Publicado por Religión Digital
Cuenta Any Ventura en La Nación que pudo ser papa. Sin embargo, en su fuero más íntimo deseó que no lo votaran. Aquel 19 de abril de 2005, el día en que Joseph Ratzinger fue elegido para suceder a Juan Pablo II, el nombre de Jorge Mario Bergoglio circulaba con peso entre quienes se animaban a hacer pronósticos sobre el resultado final de la elección del cónclave. Ratzinger fue escogido tras cuatro votaciones, con 84 votos de los 115 cardenales presentes, y su contrincante no fue el cardenal aperturista Carlo Maria Martini, como se decía, sino el arzobispo de Buenos Aires. Llegó a recibir, en el tercer escrutinio, 40 votos. Martini sólo alcanzó 9 sufragios en la primera votación. El más votado, tras Ratzinger, fue finalmente Bergoglio. El arzobispo de Buenos Aires, el argentino nacido en el barrio de Flores, en 1936, se quedó con 26 votos en la cuarta ronda, según la revista italiana Limes.
"Nunca quiso que lo trasladaran a Roma; siempre quiso quedarse en su país", afirma Andrea Tornielli, vaticanista de Il Giornale. El padre Guillermo Marcó, responsable para la Pastoral Universitaria del Arzobispado de Buenos Aires, recuerda su encuentro con Bergoglio aquel día en el Vaticano, cuando finalizó el cónclave. "El siempre dice: «Rezá por mí». Yo le comenté: «Nunca recé tanto por vos como en estos días». El me contestó: «Te agradezco; nunca necesité tanto una oración como el martes a la mañana». No aclaró de qué se trataba. Los cardenales tienen vedado hablar sobre la elección.
El hombre que necesita oraciones es el mismo que no le teme al poder político. En los últimos años, las declaraciones públicas de Bergoglio sobre los grandes temas sociales incomodaron a los gobiernos de turno, trazaron diagnósticos sobre la niñez y la pobreza, marcaron alertas sobre el futuro del país. Habló de "los que caben en el sistema y los que sobran, por culpa de las contradicciones". Dijo que en la calle hay "niños esclavos" y que la pugna política es "la gran enfermedad de los argentinos".
No es que a Bergoglio no le guste el poder. Es más: lo disfruta en su cargo. Lo que no le interesa particularmente es sentarse con los poderosos.
Las fuentes más cercanas al cardenal dicen que la relación con los Kirchner no es mala: es pésima. Jamás lo recibió a Néstor Kirchner durante su presidencia. Los miembros más encumbrados del Gobierno pidieron reiteradas audiencias, pero no querían acercarse hasta el Arzobispado. El cardenal aclaraba que si él quería hablar con el presidente iba a la Casa de Gobierno, y que si el presidente quería hablar con él tenía que ir al Arzobispado. "Los Kirchner querían que apareciera Bergoglio yendo a la Rosada. Jamás se prestó a eso en cuatro años de gestión y las relaciones fueron frías y duras. Claro que, cuando se encuentran, hay cordialidad porque son educados", afirma uno de sus colaboradores.
Según Fortunato Mallimaci, sociólogo de la UBA, investigador del Conicet y especialista en temas religiosos "lo que dislocó la relación con los Kirchner fue la fuerte presencia de los organismos de derechos humanos. La clave es que en la sociedad argentina se piensan juntos lo político y lo religioso. No es sólo dedicarse a orar. Entonces, se crea una democracia muy tutelada, y cuando el Gobierno tiene que tomar decisiones sobre educación sexual, métodos anticonceptivos, cantidad de hijos o prevención del sida, tiene que consultar a la Iglesia. En muchas sociedades, la profunda crisis de representatividad de los partidos políticos que no son capaces de dar respuesta a la gente hace que los grupos religiosos ocupen un lugar que nadie hubiese imaginado hace años".
El tema de los derechos humanos siempre fue controvertido en relación con Bergoglio. "A Alicia Oliveira (actual defensora del Pueblo) la salvó de ser desaparecida por la dictadura. Y cuando se entrevistó con Videla fue a pedirle por los curas", dice el padre Marcó.
Diana Rocco, metodista, profesora de Historia de la UBA y especialista en historia antigua de la Iglesia, agrega: "Bergoglio, por ejemplo, tiene buena relación con la Iglesia Metodista, por ser defensor de los derechos humanos, desde siempre".
Hablar de los pobres
Son las 15.30 de un lunes. Pasaron apenas dos horas desde que dejamos una carta en el Arzobispado pidiéndole una entrevista. Suena el teléfono.
-Habla el padre Bergoglio -dice el hombre, del otro lado de la línea-. Le agradezco su interés, pero salir en una revista sería un acto de vanidad.
José Mario Bergoglio, uno de los 183 cardenales de la Iglesia Católica, está despierto desde las 4 de la mañana. Tiene una libretita pequeña, que guarda en el bolsillo, donde anota el orden de sus audiencias. Quienes lo conocen bien no recuerdan que haya dejado alguna llamada sin responder.
"Mi papá siempre decía que cuando vayas subiendo vayas saludando a todos, que son los mismos que te vas a encontrar cuando empieces a bajar", le dijo al padre Guillermo Marcó, el día en que Juan Pablo II lo proclamó cardenal, en 2001.
Algunos integrantes de la Compañía de Jesús recuerdan con cierto resquemor su paso por esa orden religiosa en tiempos de violencia política en la Argentina, cuando Bergoglio, que había sido ordenado sacerdote en 1969 y llegó a ser provincial desde 1973 hasta 1979, ejerció su autoridad con dureza. Durante los años 70, la Iglesia Católica vivió una gran crisis interna de la cual la Compañía de Jesús no estuvo exenta.
"Esa crisis interna se desató después del Concilio Vaticano II, y luego de la reunión de todos los obispos de América latina, en el año 1968, en Medellín, donde se ratificó la idea de dejar el Estado y los regímenes de seguridad e ir hacia los pobres. Bergoglio no estaba de acuerdo con esta postura. Catolizarse y militarizarse forman parte de la idea de la mayoría de los miembros del Ejército y de la Iglesia Católica. Bergoglio estaba en contra de los sacerdotes que hacían trabajo en las villas por parecerle demasiado politizados", explica Mallimaci.
Sectores cercanos a Bergoglio relativizan ese pensamiento. Dicen que, en realidad, Bergoglio quería que los sacerdotes hicieran trabajo de sacerdotes y no de punteros políticos. E insisten en que en la Compañía de Jesús existía una obediencia férrea: la orden emanaba de Roma, y la de Bergoglio no era una decisión personal.
Eran tiempos del padre Mujica. La crítica más fuerte que le hacía Bergoglio al mítico cura villero es que éste había viajado junto al general Juan Domingo Perón cuando el ex presidente volvía de Puerta de Hierro. Eran tiempos en los que se hablaba de recurrir a la violencia para lograr un mundo más justo. Pensamientos, para Bergoglio, incompatibles con el Evangelio. La decisión de retirar a los curas de las villas de emergencia se relacionaba con aquella particular situación histórica. Hoy, sin embargo, muchos de los sacerdotes que trabajan en las villas de emergencia reivindican a ese mismo hombre, sin dejar de defender también al padre Mujica.
Curas como Pepe Di Paola, del Equipo de Sacerdotes para la Pastoral de las Villas de Emergencia, que este año presentó un duro documento sobre la droga en zonas marginales, tiene una relación excelente con Bergoglio.
Las posturas en torno de este tema son dispares. "Los jóvenes sacerdotes de las villas sacaron el documento sin preguntarle a Bergoglio. Si hay algo evidente en la Iglesia Católica es la crisis de autoridad", dice Mallimaci.
Según confiesan en privado algunos curas villeros, antes de cada conferencia de prensa, en los días en que el tema acaparó la atención de la sociedad, acordaron con el cardenal qué se diría y en qué tono.
"Los sacerdotes enviaron primero el documento por correo electrónico a todo el clero y al día siguiente hicieron una conferencia de prensa. Es una forma de recuperar la mística de una Iglesia embarrada", dice el padre Alejandro Russo, secretario de la Vicaría de la Pastoral de la Arquidiócesis de Buenos Aires.
"Lo que no aguantan los que se llenan la boca hablando de los pobres es que el arzobispado de Buenos Aires nunca dejó de tener presencia en las villas. Y siempre los curas villeros estuvieron integrados a la vida diocesana", asevera.
De castigado a premiado
Es muy austero en su forma de ser. Elige alimentos frugales y sanos, y toma un vaso de vino de vez en cuando. Le gustan la fruta, el pollo sin piel y las ensaladas. Salvo excepciones, como aquella vez en que comentó con humor: "¡Qué bueno!, voy a un convento de monjas a comer bagna cauda".
Por rutina, y salvo que tenga algún encuentro planeado, Bergoglio almuerza y cena solo. No acepta ir a comer afuera, no come en ningún lado que no sea la Curia. No se queda a comer en las parroquias. No va a comer a una casa de familia.
Tiene buen sentido del humor, es simpático, tiene chispa e ingenio. Es rapidísimo, le gustan las contestaciones rápidas y se divierte cuando dice algo gracioso y alguien le contesta. En realidad, siempre busca ser claro, pero suave, aun cuando tiene que corregir a alguien. Conoce a muchísima gente y tiene amigos. Son amistades muy francas y de todos los sectores, no solamente de la Iglesia.
Pero es difícil debatir con Bergoglio, que fue siempre un hombre de carácter. Se puede desplegar el repertorio de argumentos más grande del planeta, pero si él ya tiene una idea tomada discutirá con el clero completo, y luego hará lo que le parece, esté donde esté.
Después de ser provincial de los jesuitas en la Argentina, lo destinaron a Córdoba para que fuera, simplemente, confesor en una iglesia. En esta misión estaba, según explican allegados, la idea profunda de volver al ejercicio comunitario, de no dejar lugar a la vanidad o a la búsqueda del poder humano, sobre todo porque lo que importa es la orden, la congregación, la Iglesia, y no las personas.
El padre Alejandro Russo señala que haber destinado a Córdoba a Bergoglio "provenía de la idea de dejar que el nuevo provincial tuviera más lugar para desarrollarse".
Otras versiones dicen, en cambio, que Bergoglio fue castigado. Que la congregación lo castigó por haber entregado la Universidad del Salvador a los laicos. Era una universidad que estaba "ideologizada", que había tomado una posición tercermundista, o de izquierda. Cuentan que tan castigado estaba entonces que le abrían la correspondencia, y que permanecía prácticamente confinado.
A muchos les sorprendió que Bergoglio se convirtiera en el arzobispo de Buenos Aires. Cuando, en 1992, el cardenal Antonio Quarracino lo nombró obispo auxiliar en la Arquidiócesis era poco conocido.
Según Mallimaci, "se hablaba del obispo de Paraná, monseñor Karlik, presidente de la Conferencia Episcopal, como heredero de Quarracino. Pero Karlik aparecía como demasiado espiritual, demasiado despegado de los partidos políticos y de todo lo que tuviera que ver con el Estado".
La elección de Bergoglio como arzobispo, en 1998, fue revolucionaria. Hasta entonces era necesario que el arzobispo de Buenos Aires hubiera pasado por el cargo en alguna otra ciudad del país. No se respetó "el escalafón", dicen algunos. Fue una decisión oportuna del cardenal Quarracino, dicen otros. El entonces cardenal ya estaba enfermo y mayor, y nombró a Bergoglio arzobispo coadjutor con derecho a sucesión.
Los otros
¿Cuál es el carisma, la atracción que hace tan interesante a Jorge Mario Bergoglio? En primer lugar, su gran espiritualidad; es un hombre de oración profunda que puede encarnar en lo humano lo divino.
Tiene esa dimensión "eclesiológica", según afirman los sacerdotes que más lo conocen, para explicar en Bergoglio la unión entre lo celestial y lo terreno. Una visión de la Iglesia que se nota en la Pastoral. El cardenal tiene una doctrina teológica clarísima, de la mejor ortodoxia, pero por otro lado transmite el dinamismo que trae la frescura de la petición del pueblo de Dios. Sabe hacer una simbiosis de lo que la gente necesita y de lo que la Iglesia propone.
Suele haber, no obstante, cortocircuitos con los sacerdotes. Hay curas que le cuestionan que nunca haya sido párroco y que, por lo tanto, no termine de entender la realidad profunda en la que vive un cura que está en la barricada. Aunque le dedica mucho tiempo a escuchar a jóvenes religiosos, Bergoglio no siempre puede cumplir con las promesas que les hace. Le cuesta delegar el poder.
Tiene claro dónde quiere llegar. Los que lo conocen bien dicen que el poder no lo pone nervioso.
También recuerdan gestos conmovedores suyos, como aquella vez en que recibió una carta de una familia boliviana que estaba sin vivienda, movió cielo y tierra para conseguirles un lugar hasta que finalmente sacó plata de su bolsillo para que se instalaran en una casa. Andrea Sánchez Ruiz, profesora de Teología en la UCA, cuenta: "Es una persona muy cálida y accesible. Es amable, pero tiene en claro que dice lo que quiere decir, y no más. En general, no habla de su vida personal".
Los obispos auxiliares están acostumbrados a su concepto de "funcionalidad", como dicen los que lo rodean. Cuando elige a alguien para una función, le da participación y mantiene con esa persona un trato permanente pero no le da demasiada libertad.
La maestra
Desde su ventana es testigo de todos los acontecimientos políticos del país que tienen como escenario la Plaza de Mayo. Bergoglio vive, solo, en el segundo piso del edificio de la Curia, al lado de la Catedral. Se trata de un departamento de cuatrocientos metros cuadrados, una casa magnífica con muebles antiguos y cuadros del siglo XVIII. Cada día, de 4 a 7 de la mañana, el cardenal dedica tres horas a meditar. A las 7 ya recibe gente, tiene reuniones. A las doce y media le sirven un almuerzo rápido. Descansa unos cincuenta minutos y a la una y cuarto ya está en el despacho para empezar el trabajo de la tarde, cuando siguen las audiencias y las reuniones. Las audiencias son agotadoras; sale una persona, entra otra, y él atiende y atiende...
Muchos libros de espiritualidad y de teología se encuentran en una gran biblioteca, enfrente de su habitación. Ahí tiene también un aparato de DVD y una máquina de escribir eléctrica, ya que no maneja la computadora. Otilia y Elisa, que son sus secretarias, le imprimen todos los e-mails y se los entregan.
Bergoglio camina por el pasillo cuando reza el rosario. Le gusta el fútbol y es simpatizante de San Lorenzo. De vez en cuando, el arzobispo deja la Curia, toma el subte y se dirige a otros barrios de la ciudad. Sube a un ómnibus y se presenta en una u otra villa a bendecir nuevos comedores populares, a administrar el bautismo, a celebrar la fiesta del santo. A veces, muy pocas, se queda a comer con ellos las sopas que cocinan en enormes ollas. Después va a alguna parroquia a dar una misa por las fiestas patronales, o a un acto especial. Y se acuesta muy temprano.
Hasta 2006 se ocupaba prolijamente de escribirle a Estela Quiroga, su maestra de primer grado en la Escuela N° 8, Distrito Escolar N° 11, de Flores. Ambos mantenían una correspondencia sistemática. El le contaba cada cosa que conseguía, cada logro. Y la invitó especialmente cuando se ordenó sacerdote. Ella lo quería como a un hijo. Falleció de una neumonía a los 96 años, el 16 de abril de 2006. Era la maestra del sacerdote Jorge Mario Bergoglio, nacido en la ciudad de Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936, hijo de un empleado ferroviario y un ama de casa.
El bajo perfil
Aquí, en la Argentina, cuando lo llaman por teléfono un día feriado por la mañana, se oye de lejos la radio con música clásica o de tango. Descansa con música clásica a su lado. No se va de vacaciones; no va a ningún lado, salvo cuando viaja a Roma, por trabajo.
Le gusta caminar por la capital italiana y tomar ristretto en las cafeterías, apoyado en el mostrador.
Suele pasar largos períodos, en enero o en febrero, en que no atiende a nadie por diez días; en esos lapsos escucha música y lee a los clásicos. No sale de la Curia. En realidad, la lectura es una actividad a la que le dedica mucho tiempo, desde Jorge Luis Borges hasta Leopoldo Marechal, pasando por los clásicos de la literatura universal. Pero, sin duda, el autor de Adán Buenosayres y de El banquete de Severo Arcángel es su preferido.
Tiene una precisión en el lenguaje que le viene de su maestría en Literatura. Suele adoptar una palabra como motivación y la emplea en forma constante y reiterada. En estos momentos, esa palabra es "paradigmático".
Según su círculo íntimo, suele ir a confesarse a la iglesia de El Salvador, y lo han visto en la fila del confesionario de un jesuita anciano.
Es frecuente verlo con un sobretodo negro, para no hacer ostentación de la llamativa vestimenta de los purpurados. Cuando el Papa lo proclamó cardenal, no compró una vestimenta nueva, sino que ordenó arreglar la que usaba su antecesor, Quarracino.
Hay tiendas eclesiásticas en Roma, como Euroclero, que es más económica, o Gamarelli y Barbiconi, que son más caras. En la Argentina, las Pías Discípulas son las únicas que tienen ornamentos litúrgicos y ropa. A Bergoglio le gustan los ornamentos litúrgicos de buena calidad. Los compra en Roma, generalmente. Y el altar de plata maciza de la Catedral se lo encargó a Pallarols.
No le gusta hacer "circo". Es enemigo de que hagan "lobby" a su alrededor. No celebra en la Catedral cada Jueves Santo la misa de la cena del señor y el lavatorio de pies, sino que va a distintos hogares, al Centro de la Droga o al Hospital Garrahan.
Le gusta estar entre la gente. En Corpus Christi quiere que se haga la marcha alrededor de la Plaza de Mayo. Quiere que el Santísimo Sacramento salga y se mezcle con la gente, y que la gente lo arrastre.
A Bergoglio ni siquiera le gusta que le digan cardenal. Quiere que lo llamen, simplemente, Padre.
"Nunca quiso que lo trasladaran a Roma; siempre quiso quedarse en su país", afirma Andrea Tornielli, vaticanista de Il Giornale. El padre Guillermo Marcó, responsable para la Pastoral Universitaria del Arzobispado de Buenos Aires, recuerda su encuentro con Bergoglio aquel día en el Vaticano, cuando finalizó el cónclave. "El siempre dice: «Rezá por mí». Yo le comenté: «Nunca recé tanto por vos como en estos días». El me contestó: «Te agradezco; nunca necesité tanto una oración como el martes a la mañana». No aclaró de qué se trataba. Los cardenales tienen vedado hablar sobre la elección.
El hombre que necesita oraciones es el mismo que no le teme al poder político. En los últimos años, las declaraciones públicas de Bergoglio sobre los grandes temas sociales incomodaron a los gobiernos de turno, trazaron diagnósticos sobre la niñez y la pobreza, marcaron alertas sobre el futuro del país. Habló de "los que caben en el sistema y los que sobran, por culpa de las contradicciones". Dijo que en la calle hay "niños esclavos" y que la pugna política es "la gran enfermedad de los argentinos".
No es que a Bergoglio no le guste el poder. Es más: lo disfruta en su cargo. Lo que no le interesa particularmente es sentarse con los poderosos.
Las fuentes más cercanas al cardenal dicen que la relación con los Kirchner no es mala: es pésima. Jamás lo recibió a Néstor Kirchner durante su presidencia. Los miembros más encumbrados del Gobierno pidieron reiteradas audiencias, pero no querían acercarse hasta el Arzobispado. El cardenal aclaraba que si él quería hablar con el presidente iba a la Casa de Gobierno, y que si el presidente quería hablar con él tenía que ir al Arzobispado. "Los Kirchner querían que apareciera Bergoglio yendo a la Rosada. Jamás se prestó a eso en cuatro años de gestión y las relaciones fueron frías y duras. Claro que, cuando se encuentran, hay cordialidad porque son educados", afirma uno de sus colaboradores.
Según Fortunato Mallimaci, sociólogo de la UBA, investigador del Conicet y especialista en temas religiosos "lo que dislocó la relación con los Kirchner fue la fuerte presencia de los organismos de derechos humanos. La clave es que en la sociedad argentina se piensan juntos lo político y lo religioso. No es sólo dedicarse a orar. Entonces, se crea una democracia muy tutelada, y cuando el Gobierno tiene que tomar decisiones sobre educación sexual, métodos anticonceptivos, cantidad de hijos o prevención del sida, tiene que consultar a la Iglesia. En muchas sociedades, la profunda crisis de representatividad de los partidos políticos que no son capaces de dar respuesta a la gente hace que los grupos religiosos ocupen un lugar que nadie hubiese imaginado hace años".
El tema de los derechos humanos siempre fue controvertido en relación con Bergoglio. "A Alicia Oliveira (actual defensora del Pueblo) la salvó de ser desaparecida por la dictadura. Y cuando se entrevistó con Videla fue a pedirle por los curas", dice el padre Marcó.
Diana Rocco, metodista, profesora de Historia de la UBA y especialista en historia antigua de la Iglesia, agrega: "Bergoglio, por ejemplo, tiene buena relación con la Iglesia Metodista, por ser defensor de los derechos humanos, desde siempre".
Hablar de los pobres
Son las 15.30 de un lunes. Pasaron apenas dos horas desde que dejamos una carta en el Arzobispado pidiéndole una entrevista. Suena el teléfono.
-Habla el padre Bergoglio -dice el hombre, del otro lado de la línea-. Le agradezco su interés, pero salir en una revista sería un acto de vanidad.
José Mario Bergoglio, uno de los 183 cardenales de la Iglesia Católica, está despierto desde las 4 de la mañana. Tiene una libretita pequeña, que guarda en el bolsillo, donde anota el orden de sus audiencias. Quienes lo conocen bien no recuerdan que haya dejado alguna llamada sin responder.
"Mi papá siempre decía que cuando vayas subiendo vayas saludando a todos, que son los mismos que te vas a encontrar cuando empieces a bajar", le dijo al padre Guillermo Marcó, el día en que Juan Pablo II lo proclamó cardenal, en 2001.
Algunos integrantes de la Compañía de Jesús recuerdan con cierto resquemor su paso por esa orden religiosa en tiempos de violencia política en la Argentina, cuando Bergoglio, que había sido ordenado sacerdote en 1969 y llegó a ser provincial desde 1973 hasta 1979, ejerció su autoridad con dureza. Durante los años 70, la Iglesia Católica vivió una gran crisis interna de la cual la Compañía de Jesús no estuvo exenta.
"Esa crisis interna se desató después del Concilio Vaticano II, y luego de la reunión de todos los obispos de América latina, en el año 1968, en Medellín, donde se ratificó la idea de dejar el Estado y los regímenes de seguridad e ir hacia los pobres. Bergoglio no estaba de acuerdo con esta postura. Catolizarse y militarizarse forman parte de la idea de la mayoría de los miembros del Ejército y de la Iglesia Católica. Bergoglio estaba en contra de los sacerdotes que hacían trabajo en las villas por parecerle demasiado politizados", explica Mallimaci.
Sectores cercanos a Bergoglio relativizan ese pensamiento. Dicen que, en realidad, Bergoglio quería que los sacerdotes hicieran trabajo de sacerdotes y no de punteros políticos. E insisten en que en la Compañía de Jesús existía una obediencia férrea: la orden emanaba de Roma, y la de Bergoglio no era una decisión personal.
Eran tiempos del padre Mujica. La crítica más fuerte que le hacía Bergoglio al mítico cura villero es que éste había viajado junto al general Juan Domingo Perón cuando el ex presidente volvía de Puerta de Hierro. Eran tiempos en los que se hablaba de recurrir a la violencia para lograr un mundo más justo. Pensamientos, para Bergoglio, incompatibles con el Evangelio. La decisión de retirar a los curas de las villas de emergencia se relacionaba con aquella particular situación histórica. Hoy, sin embargo, muchos de los sacerdotes que trabajan en las villas de emergencia reivindican a ese mismo hombre, sin dejar de defender también al padre Mujica.
Curas como Pepe Di Paola, del Equipo de Sacerdotes para la Pastoral de las Villas de Emergencia, que este año presentó un duro documento sobre la droga en zonas marginales, tiene una relación excelente con Bergoglio.
Las posturas en torno de este tema son dispares. "Los jóvenes sacerdotes de las villas sacaron el documento sin preguntarle a Bergoglio. Si hay algo evidente en la Iglesia Católica es la crisis de autoridad", dice Mallimaci.
Según confiesan en privado algunos curas villeros, antes de cada conferencia de prensa, en los días en que el tema acaparó la atención de la sociedad, acordaron con el cardenal qué se diría y en qué tono.
"Los sacerdotes enviaron primero el documento por correo electrónico a todo el clero y al día siguiente hicieron una conferencia de prensa. Es una forma de recuperar la mística de una Iglesia embarrada", dice el padre Alejandro Russo, secretario de la Vicaría de la Pastoral de la Arquidiócesis de Buenos Aires.
"Lo que no aguantan los que se llenan la boca hablando de los pobres es que el arzobispado de Buenos Aires nunca dejó de tener presencia en las villas. Y siempre los curas villeros estuvieron integrados a la vida diocesana", asevera.
De castigado a premiado
Es muy austero en su forma de ser. Elige alimentos frugales y sanos, y toma un vaso de vino de vez en cuando. Le gustan la fruta, el pollo sin piel y las ensaladas. Salvo excepciones, como aquella vez en que comentó con humor: "¡Qué bueno!, voy a un convento de monjas a comer bagna cauda".
Por rutina, y salvo que tenga algún encuentro planeado, Bergoglio almuerza y cena solo. No acepta ir a comer afuera, no come en ningún lado que no sea la Curia. No se queda a comer en las parroquias. No va a comer a una casa de familia.
Tiene buen sentido del humor, es simpático, tiene chispa e ingenio. Es rapidísimo, le gustan las contestaciones rápidas y se divierte cuando dice algo gracioso y alguien le contesta. En realidad, siempre busca ser claro, pero suave, aun cuando tiene que corregir a alguien. Conoce a muchísima gente y tiene amigos. Son amistades muy francas y de todos los sectores, no solamente de la Iglesia.
Pero es difícil debatir con Bergoglio, que fue siempre un hombre de carácter. Se puede desplegar el repertorio de argumentos más grande del planeta, pero si él ya tiene una idea tomada discutirá con el clero completo, y luego hará lo que le parece, esté donde esté.
Después de ser provincial de los jesuitas en la Argentina, lo destinaron a Córdoba para que fuera, simplemente, confesor en una iglesia. En esta misión estaba, según explican allegados, la idea profunda de volver al ejercicio comunitario, de no dejar lugar a la vanidad o a la búsqueda del poder humano, sobre todo porque lo que importa es la orden, la congregación, la Iglesia, y no las personas.
El padre Alejandro Russo señala que haber destinado a Córdoba a Bergoglio "provenía de la idea de dejar que el nuevo provincial tuviera más lugar para desarrollarse".
Otras versiones dicen, en cambio, que Bergoglio fue castigado. Que la congregación lo castigó por haber entregado la Universidad del Salvador a los laicos. Era una universidad que estaba "ideologizada", que había tomado una posición tercermundista, o de izquierda. Cuentan que tan castigado estaba entonces que le abrían la correspondencia, y que permanecía prácticamente confinado.
A muchos les sorprendió que Bergoglio se convirtiera en el arzobispo de Buenos Aires. Cuando, en 1992, el cardenal Antonio Quarracino lo nombró obispo auxiliar en la Arquidiócesis era poco conocido.
Según Mallimaci, "se hablaba del obispo de Paraná, monseñor Karlik, presidente de la Conferencia Episcopal, como heredero de Quarracino. Pero Karlik aparecía como demasiado espiritual, demasiado despegado de los partidos políticos y de todo lo que tuviera que ver con el Estado".
La elección de Bergoglio como arzobispo, en 1998, fue revolucionaria. Hasta entonces era necesario que el arzobispo de Buenos Aires hubiera pasado por el cargo en alguna otra ciudad del país. No se respetó "el escalafón", dicen algunos. Fue una decisión oportuna del cardenal Quarracino, dicen otros. El entonces cardenal ya estaba enfermo y mayor, y nombró a Bergoglio arzobispo coadjutor con derecho a sucesión.
Los otros
¿Cuál es el carisma, la atracción que hace tan interesante a Jorge Mario Bergoglio? En primer lugar, su gran espiritualidad; es un hombre de oración profunda que puede encarnar en lo humano lo divino.
Tiene esa dimensión "eclesiológica", según afirman los sacerdotes que más lo conocen, para explicar en Bergoglio la unión entre lo celestial y lo terreno. Una visión de la Iglesia que se nota en la Pastoral. El cardenal tiene una doctrina teológica clarísima, de la mejor ortodoxia, pero por otro lado transmite el dinamismo que trae la frescura de la petición del pueblo de Dios. Sabe hacer una simbiosis de lo que la gente necesita y de lo que la Iglesia propone.
Suele haber, no obstante, cortocircuitos con los sacerdotes. Hay curas que le cuestionan que nunca haya sido párroco y que, por lo tanto, no termine de entender la realidad profunda en la que vive un cura que está en la barricada. Aunque le dedica mucho tiempo a escuchar a jóvenes religiosos, Bergoglio no siempre puede cumplir con las promesas que les hace. Le cuesta delegar el poder.
Tiene claro dónde quiere llegar. Los que lo conocen bien dicen que el poder no lo pone nervioso.
También recuerdan gestos conmovedores suyos, como aquella vez en que recibió una carta de una familia boliviana que estaba sin vivienda, movió cielo y tierra para conseguirles un lugar hasta que finalmente sacó plata de su bolsillo para que se instalaran en una casa. Andrea Sánchez Ruiz, profesora de Teología en la UCA, cuenta: "Es una persona muy cálida y accesible. Es amable, pero tiene en claro que dice lo que quiere decir, y no más. En general, no habla de su vida personal".
Los obispos auxiliares están acostumbrados a su concepto de "funcionalidad", como dicen los que lo rodean. Cuando elige a alguien para una función, le da participación y mantiene con esa persona un trato permanente pero no le da demasiada libertad.
La maestra
Desde su ventana es testigo de todos los acontecimientos políticos del país que tienen como escenario la Plaza de Mayo. Bergoglio vive, solo, en el segundo piso del edificio de la Curia, al lado de la Catedral. Se trata de un departamento de cuatrocientos metros cuadrados, una casa magnífica con muebles antiguos y cuadros del siglo XVIII. Cada día, de 4 a 7 de la mañana, el cardenal dedica tres horas a meditar. A las 7 ya recibe gente, tiene reuniones. A las doce y media le sirven un almuerzo rápido. Descansa unos cincuenta minutos y a la una y cuarto ya está en el despacho para empezar el trabajo de la tarde, cuando siguen las audiencias y las reuniones. Las audiencias son agotadoras; sale una persona, entra otra, y él atiende y atiende...
Muchos libros de espiritualidad y de teología se encuentran en una gran biblioteca, enfrente de su habitación. Ahí tiene también un aparato de DVD y una máquina de escribir eléctrica, ya que no maneja la computadora. Otilia y Elisa, que son sus secretarias, le imprimen todos los e-mails y se los entregan.
Bergoglio camina por el pasillo cuando reza el rosario. Le gusta el fútbol y es simpatizante de San Lorenzo. De vez en cuando, el arzobispo deja la Curia, toma el subte y se dirige a otros barrios de la ciudad. Sube a un ómnibus y se presenta en una u otra villa a bendecir nuevos comedores populares, a administrar el bautismo, a celebrar la fiesta del santo. A veces, muy pocas, se queda a comer con ellos las sopas que cocinan en enormes ollas. Después va a alguna parroquia a dar una misa por las fiestas patronales, o a un acto especial. Y se acuesta muy temprano.
Hasta 2006 se ocupaba prolijamente de escribirle a Estela Quiroga, su maestra de primer grado en la Escuela N° 8, Distrito Escolar N° 11, de Flores. Ambos mantenían una correspondencia sistemática. El le contaba cada cosa que conseguía, cada logro. Y la invitó especialmente cuando se ordenó sacerdote. Ella lo quería como a un hijo. Falleció de una neumonía a los 96 años, el 16 de abril de 2006. Era la maestra del sacerdote Jorge Mario Bergoglio, nacido en la ciudad de Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936, hijo de un empleado ferroviario y un ama de casa.
El bajo perfil
Aquí, en la Argentina, cuando lo llaman por teléfono un día feriado por la mañana, se oye de lejos la radio con música clásica o de tango. Descansa con música clásica a su lado. No se va de vacaciones; no va a ningún lado, salvo cuando viaja a Roma, por trabajo.
Le gusta caminar por la capital italiana y tomar ristretto en las cafeterías, apoyado en el mostrador.
Suele pasar largos períodos, en enero o en febrero, en que no atiende a nadie por diez días; en esos lapsos escucha música y lee a los clásicos. No sale de la Curia. En realidad, la lectura es una actividad a la que le dedica mucho tiempo, desde Jorge Luis Borges hasta Leopoldo Marechal, pasando por los clásicos de la literatura universal. Pero, sin duda, el autor de Adán Buenosayres y de El banquete de Severo Arcángel es su preferido.
Tiene una precisión en el lenguaje que le viene de su maestría en Literatura. Suele adoptar una palabra como motivación y la emplea en forma constante y reiterada. En estos momentos, esa palabra es "paradigmático".
Según su círculo íntimo, suele ir a confesarse a la iglesia de El Salvador, y lo han visto en la fila del confesionario de un jesuita anciano.
Es frecuente verlo con un sobretodo negro, para no hacer ostentación de la llamativa vestimenta de los purpurados. Cuando el Papa lo proclamó cardenal, no compró una vestimenta nueva, sino que ordenó arreglar la que usaba su antecesor, Quarracino.
Hay tiendas eclesiásticas en Roma, como Euroclero, que es más económica, o Gamarelli y Barbiconi, que son más caras. En la Argentina, las Pías Discípulas son las únicas que tienen ornamentos litúrgicos y ropa. A Bergoglio le gustan los ornamentos litúrgicos de buena calidad. Los compra en Roma, generalmente. Y el altar de plata maciza de la Catedral se lo encargó a Pallarols.
No le gusta hacer "circo". Es enemigo de que hagan "lobby" a su alrededor. No celebra en la Catedral cada Jueves Santo la misa de la cena del señor y el lavatorio de pies, sino que va a distintos hogares, al Centro de la Droga o al Hospital Garrahan.
Le gusta estar entre la gente. En Corpus Christi quiere que se haga la marcha alrededor de la Plaza de Mayo. Quiere que el Santísimo Sacramento salga y se mezcle con la gente, y que la gente lo arrastre.
A Bergoglio ni siquiera le gusta que le digan cardenal. Quiere que lo llamen, simplemente, Padre.
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