes 4,15; I Cor 15,51).
Nos habla de un acontecimiento clamoroso: el Mesías rechazado intervendrá como rey en el curso de la historia. Acontecimiento que desarrollarán los tres evangelistas en sus respectivos discursos escatológicos (Mt 24-25; Mc 13; Lc 21,5-33). Algunos estudiosos sostienen que estas palabras no son de Jesús, sino de la comunidad cristiana primitiva, necesitada de consuelo en medio de las atroces pruebas a que se veía sometida.
La proximidad del final era una esperanza para seguir caminando en medio de las dificultades. Jesús siempre prescindió de hacer afirmaciones de este tipo: el día y la hora sólo los conoce el Padre (Mt 24,36). Si el lenguaje usado es típico de la tradición profética y apocalíptica, la interpretación tiene que tener en cuenta aquella perspectiva y mentalidad. Cuando los profetas quieren poner en evidencia la certeza de la intervención de Dios, prescinden de la perspectiva de tiempo -Dios carece de él, por ser eterno-, afirmando la presencia divina aquí y ahora, enseñando que el acontecimiento futuro se hace realidad cuando la palabra de Dios llega al hombre. Descubrir a Jesús como Mesías de Dios, ¿no es lo mismo que verlo "llegar con majestad"? El que profundiza en él se da cuenta que es ésa la única forma de vivir auténticamente. Y el que vive así intuye el final gozoso de la historia. La forma del enunciado, que responde a la mentalidad de la época, no puede ser igual que en nuestro tiempo. Otros han identificado esta llegada con la transfiguración de Jesús, con su resurrección...
FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 3
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 99-113
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 3
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 99-113
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