El miércoles pasado, con la imposición de las cenizas sobre nuestra cabeza se dio comienzo al tiempo litúrgico de la Cuaresma. Este tiempo toma su nombre de los cuarenta días que transcurren desde el miércoles de ceniza hasta el Domingo de Ramos que, a su vez, introduce la Semana Santa.
Los cuarenta días provienen de una indicación del Evangelio de hoy: “El Espíritu empuja a Jesús al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás”. A su vez estos cuarenta días evocan los cuarenta años que Israel permaneció en el desierto después de la liberación de Egipto, antes de entrar en la tierra prometida. La permanencia de Jesús cuarenta días en el desierto recuerda también a otros dos personajes bíblicos que pasaron períodos semejantes de soledad: Moisés y Elías. Ambos en este tiempo de soledad desearon ver el rostro de Dios, tuvieron un decisivo encuentro con Dios y recibieron importantes misiones.
Moisés recibió la orden del Señor de subir el monte Sinaí (en otra tradición se le da el nombre de Horeb) para renovar la alianza con el Señor y recibir la tablas de la ley. El relato del Exodo dice: “Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días y cuarenta noches, sin comer pan ni beber agua. Y escribió en las tablas las palabras de la alianza, las diez palabras” (Ex 34,28). En ese mismo monte pasa Elías el mismo espacio de tiempo cuando huye de Jezabel. El profeta siente un gran abatimiento porque no tiene clara su misión y se sienta bajo una retama para dejarse morir. Pero un ángel le trae alimento y le dice: “Levantate y come porque el camino es demasiado largo para ti”. El relato continúa: “Se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb” (1Rey 19,7-8). Allí le fue comunicada al profeta su misión y recibió la fuerza para realizarla. Estos dos personajes, Moisés y Elías, son los mismos que conversan con Jesús en el monte de la Transfiguración.
El Evangelio de Marcos dice muy escuetamente que durante esos cuarenta días transcurridos en el desierto Jesús “era tentado por Satanás”. Este personaje maligno ya había aparecido en el Antiguo Testamento tentando a Job y provocando la muerte de todos sus hijos, la destrucción de todos sus bienes y la ruina de su salud corporal (cf. Job 1-2). “Satanás” es una palabra tomada del lenguaje arameo y significa: el adversario, el acusador. El autor del Apocalipsis lo identifica con la serpiente antigua y ve su derrota: “Fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado diablo y Satanás, el seductor del mundo entero” (Apoc 12,9). La serpiente antigua es la que sedujo a Eva y por este medio obtuvo la caída de Adán y dejó comprometido en la muerte a todo el género humano. A ésta le dijo Dios: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te pisoteará la cabeza mientras acechas tú su calcañar” (Gen 3,15). Satanás tienta a Jesús esperando hacer con él lo mismo que hizo con Adán; pero quedará derrotado. Jesús se revela como aquel que pisotea la cabeza de Satanás y libera al ser humano de su señorío.
El relato de las tentaciones aparece como un paréntesis que interrumpe la presentación de Juan Bautista que culminaba con el bautismo de Jesús. Cerrado el paréntesis se continúa con la siguiente noticia sobre Juan: “Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea”. En el Evangelio de Marcos Galilea es el lugar donde Jesús desarrolla su ministerio libre de antagonismos. Los antagonismos proceden de Jerusalén y sus instituciones. Por eso, se-gún este Evangelio después de su ministerio en Galilea, Jesús hace un solo viaje a Jerusalén y éste es para ir a morir allá. Galilea será también el lugar donde se manifestará Cristo resucitado según lo que anunció el ángel a las mujeres: “Ha resucitado... irá delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis” (Mc 16,6.7).
Aquí en Galilea es donde Jesús proclama el Evangelio de Dios cuyo resumen es este: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el Evangelio”. Es interesante observar que la primera palabra que pronuncia Jesús es la palabra “tiempo”. Esta palabra traduce el término griego “kairós” que se distingue claramente del término “chronos”. Los griegos llamaban al fluir perenne del tiempo “chronos”; en cambio, al tiempo que deja huella lo llamaban “kairós”. En el uso del Nuevo Testamento, “chronos” es el curso profano de los días y años; en cambio, “kairós” es un tiempo de gracia que es necesario aprovechar y no dejar pasar en vano. El tiempo al cual se refiere Jesús en esta primera frase suya es la hora decisiva, la hora salvífica, la hora de la intervención de Dios en la historia. Esto es lo que dice su frase siguiente: “El Reino de Dios está aquí”. Reino de Dios es el modo como Jesús habló de la intervención salvífica definitiva de Dios en el mundo; esa intervención consistió en el envío de su propio Hijo, es decir, en la presencia de Jesús mismo. Si esto es así la conclusión no puede ser otra que ésta: “Convertíos y creed en el Evangelio”.
Esta última es la frase que nos dijo el sacerdote junto con el gesto expresivo de imponernos la ceniza sobre la cabeza. Durante este tiempo de Cuaresma tenemos que convertirnos al Señor dejando de lado todo lo que se oponga al Evangelio. San Pablo nos urge: “Mirad ahora el momento (kairós) favorable; mirad ahora el día de salvación” (2Cor 6,2). No dejemos pasar este tiempo de gracia.
Los cuarenta días provienen de una indicación del Evangelio de hoy: “El Espíritu empuja a Jesús al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás”. A su vez estos cuarenta días evocan los cuarenta años que Israel permaneció en el desierto después de la liberación de Egipto, antes de entrar en la tierra prometida. La permanencia de Jesús cuarenta días en el desierto recuerda también a otros dos personajes bíblicos que pasaron períodos semejantes de soledad: Moisés y Elías. Ambos en este tiempo de soledad desearon ver el rostro de Dios, tuvieron un decisivo encuentro con Dios y recibieron importantes misiones.
Moisés recibió la orden del Señor de subir el monte Sinaí (en otra tradición se le da el nombre de Horeb) para renovar la alianza con el Señor y recibir la tablas de la ley. El relato del Exodo dice: “Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días y cuarenta noches, sin comer pan ni beber agua. Y escribió en las tablas las palabras de la alianza, las diez palabras” (Ex 34,28). En ese mismo monte pasa Elías el mismo espacio de tiempo cuando huye de Jezabel. El profeta siente un gran abatimiento porque no tiene clara su misión y se sienta bajo una retama para dejarse morir. Pero un ángel le trae alimento y le dice: “Levantate y come porque el camino es demasiado largo para ti”. El relato continúa: “Se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb” (1Rey 19,7-8). Allí le fue comunicada al profeta su misión y recibió la fuerza para realizarla. Estos dos personajes, Moisés y Elías, son los mismos que conversan con Jesús en el monte de la Transfiguración.
El Evangelio de Marcos dice muy escuetamente que durante esos cuarenta días transcurridos en el desierto Jesús “era tentado por Satanás”. Este personaje maligno ya había aparecido en el Antiguo Testamento tentando a Job y provocando la muerte de todos sus hijos, la destrucción de todos sus bienes y la ruina de su salud corporal (cf. Job 1-2). “Satanás” es una palabra tomada del lenguaje arameo y significa: el adversario, el acusador. El autor del Apocalipsis lo identifica con la serpiente antigua y ve su derrota: “Fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado diablo y Satanás, el seductor del mundo entero” (Apoc 12,9). La serpiente antigua es la que sedujo a Eva y por este medio obtuvo la caída de Adán y dejó comprometido en la muerte a todo el género humano. A ésta le dijo Dios: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te pisoteará la cabeza mientras acechas tú su calcañar” (Gen 3,15). Satanás tienta a Jesús esperando hacer con él lo mismo que hizo con Adán; pero quedará derrotado. Jesús se revela como aquel que pisotea la cabeza de Satanás y libera al ser humano de su señorío.
El relato de las tentaciones aparece como un paréntesis que interrumpe la presentación de Juan Bautista que culminaba con el bautismo de Jesús. Cerrado el paréntesis se continúa con la siguiente noticia sobre Juan: “Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea”. En el Evangelio de Marcos Galilea es el lugar donde Jesús desarrolla su ministerio libre de antagonismos. Los antagonismos proceden de Jerusalén y sus instituciones. Por eso, se-gún este Evangelio después de su ministerio en Galilea, Jesús hace un solo viaje a Jerusalén y éste es para ir a morir allá. Galilea será también el lugar donde se manifestará Cristo resucitado según lo que anunció el ángel a las mujeres: “Ha resucitado... irá delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis” (Mc 16,6.7).
Aquí en Galilea es donde Jesús proclama el Evangelio de Dios cuyo resumen es este: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el Evangelio”. Es interesante observar que la primera palabra que pronuncia Jesús es la palabra “tiempo”. Esta palabra traduce el término griego “kairós” que se distingue claramente del término “chronos”. Los griegos llamaban al fluir perenne del tiempo “chronos”; en cambio, al tiempo que deja huella lo llamaban “kairós”. En el uso del Nuevo Testamento, “chronos” es el curso profano de los días y años; en cambio, “kairós” es un tiempo de gracia que es necesario aprovechar y no dejar pasar en vano. El tiempo al cual se refiere Jesús en esta primera frase suya es la hora decisiva, la hora salvífica, la hora de la intervención de Dios en la historia. Esto es lo que dice su frase siguiente: “El Reino de Dios está aquí”. Reino de Dios es el modo como Jesús habló de la intervención salvífica definitiva de Dios en el mundo; esa intervención consistió en el envío de su propio Hijo, es decir, en la presencia de Jesús mismo. Si esto es así la conclusión no puede ser otra que ésta: “Convertíos y creed en el Evangelio”.
Esta última es la frase que nos dijo el sacerdote junto con el gesto expresivo de imponernos la ceniza sobre la cabeza. Durante este tiempo de Cuaresma tenemos que convertirnos al Señor dejando de lado todo lo que se oponga al Evangelio. San Pablo nos urge: “Mirad ahora el momento (kairós) favorable; mirad ahora el día de salvación” (2Cor 6,2). No dejemos pasar este tiempo de gracia.
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