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jueves, 20 de noviembre de 2008

Historia del alma ¿vida tras la muerte?

Publicado por El Blog de X. Pikaza

La vida del humano sobre el mundo se encuentra profundamente vinculada a lo que pudiéramos llamar historia del alma, entendida como elemento clave u hondura radical del ser humano, tal como se expresa en la experiencia religiosa. Joaquín Martínez planteo hace unos días el tema de la muerte en las religiones. Me parece importante seguir en esa línea Los animales mueren, pero no lo saben (no son alma). Los hombres saben que mueren; pues bien, aquello que les queda (o se despliega y libera) en la muerte, eso es suele llamarse alma. Por eso, la defensa de la vida (y de los pobres) resulta inseparable de la visión del "alma" Decía A. Camus que los hombres mueren y no son felices. Me gustaría decir que pueden ser felices porque saben que mueren y pueden hacerlo regalando la vida.

Formas del alma: el hombre y la muerte

Saber que se muere es protestar contra la muerte. Así lo reflejan las diversas visiones del alma, vinculadas con un tipo de animismo: alma es una fuerza vital o superior, que reside en objetos, lugares, instituciones y personas. Ella está cercana a lo que suele llamarse lo sagrado, numinoso o divino: es un poder de tipo autónomo y valioso que se halla en la raíz de todo lo que existe, como dimensión de profundidad del mundo y especialmente del humano. Ella evoca la sacralidad de la vida o, quizá mejor, la potencia divina de la vida que se expresa de algún modo por los individuos. Ellos mueren, pero queda y pervive su "alma", es decir, su fuerza sacral. Por eso, para entender mejor el alma o vida profunda de los humanos, podemos citar otras palabras y/o símbolos religiosos que nos ayudan a comprender su sentido:

* Mana. Esta palabra proviene de Polinesia y significa poder, fuerza supra-física que circula por el conjunto de la realidad, actuando especialmente a través de algunos seres privilegiados. De esa forma se relaciona con el alma o espíritu, aunque no puede hablarse de mana como realidad vinculada de manera permanente a un sujeto individual: sólo algunas personas especiales lo tienen verdaderamente.
Entendido así, lo mana o sagrado desborda de algún modo la muerte. Es como el numen o signo divino de la vida, la hondura de la realidad que se desvela o aparece en algunos momentos o individuos especiales. Por eso, aquellos humanos que poseen mana pueden superar y superan la muerte: su vida es valiosa y sagrada (aunque los individuos concretos se encuentran sujetos a la muerte).

* Totem. También esta palabra puede resultar equivalente al alma. Suele expresarse en un símbolo vegetal y, sobre todo, animal, que aparece como garante y centro de la continuidad y valor de un grupo. Conforme a las teorías de S. Freud, el totem estaría vinculado al sacrificio originario: es como el alma o presencia del padre asesinado a quien los hijos asesinos convierten en principio de identidad “espiritual” del grupo.
Siendo expresión de identidad colectiva, símbolo de vida que vincula a todos los miembros del grupo, el totem sobrepasa el ámbito normal de muerte de los individuos. En cierto sentido, podría identificarse con el principio de inmortalidad de una nación o tribu. Mueren los individuos. Pervive el grupo, lo sagrado; más que la vida de los individuos importa la del conjunto..

* Huaca. Proviene esta palabra de la cultura religiosa del macizo andino donde se vincula con todo lo sagrado: son huaca las grandes montañas, los ríos poderosos, el mar y las estrellas, los principios que parecen garantes de la vida sobre el mundo. Pero lo son especialmente aquellos humanos que han muerto y el lugar donde han sido sepultados (tumba o cementerio). Huaca es, por tanto, una especie de alma del muerto que pervive e influye en el grupo en que vivió y del que sigue formando parte.
En ese sentido, se puede afirmar que lo sagrado se vincula al poderío de la vida que desborda el plano de la muerte de los individuos. Desaparecen ellos, pero pervive su hondura sacral: el lugar y signo de su muerte es huaca, signo sagrado. Eso significa que la vida permanece: los humanos no morimos para siempre, perdiéndonos del todo. Algo en nuestra vida es huaca y se conserva en el espacio o entorno de la muerte, como memoria y principio de nueva vida. Por eso los cementerios son sagrados.
Lo que podemos llamar alma se vincula de manera especial con los seres humanos, haciendo que ellos transciendan en cierto sentido la muerte. En el origen de la religión parece hallarse con frecuencia, algunos dirían siempre, la experiencia de la singularidad de la vida y de la muerte humana. Toda religión supone una sacralización de la vida (del alma). El problema estará en saber dónde se encuentra esa alma, dónde se revela el absoluto. Sólo las religiones monoteístas, y en especial el cristianismo, han podido han podido descubrir y defender el valor absoluto de cada vida human

Rito funerario, sentido de la vida.

Ciertamente, la religión no es sin más culto a los muertos. La fe en Dios no se reduce a la certeza de que el alma perdura por encima de la muerte. Dios es más que hondura divina de los seres humanos. Su figura puede hallarse vinculada a otros poderes (al conjunto del cosmos, al cielo y a la tierra, al orden social, a la idea de verdad etc). Pero en un momento dado la religión se vincula de modo intenso a la victoria de la vida humana sobre la muerte.
Creer en Dios significa afirmar, de alguna forma, que la muerte no es la última palabra de la realidad: que la vida de los humanos es sagrada y se mantiene y triunfa (se despliega) después que ellos han muerto. Una gran parte de humanidad identifica la fe en Dios y la confianza en el sentido de la vida. Morir con sentido, eso es creer. Vivir sabiendo que la vida tiene valor sagrado y se mantiene por encima (a través de la muerte): eso es religión.

* Los animales mueren y terminan, no elaboran un rito a los cadáveres. Simplemente los abandonan, dejando que ellos vengan a formar parte de eso que pudiéramos llamar el continuo cósmico. Los animales han terminado de ser y nada cambia; el conjunto de la realidad sigue existiendo imperturbable.
* Los humanos, en cambio, han empezado a enterrar o rendir algún tipo de culto a los difuntos, confesando de esa forma el poder que ellos poseen, interpretándolos como mana, totem, huaca... , es decir, como sagrados. Eso significa para ellos que es sagrada la vida y que desborda el plano de la muerte.

El origen de la religión parece vinculado al descubrimiento del sentido especial de la muerte, que no aparece ya como un mero suceso biológico, sino como rasgo significativo y fuente de significado, como expresión de ruptura y continuidad, de fracaso y esperanza, de violencia y ternura para los humanos. Antes de elaborar teóricamente el sentido sagrado de la muerte (=de la vida en la muerte), los humanos han podido celebrar unos ritos que la simbolizan. Precisamente así, cuando veneran a sus muertos, ellos expresan la veneración que poseen por la vida. Ignoramos los mitos más antiguos, las narraciones donde se presenta la actitud del humano ante la muerte. Pero conservamos algunos ritos fundamentales que expresan un tipo de fe en la vida por encima (o en medio) de la muerte. A manera de simple indicación señalaremos algunos:

* Enterramiento y retorno a la madre tierra. Es quizá el rito más antiguo y corresponde a la experiencia de la religión matriarcal. De la madre tierra venimos, a ella volvemos. Por eso, es normal que los humanos hayan entregado sus cadáveres al seno de la tierra, colocándolos en postura fetal (o de descanso), para que ella los acoja y reviva en proceso de renacimiento: son como semilla que debe pudrirse, perdiendo su individualidad, para que así la vida del difunto (=el alma) quede liberada y pueda renacer en la vida de conjunto de la tierra.
De esta forma se establece una continuidad entre vivos y muertos: unos y otros forman parte del mismo proceso total de la realidad, simbolizada y/o regulada por la madre tierra. Sagrada es la vida, pero ella se encuentra en constante proceso de muerte y renacimiento. Es sagrado el todo, el despliegue conjunto, que se expresa de un modo especial en el cadáver entregado a la tierra materna, pero los individuos en cuanto tales se encuentran condenados a la muerte, difícilmente tienen valor sagrado.

* Antropofagia ritual, sacrificio humano. Podemos vincular este rito a la religión patriarcal, donde la vida se mantiene a través de la violencia: más que el don materno del engendramiento importa la lucha y conquista militar. En este contexto de violencia y pacificación social por medio de la muerte del enemigo (convertido de algún modo en fuente de paz) se inscribe el sacrificio y antropofagia ritual.
Es muy posible que el muerto haya sido considerado enemigo, alguien que perturba el orden social. Por eso, los miembros del grupo dominante lo matan. Pues bien, los mismos que lo han matado, y se han unido y/o reconciliado así al hacerlo, consideran su muerte como sacrificio creador de vida y ofrecen su cadáver a Dios y/o lo comen en gesto ambivalente de fuerte violencia (lo han destruido) y veneración sacral (quieren recibir su fuerza). Esta muerte sacrificial, propia de la guerra o los ritos más antiguos (sacrificios humanos de reyes o enemigos) constituye un elemento clave en la comprensión del poder creador de la vida. Nos hallamos ante un gesto paradójico y fundante, donde se expresa el "culto a la vida" por la muerte: matamos a los demás para vivir nosotros; les sacrificamos para así elevarnos y sentirnos seguros.
De esa forma han entendido muchos antropólogos el principio de la historia patriarcal, que empieza con la divinización del enemigo (padre, hermano) asesinado (sacrificado y/o comido), al que se venera después como alma sagrada o principio de existencia para el grupo. Este gesto puede hallarse vinculado al totem (del que acabamos de hablar) y también con el patriarcalismo sagrado o religión de los guerreros triunfadores, que imponen su dominio sobre el grupo por medio de un rito de muerte.

* ¿Viaje tras la muerte? Cremación. Reencarnación. En algunas culturas, se piensa que los muertos conservan la forma de vida que tuvieron sobre el mundo, al menos por un tiempo. Por eso se colocan en su tumba aquellos los simbólicos más necesarios para el nuevo viaje: comida, vestidos, armas... Algunas veces los muertos reciben compañía, sobre todo si son jefes de tribu, hombres importantes: se matan y entierran a su lado las mujeres y esclavos que podrán servirles en la nueva travesía que conduce, según los casos, al más allá de las islas felices, al mundo subterráneo del que vuelve a renacer la vida o a la altura de los astros.

Siguiendo hasta el final en esta línea del viaje, las religiones de la interioridad han supuesto que el humano puede liberarse por la muerte de las ataduras de la tierra en que se encuentra cautivado. Ciertamente, el "alma" de los muertos sin purificar vuelve al ciclo de reencarnaciones, hasta el momento en que pueda estar plenamente liberada y volar a lo divino. Pero el alma de los purificados retorna a lo divino. Por eso es bueno que no quede "recuerdo" material en este mundo: el rito más adecuado para despedirles será la cremación.

Normalmente, el fuego se toma como fuerza purificadora y transformante, vinculada con el alma; por eso, a los muertos se les quema, para que se vuelvan espíritu, pierdan la ganga de la vieja tierra y retornen a su esfera superior, al mundo de los astros del que se dice que han bajado y, sobre todo, al mundo divino. De esa forma, los muertos se liberan de la "madre" tierra o madre historia (entendida ya como cautiverio) y de la lucha interhumana, para integrarse en su esfera original, que es lo sagrado, lo nirvana, lo divino.

* Resurrección cristiana. ¡No está en la tumba! Asumimos la visión de las religiones de la historia, pero centrándonos en el símbolo cristiano, expresado en la muerte y pascua de Jesús, que evocamos de manera inicial, en comparación con los esquemas anteriores.

Ese símbolo se encuentra vinculado a la visión del enterramiento sagrado: los discípulos han colocado a Jesús en el seno de la tierra, en un sepulcro excavado, como útero materno, en la roca. Pues bien, cuando las mujeres, como signo de maternidad, van al sepulcro para verlo y/o ungir al cadáver, encuentran que está abierto: no está allí Jesús. El mesianismo cristiano no culmina en la veneración sacral de un muerto, sino en una tumba vacía donde se escucha la palabra de anuncio del evangelio: ¡id a Galilea!
En cierto sentido, la muerte de Jesús puede entenderse como sacrificio: se han unido los poderes del mundo para asesinarle y edificar de esa manera su "paz" sobre el cadáver del sacrificado; ciertamente, no lo "comen" (el tiempo de la antropofagia externa ha terminado), pero quieren mantener la paz a costa de su muerte. Peo en otro sentido, mucho más profundo, la muerte de Jesús ha invertido y destruido esa lógica sacrificial del patriarcalismo del entorno (representado por el orden judío y romano). La pascua ratifica el mesianismo de Jesús, fundado en la donación gratuita de la vida, en el don de la existencia compartida. Judíos y romanos no han podido ya unirse y crear un tipo de "religión" o cultura sacrificial sobre la muerte de Jesús. Ya sólo les queda la ley sacralizada y la violencia imperial.

Resurrección de Jesús, triunfo de la vida. La muerte de Jesús no puede entenderse como liberación del alma, en el sentido de las religiones de la interioridad, sino como triunfo de la entrega de la vida. Por eso, su resurrección no es la pervivencia del "espíritu" cristiano, sino la respuesta de Dios que ratifica su entrega mesiánica y con ella confiesa y confirma el valor infinito de la vida de los pobres, por quienes Jesús se ha entregado. Lógicamente, la muere de Jesús no se celebra ya venerando su sepulcro, ni cultivando en general su espíritu divino, sino recibiendo su Espíritu de gracia y donación en favor de los demás, para realizar así su misma tarea mesiánica.

Estos y otros ritos han testimoniado la creencia en el valor específico del ser humano, como alma o espíritu. Desde ese fondo queremos evocar los signos de supervivencia humana.

Sobre la resurrección cristiana he tratado en Camino de Pascua, Sígueme, Salamanca 1997. Cf. también P. Benoit, Pasión y Resurrección del Señor, FAX, Madrid 1971; J. D. G. Dunn, Jesús y el Espíritu Santo, Sec. Trinitario, Salamanca 1981, 161-256; F.X. Durrwell, La resurrección de Jesús, misterio de salvación, Herder, Barcelona 1962; G. O'Collins, Jesús resucitado. Estudio histórico, fundamental y sistemático, Herder, Barcelona 1988; H. Kessler, La Resurrección de Jesús, Sígueme, Salamanca 1989; X. Léon-Dufour, Resurrección de Jesús y mensaje pascual, Sígueme, Salamanca 1973; X. Marxsen, La resurrección de Jesús como problema histórico y teológico, Sígueme, Salamanca 1979; F. Mussner, La resurrección de Jesús, Sal Terrae, Santander 1971; H. Schlier, De la resurrección de Jesucristo, DDB, Bilbao 1970; S. Vidal, La resurrección de Jesús en las cartas de Pablo, Sígueme, Salamanca 1982; U. Wilckens, La resurrección de Jesús. Estudio histórico-crítico del testimonio bíblico, Sígueme, Salamanca 1981

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