Hoy festejamos la Fiesta de la Nochebuena, la fiesta de la Encarnación del Hijo de Dios que nos invita a hacer fiesta adentro nuestro y a nuestro alrededor por la vida que llega, por lo extraordinario que viene en traje ordinario, que viene en la sencillez de aquel que ni siquiera tenía un lugar para nacer.
Las lecturas nos inundan de signos de vida y alegría: luz, cantos, alabanzas, buenas noticias, esperanza…Pero también nos relatan dolores (como seguramente los habrá tenido María en el parto), cansancios, viajes, temores. Nos hablan de forasteros que no tenían lugar para hospedarse…De signos de vida y de dolor está poblado nuestro corazón y nuestro tiempo pero sabemos que el amor es más fuerte, que a la vida le basta una grieta para florecer y que nacer y dejar nacer adentro es una oportunidad para crecer, para alojar lo nuevo, para florecer, para alimentar las ganas de vivir y los sueños que habitan en nosotros: para hacer nuestro el sueño de Dios.
Recorramos juntos algunas pautas que nos invitarán a reflexionar sobre esta fiesta del Niño, de la Familia, del amor, del dolor y de la esperanza.
* Iª Lectura: Isaías (9,1-3.5-6): Siempre brillará una gran luz
I.1. El poema de Isaías sobrecoge por su hermosura, por su descaro para proponer lo que no se toca con las manos, pero que siempre se sueña. Lo profetas siempre son utópicos, pero realistas cuando es necesario. Como canto de esperanza y de gozo, es una exhortación a la alegría. Atrás quedan muchas cosas de la historia de un pueblo: guerras y opresiones, deslealtad y búsqueda de “dioses” que no tienen ojos, ni corazón. Hay, pues, un horizonte de luz para el pueblo. La luz, por tanto, se convierte en el signo de este poema. La luz trae la vida, la salvación, y por eso, hasta la noche es hermosa, cuando en ella “hay luz”.
I.2. La luz es, por otra parte, el signo de la gran liberación que el profeta propone al pueblo en nombre de Dios. Liberación que habla de la utopía de la justicia; y con la justicia la paz, shalom, esa palabra clave de la Biblia y de todo corazón humano. La paz nunca se puede dar sin justicia. Bien es verdad que es algo más que el “orden”: es un bien “mesiánico” con todas las de la ley. La tiranía del opresor, su vara, las botas del soldado y el manto manchado de sangre han sido destruidos. La luz siempre evoca la acción creadora y salvadora de Dios.
I.3. ¿Quién trae todo esto? “Un niño”. El profeta, desde luego, no piensa en el niño de Belén. Nosotros, sin embargo, solamente podemos leer este poema desde Belén. Es uno de los privilegios de la hermenéutica cristiana. Tenemos todo el derecho a ello, porque podemos ir más allá del poema y de las circunstancias históricas (probablemente se refería al niño que sería después el rey Ezequías). La utopía se realiza en la historia concreta, humana, entrañable: un niño, un hijo, uno de nosotros es quien puede traer todo esto. Probablemente se ha podido inspirar el profeta en poemas de “entronización”... pero es un canto a la justicia y a la paz. Y esto en la tierra no se hace presente si Dios no interviene y nosotros le dejamos intervenir: eso es Navidad.
* IIª Lectura: Tito (2,11-14): Se ha hecho presente la gracia de Dios
II.1. En la noche de Navidad, esta especie de confesión de fe primitiva, recogida en el texto de la carta a Tito, evoca la grandeza del misterio de esta noche santa. El texto, que viene después de una exhortación a los esclavos, habla de una epifanía (epiphanía), así comienza; y a continuación se desgranan una serie de expresiones llenas de sentido: la gracia (jaris) de la salvación (sôtería) de Dios para “todos” (pasin) los hombres. El pensar que la salvación de Dios es para todos los hombres, para la humanidad, es muy importante. Porque Dios se ha hecho hombre por todos. Esto conviene resaltarlo a todos los efectos, porque en el corazón humano es donde debe reinar esa gracia de la salvación de Dios. Por tanto, todos los hombres, esclavos o libres, estamos llamados a ser nosotros mismos en Cristo nuestro salvador.
II.2. Todo esto recuerda el hecho de una liberación que el pueblo de Israel ha sentido en sus carnes (cf Dt 14,2). Ahora acontece algo semejante, o mejor, mucho más grandioso: ¿por nada? ¡Desde luego que no!, Nadie puede ver a Dios, ni a su salvador Jesucristo, viviendo en la impiedad y en la injusticia (asebeia - adikía). No es simplemente por el pago de una vida ética y moral, como en cierta forma se puede leer el texto. Es algo que va mucho más allá de la vida del mundo, de los criterios del mundo y de la impiedad del mundo. Se trata de tener una experiencia nueva del Dios que tiene un proyecto absoluto: la salvación de todos los hombres. Y esto comenzó a ser realidad en la “encarnación”. Todo esto se escribe con la mano de Dios. Y la historia “nueva” de la humanidad no puede escribirse sin el Dios salvador.
* Evangelio: Lucas (2,1-14): Cur Deus homo? ¿Por qué Dios está entre nosotros?
III.1. Henos aquí ante el gran texto de la noche de Navidad. La Navidad de Occidente se ha expresado siempre en la “noche” por este relato primoroso; hemos de reconocerlo. El mundo no celebraría la Navidad sin esta narración, aunque sea en esa noche que antes del cristianismo era divino-pagana (era la celebración del solsticio de invierno y la fiesta del “sol invicto) y ahora es divino-humana. Lucas, su creador, se ha cubierto de gloria como escritor y como teólogo, no tanto como historiador. Hay muchas maneras de leer e interpretar el conjunto, que en realidad debería contemplar los vv. 1-21, pero la última parte se reserva para otro día del tiempo de Navidad, o para la misa de la aurora, donde se celebre. El conjunto narra e “interpreta” lo que significa el nacimiento de Jesús, el Salvador, el Mesías y el Señor en la “ciudad de David”. Los tres títulos que llenan de contenido el anuncio del cielo. Habría que decir muchas cosas desde el punto de vista exégetico y narrativo. Pero nos vamos a reducir a lo más esencial.
III.2. El evangelio de esta noche está planteado en dos momentos. En el primero (vv.1-5) se muestra la autoridad del “César”, dueño del imperio, del mundo de entonces. Un “dogma”, un decreto suyo, moviliza a los oprimidos y esclavos de su autoridad y de su poder. Si analizamos lo que de histórico hay en todo esto, quizás no podamos aceptar cada uno de los pormenores de este relato. Pero entre esos “sometidos” estaban los padres de Jesús que tienen que “ponerse en camino”, que es una constante del evangelio de Lucas. Jesús antes de nacer ya está caminando, como cuando su madre va a visitar a Isabel. La elección de todo esto por parte de Lucas puede responder a la historia, pero sería lo menos importante el probarlo. Lo que verdaderamente nos debe llamar la atención es cómo el “dios” del mundo (Augusto era considerado divino, un dios) quiere “censar”, controlar, someter, hacer pagar tributo a todos los habitantes del mundo (oikumene). Pero es eso lo que pretende Lucas que se considere como causa de un acontecimiento de gracia y salvación: la visita de Dios a los que no tienen derecho y libertad y, por lo mismo, al mundo entero, en contrarréplica al decreto y a la autoridad del “dios” de Roma (Augusto) que ha construido un imperio sobre la esclavitud y la injusticia.
III.3. El segundo momento (vv. 6-14) quiere presentarnos al Dios de verdad, según Lucas. Las cosas van a ser bien distintas a todos los efectos: un grupo de pastores se van a convertir en “los emisarios” de la voz y el proyecto de Dios, lo que es verdaderamente extraño. Estos no tienen la autoridad de Quirino para llevar a cabo su cometido. Tampoco hay un “decreto”, un “dogma”, como en la primera parte, sino una “voz” celeste, la del ángel del Señor y la gloria (kabod) que los envuelve. Todo es demasiado irreal por el contraste que se representa. Se podía haber elegido unos emisarios más dignos del testimonio que habían de dar. La intencionalidad, pues, es kerygmática, se dice; proclama que Dios, cuando parece que todo está perdido para los sin ley, sin derecho y sin nombre, tiene una palabra que decir y visita a los suyos. Cuando María no encuentra “acogida” para dar a luz, el cielo muestra que nada hay imposible para Dios. El Salvador, el Mesías y el Señor ni siquiera tiene sitio en la “ciudad de David”. Cualquier letrado hubiera interpretado que la ciudad de David era Jerusalén, pero los ignorantes pastores aciertan con la otra ciudad de David, la verdadera, la primitiva, la que había perdido su rango y su historia. En el caso de la tradición primitiva recogida por Lucas es Belén, pero nosotros tenemos derecho a interpretar que Belén es más una ciudad teológica que histórica.
III.4. Desde el cielo se les da un “signo” (sêmeion): “un niño envuelto en pañales y acunado en un pesebre (phatnê)” ¡Vaya signo! ¿Existe relación entre los títulos de quien ha nacido: Salvador (sôter), Mesías (christos) y Señor (kyrios) con este signo? Pues he aquí lo extraordinario y la grandeza de la noche de Navidad: se trata de signos muy humanos que hacen posible hablar de una noche divino-humana, como ya hemos apuntado. Nadie reconocería a un personaje de tales títulos en un niño empañado, que es lo primero que hace una madre cuando da a luz a su hijo. Para unos ignorantes y pendencieros pastores era muy poco para reconocer al Salvador y Señor. Y sin embargo no se equivocaron; lo humano es verdaderamente reconocible. La historia que comenzó desde la tiranía de un decreto, la convierte Dios, por obra y gracia de su decisión salvífica, en una historia de liberación y de amor. Dios, pues, está entre nosotros porque quiere divinizarnos a todos humanizándonos. ¿Cómo? El himno de los ángeles, como colofón, lo deja claro: con el don de la paz que Dios entrega a los que ama; los que son objeto de su benevolencia. Efectivamente, navidad se escribe con la mano del Dios vivo y verdadero que sale a nuestro encuentro.
“Mientras estaban en Belén le llegó el tiempo de ser madre…lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre porque no había lugar para ellos en el albergue” (Lc. 2, 7)
* Navidad es acoger al extraño
Una mujer adolescente está embarazada y camina con un hombre, ya mayor de edad, hacia el pueblo donde este último había nacido…Son María y José, los papás que esperan que su hijo nazca en medio de un viaje, los que hacen lo que hay que hacer. Son los extranjeros que por llegar a un lugar desconocido no tienen un sitio para descansar, ni un lugar donde dar a luz y van a parar a un pesebre, a un establo, a un galpón. Aquí caben entonces algunas preguntas que nos pueden invitar a la reflexión sobre nuestra vida ¿Qué lugar hacemos a lo otros, cercanos y lejanos, familiares y desconocidos, pobres y no tanto, en nuestra vida, en nuestra casa y en nuestro corazón? ¿Somos un lugar para hospedar al otro, al diferente, o una posada llena de habitantes que no tiene lugar para el niño? El extranjero, el que está de paso, el diferente, parece no tener nada, no darnos nada a cambio, y justamente es ese quien aloja al Niño-Dios.
* Navidad es la fiesta de la sorpresa, la alegre sorpresa.
Navidad es la fiesta de lo desconocido y lo esperado, es la celebración de lo extraordinario que irrumpe en la sencillez de lo ordinario, en el silencio de la noche, en lo desapercibido…El más grande, el Justo, el que había sido anunciado a María y en ella despertó temor y confianza, el que hizo dudar a José de su paternidad, el hijo del carpintero, el que pasó haciendo el bien, el Santo, se hace niño pequeño, fuerte y frágil, se hace humano, se hace Dios-con-nostros (Emanuel). Se hace pañal, llanto, pesebre, canción, cuna, lágrimas, se hace niño indefenso que precisa de otros para vivir. Se hace risa, gozo de familia que se comparte en la pequeñez y grandeza de un pesebre rodeado de animales, estiércol, paja, roca. El más grande nace como todo hombre de pueblo para instaurar el misterio más bello: Dios se hace hombre, el hombre está invitado a ser Dios y todos somos hermanos.
* La Navidad es la fiesta del regalo. Dios nos es regalado
Este niño nos ha sido dado como un regalo, y es el mejor regalo que esa noche podemos recibir, una vida nueva que renueva la nuestra radicalmente, que quiebra lo yugos (Is. 9,3), los pecados, las ataduras y nos dice: vale la pena vivir y abrazar el sueño de Dios, el sueño de una humanidad donde la fe, la esperanza y el amor tengan sitio, sean plenas, donde entren todos los mundos y sueños posibles, donde tengan todos un lugar. Un sueño que puede levantarse aún en medio de la guerra, la pobreza, la devastación, la injusticia, la hipocresía, la corrupción, la desidia, el desasosiego.
“No teman porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy les ha nacido un Salvador” (Lc. 2, 11)
* La Navidad es la gran noticia que acabamos de procesar.
La vida que llega es bienvenida siempre, aún en el temor de lo que no se sabe o no se comprende, aún en el temor y las dudas que le produciría a María ver a su hijo tan apasionado por la vida y por el sueño de Dios que lo llevó a dar su vida para que otros tengan vida. En medio del temor y la incertidumbre del momento los ángeles son voceros de la noticia, la difunden, la comparten, la anuncian, la comunican a quienes pueden acogerla: a los pastores. El anuncio calma, los ángeles llevan paz allí donde hay temor, el anuncio de la palabra aclara el panorama, no aquieta ni tranquiliza las conciencias sino despeja temores y fortalece la confianza. Aquí podemos abrir otra serie de preguntas que nos interpelan: ¿Qué buenas noticias recibimos? ¿Soy una buena noticia para los otros? ¿Descubro en los otros, sobre todos en los diferentes, los pobres, los pibes de la calle, los enfermos, los presos, la buena noticia de Dios para mi vida?
* Navidad es fiesta para exteriorizarla, pregionarla
Tal como expresa el profeta estamos invitados a ser propagadores de la alegría: “Tú has multiplicado la alegría” (Is9,2a). El que es un Santo triste un triste santo es, dice una frase que se atribuye a Santa Teresita de Lissieux y muchas veces los cristianos olvidamos que en la raíz misma de nuestra fe está la vida, el gozo por ser parte de una familia que nace de un profundo gesto de amor acunado en el dolor de dar vida: un parto. ¿Qué lugar tiene la alegría en nuestras vidas? ¿Qué lugar le otorgamos a la esperanza en medio de las dificultades, dolores, angustias y temores de nuestro pueblo?, ¿Qué lugar tenemos preparado para la sorpresa, la vida? ¿Somos, como el ángel, anunciadores de la buena noticia de Dios?, ¿Quién necesita del anuncio de la palabra en el mundo en que vivimos, en nuestro pueblo, en nuestra ciudad?, ¿A quiénes nos gustaría transmitir la alegría de la Buena Nueva?
* En definitiva: “El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz” (Is. 9,1).
Lucas nos dice que el pequeño es el Salvador, que nos ha nacido un Salvador. Sobre las oscuridades de nuestra vida y de nuestro mundo brilla una luz, la luz de la esperanza que ilumina y colorea hasta las realidades más oscuras. Esto no es mera fórmula sino realidad vital que estamos invitados a creer y anunciar: nuestra vida experimenta una constante posibilidad de volver a nacer del agua y del espíritu (Jn. 3, 1-11), una siempre novedosa y misteriosa posibilidad de iniciar el camino. El mundo irradia dolor, magia, alegría y sufrimiento y la vida que llega nos invita a recibir, acoger y portar la luz; somos luz y sombra pero en Jesús se nos devuelve y renueva la esperanza, una esperanza que es aquí y ahora, que es con los otros, que es en justicia, verdad y paz.
El Salmo 85, uno de las bellas lecturas que hemos meditado este adviento, nos dice: “…la Verdad brotará de la tierra y la Justicia mirará desde el cielo”… (v. 12). Qué hermosa imagen para recordar que “es tan grande lo que pasa en Navidad, que la tierra se confunde con el cielo”. La Verdad que brota de la tierra es una hermosa metáfora para referirse a Jesús, “camino, verdad y vida”, que nace en la tierra como un hombre más. Pero también es una potente imagen para pensar que cada vez que alojamos, acogemos y portamos la luz, cada vez que nos atrevemos al encuentro honesto con nuestra propia humanidad y la del prójimo (sea este extranjero, inmigrante, pobre, sucio, feo o agradable) estamos actualizando la Justicia del Dios que nos creó y hermanó a todos en Cristo.
La gran luz que ilumina al pueblo que caminaba en tinieblas no es principalmente la estrella de Belén…es ese Niño que le ha sido dado y que comienza a caminar con ellos, a amasarse en el mismo barro de su historia. La Verdad brota de la tierra…¿Y nuestra tierra? ¿Es fértil para el mensaje de este Niño?, ¿Y nuestro barro?, ¿Se deja moldear por el encuentro con el recién llegado, con el que es más pequeño, frágil y necesitado que nosotros?
* Cada día es Navidad…
En el silencio de la noche irrumpe la vida, el niño nace de una joven que cansada se dispone a parir. También el mundo gime dolores de parto y nuestros países están inundados de dolores, tragedias e injusticias, de hermanos que viven en el borde de lo humano. Navidad es la fiesta del Dios-con-nosotros, del Dios que no cambió el mundo con su vida pero que nos vino a mostrar una forma de entender la relación con nosotros mismos, con los otros, con la naturaleza y con Dios (Padre y Madre), que nos vino a invitar a sumarnos a su sueño. Navidad es la fiesta de la Esperanza, esperanza que habitará en nosotros si la acogemos, si le abrimos las puertas, si decimos sí a la vida y al otro, sea como sea, este donde esté, esté como esté.
Que al augurarnos una Feliz Navidad entreguemos en el saludo al otro un saludo al Niño-Dios que habita en el.
Que entreguemos en nuestros saludos, un saludo al que es fuerte y frágil, al que nació y vive en cada uno, al que cumple las promesas y no desoye los pedidos ni los clamores de su pueblo, de quienes en Él esperan contra toda esperanza.
Que nuestras palabras, pensamientos y acciones se inunden de vida, de fe, y de amor y trabajemos juntos para que este mundo sea una casa que aloje a todos, pero sobre todo al extranjero, al diferente, al que nos soportamos, al que nos molesta, al impertinente y no por un acto de caridad entendido como una lismona que se da para aliviar nuestra conciencia y nuestro corazón, sino porque en él reside y nace Jesús.
Que con San Benito podamos decir en el encuentro con el otro y con los otros: hoy es “Pascua porque he sido digno de verte”. Pascua y Navidad son dos fiestas que suceden en el misterio de la vida y lo desconocido, lo incomprensible, de lo que nos interpela y estamos invitados a creer. Será Navidad entonces todos aquellos días que dejemos nacer al niño-Dios dentro nuestro, todos aquellos días que volvamos a apasionarnos por la vida y digamos sí a Él y al otro que viene en traje ordinario: ¡FELIZ NAVIDAD!
Las lecturas nos inundan de signos de vida y alegría: luz, cantos, alabanzas, buenas noticias, esperanza…Pero también nos relatan dolores (como seguramente los habrá tenido María en el parto), cansancios, viajes, temores. Nos hablan de forasteros que no tenían lugar para hospedarse…De signos de vida y de dolor está poblado nuestro corazón y nuestro tiempo pero sabemos que el amor es más fuerte, que a la vida le basta una grieta para florecer y que nacer y dejar nacer adentro es una oportunidad para crecer, para alojar lo nuevo, para florecer, para alimentar las ganas de vivir y los sueños que habitan en nosotros: para hacer nuestro el sueño de Dios.
Recorramos juntos algunas pautas que nos invitarán a reflexionar sobre esta fiesta del Niño, de la Familia, del amor, del dolor y de la esperanza.
Comentario bíblico: Navidad se escribe con la mano de Dios
* Iª Lectura: Isaías (9,1-3.5-6): Siempre brillará una gran luz
I.1. El poema de Isaías sobrecoge por su hermosura, por su descaro para proponer lo que no se toca con las manos, pero que siempre se sueña. Lo profetas siempre son utópicos, pero realistas cuando es necesario. Como canto de esperanza y de gozo, es una exhortación a la alegría. Atrás quedan muchas cosas de la historia de un pueblo: guerras y opresiones, deslealtad y búsqueda de “dioses” que no tienen ojos, ni corazón. Hay, pues, un horizonte de luz para el pueblo. La luz, por tanto, se convierte en el signo de este poema. La luz trae la vida, la salvación, y por eso, hasta la noche es hermosa, cuando en ella “hay luz”.
I.2. La luz es, por otra parte, el signo de la gran liberación que el profeta propone al pueblo en nombre de Dios. Liberación que habla de la utopía de la justicia; y con la justicia la paz, shalom, esa palabra clave de la Biblia y de todo corazón humano. La paz nunca se puede dar sin justicia. Bien es verdad que es algo más que el “orden”: es un bien “mesiánico” con todas las de la ley. La tiranía del opresor, su vara, las botas del soldado y el manto manchado de sangre han sido destruidos. La luz siempre evoca la acción creadora y salvadora de Dios.
I.3. ¿Quién trae todo esto? “Un niño”. El profeta, desde luego, no piensa en el niño de Belén. Nosotros, sin embargo, solamente podemos leer este poema desde Belén. Es uno de los privilegios de la hermenéutica cristiana. Tenemos todo el derecho a ello, porque podemos ir más allá del poema y de las circunstancias históricas (probablemente se refería al niño que sería después el rey Ezequías). La utopía se realiza en la historia concreta, humana, entrañable: un niño, un hijo, uno de nosotros es quien puede traer todo esto. Probablemente se ha podido inspirar el profeta en poemas de “entronización”... pero es un canto a la justicia y a la paz. Y esto en la tierra no se hace presente si Dios no interviene y nosotros le dejamos intervenir: eso es Navidad.
* IIª Lectura: Tito (2,11-14): Se ha hecho presente la gracia de Dios
II.1. En la noche de Navidad, esta especie de confesión de fe primitiva, recogida en el texto de la carta a Tito, evoca la grandeza del misterio de esta noche santa. El texto, que viene después de una exhortación a los esclavos, habla de una epifanía (epiphanía), así comienza; y a continuación se desgranan una serie de expresiones llenas de sentido: la gracia (jaris) de la salvación (sôtería) de Dios para “todos” (pasin) los hombres. El pensar que la salvación de Dios es para todos los hombres, para la humanidad, es muy importante. Porque Dios se ha hecho hombre por todos. Esto conviene resaltarlo a todos los efectos, porque en el corazón humano es donde debe reinar esa gracia de la salvación de Dios. Por tanto, todos los hombres, esclavos o libres, estamos llamados a ser nosotros mismos en Cristo nuestro salvador.
II.2. Todo esto recuerda el hecho de una liberación que el pueblo de Israel ha sentido en sus carnes (cf Dt 14,2). Ahora acontece algo semejante, o mejor, mucho más grandioso: ¿por nada? ¡Desde luego que no!, Nadie puede ver a Dios, ni a su salvador Jesucristo, viviendo en la impiedad y en la injusticia (asebeia - adikía). No es simplemente por el pago de una vida ética y moral, como en cierta forma se puede leer el texto. Es algo que va mucho más allá de la vida del mundo, de los criterios del mundo y de la impiedad del mundo. Se trata de tener una experiencia nueva del Dios que tiene un proyecto absoluto: la salvación de todos los hombres. Y esto comenzó a ser realidad en la “encarnación”. Todo esto se escribe con la mano de Dios. Y la historia “nueva” de la humanidad no puede escribirse sin el Dios salvador.
* Evangelio: Lucas (2,1-14): Cur Deus homo? ¿Por qué Dios está entre nosotros?
III.1. Henos aquí ante el gran texto de la noche de Navidad. La Navidad de Occidente se ha expresado siempre en la “noche” por este relato primoroso; hemos de reconocerlo. El mundo no celebraría la Navidad sin esta narración, aunque sea en esa noche que antes del cristianismo era divino-pagana (era la celebración del solsticio de invierno y la fiesta del “sol invicto) y ahora es divino-humana. Lucas, su creador, se ha cubierto de gloria como escritor y como teólogo, no tanto como historiador. Hay muchas maneras de leer e interpretar el conjunto, que en realidad debería contemplar los vv. 1-21, pero la última parte se reserva para otro día del tiempo de Navidad, o para la misa de la aurora, donde se celebre. El conjunto narra e “interpreta” lo que significa el nacimiento de Jesús, el Salvador, el Mesías y el Señor en la “ciudad de David”. Los tres títulos que llenan de contenido el anuncio del cielo. Habría que decir muchas cosas desde el punto de vista exégetico y narrativo. Pero nos vamos a reducir a lo más esencial.
III.2. El evangelio de esta noche está planteado en dos momentos. En el primero (vv.1-5) se muestra la autoridad del “César”, dueño del imperio, del mundo de entonces. Un “dogma”, un decreto suyo, moviliza a los oprimidos y esclavos de su autoridad y de su poder. Si analizamos lo que de histórico hay en todo esto, quizás no podamos aceptar cada uno de los pormenores de este relato. Pero entre esos “sometidos” estaban los padres de Jesús que tienen que “ponerse en camino”, que es una constante del evangelio de Lucas. Jesús antes de nacer ya está caminando, como cuando su madre va a visitar a Isabel. La elección de todo esto por parte de Lucas puede responder a la historia, pero sería lo menos importante el probarlo. Lo que verdaderamente nos debe llamar la atención es cómo el “dios” del mundo (Augusto era considerado divino, un dios) quiere “censar”, controlar, someter, hacer pagar tributo a todos los habitantes del mundo (oikumene). Pero es eso lo que pretende Lucas que se considere como causa de un acontecimiento de gracia y salvación: la visita de Dios a los que no tienen derecho y libertad y, por lo mismo, al mundo entero, en contrarréplica al decreto y a la autoridad del “dios” de Roma (Augusto) que ha construido un imperio sobre la esclavitud y la injusticia.
III.3. El segundo momento (vv. 6-14) quiere presentarnos al Dios de verdad, según Lucas. Las cosas van a ser bien distintas a todos los efectos: un grupo de pastores se van a convertir en “los emisarios” de la voz y el proyecto de Dios, lo que es verdaderamente extraño. Estos no tienen la autoridad de Quirino para llevar a cabo su cometido. Tampoco hay un “decreto”, un “dogma”, como en la primera parte, sino una “voz” celeste, la del ángel del Señor y la gloria (kabod) que los envuelve. Todo es demasiado irreal por el contraste que se representa. Se podía haber elegido unos emisarios más dignos del testimonio que habían de dar. La intencionalidad, pues, es kerygmática, se dice; proclama que Dios, cuando parece que todo está perdido para los sin ley, sin derecho y sin nombre, tiene una palabra que decir y visita a los suyos. Cuando María no encuentra “acogida” para dar a luz, el cielo muestra que nada hay imposible para Dios. El Salvador, el Mesías y el Señor ni siquiera tiene sitio en la “ciudad de David”. Cualquier letrado hubiera interpretado que la ciudad de David era Jerusalén, pero los ignorantes pastores aciertan con la otra ciudad de David, la verdadera, la primitiva, la que había perdido su rango y su historia. En el caso de la tradición primitiva recogida por Lucas es Belén, pero nosotros tenemos derecho a interpretar que Belén es más una ciudad teológica que histórica.
III.4. Desde el cielo se les da un “signo” (sêmeion): “un niño envuelto en pañales y acunado en un pesebre (phatnê)” ¡Vaya signo! ¿Existe relación entre los títulos de quien ha nacido: Salvador (sôter), Mesías (christos) y Señor (kyrios) con este signo? Pues he aquí lo extraordinario y la grandeza de la noche de Navidad: se trata de signos muy humanos que hacen posible hablar de una noche divino-humana, como ya hemos apuntado. Nadie reconocería a un personaje de tales títulos en un niño empañado, que es lo primero que hace una madre cuando da a luz a su hijo. Para unos ignorantes y pendencieros pastores era muy poco para reconocer al Salvador y Señor. Y sin embargo no se equivocaron; lo humano es verdaderamente reconocible. La historia que comenzó desde la tiranía de un decreto, la convierte Dios, por obra y gracia de su decisión salvífica, en una historia de liberación y de amor. Dios, pues, está entre nosotros porque quiere divinizarnos a todos humanizándonos. ¿Cómo? El himno de los ángeles, como colofón, lo deja claro: con el don de la paz que Dios entrega a los que ama; los que son objeto de su benevolencia. Efectivamente, navidad se escribe con la mano del Dios vivo y verdadero que sale a nuestro encuentro.
Fray Miguel de Burgos,op
Pautas para la homilía
“Mientras estaban en Belén le llegó el tiempo de ser madre…lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre porque no había lugar para ellos en el albergue” (Lc. 2, 7)
* Navidad es acoger al extraño
Una mujer adolescente está embarazada y camina con un hombre, ya mayor de edad, hacia el pueblo donde este último había nacido…Son María y José, los papás que esperan que su hijo nazca en medio de un viaje, los que hacen lo que hay que hacer. Son los extranjeros que por llegar a un lugar desconocido no tienen un sitio para descansar, ni un lugar donde dar a luz y van a parar a un pesebre, a un establo, a un galpón. Aquí caben entonces algunas preguntas que nos pueden invitar a la reflexión sobre nuestra vida ¿Qué lugar hacemos a lo otros, cercanos y lejanos, familiares y desconocidos, pobres y no tanto, en nuestra vida, en nuestra casa y en nuestro corazón? ¿Somos un lugar para hospedar al otro, al diferente, o una posada llena de habitantes que no tiene lugar para el niño? El extranjero, el que está de paso, el diferente, parece no tener nada, no darnos nada a cambio, y justamente es ese quien aloja al Niño-Dios.
* Navidad es la fiesta de la sorpresa, la alegre sorpresa.
Navidad es la fiesta de lo desconocido y lo esperado, es la celebración de lo extraordinario que irrumpe en la sencillez de lo ordinario, en el silencio de la noche, en lo desapercibido…El más grande, el Justo, el que había sido anunciado a María y en ella despertó temor y confianza, el que hizo dudar a José de su paternidad, el hijo del carpintero, el que pasó haciendo el bien, el Santo, se hace niño pequeño, fuerte y frágil, se hace humano, se hace Dios-con-nostros (Emanuel). Se hace pañal, llanto, pesebre, canción, cuna, lágrimas, se hace niño indefenso que precisa de otros para vivir. Se hace risa, gozo de familia que se comparte en la pequeñez y grandeza de un pesebre rodeado de animales, estiércol, paja, roca. El más grande nace como todo hombre de pueblo para instaurar el misterio más bello: Dios se hace hombre, el hombre está invitado a ser Dios y todos somos hermanos.
* La Navidad es la fiesta del regalo. Dios nos es regalado
Este niño nos ha sido dado como un regalo, y es el mejor regalo que esa noche podemos recibir, una vida nueva que renueva la nuestra radicalmente, que quiebra lo yugos (Is. 9,3), los pecados, las ataduras y nos dice: vale la pena vivir y abrazar el sueño de Dios, el sueño de una humanidad donde la fe, la esperanza y el amor tengan sitio, sean plenas, donde entren todos los mundos y sueños posibles, donde tengan todos un lugar. Un sueño que puede levantarse aún en medio de la guerra, la pobreza, la devastación, la injusticia, la hipocresía, la corrupción, la desidia, el desasosiego.
“No teman porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy les ha nacido un Salvador” (Lc. 2, 11)
* La Navidad es la gran noticia que acabamos de procesar.
La vida que llega es bienvenida siempre, aún en el temor de lo que no se sabe o no se comprende, aún en el temor y las dudas que le produciría a María ver a su hijo tan apasionado por la vida y por el sueño de Dios que lo llevó a dar su vida para que otros tengan vida. En medio del temor y la incertidumbre del momento los ángeles son voceros de la noticia, la difunden, la comparten, la anuncian, la comunican a quienes pueden acogerla: a los pastores. El anuncio calma, los ángeles llevan paz allí donde hay temor, el anuncio de la palabra aclara el panorama, no aquieta ni tranquiliza las conciencias sino despeja temores y fortalece la confianza. Aquí podemos abrir otra serie de preguntas que nos interpelan: ¿Qué buenas noticias recibimos? ¿Soy una buena noticia para los otros? ¿Descubro en los otros, sobre todos en los diferentes, los pobres, los pibes de la calle, los enfermos, los presos, la buena noticia de Dios para mi vida?
* Navidad es fiesta para exteriorizarla, pregionarla
Tal como expresa el profeta estamos invitados a ser propagadores de la alegría: “Tú has multiplicado la alegría” (Is9,2a). El que es un Santo triste un triste santo es, dice una frase que se atribuye a Santa Teresita de Lissieux y muchas veces los cristianos olvidamos que en la raíz misma de nuestra fe está la vida, el gozo por ser parte de una familia que nace de un profundo gesto de amor acunado en el dolor de dar vida: un parto. ¿Qué lugar tiene la alegría en nuestras vidas? ¿Qué lugar le otorgamos a la esperanza en medio de las dificultades, dolores, angustias y temores de nuestro pueblo?, ¿Qué lugar tenemos preparado para la sorpresa, la vida? ¿Somos, como el ángel, anunciadores de la buena noticia de Dios?, ¿Quién necesita del anuncio de la palabra en el mundo en que vivimos, en nuestro pueblo, en nuestra ciudad?, ¿A quiénes nos gustaría transmitir la alegría de la Buena Nueva?
* En definitiva: “El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz” (Is. 9,1).
Lucas nos dice que el pequeño es el Salvador, que nos ha nacido un Salvador. Sobre las oscuridades de nuestra vida y de nuestro mundo brilla una luz, la luz de la esperanza que ilumina y colorea hasta las realidades más oscuras. Esto no es mera fórmula sino realidad vital que estamos invitados a creer y anunciar: nuestra vida experimenta una constante posibilidad de volver a nacer del agua y del espíritu (Jn. 3, 1-11), una siempre novedosa y misteriosa posibilidad de iniciar el camino. El mundo irradia dolor, magia, alegría y sufrimiento y la vida que llega nos invita a recibir, acoger y portar la luz; somos luz y sombra pero en Jesús se nos devuelve y renueva la esperanza, una esperanza que es aquí y ahora, que es con los otros, que es en justicia, verdad y paz.
El Salmo 85, uno de las bellas lecturas que hemos meditado este adviento, nos dice: “…la Verdad brotará de la tierra y la Justicia mirará desde el cielo”… (v. 12). Qué hermosa imagen para recordar que “es tan grande lo que pasa en Navidad, que la tierra se confunde con el cielo”. La Verdad que brota de la tierra es una hermosa metáfora para referirse a Jesús, “camino, verdad y vida”, que nace en la tierra como un hombre más. Pero también es una potente imagen para pensar que cada vez que alojamos, acogemos y portamos la luz, cada vez que nos atrevemos al encuentro honesto con nuestra propia humanidad y la del prójimo (sea este extranjero, inmigrante, pobre, sucio, feo o agradable) estamos actualizando la Justicia del Dios que nos creó y hermanó a todos en Cristo.
La gran luz que ilumina al pueblo que caminaba en tinieblas no es principalmente la estrella de Belén…es ese Niño que le ha sido dado y que comienza a caminar con ellos, a amasarse en el mismo barro de su historia. La Verdad brota de la tierra…¿Y nuestra tierra? ¿Es fértil para el mensaje de este Niño?, ¿Y nuestro barro?, ¿Se deja moldear por el encuentro con el recién llegado, con el que es más pequeño, frágil y necesitado que nosotros?
* Cada día es Navidad…
En el silencio de la noche irrumpe la vida, el niño nace de una joven que cansada se dispone a parir. También el mundo gime dolores de parto y nuestros países están inundados de dolores, tragedias e injusticias, de hermanos que viven en el borde de lo humano. Navidad es la fiesta del Dios-con-nosotros, del Dios que no cambió el mundo con su vida pero que nos vino a mostrar una forma de entender la relación con nosotros mismos, con los otros, con la naturaleza y con Dios (Padre y Madre), que nos vino a invitar a sumarnos a su sueño. Navidad es la fiesta de la Esperanza, esperanza que habitará en nosotros si la acogemos, si le abrimos las puertas, si decimos sí a la vida y al otro, sea como sea, este donde esté, esté como esté.
Que al augurarnos una Feliz Navidad entreguemos en el saludo al otro un saludo al Niño-Dios que habita en el.
Que entreguemos en nuestros saludos, un saludo al que es fuerte y frágil, al que nació y vive en cada uno, al que cumple las promesas y no desoye los pedidos ni los clamores de su pueblo, de quienes en Él esperan contra toda esperanza.
Que nuestras palabras, pensamientos y acciones se inunden de vida, de fe, y de amor y trabajemos juntos para que este mundo sea una casa que aloje a todos, pero sobre todo al extranjero, al diferente, al que nos soportamos, al que nos molesta, al impertinente y no por un acto de caridad entendido como una lismona que se da para aliviar nuestra conciencia y nuestro corazón, sino porque en él reside y nace Jesús.
Que con San Benito podamos decir en el encuentro con el otro y con los otros: hoy es “Pascua porque he sido digno de verte”. Pascua y Navidad son dos fiestas que suceden en el misterio de la vida y lo desconocido, lo incomprensible, de lo que nos interpela y estamos invitados a creer. Será Navidad entonces todos aquellos días que dejemos nacer al niño-Dios dentro nuestro, todos aquellos días que volvamos a apasionarnos por la vida y digamos sí a Él y al otro que viene en traje ordinario: ¡FELIZ NAVIDAD!
Carola Arrúe y Andrés Peregalli
Laicos dominicos
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