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jueves, 20 de noviembre de 2008

Comentario Bíblico y Pautas Homiléticas: Fiesta de Cristo Rey

Publicado por Dominicos.org

Introducción

Calificar y celebrar a Jesús como rey provoca hoy un fuerte rechazo en no pocos cristianos. Pero tal actitud deriva, entre otras muchas razones, de que se toma como referencia de lo que es un rey a los que detentan el máximo poder en los Estados monárquicos. Y, lógicamente, la conducta de Jesús de Nazaret estuvo en las antípodas de lo que hacen esos jefes de Estado. Sin embargo, bien podríamos proceder al revés: tomar a Jesús como modelo de rey y de modo de reinar, y, desde tal modelo, valorar y criticar las otras maneras de ejercer el reinado.

El “reinado de Dios” fue y es una acción total y exclusivamente bondadosa, gratuita y salvadora por parte de Dios hacia nosotros. Quien entienda o persiga otra cosa, que no se atreva a rezar: “venga a nosotros tu reino”, porque con toda seguridad no está ansiando el reino de Dios predicado por Jesús de Nazaret, sino un reino de poder o de otra cosa.

Desear que venga el reino de Dios implica, en primer lugar, ser agradecidos con Dios por tanta bondad para con nosotros; y, en segundo lugar, comprometerse con aquello que pedimos, es decir, practicar ese tipo de reinado de bondad y salvador con aquéllos que más lo necesitan. Dios actúa a través de nosotros; de tal modo, que el reino de Dios no viene si nosotros no cooperamos. Esta celebración debe servir para animarnos mutuamente a construir ese reino de bondad, de gratuidad y de salvación al modo de Jesús de Nazaret.



Comentario bíblico

Este domingo último del año litúrgico, desde la instauración de la fiesta de Cristo Rey del universo (en 1925, por Pío XI), en un contexto social y religioso muy distinto al de hoy, nos introduce muy de lleno a una dimensión salvífica de la historia de la humanidad. Esta historia no es simplemente una producción, aunque sea de los mejores valores culturales, sino que los cristianos estamos llamados a dimensionar el mundo para que un día, Cristo, quien ha dado su vida por todos, pueda presentarlo redimido y liberado de todo lo que hoy es oprobio e ignominia. Los cristianos confesamos que nosotros, la humanidad sola, no puede hacer una historia hermosa y liberadora. Cristo es nuestra esperanza.


* Iª Lectura: Ez (34,11-12;15-17): Dios, nuestro pastor

La primera lectura es uno de los discursos proféticos más valorados del AT, que se pronuncia en el momento del desastre del pueblo en el destierro de Babilonia. Es un oráculo de esperanza, porque el Dios de Israel ama entrañablemente a su pueblo. Pero las cosas han de cambiar. El profeta Ezequiel presenta la alternativa a los dirigentes de su pueblo, a los reyes, sacerdotes y clase dominante: el Señor será un pastor de verdad; un pastor que buscará una a una a sus ovejas, las cuidará, las curará si es necesario. El Señor de Israel no es un rey sin corazón, como los que hasta ahora condujeron al pueblo, sino quien sabe entregar su vida como verdadero pastor. Es verdad que hay pastores sin corazón; pero para ser buen pastor hay que dar la vida por las ovejas.


* IIª Lectura: Iª Corintios (15,20-26.28): En Cristo, la humanidad está llamada a la vida eterna

II.1. La segunda lectura nos habla de la clave de la vida escatológica: la resurrección de los muertos. Sabemos que Pablo afronta este problema en la comunidad de Corinto ante un grupo ideológico de iluminados que negaban la necesidad de la resurrección, quizás por influencias helenistas del desprecio del “cuerpo”. Pero el apóstol distinguirá en este capítulo, de una manera nítida, entre el “cuerpo” y la “carne” (“la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de Dios” v. 40). Pablo, con toda el alma y todo el corazón, piensa que si no fuera así, ni Cristo habría podido resucitar, porque El era un hombre, y nuestra fe no tendría sentido. ¿Es coherente este planteamiento teológico? Desde luego que sí. La resurrección, en el fundamento de la fe cristiana, no es un añadido estético, sino lo que explica la razón de nuestra fe y de nuestra esperanza.

II.2. En la lectura de hoy, Pablo hace algunas precisiones comparativas entre Adán y Cristo, para poner de manifiesto que si ser descendientes de Adán implica necesariamente la muerte, y especialmente la muerte como negatividad, el creer en Cristo nos introduce en la dinámica de la vida verdadera, que la podríamos expresar así: no hemos nacido para la muerte, sino para la vida. Dios, en Cristo como primicia, nos ha revelado que su creación es tan positiva, que no caeremos nunca en la nada, aunque tengamos que pasar por la muerte; la hermana muerte nos lleva, necesariamente, a la vida que el Creador nos regala.


* III. Evangelio: Mateo (25,31-46): Un “reino” de vida, por la justicia y la paz

III.1. El evangelio de hoy, de Mateo, el que se conoce como el “juicio de las naciones”, está en conexión con la primera lectura en razón del papel de las ovejas y del futuro que les espera. Ahora, aquél pastor pasa a ser rey de las naciones, del universo entero. El Hijo del hombre juzga como los reyes (“en su trono de gloria”)… pero en realidad es un elemento no decisivo, ya que el “reinado de Dios”, clave del mensaje de Jesús, no expresa monarquía, ni sistema político determinado aún en lo parlamentario, sino un planteamiento ético universal. Y todo lo que muchas mentes fundamentalistas alimentan en un texto tan complejo como este (v.g. el juicio del valle de Josafat), debería dejarse de lado para ir a lo fundamental. La teología del evangelista trata de presentar una dimensión cósmica, universal, de la acción del Señor. Todo el mundo, toda la historia, pues, están bajo la acción salvadora y redentora del Señor. No es solamente Israel, el pueblo judío o en nuestro caso los cristianos, como ya lo ha manifestado antes (Mt 19,16-19).

III.2. El relato tiene una serie de acciones y símbolos que hacen pensar: derecha-izquierda, ovejas-cabras, hermanos pequeños, benditos de mi padre, dar de beber, conmigo lo hicisteis. Así ha nacido una interpretación de carácter “filantrópico” y de solidaridad que no presume o abusa de elementos “religiosos” en muchos casos. Algunos se indignan porque ésta sería la lectura que plantea o justifica un seguimiento de Jesús casi “sin religión” o que cualquier hombre o mujer sin fe, están llamados a la salvación simplemente por solidaridad con sus hermanos. En realidad el texto dice lo que dice y enseña lo que algunos “temen”. Y además, está en Mateo cuyo texto respira judaísmo por todos los poros. Es un texto, sin duda que viene de Jesús, aunque la elaboración mateano no deja lugar a dudas. Pero Mateo no ha podido ocultar la radicalidad contracultural con la que Jesús pudo expresarse en su momento.

III.3. No negamos que es un texto difícil, pero nada alambicado. Es verdad que los “hermanos míos pequeños” son los seguidores de Jesús que sufren y son perseguidos… pero los hermanos de Jesús “pequeños” son todos los hombres y mujeres que sufren. Y eso no significa que la religión salta por los aires, sino que la religión del “reinado de Dios” es universal, y en la que caben aquellos que sin pertenecer a una estructura religiosa confesional pueden hacer posible lo que el Reino de Dios pretende, hacer de este mundo un “reinado de vida” por la justicia y la paz. Pensar que eso es un reduccionismo de la religión verdadera es no haber entendido el mensaje evangélico de Jesús. El mensaje de Jesús seguirá siendo escandaloso siempre. Y si nunca pudo ser encerrado de lleno en el judaísmo de la época es porque en Jesús comienza algo radicalmente nuevo, desde su continuidad-discontinuidad con la religión de su pueblo y con el Dios de Israel.
III.4. Por lo mismo, tendríamos que ver aquí una afirmación rotunda, atrevida en cierta manera: todos los hombres, sean creyentes o no, tienen que enfrentarse críticamente con el proyecto salvífico de Cristo. Y la pregunta podría ser, ¿qué criterios pueden servir para los que no creen en Dios ni en Cristo? Pues el mismo criterio que para los cristianos y creyentes: el amor y la misericordia con los hermanos. Ese es el único criterio divino y evangélico de salvación y de felicidad futura: la caridad y la ayuda a los pobres, a los hambrientos y a los desheredados. El juicio divino no tiene unas leyes que beneficien a unos y perjudiquen a otros, como a veces se da a escala mundial. Cristo, es el rey de la historia y del universo, porque su justicia es la aspiración de todos los corazones.

Fray Miguel de Burgos, O.P.


Pautas para la homilía

* El “reino de Dios” fue el centro de la misión y la esencia de la actividad de Jesús

Todo lo demás, en Jesús, giró en torno al reino de Dios. Aunque en ninguna parte del evangelio hallamos una definición teórica de lo que es el reinado de Dios, Jesús dejó bien claro con su vida y con su mensaje que el reino es la implicación definitiva de Dios en salvarnos a los humanos. Por otra parte, Jesús, al poner en el centro de su predicación el reinado de Dios, dejó bien claro que Dios, para él, es el centro de su existencia.

* El reino de Dios tiene como eje la gratuidad, que supera la justicia

Jesús habló del reino de Dios en parábolas. Lo que primero llama la atención en esas parábolas es la inmensa bondad del protagonista, que no es otro que Dios Padre. El dueño que paga a los últimos obreros lo mismo que a los primeros, el padre que da un banquete al hijo pródigo, son, a primera vista, “injustos”, como lo manifiestan los obreros que fueron a primera hora y el hermano mayor del hijo pródigo. Pero es que la conducta de bondad, de gratuidad que ejerce de Dios con los seres humanos hace añicos nuestros cálculos de lo que es normal y de cómo deben estar ordenadas las cosas en el mundo, porque Dios supera la justicia con la bondad, con la gratuidad.

* En definitiva, el reino de Dios es un estilo de vida: el que vivió Jesús de Nazaret

El mensaje de amor de Dios que nos muestran las parábolas no podía convencer a nadie si no llevaba el respaldo de alguien que realizara ese amor. Pues bien, ése era Jesús de Nazaret. Su bondad sin límites se mostraba en cómo acogía a los pecadores, a los pobres, a los que no tenían un lugar en la sociedad. La cruz fue la máxima expresión de hasta dónde llegó su amor a Dios. Por eso Jesús hizo acontecimiento en su vida el reino de Dios, el reino de la salvación. Por medio de Jesús, el ser humano ha entrado en una nueva relación con Dios. Esa bondad de Dios se nos ha comunicado y atañe a lo más profundo de nuestro ser. No es algo ajeno a nosotros, sino que es una energía que nos impulsa a dar un sentido peculiar a nuestra vida y a nuestra muerte. Hace que las relaciones entre los seres humanos adquieran una nueva modalidad: al ser conscientes de que todos hemos recibido la bondad divina, ya no nos trataremos mutuamente sólo como personas, sino como hermanos.

* Los pobres son los candidatos preferentes del reino de Dios

Esta promesa la leemos en las bienaventuranzas del sermón de la montaña. Porque la salvación que promete el reino de Dios tiene en cuenta la miseria real que existe en el mundo y que Jesús ve con mirada compasiva, por lo que, para él, la supresión definitiva de esa mi­seria es un objetivo esencial del reino de Dios. En tiempos de Jesús se pensaba que el origen de las enfermedades estaba en los demonios. El reino de Satanás era un reino estructurado y poblado por de­monios nocivos. Según eso, el derro­camiento del reino de Satanás fue el gran objetivo de la actividad de Jesús, y por eso puso su empeño en ayudar a ven­cer la miseria física y psíquica de los seres humanos de las aldeas de Palestina. Hoy sabemos que el Satanás causante de las miserias de muchos seres humanos no son demonios, sino los propios humanos que vivimos en la abundancia y nuestros sistemas de organización social, política y económica. En el presente, la crisis financiera de nuestro “seguro” sistema económico deja en la cuneta la solidaridad. Pues bien, sólo se abrirá paso al reinado de Dios hoy si ponemos manos a la obra para conseguir la liberación de tantas personas esclavizadas por el hambre, la enfermedad, el analfabetismo y todo tipo de miserias y calamidades. Si no, seguirá imperando el poderoso y seductor reino de Satanás.

* Optimismo que infunde el reino de Dios a pesar de tanta miseria

Las palabras de Jesús son optimistas y están llenas de certidumbre sobre la victoria contra el reino de Satanás. Se fió totalmente de Dios, cuyo amor adquirió vida en él. Ahí está la clave de que, a pesar de las enormes dificultades que vivió, superó la experiencia de fracaso. Y por eso anunció que el reino de Dios triunfaría y los hambrientos serían saciados, y los tristes reirían de nuevo. La confianza de que Dios actúa fue para él la garantía del éxito futuro de aquello que en su principio era insignificante, una semilla tan sólo. El reinado de Dios se impondrá victoriosamente cuando sea llevado a cabo por personas que se fían de Dios y de Jesús y se deciden a paliar las miserias que padecen los seres humanos.

* El juicio final. Según el texto de Mateo, el amor a Dios no puede expresarse si no es en el amor al prójimo

Ningún Dios de otras religiones se ha hecho tan cercano, tan de nosotros como el de Jesús. Tanto es así, que se ha identificado con los más pobres. Ya no hay que buscarlo fuera. Ésta es la razón más profunda para practicar lo que tradicionalmente vienen llamándose las obras de misericordia. La norma que preside el juicio es el haber tenido, o no, piedad para con los hermanos más insignificantes, con quienes se identifica el Hijo del hombre y Juez. Tal criterio se ajusta a la vida y a la predicación de Jesús, para el que el amor a los más necesitados fue el mandamiento supremo. Según eso, muchos que no se dicen cristianos, y que incluso se declaran contrarios, pueden precedernos en el reino de Dios porque nos dan ejemplo de solidaridad con los más necesitados. Con su obrar, aunque no saben, están amando a Cristo mucho más que nosotros.

* El juicio final cuenta con la misericordia de Dios

Si, según el texto de Mateo, sólo importa el amor al prójimo, no la confesión religiosa ni la fe, ¿no desaparece entonces el don de la gratuidad, de la magnanimidad de Dios? De ser así, la idea del juicio podría realmente causar angustia, porque lo que motiva a los creyentes es el temor a no llevar hechos los deberes de la vida, en lugar de ser el amor. Sin embargo, este pasaje debe relacionarse con otros, en los que aparece, antes de la responsabilidad del hombre, la gratuidad, el amor, la magnanimidad de Dios para con el ser humano, miserable y pecador, incapaz de enfrentarse él solo ante la potencia del mal. Es preciso –como no podía ser de otra manera– hacer un equilibrio entre los dos componentes: la gratuidad por parte de Dios es primera y es la que motiva y exige al ser humano a comportarse de la misma manera.

Baldomero López Carrer

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