El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo:
«¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo».
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Ángel le dijo:
«No temas, María, porque Dios te ha favorecido., Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; El será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin».
María dijo al Ángel:
«¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relación con ningún hombre?»
El Ángel le respondió:
«El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios».
María dijo entonces:
«Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra».
Y el Ángel se alejó.
El rey David estaba preocupado. ¿Cómo es posible que yo, alcanzada la paz después de vencer a todos mis enemigos, haya podido construirme una casa,un palacio, y Dios, el Dios de Israel, no tenga aún para morar una casa propia, un templo, y el Arca de Dios haya de permanecer en una tienda de campaña?
¡Esto no puede ser!... Así discurría el buen rey, cuando se le presenta el profeta Natán y le dice: No, tú no me construirás un templo. Eso me lo va a hacer un hijo tuyo. Y después, yo aseguraré a tu descendencia un trono, sobre el que se sentará un descendiente tuyo, para el que seré yo un padre, y él será para mí un hijo. Tu casa y tu trono serán firmes, porque tu trono permanecerá para siempre.
Éstas palabras proféticas se las sabían los judíos de memoria. Y se preguntaban siempre: ¿Cuándo, pero cuándo cumplirá Dios su promesa? Todos los imperios han pasado por encima de nosotros y nos han lanzado dispersos por todo el mundo. Los romanos ahora nos aplastan. Israel, suspirando por el Mesías prometido, pero el Mesías no llega nunca...
Así se pensaba en el pueblo, que se había forjado la idea de un Cristo triunfador en el terreno político y social. ¿Por dónde vendría Dios? ¿Cuándo cumpliría la promesa hecha a David, hacía ya mil años?...
Sí, Dios va a dar la respuesta de la manera más sorprendente. Fija su mirada en una muchachita nazarena, desposada con José, un joven descendiente de la familia de David. La jovencita recibe una visita inesperada del todo, y el visitante empieza su saludo con unas palabras desconcertantes:
- ¡Salve, la llena de gracia! ¡El Señor está contigo! ¡Bendita tú entre todas las mujeres!...
- Pero, ¿qué estás diciendo, ángel de Dios?
- Sí, María. Tú has hallado gracia delante de Dios. Vas a concebir y dar a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús. Será grande, y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David su antecesor, reinará por siempre sobre Judá y su reino ya no tendrá fin.
Sabemos la respuesta de María. Es una mujer libre. Se da cuenta de la carga que se echa encima con su aceptación. Pero no rechaza la Palabra de Dios, sino que la acoge con docilidad plena. Acepta la misión que Dios le encarga, y responde humilde y generosamente:
- Aquí está la esclava del Señor. Que se cumpla todo en mí según tu palabra. Que se haga su santa voluntad.
Y el Hijo de Dios se hace hombre en ese instante preciso, dentro del seno de María. Echa su tienda de campaña en medio de nosotros, y nos da la gracia de llegar a ser hijos de Dios.
María se ha convertido en el Arca de la Alianza, en una Casa de oro, en el Templo del Espíritu Santo... El Dios de Israel ya no mora en una tienda de campaña ni en el templo de Salomón, ni tampoco en el templo de Jerusalén, orgullo legítimo del pueblo que lo acababa de construir...
Ahora el templo de Dios va a ser edificado con piedras vivas, y este templo es el nuevo Israel de Dios. Su Rey será Jesús, descendiente de David, y el reino de Jesucristo, gloria máxima del pueblo elegido, será un reino eterno, nunca más vencido por ningún imperio terrenal...
Esta casa, este reino, este trono, son hechura de Dios, y no de hombre. Aunque el hombre, por María, ha prestado su colaboración a la obra de Dios. María no ha sido un robot, una autómata, o una mujer sin personalidad. Todo lo contrario, Ella ha contribuido libremente a la obra de nuestra salvación. La Nueva Eva, la Mujer -como la llamará Juan en su Evangelio y en el Apocalipsis- ha sido respecto de Jesucristo igual que la Eva del paraíso con
Adán: el hombre nos perdió, pero con el concurso libre de la mujer.
Estas lecturas de la Misa de hoy nos llevan a la gran realidad cristiana: somos nosotros, la Iglesia, los que constituimos la Casa de Dios y el trono sobre el que Jesucristo se asienta.
Somos una casa o un templo formado de piedras vivas, que va creciendo hasta que se consuma en una construcción acabada y perfecta.
Un filósofo, malo de veras, profetizó necia y blasfemamente la muerte de Dios, y decía de nuestros templos que ya no son otra cosa que tumbas y monumentos sepulcrales de Dios (Nietzsche) Nosotros convertimos blasfemia semejante en una alabanza fervorosa a Dios. Nuestras iglesias, en las que nos reunimos para celebrar el culto, serán ricas o pobres, pero la Iglesia, la Casa de Dios que somos nosotros, lucirá siempre espléndida con los mejores dones del Espíritu Santo.
La gracia de Dios, la virtud cristiana, la plegaria incesante, el amor de que hacemos gala, nuestro trabajo de cada día hecho con la rectitud del Carpintero de Nazaret, la honestidad de nuestras costumbres, todo eso vale más que todos los templos materiales en que nos reunimos para celebrar el culto.
Sin embargo, esas mismas iglesias materiales de nuestros pueblos son la expresión de nuestra fe en un Dios amado con verdadera pasión.
Las iglesias no son sepulcros de un Dios muerto, sino monumentos imponentes erigidos en honor del Dios vivo y verdadero... Dejemos en su locura al filósofo blasfemo...
David soñó en una casa espléndida para Dios. ¿Se pudo imaginar la casa que Dios se preparaba?...
¡Señor Jesucristo!
Tú eres la Casa de Dios por excelencia, pues en Ti habita la Divinidad en toda su plenitud.
María, tu Madre, es la casa más espléndida que Dios construyó, pues te llevó encerrado en su seno.
La Iglesia es el templo del Espíritu Santo, hecho de piedras vivas.
¿Y yo? Tú dijiste que vendrías con el Padre y harías tu morada en quienquiera que te amase... ¡Tú me has hecho a mí también casa de Dios!...
¿Estáis a gusto las Divinas Personas en esta vuestra casa?...
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo:
«¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo».
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Ángel le dijo:
«No temas, María, porque Dios te ha favorecido., Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; El será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin».
María dijo al Ángel:
«¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relación con ningún hombre?»
El Ángel le respondió:
«El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios».
María dijo entonces:
«Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra».
Y el Ángel se alejó.
El rey David estaba preocupado. ¿Cómo es posible que yo, alcanzada la paz después de vencer a todos mis enemigos, haya podido construirme una casa,un palacio, y Dios, el Dios de Israel, no tenga aún para morar una casa propia, un templo, y el Arca de Dios haya de permanecer en una tienda de campaña?
¡Esto no puede ser!... Así discurría el buen rey, cuando se le presenta el profeta Natán y le dice: No, tú no me construirás un templo. Eso me lo va a hacer un hijo tuyo. Y después, yo aseguraré a tu descendencia un trono, sobre el que se sentará un descendiente tuyo, para el que seré yo un padre, y él será para mí un hijo. Tu casa y tu trono serán firmes, porque tu trono permanecerá para siempre.
Éstas palabras proféticas se las sabían los judíos de memoria. Y se preguntaban siempre: ¿Cuándo, pero cuándo cumplirá Dios su promesa? Todos los imperios han pasado por encima de nosotros y nos han lanzado dispersos por todo el mundo. Los romanos ahora nos aplastan. Israel, suspirando por el Mesías prometido, pero el Mesías no llega nunca...
Así se pensaba en el pueblo, que se había forjado la idea de un Cristo triunfador en el terreno político y social. ¿Por dónde vendría Dios? ¿Cuándo cumpliría la promesa hecha a David, hacía ya mil años?...
Sí, Dios va a dar la respuesta de la manera más sorprendente. Fija su mirada en una muchachita nazarena, desposada con José, un joven descendiente de la familia de David. La jovencita recibe una visita inesperada del todo, y el visitante empieza su saludo con unas palabras desconcertantes:
- ¡Salve, la llena de gracia! ¡El Señor está contigo! ¡Bendita tú entre todas las mujeres!...
- Pero, ¿qué estás diciendo, ángel de Dios?
- Sí, María. Tú has hallado gracia delante de Dios. Vas a concebir y dar a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús. Será grande, y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David su antecesor, reinará por siempre sobre Judá y su reino ya no tendrá fin.
Sabemos la respuesta de María. Es una mujer libre. Se da cuenta de la carga que se echa encima con su aceptación. Pero no rechaza la Palabra de Dios, sino que la acoge con docilidad plena. Acepta la misión que Dios le encarga, y responde humilde y generosamente:
- Aquí está la esclava del Señor. Que se cumpla todo en mí según tu palabra. Que se haga su santa voluntad.
Y el Hijo de Dios se hace hombre en ese instante preciso, dentro del seno de María. Echa su tienda de campaña en medio de nosotros, y nos da la gracia de llegar a ser hijos de Dios.
María se ha convertido en el Arca de la Alianza, en una Casa de oro, en el Templo del Espíritu Santo... El Dios de Israel ya no mora en una tienda de campaña ni en el templo de Salomón, ni tampoco en el templo de Jerusalén, orgullo legítimo del pueblo que lo acababa de construir...
Ahora el templo de Dios va a ser edificado con piedras vivas, y este templo es el nuevo Israel de Dios. Su Rey será Jesús, descendiente de David, y el reino de Jesucristo, gloria máxima del pueblo elegido, será un reino eterno, nunca más vencido por ningún imperio terrenal...
Esta casa, este reino, este trono, son hechura de Dios, y no de hombre. Aunque el hombre, por María, ha prestado su colaboración a la obra de Dios. María no ha sido un robot, una autómata, o una mujer sin personalidad. Todo lo contrario, Ella ha contribuido libremente a la obra de nuestra salvación. La Nueva Eva, la Mujer -como la llamará Juan en su Evangelio y en el Apocalipsis- ha sido respecto de Jesucristo igual que la Eva del paraíso con
Adán: el hombre nos perdió, pero con el concurso libre de la mujer.
Estas lecturas de la Misa de hoy nos llevan a la gran realidad cristiana: somos nosotros, la Iglesia, los que constituimos la Casa de Dios y el trono sobre el que Jesucristo se asienta.
Somos una casa o un templo formado de piedras vivas, que va creciendo hasta que se consuma en una construcción acabada y perfecta.
Un filósofo, malo de veras, profetizó necia y blasfemamente la muerte de Dios, y decía de nuestros templos que ya no son otra cosa que tumbas y monumentos sepulcrales de Dios (Nietzsche) Nosotros convertimos blasfemia semejante en una alabanza fervorosa a Dios. Nuestras iglesias, en las que nos reunimos para celebrar el culto, serán ricas o pobres, pero la Iglesia, la Casa de Dios que somos nosotros, lucirá siempre espléndida con los mejores dones del Espíritu Santo.
La gracia de Dios, la virtud cristiana, la plegaria incesante, el amor de que hacemos gala, nuestro trabajo de cada día hecho con la rectitud del Carpintero de Nazaret, la honestidad de nuestras costumbres, todo eso vale más que todos los templos materiales en que nos reunimos para celebrar el culto.
Sin embargo, esas mismas iglesias materiales de nuestros pueblos son la expresión de nuestra fe en un Dios amado con verdadera pasión.
Las iglesias no son sepulcros de un Dios muerto, sino monumentos imponentes erigidos en honor del Dios vivo y verdadero... Dejemos en su locura al filósofo blasfemo...
David soñó en una casa espléndida para Dios. ¿Se pudo imaginar la casa que Dios se preparaba?...
¡Señor Jesucristo!
Tú eres la Casa de Dios por excelencia, pues en Ti habita la Divinidad en toda su plenitud.
María, tu Madre, es la casa más espléndida que Dios construyó, pues te llevó encerrado en su seno.
La Iglesia es el templo del Espíritu Santo, hecho de piedras vivas.
¿Y yo? Tú dijiste que vendrías con el Padre y harías tu morada en quienquiera que te amase... ¡Tú me has hecho a mí también casa de Dios!...
¿Estáis a gusto las Divinas Personas en esta vuestra casa?...
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