Introducción
La presencia de Dios en la humanidad afirma el Concilio Vaticano II se lleva a cabo de muchas formas, que han sido descubiertas por el hombre a lo largo de los siglos, desde las primeras revelaciones o manifestaciones del Señor al pueblo de Israel recogidas en la Sagrada Escritura hasta nuestros días.
La presencia de Dios en el Arca de la Alianza desemboca en la liturgia y culto del templo en Jerusalén; presencia que se continúa en la iglesia, en los sacramentos, en cada persona por la inhabitación de la Santísima Trinidad. Presencia de Dios en la obra de la creación, naturaleza, o en los acontecimientos más o menos extraordinarios de la vida cotidiana.
La manera de entender la presencia de Dios en la naturaleza creada, o lo que es lo mismo la acción o influjo divino reflejado de modos tan diferentes, ha repercutido en las respuestas dadas por los hombres en su cultura, en las expresiones artísticas, y hasta en la estructura de las liturgias y modos de oración.
La fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán constituye un momento propicio para reflexionar en los formas actuales que tenemos de descubrir a Dios presente entre nosotros, especialmente en las personas. Son los modos de corresponder a su acción salvífica y amorosa, tanto en la oración como en el resto de su vida cotidiana.
Comentario bíblico
La fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán, que se celebra el 9 de Noviembre, pasa normalmente bastante desapercibida, pero este año cobra especial notoriedad al caer en Domingo. Este templo, la catedral del Papa como obispo de Roma, es el primer gran templo cristiano construido en Roma después de las persecuciones, en el siglo IV.
La Basílica de San Juan de Letrán es símbolo de la unidad de todas las comunidades cristianas con Roma: por eso celebramos en todo el mundo la fiesta de la que se llama “la madre de todas las iglesias”. La comunión con la Iglesia de Roma nos recuerda que todos estamos construidos sobre el mismo cimiento de Jesucristo.
El creyente no mira un edificio religioso sólo para contemplar, como un turista, su belleza artística, sino que lo contempla desde una mirada de fe. El templo de Jerusalén era un lugar central de la fe judía y remitía a la presencia de Dios, a su salvación y a la alianza con el pueblo, que en él le daba culto. Jesús habla del templo como “la casa de mi Padre” (Evangelio) y de un nuevo templo para el encuentro con Dios y para el culto auténtico. San Pablo (2ª lectura) dice que ese nuevo templo somos todos en quienes habita el Espíritu. El mismo Espíritu que nos congrega en el templo para la celebración dominical nos impulsa como un fuerte torrente que lleva vida y todo lo sana, lo renueva y hace que fructifique (1ª lectura).
* Iª Lectura: Ezequiel (Ez 47,1-2.8-9.12): La fuente de agua viva
I.1. Ezequiel es un profeta de visiones extraordinarias que mira al Templo, la casa de Dios, como fuente de aguas que han de llegar hasta el abismo de la Arabá, del Mar Muerto, para que vuelva a nacer un nuevo paraíso. El manantial del templo que el profeta posexílico nos describe en este c. 47 ha encendido una inspiración sublime. Los discípulos ordenaron su obra, sus oráculos e inspiraciones y ésta es la última visión del profeta, antes de ofrecer una lista final de las tribus (c. 48). Tiene esta visión unas conexiones muy refinadas y particulares con el c. 37 sobre la efusión del Espíritu. Agua y Espíritu vienen a vivificar al pueblo que vive “desierto” o alejado de Dios. El desierto rodea al pueblo de la Biblia y las aguas del paraíso (Gn 2,10-14) han sido siempre una nostalgia en la teología profética del AT.
I.2. El agua que mana, al lado del altar, se hace un río hacia Oriente, hacia el desierto de Judea porque es agua divina, regalo de Dios para el desierto y el destierro de su pueblo. La imagen de que esta agua ha de llegar a las aguas fétidas y mortíferas del Mar Muerto es todo un canto y una inspiración de los dones divinos. Donde no hay vida, Dios donará vida; donde no hay Espíritu, Dios suscitará algo realmente nuevo. Este profeta, que tiene mucho de sacerdote, no podía menos que imaginar que la fuente estaba en el Templo de la ciudad Santa, la Jerusalén poética que él siempre se imaginó. Pero es, puede ser, un sacerdote profeta; eso significa que no se contenta con ofrecer sacrificios a Dios en nombre del pueblo y que todo siga igual. Propone la visión de un Dios que “ofrece” agua para la vida.
* IIª Lectura: Iª Corintios (1Co 3,9c-11.16-17): La comunidad, templo de Dios
II.1. Si extraordinaria es la visión de Ezequiel, no es menos original la teología del “templo” que nos ofrece Pablo en estos versos de 1Cor. Pero ¡qué diferencia! Ahora no hay templo, ni altar, sino el “cuerpo” y el “espíritu”. Sobre estos símbolos bien significantes se carga todo el peso de una teología cristiana que es un descubrimiento sin precedentes. En todo caso sería una deducción de que el ser humano ha sido creado a imagen de Dios. El hombre, la persona, es “un cuerpo”, material y espiritual a la vez. El cuerpo nos identifica, nos personaliza, pero también nos lleva a la muerte si es un cuerpo “sin espíritu”.
II.2. ¿Qué podemos inferir de la lectura? Que la presencia de Dios en el mundo se realiza, sobre todo y ante todo, por nosotros, por nuestro cuerpo, por nuestra historia. Somos nosotros, según esta teología –sin caer en panteísmo alguno-, presencia viva del Dios vivo. Y como que Pablo está hablando en sentido plural, de la comunidad que no es otra que la de Corinto, podemos hacer la misma aplicación a la Iglesia. Los corintios están llamados, pues, después de la “edificación” que hizo el Apóstol, poniendo como fundamento a Cristo, a ser el templo o santuario de la presencia de Dios por medio de su Espíritu. El edificio, la comunidad, es lo que es, porque está fundamentada en Cristo. Pero son personas las que han hecho posible este santuario de presencia divina. No obstante, la comunidad sin el Espíritu de Dios tampoco sería nada.
* Evangelio: Juan (2,13-22): Un nuevo templo: una religión más humana
III.1. El relato de la expulsión de los vendedores del templo, en la primera Pascua “de los judíos” que Juan menciona en su obra, es un marco de referencia obligado del sentido de este texto joánico. Este episodio viene a continuación del relato de las bodas de Caná, donde el vacío de la boda lo llena Jesús con el “vino” nuevo sacado del agua. Las tinajas estaban allí para la purificación de los judíos. El relato de la expulsión del Templo se encadena pues a lo anterior, porque se quiere insistir más en el vacío de una religión, que aunque “celebre” y llene el templo, puede que haya perdido su sentido verdadero y sea necesario algo nuevo. No olvidemos que este episodio ha quedado marcado en la tradición cristiana como un hito, por considerarse como acusación determinante para condenar a muerte a Jesús, unas de las causas inmediatas de la misma. Aunque Juan ha adelantado al comienzo de su actividad, lo que los otros evangelios proponen al final (Mc 11,15-17; Mt 21,12-13; Lc 19,45-46), estamos en lo cierto si con ello vemos el enfrentamiento que los judíos van a tener con Jesús. Este episodio no es otra cosa que la propuesta de Jesús de una religión humana, liberadora, comprometida e incluso verdaderamente espiritual.
III.2. En el trasfondo también debemos saber ver las claves mesiánicas con las que Juan ha querido presentar este relato, teniendo en cuenta un texto como el de Zac 14,21 (el deutero-Zacarías) para anunciar el día del Señor. Es de esa manera cómo se construyen algunas ideas de nuestro evangelio: Pascua, religión, mesianismo, culto, relación con Dios, vida, sacrificios. Jesús expulsa propiamente a los a animales del culto. No debemos pensar que Jesús la emprende a latigazos con las personas, sino con los animales; Juan es el que subraya más este aspecto. Los animales eran los sustitutos de los sacrificios a Dios. Por tanto, sin animales, el sentido del texto es más claro: Jesús quiere anunciar, proféticamente, una religión nueva, personal, sin necesidad de “sustituciones”. Por eso dice: “Quitad esto de aquí”. No se ha de interpretar, pues, como un acto político-militar como se hizo en el pasado. Es, consideramos, una profecía “en acto”.
III.3. El evangelio de Juan, pues, nos presenta esa escena de Jesús que cautiva a mentes proféticas y renovadoras. Desde luego, es un acto profético y no podemos menos de valorarlo de esa forma. En el marco de la Pascua, la gran fiesta religiosa y de peregrinación por parte de los judíos piadosos a Jerusalén. Esta es una escena que no debemos permitir se convierta en tópica; que no podemos rebajarla hasta hacerla asequiblemente normal. Está ahí, en el corazón del evangelio, para ser una crítica de nuestra “religión” sin corazón con la que muchas veces queremos comprar a Dios. Es la condena de ese tipo de religión sin fe y sin espiritualidad, que se ha dado siempre y se sigue dando frecuentemente. Ya Jeremías (7,11) había clamado contra el templo, porque con ello se usaba el nombre de Dios para justificar muchas cosas. Ahora Jesús, con esta acción simbólico-profética, como hacían los antiguos profetas cuando sus palabras no eran atendidas, quiere llevar a sus últimas consecuencias el que la religión del templo, donde se adora a Dios, no sea una religión de vida sino de… vacío. Por eso mismo, no está condenado el culto y la plegaria de una religión, sino que se haya vaciado de contenido y después no tenga incidencia en la vida.
III.4. Aunque Juan es muy atrevido, teológicamente hablando, se está anunciando el cambio de una religión de culto por una religión en la que lo importante es dar la vida los unos por los otros, como se hace al mencionar el «cuerpo» del Jesús que sustituirá al templo. Aquí, con este episodio (aunque no sólo), lo sabemos, Jesús se jugó su vida en “nombre de Dios” y le aplicaron la ley también “en nombre de Dios”. ¿Quién llevaba razón? Como en el episodio se apela a la resurrección (“en tres días lo levantaré”), está claro que era el Dios de Jesús el verdadero y no el Dios de la ley. Esta es una diferencia teológica incuestionable, porque si Dios ha resucitado a Jesús es porque no podía asumir esa muerte injusta. Pero sucede que, a pesar de ello, los hombres seguimos prefiriendo el Dios de la ley, y la religión del templo y de los sacrificios de animales. Jesús, sin embargo, nos ofreció una religión de vida.
Fray Miguel de Burgos, O.P.
Pautas para la homilía
* De un lugar a otro.
El primitivo pueblo de Israel, nómada, guardaba en una tienda las tablas de la Ley y allí realizaba sus encuentros con el Señor, oración y enseñanza. Con el paso del tiempo fue el templo de Jerusalén el lugar sagrado por excelencia para tales acciones.
Los primitivos cristianos no tuvieron templos ni lugares específicos para la oración oficial; en los inicios se reunían en sus casas, en la propia Jerusalén. Cuando se habla de la iglesia que está en Roma o en Jerusalén aluden al grupo de creyentes, a los cristianos de ese lugar, reunidos en asamblea, para llevar a cabo sus tareas evangelizadoras. El paso del tiempo obligó a hacer especial referencia a los lugares de culto, oración, o vida litúrgica ya organizada por las comunidades.
* La purificación del templo. Mercado.
La actitud de Jesús en el templo, al expulsar a los mercaderes, que es relatado por los cuatro evangelistas, significa al modo de los profetas clásicos una seria invectiva –reprimenda- contra quienes están profanando el lugar santo: parece una guarida de ladrones, y Jeremías pronostica su destrucción; desaparición de los mercaderes del recinto sacro, de Zacarías. Es algo asumido por la tradición rabínica. El Mesías llegaría bajo el signo del “azote”, vocablo que en hebreo significa también cuerda y doloroso. El Mesías llegaría bajo los signos de aflicción y purificación dolorosa; en ese trasfondo hay que interpretar la venida de Jesús, esperada liberación.
En el conjunto del templo se distinguía el santuario y el templo propiamente dicho. El primero era la explanada, lugar en el que se hallaban los mercaderes; el segundo es el edificio cultual, al que se refiere Jesús cuando dice que será destruido, haciendo alusión a su propia muerte.
El templo, convertido en mercado, será sustituido por la persona misma de Jesús: La reconstrucción del santuario de su cuerpo -tras la destrucción y resurrección- es el anuncio de un nuevo culto en el que no habrá sacrificio de animales (expulsados del templo) ni edificios, sino que se realizará en la humanidad entregada de Jesús: No hay templo, ni culto verdadero fuera del que mana de la persona de Jesús.
La actitud de Jesús en el templo nos pone en guardia frente a todas las formas de ambigüedad, ambivalencia y manipulaciones de lo cultual. Es un aviso serio para revisar nuestras acciones litúrgicas, con el conjunto de adherencias de tipo cultural, que corrompen el culto verdadero. ¿Qué Dios alabamos en nuestras acciones litúrgicas cargadas de elementos sociales y antropológicos de significado no-divino?
* El verdadero templo del Espíritu.
Con el Hijo de Dios inmolado por la humanidad aparece un templo nuevo, con su sacrificio, sacerdotes, invocaciones al Dios Padre de Nuestro Señor Jesucristo. Jesús se presenta como el verdadero templo, santuario, lugar de encuentro con Dios. “Después de resucitar se dieron cuenta de que les hablaba del templo de su cuerpo”.
La tradición posterior concuerda en afirmar que el verdadero templo es Jesús, y también cada uno de los bautizados ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Ni en un monte o el otro, ni en este o aquel templo, el lugar verdadero y valioso de encuentro del hombre con Dios es su misma persona humana; es el espacio sagrado que merece veneración y respeto, allí dónde se encuentre. ¿Lo descubrimos así?
San Pablo, hablando a los de Corinto, utiliza otra simbología y habla del grupo humano, cada uno de ellos como templo, y de la presencia del Espíritu. Llama arquitectos, albañiles a los apóstoles, a los predicadores. Cada uno de los bautizados puede ser llamado templo de Dios porque el Espíritu permanece en ellos.
a.- Quiere decir básicamente que la comunidad tiene como base a Jesucristo. Quiere insistir también en la presencia del Espíritu en la comunidad: es lo que le da carácter de santidad a la Iglesia, y cada uno de sus miembros participa de esa presencia activa de Dios.
b.- Lo que se decía del templo de piedra como morada de Dios, se aplica también al Pueblo de Dios, a los bautizados. La iglesia no es fin en sí misma sino mediación de la presencia de Jesucristo; su organización con sus funciones y servicios está fundamenta en Cristo, y solo puede constituirse validamente sobre esta piedra angular.
c.- La adhesión a Él por la fe es la que construye la comunidad, y no otras mediaciones: Soy de Pablo, soy de Apolo, soy de Pedro…Los intermediarios, que no pasan de ser canales de transmisión, serán necesarios, pero pueden ser sustituidos por otros; tales acciones son válidas en cuanto que ayudan a construir la comunidad. Quienes tienen una responsabilidad han de sentirse tan importantes como el agua, el vino o el aceite… aunque como criaturas racionales.
* Aplicaciones pastorales.
a.- ¿Nuestras reuniones en el templo son encuentro real con el Dios de Jesucristo, que nos estimula a construir el Reino, buscando su justicia, o acaso en ellas se filtran otros objetivos diferentes más tranquilizadores como pueda ser el cumplimiento de un deber, hábitos sociales o culturales?
b.- ¿Nuestras eucaristías reflejan la escucha sincera y celebración de la Buena Noticia, con sus compromisos de fraternidad? ¿Acaso, por el contrario, se transforman en acciones “contra-reloj” para salvar con rapidez y eficacia unos deberes dominicales, incluso de manera rutinaria y aburrida, a cambio de aquello que nos otorga seguridad interior?
c.- ¿Se descubre fácilmente la presencia de Dios en la celebración de los sacramentos de iniciación, matrimonios y en las personas que participan, con sus rostros y debilidades? ¿Queda algo de “mercado” en el entorno de las celebraciones sagradas o en los ambientes donde ha de brillar el servicio y la fraternidad en la sencillez y verdad?
d.- La estructura, decoro y funcionalidad de la casa del Pueblo de Dios han de tomarse muy a pecho, pues en ella renacen los cristianos a la vida divina por los sacramentos y desde ella serán bendecidos en su éxodo hacia la patria definitiva. La casa de todos ¿se constituye en símbolo de nuestra personal pureza interior: Orden, adornos, ambiente?
Pidamos que nuestros templos sean espacio de celebración, de encuentro de familia, de reconocimiento del valor supremo de la persona humana, que sean torrente de agua viva, canales fecundos de encuentro, de la vida y libertad de los hijos de Dios.
¡Bienvenida la fiesta de la Dedicación del templo! Que ella nos ayude a tomar mayor conciencia del valor del verdadero templo interior -persona-, y que por su parte, el templo material sea el icono visible de la comunidad viva, iglesia, familia de los hijos de Dios.
Fray Manuel González de la Fuente, O.P.
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