Publicado por Entra y Veras
Esta noche nace el Niño, esta noche Dios vuelve a hacerse uno de los nuestros. Misterio admirable e incompresible. Llamada atención para creyentes y no creyentes. Dios se hace próximo ¿Y tú?
Un buen día, Picasso, ya octogenario, visitaba una exposición de dibujos infantiles. Al terminar su recorrido por la muestra artística, el genial pintor malagueño comentó: «Cuando yo tenía la edad de estos niños, dibujaba como Rafael. Me ha costado mucho tiempo llegar a dibujar como estos niños».
La verdad es que ninguno de nosotros pintamos ni como Rafael ni como Picasso. Algunos, incluso, garabateamos tan mal que nos veríamos metidos en un apuro ruboroso si alguien nos pidiera ahora que trazáramos un boceto del Portal de Belén con un buey y una mula que escaparan de la oronda silueta unisex y no parecieran un par de fardos de paja con apéndices de cuernos y rabo. Sin embargo, para sorpresa mayúscula de todos cuantos nos empeñamos en ser tipos crecidos con percha de estirados y sujetos cuadriculadamente adultos, Dios se dibuja a sí mismo en real, tangible y desvalida carne infantil de humanidad recién nacida, en niño diminuto y frágil alumbrado en una más que prosaica cueva suburbial con interiorismo de establo puro y duro. Navidad es hondura de misterio creyente, no algodón de azúcar para consumo de inviernos comerciales nevados de puerilidad y rellenos de frivolidad.
Haciéndose carne de endeble pequeñez necesitada de pecho, pañal, calor, regazo y sueño, nuestro Dios se revela infinitamente próximo. Nos regala una certeza de compañía, de no estar solos, que nos conmueve y exalta. He aquí la más alta forma de vecindad, de presencia de Dios, no ya «junto a», sino «en» nosotros. Si, como sostenía Platón, «amor es anhelo de engendrar en la hermosura», entonces ningún amor más grande que el de Dios en su Encarnación, ningún cariño más sublime y fecundo que este de la belleza divina amasándose como harina de carnal arcilla humana en la artesa de nuestro suelo terreno con agua de normalidad, sal de sencillez y levadura de plenitud.
Navidad será lo que tú y yo hayamos querido de antemano. De ahí la pedagogía previa del Adviento. Navidad es como una fuente infinita, y de ella se toma el agua que cabe en la vasija que llevamos cada uno, una taza de café, una jarra de litro, un cántaro de pozo de patio solariego o un depósito del Canal de Isabel II. Navidad no tiene más cercas que nuestra limitada capacidad: nuestra flaqueza en el ejercicio del amor, nuestra anorexia a la hora de engordar esperanzas, nuestro desmayo en la carrera de la fe.
Dice san Ignacio de Antioquia que el nacimiento de Jesús «ocurrió en silencio». Estentórea paradoja: en ese abismal silencio habla la suprema Palabra, Jesús de Nazaret. A través de esta Palabra-de-carne Dios irrumpe para siempre y sin reservas en la corriente del río de nuestra aventura humana. En el hombre Jesús el misterio de Dios encuentra retrato de anatomía de infancia y arquitectura visible de cuna, hogar, sonrisa, abrazo y camino; halla entrañas de ternura, parpadeo de asombro, alas de gozo, aliento de justicia y pasión de libertad.
¡Feliz Navidad!
José Manuel Berruete, agustino recoleto. Parroquia Santa Rita, Madrid
Un buen día, Picasso, ya octogenario, visitaba una exposición de dibujos infantiles. Al terminar su recorrido por la muestra artística, el genial pintor malagueño comentó: «Cuando yo tenía la edad de estos niños, dibujaba como Rafael. Me ha costado mucho tiempo llegar a dibujar como estos niños».
La verdad es que ninguno de nosotros pintamos ni como Rafael ni como Picasso. Algunos, incluso, garabateamos tan mal que nos veríamos metidos en un apuro ruboroso si alguien nos pidiera ahora que trazáramos un boceto del Portal de Belén con un buey y una mula que escaparan de la oronda silueta unisex y no parecieran un par de fardos de paja con apéndices de cuernos y rabo. Sin embargo, para sorpresa mayúscula de todos cuantos nos empeñamos en ser tipos crecidos con percha de estirados y sujetos cuadriculadamente adultos, Dios se dibuja a sí mismo en real, tangible y desvalida carne infantil de humanidad recién nacida, en niño diminuto y frágil alumbrado en una más que prosaica cueva suburbial con interiorismo de establo puro y duro. Navidad es hondura de misterio creyente, no algodón de azúcar para consumo de inviernos comerciales nevados de puerilidad y rellenos de frivolidad.
Haciéndose carne de endeble pequeñez necesitada de pecho, pañal, calor, regazo y sueño, nuestro Dios se revela infinitamente próximo. Nos regala una certeza de compañía, de no estar solos, que nos conmueve y exalta. He aquí la más alta forma de vecindad, de presencia de Dios, no ya «junto a», sino «en» nosotros. Si, como sostenía Platón, «amor es anhelo de engendrar en la hermosura», entonces ningún amor más grande que el de Dios en su Encarnación, ningún cariño más sublime y fecundo que este de la belleza divina amasándose como harina de carnal arcilla humana en la artesa de nuestro suelo terreno con agua de normalidad, sal de sencillez y levadura de plenitud.
Navidad será lo que tú y yo hayamos querido de antemano. De ahí la pedagogía previa del Adviento. Navidad es como una fuente infinita, y de ella se toma el agua que cabe en la vasija que llevamos cada uno, una taza de café, una jarra de litro, un cántaro de pozo de patio solariego o un depósito del Canal de Isabel II. Navidad no tiene más cercas que nuestra limitada capacidad: nuestra flaqueza en el ejercicio del amor, nuestra anorexia a la hora de engordar esperanzas, nuestro desmayo en la carrera de la fe.
Dice san Ignacio de Antioquia que el nacimiento de Jesús «ocurrió en silencio». Estentórea paradoja: en ese abismal silencio habla la suprema Palabra, Jesús de Nazaret. A través de esta Palabra-de-carne Dios irrumpe para siempre y sin reservas en la corriente del río de nuestra aventura humana. En el hombre Jesús el misterio de Dios encuentra retrato de anatomía de infancia y arquitectura visible de cuna, hogar, sonrisa, abrazo y camino; halla entrañas de ternura, parpadeo de asombro, alas de gozo, aliento de justicia y pasión de libertad.
¡Feliz Navidad!
José Manuel Berruete, agustino recoleto. Parroquia Santa Rita, Madrid
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