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martes, 2 de junio de 2009

Espíritu Santo, perdón de los pecados

Publicado por El Blog de X. Pikaza

Al ocuparnos del mensaje y de la vida de Jesús (hace cuatro días, en el post de la Vigilia de Pentecostés), hemos visto que dl Espíritu se hallaba ligado a la experiencia de perdón y nuevo nacimiento que Jesús ofrecía a los expulsados de la sociedad de manera que su apelativo principal de santo (hagion) debía interpretarse en clave social de acogida a los marginados y excluídos de la sacralidad israelita. Vimos también que los demonios son espíritus impuros o sucios (akatharta) porque destruían al ser humano, impidiéndole vivir en libertad, en comunión con los demás. El Espíritu de Dios, en cambio, venía a desvelarse, por Jesús como Santo, creador de vida. En esa línea siguen las reflexiones de hoy.

Dos tipos de santidad

– Hay una santidad hecha de exclusión y de separaciones, como suponía gran parte del judaísmo, centrado en los fariseos, es decir, los separados. Ellos pensaban que la ley de Dios había surgido y se había sacralizado precisamente para defender a los puros, estableciendo así una especie de "muro se separación" entre ellos y los contaminados. Había, sin dura, relaciones entre pureza y poder, sexo o dinero, de manera que la mayoría de los impuros eran oprimidos, mujeres y pobres. Sin embargo, podía existir y existía impureza entre los poderosos, varones y ricos. Para defender a los puros se había establecido el orden de los ritos sacrales (nacionales). La santidad solía vincularse a la separación.

– La santidad del Espíritu de Jesús no está hecha de exclusiones, sino de perdón y acogida. El Espíritu es Santo porque ofrece santidad, lugar de vida, espacio de comunión, a todos los humanos, empezando por los marginados y/o impuros: publicanos y leprosos, pecadores y enfermos, menstruantes e impedidos. Jesús no les regala el "perdón" del Espíritu de un modo "moralista", para mostrar así que ellos son "pecadores" y él, Jesús, mesías bueno, sino para desplegar sobre el mundo el poder de Dios . Más aún: Jesús no juzga los pecados anteriores, sinoque proclama el perdón de Dios como principio de pureza y reconciliación humana.

Para Jesús, el Espíritu no se vincula a las exclusiones (como en Qumrán o en el culto del templo de Jerusalén), sino a la acogida creadora. En ese sentido decimos que es perdón: principio de reconciliación gratuíta que supera en amor los pecados. No es que Jesús haya sido compasivo y los fariseos duros o inflexibles. Los fariseos podían ser y eran compasivos, pero en cuanto representantes del judaísmo legal, pensaron que Dios mismo les obligaba a mantener el orden sacral del pueblo, para bien del sistema. Jesús, en cambio, ha entendido a Dios como fuente de perdón, por el Espíritu.

Espíritu y perdón pascual.

La experiencia de la pascua de Jesús ha de entenderse como ratificación y triunfo de la historia de gratuidad de Dios. Han matado a Jesús y Dios no se ha vengado, no ha respondido con el talión de la ley, no ha contestado con violencia a la violencia, sino que ha ofrecido por Jesús su Espíritu de perdón a todos los humanos.

La tradición evangélica supone que Jesús se ha mostrado vivo tras su muerte a los mismos discípulos que habían rechazado su camino, hasta abandonarle en el Calvario. Se les muestra victorioso y se revela ante ellos como fuente de perdón y nuevo nacimiento que ha de expandirse a todos los humanos: por eso les dice que esperen la llegada del Espíritu y que luego anuncien conversión y perdón hacia los cuatro puntos cardinales de la tierra (Lc 24, 47-49).

Desde ese fondo, el Espíritu pascual (amor del Padre y del Hijo) debe definirse como perdón universal: no es que perdone, es perdón. La ley antigua mantenía el orden social y religioso sobre una sacralidad hecha de purezas y exclusiones. Jesús resucitado suscita la nueva humanidad desde el perdón:

Les dijo: – ¡Paz a vosotros!
Como me ha enviado el Padre así os envío a vosotros.
Y diciendo esto sopló sobre ellos y les dijo:
– Recibid el Espíritu Santo.
A quienes perdonareis los pecados, les quedarán perdonados,
a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos (Jn 20, 21-23).

El Jesús pascual se ha revelado como emisor del Espíritu, creador de una nueva humanidad que se asienta en el perdón de todos. La primera creación se hallaba definida en términos de ley y juicio, pues el mismo Dios que había "soplado en los humanos su aliento de vida" (Gen 2, 7) les había colocado ante la ley del juicio (el bien y el mal, el riesgo del castigo). Esta nueva creación pascual se define por el Espíritu de perdón de Jesús resucitado que sopla sobre los humanos, ofreciéndoles la vida de su gracia.

* Jesús sopla su Aliento, el Espíritu de amor, la comunión que ha realizado por la pascua con el Padre. Antes, en el tiempo de su vida, su aliento parecía limitado. Ahora ha recibido todo poder (=Espíritu) en cielo y tierra (Mt 28, 16-20) y puede ofrecer su perdón (gracia de Vida) a todos los humanos.

* Ese Aliento de perdón se "encarna en los cristianos". Por eso dice Jesús "a quienes perdonéis...". Los creyentes no son sólo receptores pasivos; ellos pueden convertirse y se convierten en portadores de perdón, a través de un camino de gratuidad universal, superando las fronteras de la sacralidad israelita.

Los creyentes son mediadores del perdón de Jesús, ministros del Espíritu, tanto en sentido expansivo (a quienes perdonéis....) como en el sentido de separación interior (si no perdonáis no habrá perdón, si no perdonáis destruiréis la vida de los hombres y mujeres). El Espíritu es perdón universal, como sabe el testimonio unánime de la iglesia, pero no es un perdón indiferente, gracia barata..., como si todo diera la mismo. Por el contrario, su perdón se visibiliza en una comunidad de perdonados, que saben acogerlo, desplegarlo, de un modo concreto, por el mundo.

La paradoja del perdón

Éste es el tema que está al fondo de llamado pecado contra el Espíritu Santo (Mc 3, 28-30): el Espíritu de Dios perdona todos los pecados, ofreciendo su amor sin limitación a todos los humanos; pero aquellos que no aceptan el perdón, los que quieren impedir que Jesús regale su gracia y acoja a los posesos, quedan fueran: se excluyen a sí mismos de la gracia. Mt 18, 15-20 ha vuelto a presentar este mismo tema en ámbito de iglesia: la iglesia tiene que perdonar a todos, porque es transmisora de perdón universal; pero aquellos que no quieren recibir el perdón quedan excluidos, se excluyen a sí mismos… Y también se excluyen a sí mismo los que no perdona. Una iglesia que no sea signo de perdón y gracia universal deja de ser Iglesia de Jesús.

– En un sentido, el Espíritu del perdón es lo más débil que existe. Más fuerte es la ley, más clara la imposición social. Parece que el perdón no puede construir ningún edificio de humanidad, quedando a merced de la pura inspiración de cada uno... Ese perdón parece débil y sin embargo lleva en sí la fuerza de la gracia: el poderío del Cristo que entrega la vida en amor, que no se impone con violencia, sino que queda en manos de la vida del Dios que le acoge y comparte con él su propia Vida (=Espíritu) en comunión de amor perfecto.

– Pero, en otro sentido, el Espíritu del perdón es lo más poderoso que existe: sólo el perdón suscita comunión gratuita entre personas que se aman mutuamente sin juzgarse ni acusarse, por encima de cualquier ley, en confianza mutua, venciendo así todos los recelos anteriores. Sólo aquellos que quieren imponerse (imponer su fuerza o verdad sobre el perdón, queriendo justificarse así a sí mismos) quedan excluidos de la comunidad del Espíritu de Cristo. En otras palabras, aquellos que positivamente no perdonan se excluyen a sí mismos del perdón.

Donde decimos creo en el perdón de los pecados podríamos decir creo en el amor que se entrega, en debilidad y confianza, en gratuidad y gozo, porque el perdón pertenece al camino de este mundo (al tiempo de pecado de la historia), pero la gratuidad del amor permanece para siempre. En Dios no hay perdón sino entrega mutua y vida compartida, pues nada tienen que perdonarse uno al otro Hijo y Padre. Por el contrario, dentro de este mundo, para que el amor se despliegue como Amor y el Espíritu en su verdad como divino ha de mostrarse como perdón.

En el principio de la vida humana actual está el perdón: la experiencia de gratuidad, el Regalo (Don) de Dios, la superación del juicio. El mundo viejo funciona sobre bases de juicio, en claves de talión. Pues bien, Jesús ha dicho no juzguéis (Mt 7, 1 par), definiendo de esa forma el misterio de su Espíritu divino que es amor por encima de todo juicio, es perdón sobre toda condena, es vida compartida.

Los elementos del perdón cristiano:

1. El Espíritu es perdón que se ofrece a cada individuo. Desde ese fondo, cristiano es aquel que se descubre perdonado y sabe perdonar, sin condiciones, por puro amor. El Espíritu de Cristo rompen las viejas ataduras de la ley, los lazos nacionales y sociales que pueden volverse impositivos, haciendo que cada cristiano pueda escuchar de nuevo las palabras Dios dijo a Jesús en su bautismo: ¡Tú eres mi Hijo predilecto, en tí me he complacido! Aquí no se habla ni siquiera de perdón, sino de gracia. Más que "perdonado", en el sentido humano del término, el creyente se descubre amado. Por eso, no está obligado a conquistar nada por la fuerza. Vive porque Dios le ama en Jesús, su Señor, sabiendo que "donde está el Espíritu del Señor allí está la libertad" (2 Cor 3, 17).

2. El Espíritu de perdón implica nuevo nacimiento. En un determinado nivel, nacemos como humanos en clave de violencia, es decir, de carne y sangre (cf. Jn 1, 12-13) y de esa forma quedamos sometidos a la lucha de la Vida. Pues bien, Jesús nos ha ofrecido por su Espíritu la posibilidad de un nacimiento superior, como dice a Nicodemo, maestro de Israel, en medio de la noche, cuando viene a verle envuelto en miedo: Quien no nazca de nuevo no verá el reino de Dios.- Quien no nazca del agua y del Espíritu no podrá entrar en el reino de Dios.... El Espíritu sopla donde quiere, así es todo el que nace del Espíritu (Jn 3, 3.5.7-8). Nacer del Espíritu implica nacer a la libertad, an ámbito divino, más allá de la lucha interminable de la tierra.

Ese nacimiento del Espíritu tiene un carácter comunitario, vinculando de esa forma a todos los cristianos (humanos). Quien nace del Espíritu nace de nuevo (desde arriba), vinculado a Jesús, Hijo de Dios (Rom 1, 3-4; cf. Lc 1, 26-38; Mt 1, 18-25). Pues bien, unidos a Jesús, todos los humanos pueden renacer y renacen a la comunión de la gratuidad, al diálogo de amor, por el Espíritu. Así lo proclaman con gozo los cristianos.

Historia del Espíritu, historia de perdón

El perdón resulta hermoso, hermoso el nuevo nacimiento. Pero suele suceder que no sabemos qué hacer con el perdón, cómo comportarnos. Hemos aprendido a construir la sociedad desde la violencia, podemos buscar el futuro por la ciencia. Pero nos cuesta edificar la historia desde el perdón. Contantemente, tendemos a proyectar sobre el futuro de Dios (de la humanidad) nuestras violencias, anunciando así la ruina que se acerca:

* Juan Bautista había condensado una larga experiencia escatológica al anunciar un bautismo de Viento (Espíritu como huracán destructor) y Fuego. A su juicio, los humanos se hallaban maduros para el juicio: habían llegado hasta el final en su camino sobre el mundo y no tenían más salida que la muerte preparada por un bautismo penitencial (cf. Mt 3,7-11). Conforme a esta postura, el perdón era imposible: había llegado la "hora" de Dios, tiempo de juicio y destrucción para los humanos.

* Pues bien, reasumiendo los motivos principales del mensaje histórico de Jesús, los cristianos han iniciado por (tras) la pascua una historia de perdón. El Espíritu de Dios no se les muestra ya como huracán y fuego que destruye, sino como Viento Creador y Fuego de vida que anima a los creyentes, haciéndoles capaces de iniciar y expandir una historia de perdón a todo el universo. Dios no ha condenado a los humanos, sino que allí donde debían esperar el juicio les ha ofrecido el perdón por el Espíritu (cf. Mc 1, 8; Hech 1-2).

Volvemos a la raíz del evangelio. Jesús había convocado a enfermos, publicanos, prostitutas... para hacerles hijos de Dios, ofreciéndoles un nuevo nacimiento para el reino. Esta es la novedad, esta la paradoja del evangelio: en el mismo lugar donde se esperaba la muerte ha nacido la vida, allí donde debía pregonarse el juicio ha sonado la hora del nuevo nacimiento.
Pablo ha expresado de forma ejemplar esta experiencia de muerte y nuevo nacimiento, interpretándola en clave pascual. Los cristianos han sido liberados del yugo de la ley y han recibido ya la filiación en Cristo, el Hijo (Gal 4,5); Dios mismo les ha dado el Espíritu de su Hijo, de tal forma que ellos, renacidos a su vida y viviendo desde el reino, llenos de confianza, pueden exclamar ¡Padre! (Gal 4,6).

Cristianismo, una experiencia de perdón universal:

En cierto aspecto, los cristianos han muerto ya, pero no en sentido exterior (destruidos por el fuego de la ira asesina de Dios), sino en un plano más profundo: han muerto de manera mesiánica (pascual) con Jesús, para renacer con él e iniciar sobre el mundo la existencia verdadera. Esta es la paradoja. Según ley, de acuerdo con sus obras de violencia, los humanos deberían haber muerto; el mundo tendría que haberse terminado para siempre. Pues bien, allí donde amenazaba la muerte, destruyendo a los humanos, ha triunfado la vida que Jesús ofrece a todos:

* Por medio de Jesús, Dios ha ofrecido a los humanos el perdón y filiación del Espíritu (Rom 8,15), haciéndoles capaces de vivir desde ahora como hijos y hermanos. Ese Espíritu no añade algo externo a los humanos, no es un elemento accidental de su existencia, sino la forma de vida más honda de los fieles que renacen en amor a la Vida, al Espíritu de Dios (cf. 1 Cor 12-14).

* Ese Espíritu de perdón y filiación se vuelve gratuidad. Perdón no es sólo destrucción del pecado, borrar lo que antes fuimos, olvidando la existencia pecadora, sino renacer a la Vida verdadera (cf. Rom 6,1-14). Perdonados en Jesús, los cristianos pueden superar la violencia antigua de la tierra, condenada a la lucha siempre repetida de la acción y reacción, para iniciar sobre el mundo una existencia ya reconciliada.

Para Pablo y los primeros cristianos, el perdón tiene un rostro y nombre: es Jesús (el Espíritu de Jesús). Vivir desde el perdón significa fundar en Jesús la existencia, en gesto de su entrega gratuita, de amor abierto a todos (cf. Flp 2, 6-11), por encima de toda ley que nos domina y dirige desde fuera. En este contexto, el perdón se identifica con la gracia.

– La sociedad civil sigue fundando su justicia y seguridad en la seguridad de la ley, vinculada siempre a un tipo de violencia, utilizada para proteger la misma ley, para defender los intereses del sistema.
– La iglesia de Jesús ha de fundarse en cimientos de gracia. Por eso, en su despliegue sobre el mundo ella aparece como espacio de reconciliación para los humanos, historia del perdón proclamado y vivido a lo largo de los siglos.

En contra de lo que había supuesto Juan Bautista, Jesús sabe que Dios ha renunciado a la justicia legal, al juicio del talión y a la venganza, mostrándose así como auténticamente divino. El Espíritu de Dios no aparece como ley moral que planea por encima de nosotros, como había supuesto Kant en su filosofía, no es la victoria de la razón, ni el orden que se impone a través de unos pactos sociales (que normalmente protegen a los poderosos). El Dios de Jesús es perdón, pero un perdón que es amor que se ofrece y comparte entre todos.

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