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jueves, 6 de noviembre de 2008

XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: Hay que tener coraje para cambiar

Publicado por Pasionistas

El relato del Evangelio de hoy manifiesta uno de los momentos más atrevidos y arriesgados de la vida de Jesús. Juan lo sitúa al comienzo de su Evangelio marcando los tres cambios radicales del anuncio del Reino: la nueva Alianza, el nuevo Templo, la nueva Ley. En cambio los Sinópticos los sitúan al final de la vida de Jesús como el momento en el que despierta las iras de las autoridades y el pueblo y deciden terminar definitivamente con El.
Ese día que entró en el Templo y se arma de cordeles y saca a todos a patadas por profanar el Templo de Dios, Jesús es consciente de que se está corriendo el gran riesgo.

Atacar al Templo era atacar el corazón de la vida religiosa, e incluso civil, del pueblo judío. Es como si hoy alguien se atreviese a profanar la Iglesia de San Pedro en el Vaticano o incluso cualquier Iglesia parroquial de nuestros pueblos.

Para ellos era el corazón de su vida religiosa. Todo se estructuraba en torno al Templo. Profanar o anunciar la destrucción del Templo era como hacerle perder las propias raíces y el principio de identidad religiosa. Pero ¿en qué se había convertido realmente el Templo?

¿En “casa de Dios y de oración”?

¿En lugar de encuentro de fe de los fieles dispersos?

¿En lugar de experiencia religiosa de Dios?

¿O en un mercadillo, en una especie de Rastro de Madrid o nuestra Parada de Lima?

Posiblemente había muchas razones religiosas para justificar aquel comercio hasta convertirlo en “almacén de diezmos y primicias de los campesinos”. Pero a Jesús no le importó ni la centralidad del Templo, ni le importó que pudiera destruirse. El venía a anunciar el cambio. El nuevo Templo que surgiría con su muerte y resurrección. Era un riesgo. Lo era. Se corría un riesgo. Se lo corría. Lo nuevo bien vale un riesgo. No era fácil entender su actitud. Los mismos discípulos debieron esperar a que resucitase.

Bella imagen para cuantos queremos vivir abiertos a la novedad del Espíritu y de los cambios en la Iglesia. Tenemos miedo a cambiar. Preferimos quedarnos con el pasado aunque hoy ya no tenga valor ni significado. Preferimos vivir con los muerto que ya no sirve a arriesgarnos a lo nuevo que da vida.

¿Qué haría hoy Jesús con su Iglesia? ¿Qué encontraría en ella?

¿Sigue siendo la Iglesia casa de Dios o se escucha demasiado el tintineo de las monedas en las bandejas o en los despachos parroquiales? ¿Sigue siendo la Iglesia la comunidad de los servidores o preferimos seguir comprando títulos y prebendas?

¿Por qué tanto miedo al cambio en la Iglesia?

Al cambio de mentalidad.

Al cambio de muchas estructuras anquilosantes.

Al cambio de muchas ideas.

Al cambio de muchas actitudes paralizantes de la vida del Espíritu.

Los judíos vivían aferrados al Templo. Atentar contra el templo era para ellos como una especie de infidelidad a Dios y la historia de la revelación. Y sin embargo, Jesús no tiene miedo en decir “destruid este templo que yo lo reconstruiré en tres días”. Todo cambio significa no destruir sino reconstruir. Todo cambio significa sacrificar nuestras seguridades del pasado para abrirnos a las nuevas posibilidades de Dios en la Pascua de Jesús.

El cambio significa no vivir del pasado que tuvo su historia, sino vivir de la novedad del Espíritu de la Pascua. El cambio no es muerte sino vida. El cambio no es quedarse con lo de siempre sino aceptar que Jesús sigue resucitando también hoy.

Los vendedores de vacas y bueyes, los cambistas, oscurecían el verdadero sentido del templo. Hoy también en la Iglesia hay demasiados cambistas, demasiados bueyes en venta. También hoy en la Iglesia se vende y se compra. Diremos que es necesario para la subsistencia del clero y de las estructuras y de las necesidades de la Iglesia. Pero todo ello ¿no será una manera de oscurecer el verdadero rostro y significado de la Iglesia. ¿No tendremos que buscar nuevos caminos y nuevas formas y nuevas estructuras eclesiales que revelen mejor la presencia del resucitado entre nosotros?

¿Sólo las ideas del pasado son verdaderas?

¿A caso las ideas no tienen su propio desarrollo?

¿Sólo la teología del pasado es verdadera?

¿Es que la teología de hoy es falsa?

¿Sólo el modo de anunciar ayer el Evangelio es verdadero?

¿A caso las nuevas experiencias son equivocadas?

¿Sólo las estructuras tradicionales de la Iglesias son verdaderas?

¿Es que la creación de otras nuevas hay declararlas falsas?

Cristo se arriesgó a destruir lo viejo, lo no significativo, no que ya no revelaba a Dios sino los intereses de los hombres. Un riesgo que sabía que provocaría las iras y las venganzas de los poderosos. Y sin embargo lo hizo. ¿Cómo? Al precio de su vida. Un precio que valió la pena porque hizo nacer el nuevo templo. Lo nuevo siempre tiene un precio. Ayer y también hoy.

Oración

Señor: Ese día tuviste el coraje de enfrentarte yo ya con los fariseos y saduceos
sino con la estructura misma de su sistema religioso.
Sabías a lo que te exponías, porque cuando se nos toca el bolsillo,
o nuestros honores y dignidades todos reaccionamos.
Yo no sé cómo verás hoy nuestros templos y nuestras parroquias o nuestras Diócesis.
Pero danos tu coraje para que cambiemos lo que hay que cambiar.
Para que nos olvidemos de lo que hay que olvidar.
Y nos des la libertad para ser dóciles a tu Espíritu a quien todos llamamos
“creador y renovador” del mundo.

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