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viernes, 10 de julio de 2009

AYUDAR A VIVIR… LA VIDA

XV Domingo del Tiempo Ordinario (San Marcos 6,7-13) - Ciclo B
Enrique Martínez Lozano
Publicado por Fe Adulta

A imagen de las doce tribus que constituían el pueblo judío, “los Doce” significan el “nuevo pueblo” reconstruido por Jesús. Su nota característica –y su misión- es la “autoridad sobre los espíritus inmundos”.

Con esa expresión, se alude al poder sobre el mal que puede afligir a las personas. Si los “espíritus inmundos” eran la personificación de las fuerzas del mal, la misión de los discípulos de Jesús es vencer todo aquello que pueda ser causa de mal para los seres humanos.

En ese sentido, puede observarse que no se trata sino de continuar la propia misión de Jesús, a favor de la vida y de las personas.

Después de veinte siglos de historia cristiana, nos viene bien recordar que los discípulos no son enviados a hacer proselitismo, ni a convertir a nadie, ni siquiera –de entrada- a dar una doctrina; son enviados a favorecer la vida, especialmente allí donde pueda estar más amenazada.

La misión de la Iglesia, si quiere ser fiel al evangelio, no puede ser otra. Por eso sería bueno que se “olvidara” de sí misma, incluso de muchos “principios” con los que ha ido recargándose a lo largo de los siglos, y volviera a la simplicidad y al frescor del evangelio, buscando –simple, honrada y decididamente- ayudar a vivir.

¡No podemos creernos en posesión de la verdad absoluta… en todos los temas! ¡No podemos erigirnos en censores de todo el pensamiento humano, pretendiendo imponer nuestro punto de vista! Y, como diría el obispo Casaldáliga, ¡no podemos hacer de “nuestro Dios” el único Dos verdadero!

Somos humanos que buscan, codo con codo con todos los humanos, el modo de humanizar nuestro mundo, aliviando el sufrimiento y tejiendo la red que somos con todo lo que existe. Tenemos algo que ofrecer –como todos los grupos y como todas las personas-, pero nos negamos a pretender imponer nada.

Los discípulos son enviados con “un bastón, y nada más”. Se trata de una desapropiación total. Son caminantes que encuentran su fuerza en quien les envía y en la propia misión.

Una tal desapropiación sólo es posible cuando se vive bien anclado en el presente. Presente es sinónimo de plenitud: no falta nada; todo está bien. Sin embargo, en cuanto salimos del presente, se hace presente el sufrimiento.

Ahora bien, el presente no es un tiempo entre otros dos –pasado y futuro-, que se modificara y dejara de ser constantemente. Eso no es el presente, sino el pensamiento sobre el presente. El presente es la realidad atemporal, la única que siempre existe y que nunca deja de ser. Por eso, todo sin excepción es cambiante…, excepto el presente mismo.

Lo que ocurre es que no se puede venir al presente si no se trasciende el pensamiento. Mientras estamos identificados con la mente, nos hallamos en el pasado (o proyectados al futuro). Cuando la acallamos, sólo queda Presencia. Y, con ella, emerge nuestra identidad más profunda.

La identificación con la mente me hace verme como un “yo” separado, encapsulado en los límites de mi propia piel. Silenciada la mente, ese “yo” desaparece como sensación de identidad última, mostrándose una identidad amplia, ilimitada y atemporal: el Testigo que observa a aquel yo, la Vida que es y que se expresa también a través de él.

En el Presente, no hay yo, como sensación de identidad separada. Hay Presencia consciente, confiada y segura. Al reconocernos en Ella, salimos de la ignorancia del ego y de sus modos de funcionar, para entrar en el descanso, la libertad interior, la bondad compasiva, la creatividad…

Salir de mente y venir a la consciencia: ése es el camino de la meditación. La mente es una realidad preciosa; la identificación con ella, sin embargo, es el origen de todos nuestros males.

¿Cómo ejercitarnos en salir de ella? Al hilo de lo que sugería la semana anterior, y aun repitiendo alguna de las pautas que allí indicaba, volvería a insistir en algunas cosas que podemos hacer:

reeducarnos en venir, una y otra vez, al presente; a lo largo del día, podemos ir creando el hábito de preguntarnos si estamos realmente en el instante presente…, o perdidos en algún vericueto de nuestra historia pasada o de nuestro futuro imaginado;

“volcarnos” en todo lo que hacemos y en todo lo que nos llega a través de los sentidos; se trata de un aprendizaje que nos haga “salir” de nuestra mente, para “estar” en las acciones que hacemos o en el objetos que nos rodean;

ejercitarnos en observar lo que pasa por nuestro campo de conciencia –pensamientos, sentimientos, emociones, reacciones…-, como testigos del propio movimiento mental y emocional; la actitud de testigo permite “tomar distancia” de todo lo que pueda pasar y nos asienta en nuestra verdadera identidad: no somos lo que pasa por nuestro interior, sino quien observa todo eso que pasa; lo que pasa, es lo que tenemos; quien observa, es lo que somos;

comprometernos por vivir la bondad hacia todos los seres: esa vivencia nos sitúa en la línea de la identidad que compartimos con todos ellos y, en cierto modo, nos trae a la realidad.

Todo ello es mucho más fácil de lograr cuando escuchamos y estamos atentos a nuestro cuerpo, a partir de la respiración. Al conectar con ella, consciente y voluntariamente, entramos en contacto con nuestra presencia corporal y, de ahí, venimos con facilidad a la conciencia del presente atemporal y a nuestra más profunda identidad: la Presencia que somos.

Será por eso que, según cuenta una leyenda, cuando le preguntaron al Buda cómo avanzar en la transformación personal, éste respondió: “Empieza por la respiración”.

Algo parece fuera de duda: la gran puerta que nos conduce al presente es el cuerpo, y la llave que la abre, la sensación. Un libro que puede ayudar, de un modo práctico, en todo ese aprendizaje es el de Michael BROWN:

El proceso de la presencia. El poder del ahora
y la conciencia del instante presente,
Obelisco, Barcelona 2008, 429 pags., 18 €.
(http://www.thepresenceportal.com).

Según el texto evangélico, la misión de los discípulos puede entenderse como “ayudar a vivir”. Pues bien, en nuestro momento cultural, esa ayuda implica también favorecer que las personas descubran su identidad más profunda, por cuanto, fuera de ella, la vida se halla “recortada”. El yo es el reino de la ignorancia y del sufrimiento. No podremos salir de ellos, mientras no accedamos a la Presencia que nos identifica.

Ayudar a vivir no es sólo poner condiciones que hagan la vida más “llevadera” –que también-, sino sobre todo ayudar a percibir que la vida no es algo que tenemos, sino lo que realmente somos. Sólo cuando alguien ha experimentado que, no es que tenga vida, sino que es Vida, empieza a vivir en la amplitud descansada y gozosa de la Unidad que compartimos.

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