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viernes, 17 de abril de 2009

II Domingo de Pascua - Ciclo B (Jn 20,19-31): Tomás aprendió bien la lección

Publicado por Fundación Epsilón

Se llamaba Tomás. Era uno de los doce. Pasó a la historia por su insistencia en no fiarse de los demás. A él le debemos la consabida frase "si no lo veo, no lo creo". De su "curriculum vitae" el Evangelio da estas pinceladas:

-Cuando Jesús decidió subir a Judea para ver a su amigo Lázaro, enfermo de muerte, "los discípulos le replicaron: Maestro, hace nada que querían apedrearte los judíos y ¿vas a ir allí otra vez?". Tomás, voluntarioso y valiente, dijo a sus compañeros: "Vamos también nosotros a morir con él". Tomás significa "mellizo" y, haciendo honor a su nombre, se parecía a su maestro, estaba dispuesto a morir con y como él (Jn 11,8ss).

-Tras predecir la negación de Pedro, Jesús invitó a los discípulos a no asustarse. Les hablaba metafóricamente: "La casa de mi Padre tiene muchos aposentos... Cuando vaya y os prepare sitio volveré para llevaros. Y sabéis el camino para ir adonde yo voy". Jesús se refería a la muerte como paso para la Vida-Resurrección. Pero Tomás no cree que pueda hablarse de la muerte en términos de paso que permite alcanzar una meta. Para él, la muerte es la meta y el final del viaje. Por eso pregunta: "Señor, no sabemos a dónde te marchas, ¿cómo podemos saber el camino?. Jesús le respondió: "Yo soy el camino, la verdad y la vida". No debió entender demasiado la respuesta (Jn 14,1-6). Sus creencias no iban más allá de la muerte.

-Por eso, cuando sus compañeros, tras la muerte del Maestro, le aseguran: "Hemos visto al Señor", él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo". Jesús fue deferente con él. Cuenta el Evangelio que "a los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, se puso en medio y dijo: "Paz a vosotros". Luego dijo a Tomás: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo sino creyente".

Con esto tuvo suficiente. No dice el Evangelio que Tomás hiciera la prueba. Llegó a comprender que no era necesario tocar: ¡Señor mío y Dios mío!" -musitó. Sublime invocación, la mayor pronunciada por labios humanos en todo el Evangelio. Pero el Señor resucitado le reprochó: "¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto" (Jn 20,19-29).

La última bienventuranza vale también para todos nosotros. Quien quiera encontrar a Jesús resucitado deberá buscarlo en la comunidad, reunida por el amor; ésta es, por siempre, la verdadera aparición de Jesús al mundo, su presencia perenne en la humanidad.

Tomás aprendió bien la lección. Con la comunidad, dirigida por Pedro, se lanzó a la mar a pescar. Y en el transcurso de aquella pesca de hombres ya no dudó de que Jesús vivía y estaba presente en la tarea. Sólo bastaba estar dispuesto a obedecer su palabra -"echad la red a la derecha de la barca y encontraréis". Para quien cree, todo es posible. "Dichosos los que crean sin haber visto".

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