Ver Parte I
Digamos algo en clave pastoral y eclesial ante la crisis económica y social: “Dadles vosotros de comer.., y comieron todos hasta quedar satisfechos” (Mt 14, 13-21).
En los círculos cristianos a los que pertenecemos, es normal y corriente que aparezca la pregunta sobre qué hacer como creyentes e Iglesia en esta situación social tan delicada. Quiero adelantar en este sentido algunas líneas de reflexión bajo la doble pauta del texto evangélico que encabeza esta reflexión, “dadles vosotros” y “si se comparte, llega y sobra”.
a) En primer lugar, yo pensaría en todo lo relativo a lo que es tomar conciencia de la realidad y, en este sentido, hacerlo a partir de los grupos sociales más amenazados o, directamente, ya excluidos. Es lo que a veces llamamos ser honestos con lo real, conociéndolo con los saberes sociales críticos y desde la perspectiva de las víctimas de la crisis. Lo que acabo de decir de la DSI podríamos repetirlo aquí. Es decir, nos puede ayudar mucho, pero no librarnos de un buen análisis social, de una revisión en profundidad de nuestra coherencia personal y eclesial, y de una pluralidad de estrategias políticas que ninguna es la cristiana.
Por otro lado, en este momento de nuestra reflexión, todos sabemos que la sensibilidad de los círculos católicos para hablar de las crisis sociales en términos de valores y contravalores morales en juego, es muy corriente; debemos valorar esto mismo como algo positivo y razonable, pero a condición de que esa mirada de la crisis como crisis de valores lo sea desde valores encarnados en personas y grupos sociales concretos, y por tanto, cristalizados también en estructuras sociales que hay que cuestionar. Quizá descubramos, así, que hablando de buenos valores a realizar, no estamos socialmente como cristianos y como Iglesia donde nos creíamos, sino realizando sus contrarios. Hay que pensar esto muy bien.
b) En segundo lugar, esa toma de conciencia tiene que pasar de “lo personal-privado” y “espiritual(ista)” a lo “comunitario, público y social”. Hacerlo con tacto, respeto, sin cansar, y leyéndolo en clave de profunda espiritualidad encarnada, mostrando lo estructural y social como una perspectiva más de la evangelización (anuncio, celebración y compromiso). Aunque suene duro, estoy hablando de “politizar” la conciencia moral cristiana, el discurso público y la evangelización. No sólo, pero también; ésta es su lógica.
Recuerdo que José María Mardones se refería al cristiano adulto del futuro como alguien que debería combinar con equilibrio una experiencia religiosa profunda, una solidaridad efectiva o real, una conciencia estructural de los problemas sociales, ¡a esto me refería!, una fe vivida y compartida en una pequeña comunidad, bien formado críticamente, y con ganas de celebrar con gozo la vida y la esperanza. Lo repito aquí. Parece digno de ser pensado después de su muerte.
Por su parte, en una reflexión ante el clero y los laicos de la Diócesis de Vitoria, su vicario general, Fernando GONZALO BILBAO, reflexionaba sobre el desarrollo del servicio de caridad de la Iglesia con este preciso esquema:
“De las ayudas a la comunicación de bienes y al voluntariado. (Dinámica de implicación personal creciente).
De la asistencia a la promoción y a la transformación social. (Dinámica de progresión en los servicios).
De los servicios a la acción comunitaria mediante la coordinación. (Dinámica de integración en el trabajo social)”.
Supongo que para los expertos de Cáritas el esquema es común, y quizá pueda debatirse si subraya debidamente el protagonismo de los que tienen derecho y deber a su inclusión social, pero es interesante para nosotros pensarlo como el armazón de una caridad que indaga en la dialéctica de su “proceso personal y social” .
c) Me gustaría referirme ahora a otra pauta para la acción: es necesario coordinarnos bien en torno a los servicios de Cáritas en la crisis. Cuáles son, qué se hace ya, a dónde se llega, que demandas aparecen, si se puede aportar más desde las comunidades cristianas y desde la Iglesia Local, si hemos de implicar y exigir más del poder público, y qué. Creo que éste es el momento en que los de Cáritas deben tener un papel protagonista en la planificación o proyecto pastoral de nuestras parroquias e iglesias diocesanas; para estar mejor informados nosotros, para que nos oigan desde el barrio y sociedad, para agrandar sus posibilidades desde las zonas, la Diócesis, y la administración pública.
Es una oportunidad para que se experimente, además, en la vieja exigencia pastoral y teológica de que Cáritas no sea un servicio particular, separado y limitado en la vida de la Iglesia, sino una vivencia, actitud y acción pastoral de toda la comunidad cristiana. Me refiero, por un lado, a lo que la encíclica Deus Caritas est dice de la caridad, y es que para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar en manos de otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia; pertenece a su propia esencia tanto como el servicio de los sacramentos y el anuncio del Evangelio.
Me refiero, de otra parte, a lo que esta misma encíclica reclama de las organizaciones caritativas de la Iglesia como “obra propia”, en la que ella actúa como sujeto directamente responsable, haciendo algo que corresponde a su naturaleza ; como postulaba en 1993, el documento La caridad en la vida de la Iglesia, se nos exige llegar a descubrir que es la misma Iglesia la que realiza la Pastoral de la Caridad, en la pluralidad de sus sujetos individuales, colectivos e institucionales; y, por fin, me refiero a cómo hoy la teología y eclesiología de la caridad destacan la necesidad de asumir la caridad organizada, las Cáritas, como empeño ético y espiritual, institucional y práctico de toda la comunidad, de manera que nadie delegue esta tarea evangelizadora en otros cristianos con más carisma o habilidad ético-social, los servicios de Cáritas y su voluntariado, ni nadie actúe en este compromiso como un especialista de la caridad, sin referencia a un proyecto comunitario y con el respaldo explícito que caracteriza a los ministerios eclesiales.
d) La penúltima aportación que se me ocurre tiene que ver con la educación; me refiero a la labor educativa de la fe y de la comunidad cristiana en medio del mundo, para “poner en valor”, se dice, para dar valor a una cultura de la vida digna para todos, por tanto, del ser y compartir frente al tener y acumular, y siempre “para todos”. Hay dos principios que reconocer en este sentido: “Mi modo de vida no es universalizable” y, segundo, “mi modo de vida no es innegociable”. Nótese que pensados en positivo constituyen el núcleo duro de la ideología social del mundo rico.
Esta cultura de la vida digna para todos, tiene que traducirse, por tanto, en cultura de la sobriedad, porque “se puede y se debe vivir con menos, todos y bien”, y sin ignorar el estudio del decrecimiento sostenible como paradigma social necesario; y esta cultura de la vida digna para todos, tiene que traducirse en una cultura de la solidaridad y la justicia, donde la sobriedad alternativa no es acumulación privada del ahorro, sino bienes más compartidos, porque “se puede vivir con menos, y bien, compartiendo más con otros pueblos y otra gente”.
Este trabajo “educativo”, propio y ajeno, es muy importante, pero plantea retos muy directos a las personas concretas, los cristinos, y a la Iglesia misma como gran propietaria de “bienes”. Valorar qué puede hacer una comunidad para que se cumpla aquello de que nadie pasa necesidad dentro de ella y qué puede hacer la Iglesia Local y Universal para ponerse a la altura de sus posibilidades en la comunicación cristiana de bienes, primero, y del destino universal de los bienes creados, poseyendo lo propio no para uso del grupo, sino común, he aquí una reflexión por hacer y concretar debidamente. Y por cierto, que siempre será una concreción que nos deje insatisfechos, porque mientras haya alguien necesitado cerca de nosotros, lo que no necesitamos, no es nuestro, y este límite siempre es difícil de poner y muy doloroso.
e) Y la última aportación que quiero hacer, con varias muestras cada vez más concretas, me la inspira el cristianismo más cercano a mí. La primera, de los Planes Diocesanos de Evangelización de la Diócesis de Vitoria, para el periodo 2002-2007 y 2009-2014, Renovar evangélicamente nuestras comunidades , que al desarrollar el objetivo relativo a los pobres, hacen algunas propuestas bastante precisas y que ahora recojo en un orden que nos permita ir de lo abstracto a lo concreto. Así:
- Abrir las comunidades cristianas, en actitud de acogida y escucha, a los pobres. Por ejemplo, creando en nuestras comunidades espacios adecuados en los que se pueda integrar a los últimos de nuestra sociedad para compartir la vida y la fe.
- Cuidar que en los itinerarios de educación en la fe se ayude a experimentar el encuentro personal con Cristo desde la relación con los pobres y la compresión de los procesos sociales que los “determinan”.
- Comprometer activamente a toda la comunidad cristiana en la acogida e inserción de los pobres y excluidos, y en general, en toda la acción caritativa y social de la comunidad (PDE 2002-2007, Objetivo 5).
- Potenciar los cauces adecuados para hacer realidad la comunicación cristiana de bienes con los necesitados. Este objetivo me recuerda aquel aldabonazo que la Deus caritas est formuló así, “en la comunidad de los creyentes no debe haber una forma de pobreza en la que se niegue a alguien los bienes necesarios para una vida decorosa” . Se trata de un principio eclesial fundamental, como se verifica en la aparición histórica del ministerio diaconal (Hch 6, 5-6).
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- Promover el compromiso transformador de los cristianos en la sociedad combatiendo las causas que generan pobreza y exclusión.
- Promover la vocación y formación de agentes capacitados para ejercer el servicio de la caridad de modo eficaz y respetuoso con los pobres (PDE 2002-2007, Objetivo 5).
- Coordinar todas las iniciativas eclesiales en el servicio de caridad (PDE 2002-2007, Objetivo 5).
- Cooperar con iniciativas y campañas que promuevan la justicia y la solidaridad social.
- Apostar como Iglesia diocesana por continuar la presencia en los países de misión aportando colaboración personal y económica a aquellas iglesias.
Y como esta búsqueda de concreción de la fe y la caridad social cristiana está movilizándonos a todos, en plena crisis “global”, otro ejemplo que propongo procede del mundo del “cristianismo de base” y que reordeno en estas palabras:
“La crítica y el rechazo firme de todo enriquecimiento escandaloso, de las retribuciones abusivas y, en general, de cualquier forma de enriquecimiento que no tenga su necesaria proyección social a favor de la comunidad… Todos conocemos la ingente labor caritativa y asistencial que la Iglesia desarrolla en España. Creemos que tal actitud debe ir acompañada de la valentía en la denuncia profética de las situaciones de injusticia que hacen imprescindible esta labor asistencial, incluidas aquellas de las que pueden ser responsables algunos cristianos”. Estamos -resumo- en la llamada denuncia política desde la caridad social.
“Nuestro apoyo y reconocimiento a todas las iniciativas sociales y políticas que se sitúen en una trayectoria evangélica hacia una más justa redistribución de los bienes, unos límites en la propiedad de los mismos y un desarrollo sostenible, con independencia de que los grupos o los gobiernos que las promueven se declaren o no cristianos”. Estamos -resumo- en la cooperación de los cristianos con el movimiento civil por la justicia y la paz.
“Debemos alentar todas las iniciativas que promuevan las prácticas de banca ética, comercio justo y consumo responsable. De este modo contribuiremos a promover un estilo de vida sencillo y acorde con los principios evangélicos… nuestra conciencia cristiana nos obliga a recordar en el presente a los excluidos de siempre, a los pueblos del Sur, que sufren y sufrirán las consecuencia de la crisis con mucho más rigor que nosotros”. Ya tenemos -resumo- otro nivel de concreción en acciones muy precisas y posibles.
“El pueblo de Dios espera palabras elocuentes y de consuelo, acompañadas también de gestos que las hagan creíbles, como el reciente acuerdo de la Conferencia Episcopal Española de destinar a Caritas el 1% del Fondo Común Interdiocesano (aproximadamente 1,9 millones de euros) para emplearlos en la lucha contra la pobreza; o el ofrecimiento por algunos grupos de sacerdotes y seglares de una parte de sus retribuciones salariales con la misma finalidad solidaria. En esta misma línea y en el futuro inmediato la Iglesia española debería reorientar su política de inversiones financieras, para emplear sus recursos económicos y sus bienes con transparencia y sentido de responsabilidad social”. Nuevamente -resumo- una propuesta posible y concreta de la caridad social, y que debería pensarse en relación a los cristianos particulares.
Y por fin, me voy a inspirar en una última fuente de concreción caritativa y social, bien cercana al lugar desde donde escribo, y que me provoca varias aportaciones nuevas. En la cuaresma del 2007, la diócesis de Vitoria llevó a cabo la Campaña, “Seguir a Jesús, optar por los pobres - Jesusi jarrauti, behartsuei zerbitzatu”, invitando a profundizar en la opción preferencial de la Iglesia por los pobres, uno de los objetivos del PDE 2002-2007, a la sazón, trabajado especialmente durante aquel curso. Pues bien, en torno a esa campaña aparecieron propuestas de reflexión y de acción bien concretas ante las pobrezas viejas y nuevas. Así:
- Mantener el esfuerzo por leer con honestidad la realidad y leerla desde los que peor lo pasan.
- Comprometerse ya en la erradicación de la pobreza y exclusión, de palabra y obra, en la vida personal, y públicamente.
- Construir una Iglesia pobre y de los pobres, y no sólo una Iglesia que trabaja para los pobres.
- Ser capaces de generar contraexpertos que cuestionen el sistema único.
- Apoyar fórmulas “laborales” que hagan de nuestra sociedad un espacio accesible a todos, es decir, que genere inclusión y no sólo ayudas, o menos aún, exclusión.
- Apostar ya por un crecimiento sostenible en nuestro modo de vida y consumos.
- Apostar por la participación en la vida social y política de forma nítida y explícita.
- Aceptar modos de vida más pobres, a partir de la pobreza evangélica, para desprendernos de “cosas” y “tiempo” y compartir.
- Valorar lo pequeño, simbólico, cercano y concreto a la hora de actuar ya, sea primando la denuncia, o la experiencia, o la concienciación. Pero asegurando que las pequeñas acciones se planifican y revisan, “no frágiles e improvisadas”, añado ahora.
- Valorar el significado humano, social y creyente de la experiencia de sufrimiento y el valor de la esperanza cristiana ante la dureza de lo real.
- Participar en el crecimiento de una moral civil de los derechos humanos de todos, y especialmente de los pobres y excluidos.
- Apostar por una educación en valores que nos humanizan, pacifican y liberan.
- Hacer de nuestros espacios cristianos, espacios respirables en valores y actitudes, en bienes y cosas compartidas.
- La comunidad debería ser una red de solidaridad para quienes se lo juegan todo desde ella.
- La desobediencia civil, a partir de un discernimiento moral público, debería ser una posibilidad frente a la apatía moral de la sociedad ante las pobrezas y exclusiones más graves e injustas.
- Defender con convicción la dignidad de la persona como elemento capital de discernimiento y respeto siempre, y ante la ciencia-técnica positivista.
- Activarlo todo con conciencia de pecadores y tentados por las mismas tentaciones del sistema social.
Son por tanto muchas ideas. Decir que no sabemos qué hacer a estas alturas de la reflexión caritativa y social cristiana, es imposible. Reconozco que todo este mundo de las pobrezas y exclusiones, de la gente concreta que padece estas situaciones, y de los procesos y estructuras que en gran medida las provocan, es complejo; sabemos que “nos exige acercarnos desde lo personal, desde lo comunitario, desde lo estructural, combinando la acción con la sensibilización, mezclando el corto con el largo plazo, uniendo actitudes y talantes con compromisos y con acciones concretas…” , pero posible es.
Y si el conocimiento social y el contacto personal son imprescindibles, en el inicio de la conversión caritativa de la fe siempre está la indignación ética ante las víctimas de cualquier abuso o violencia, y para los creyentes, el dolor y la compasión de Dios por los suyos, comenzando por los últimos del mundo, su alma de Padre siempre a la espera del hijo pródigo que vuelve arrepentido a la casa común. Hay tarea.
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