Introducción
1º. A la ley judía se habían añadido por vía oral muchas prescripciones, que se consideraban vinculantes, con la misma fuerza que la ley escrita, y, como ésta, reveladas por Dios. A Jesús se le pregunta su parecer sobre la inobservancia que se constata por parte de sus discípulos.
Jesús no responde directamente, sino que aprovecha la ocasión para sacar a la luz lo falso y vacío del modo de obrar de los fariseos: Su culto es meramente formal, los ritos externos no se corresponden con su significación interior y una vida coherente. El resultado es que las tradiciones se sobreponen a los mandamientos de Dios, llegando incluso a desplazarlos: Algo inaceptable.
Jesús dice que las cosas externas no nos hacen buenos ni malos. Lo bueno y lo malo nace de dentro, de uno mismo como fruto de un acto libre y responsable. Somos nosotros quienes damos la condición de bueno o malo a cada obra: es nuestra intención la que imprime tal sesgo a todo.
2º. El criterio básico que fundamenta la moral es que todas las cosas creadas por Dios son buenas, y por tanto no pueden ser impuras ni volver impuro a nadie. Lo que hace impuro al hombre y le separa de Dios es su pecado, que sale de dentro, de su corazón. Del corazón salen las deliberaciones, decisiones y ejecuciones y la bondad o malicia de las acciones, palabras e incluso pensamientos.
* Iª Lectura: Deuteronomio (4,1-8): La grandeza de los mandamientos
I.1. El libro del Deuteronomio, que es uno de los más famosos de la Torá judía, el Pentateuco cristiano, nos ofrece una bella lectura que nos habla de la grandeza de los mandamientos de Dios. Este libro tuvo una historia muy movida, ya que parece que estuvo escondido (al menos una parte) en el Templo de Jerusalén por miedo a las actitudes antiproféticas de algún rey de Judá, hasta que Josías (s. VII a. C), un gran rey, abrió las puertas de la reforma religiosa. Entonces, los círculos proféticos volvieron sus ojos a este libro, que recogía tradiciones religiosas muy importantes.
I.2. La lectura de hoy era el comienzo del libro en aquella época y se invita al pueblo a considerar con sabiduría los mandamientos de Dios. Porque los mandamientos no deben ser considerados como prohibiciones, sino como la forma en que Dios está cerca de su pueblo y por ello éste debe escucharlo, servirlo y buscarlo. La lectura nos invita, pues, a no avergonzarnos de los mandamientos cuando en ellos se expresa su voluntad salvífica. Es verdad que los mandamientos se entienden, a veces, en sentido demasiado legalista y, entonces, a algunos, les parecen insoportables. Y será Jesús quien libere los mandamientos de Dios de ser una carga pesada, con objeto de acercar a Dios a todos nosotros.
* IIª Lectura: Santiago (1,17-27): Abrirse a los dones divinos
II.1. La carta de Santiago recoge la enseñanza de los dones de Dios. Su comparación con los astros del cielo que se eclipsan en momentos determinados, no afecta al Padre de las luces. Es un texto lleno de claves sapienciales en la mejor tradición de la teología judía. Dios ha querido darnos los dones verdaderos y se revelan, para el autor de la carta, en la palabra de Dios.
II.2. Valoramos aquí una legítima teológica de la palabra, ya que en ella está la salvación. Es una palabra que opera la salvación de nuestro corazón y de nuestras mentes. Es verdad que pide, para que pueda salvarnos, ponerla en práctica. Sabemos que la carta de Santiago es de una efectividad incomparable, como sucede en su discusión sobre la fe y las obras. ¿Cómo es posible ponerla en práctica? Atendiendo a los que nos necesitan: a los huérfanos, viudas y los que no tienen nada. Y eso, por otra parte, es la verdadera religión, es decir, la verdadera adoración de Dios.
* Evangelio: Marcos (7,1-23): La voluntad de Dios humaniza
III.1. El evangelio, después de cinco domingos en que hemos estado guiados por Jn 6, retoma la lectura continua del segundo evangelio. El tema es la oposición entre mandamientos de Dios y tradiciones humanas. La cuestión es muy importante para definir la verdadera religión, como se ha puesto de manifiesto en la carta de Santiago. El pasaje se refiere a la pregunta que los fariseos (cumplidores estrictos de la tradiciones de los padres) plantean a Jesús, porque algunos seguidores suyos no se lavan las manos antes de comer. La verdad es que esta es una buena tradición sanitaria, pero convertida en precepto religioso, como otras, puede llegar a ser alarmante. Es el conflicto entre lo esencial y lo que no lo es; entre lo que es voluntad de Dios y lo que es voluntad de los hombres en situaciones religiosas y sociales distintas.
III.2. Este conjunto de Mc 7,1-23 es bastante complejo y apunta claramente a una redacción y unificación de tradiciones distintas: unas del tiempo de Jesús y otras posteriores. Son dos cuestiones las que se plantean: 1) la fidelidad a las tradiciones antiguas; 2) el lavarse las manos. En realidad es lo primero más importante que lo segundo. El ejemplo que mejor viene al caso es el de Qorbán (vv.9-13): el voto que se hace a Dios de una cosa, por medio del culto, lo cual ya es sagrado e intocable, si no irreemplazable. Si esto se aplica a algo necesario a los hombres, a necesidades humanas y perentorias, parece un “contra-dios” que nadie pueda dispensar de ello. Si alguien promete algo a Dios que nos ha de ser necesario para nosotros y los nuestros en tiempos posteriores no tendría sentido que se mantenga bajo la tradición del Qorbán. Los mismos rabinos discutían a fondo esta cuestión. La respuesta de Jesús pone de manifiesto la contradicción entre el Qorbán del culto y el Decálogo (voluntad de Dios), citando textos de la Ley: Ex 20,12;21,17;Dt5,16;Lv 20,9). Dios, el Dios de Jesús, no es un ser inhumano que quiera para sí algo necesario a los hombres. Dios no necesita nada de esas cosas que se ponen bajo imperativos tradicionales. La religión puede ser una fábrica inhumana de lo que Dios no quiere, pero si lo quieren los que reemplazan la voluntad de Dios para imponer la suya.
III.3. Los mandamientos de Dios hay que amarlos, porque los verdaderos mandamientos de Dios son los que liberan nuestras conciencias oprimidas. Pero toda religión que no lleva consigo una dimensión de felicidad, liberadora, de equilibrio, no podrá prevalecer. Si la religión, de alguna manera, nos ofrece una imagen de Dios, y si en ella no aparece el Dios salvador, entonces los hombres no podrán buscar a ese Dios con todo el corazón y con toda el alma. La especulación de adjudicar cosas que se presentan como de Dios, cuando responden a intereses humanos de clases, de ghettos, es todo un reto para discernir la cuestión que se plantea en el evangelio de hoy. Esta es una constante cuando la religión no es bien comprendida. Jesús lo deja claro: lo que mancha es lo que sale de un corazón pervertido, egoísta y absurdo. La verdadera religión nace de un corazón abierto y misericordioso con todos los hermanos.
Pautas para la homilía
* La justicia humana.
La ley humana regula los comportamientos cívicos y establece los medios que considera eficaces, para promover el bien común. Cada persona, por su parte, en el ejercicio de su libertad, está obligada a conocer y cumplir las leyes responsablemente. Pero es bien sabido que cada ley nueva acarrea nueva picaresca: Pronto surgen artimañas para que aparezcan otros matices, otro culpable, que permita evitar que sea penalizado el auténtico infractor.
Pero en el campo de la conciencia no valen tales estrategias y vana palabrería. La conciencia, juez inapelable, dicta sentencia, desde lo más profundo del ser personal, conforme a sus códigos y principios éticos; sí que caben errores, e interpretaciones poco ajustadas. Cualesquiera que sean su edad, sexo, raza o religión cada persona lleva dentro al juez, con la norma, y la posibilidad de cumplirla.
Somos autores, libres y frágiles, de nuestras decisiones, a quienes cabe ser fieles y felices aceptando las ayudas del Señor. Cada cual formará individualmente la propia libertad, para que permanezca alerta ante los imprevistos del camino. Siempre pendientes de quienes circulan al lado, en cualquier dirección, por las repercusiones a terceros, que se deriven de las infracciones que otros pudieran cometer.
A pesar de nuestros fallos, el Señor nunca nos retira el permiso de conducir, sino que nos invita a rectificar para ser fieles y por ende felices; a la vez; imprime en nuestro corazón un código-normativo tan sencillo como válido: Haz el bien y evita el mal; no hagas a otro lo que no quieres que los demás te hagan a ti; aplicando la Antigua Ley ama al prójimo como a ti mismo, que interpretada por Jesús de Nazaret reza: Amaos unos a otros como yo os he amado.
* Réplica de Jesús.
La respuesta de Jesús es segura y contundente: se había producido una distorsión total. La ley divina, exigente, que atañe a la vida en lo que tiene de importante, fue abandonada por otras leyes que se quedaban en la superficie de las cosas. Esto quiere decir que la tradición de los hombres fue capaz de traicionar a Dios, falsificando la religión y creando hipócritas, no adoradores de Dios sino de sí mismos.
Los procesos pueden repetirse con facilidad en cualquier religión y tiempos: Los encargados del culto multiplican las normas que ellos mismos han elaborado, y se cae en el cumplimiento de abundantes rúbricas, que poco tienen que ver con lo esencial y religioso. Intentemos descubrir qué aplicaciones prácticas pueden aparecer en nuestra vida y cristiana al hilo de tales planteamientos.
La libertad responsable es el gran tesoro que Dios nos ofrece para caminar con acierto por las sendas de la felicidad: Con todas sus limitaciones y grandeza, junto a la ayuda garantizada del Espíritu, ha de ser el gran copiloto, en nuestro vehículo personal, al que prestar esmerada y constante atención en todas sus indicaciones, sugerencias o mandatos.
Al comenzar el curso, aunque no estemos en edad escolar, estimemos más y mejor la formación de la propia conciencia manifestada en la libertad exquisita al formar los juicios práctico-prácticos; ellas son quienes nos pueden ofrecer criterios válidos, en las novedosas encrucijadas de la vida, y la fuerza necesaria para cumplirlos: lo que sale del corazón es lo que hace puro al hombre, conforme a la intención que tuvo presente quien dictó la sentencia para actuar en cada caso concreto.
* Hacer sitio a la Palabra de Dios
.- La Palabra de Dios nos llevará a descubrir la fidelidad a la ley de Dios, amorosa y salvífica, con que Jesús nos libera a todos, a través del mandato a sus discípulos para ser identificados. La norma del cristiano es el Evangelio, en tanto en cuanto es asumido como forma de vida, y no por las costumbres oídas e incluso practicadas. La semilla, que es la Palabra de Dios, si crece desde el corazón dará fruto abundante en buenas obras.
.- Las decisiones sencillas, y las importantes, se fraguan tras deliberaciones (más o menos amplias) que conducen a elegir una de las partes abandonando el resto. Una elección lleva unida múltiples renuncias. Los miedos, bridas, ataduras o impulsos que imperan en el medio ambiente son estorbos a la hora de secundar las intuiciones que sugiere la verdadera fidelidad.
.- Se fomenta la unión con Dios purificando el corazón, iluminando la conciencia de manera que las acciones que llevemos a cabo manifiesten la adhesión al mandamiento de Dios, que es el amor. El Señor descubre los secretos del corazón, sin subterfugios ni rigorismos o apariencias legales.
.- El corazón es la sede de la Palabra de Dios, de la conversión, de la acogida a la voz de Dios capaz de curar heridas, superar egoísmos, iluminar oscuridades. Ellos avisan de la presencia del Señor y permiten descubrir las ayudas que pone a nuestro alcance en los momentos oportunos. La liturgia de hoy nos invita a interiorizar y descubrir qué intenciones anidan en nuestro corazón. Veamos qué contenidos manan de nuestro yo profundo, con sus intereses y motivaciones. ¿Por qué nos movemos o afanamos en la vida cotidiana?
.- La luz que viene de lo alto permite ver al prójimo como hijo de Dios, y tratarle de manera coherente y en el amor misericordioso con que somos tratados. La carta de Santiago que hemos escuchado, por si alguien tuviera dudas, ofrece respuesta con criterios claros y prácticos: “La religión pura e intachable… (1,27)”
.- Hasta en la oración podemos quedarnos en actitudes farisaicas si no hay concordancia entre pensamientos, palabras y obras. El error es admisible; el engaño es reprobado por Dios. Busquemos el momento oportuno, un poco de tiempo para detectar o analizar los ruidos, ataduras, impulsos o atascos que nos condicionan o atrapan. ¿Qué amores / desamores existen o invaden nuestra conciencia y libertad? Si oímos la voz de Dios, no endurezcamos el corazón…
Jesús no responde directamente, sino que aprovecha la ocasión para sacar a la luz lo falso y vacío del modo de obrar de los fariseos: Su culto es meramente formal, los ritos externos no se corresponden con su significación interior y una vida coherente. El resultado es que las tradiciones se sobreponen a los mandamientos de Dios, llegando incluso a desplazarlos: Algo inaceptable.
Jesús dice que las cosas externas no nos hacen buenos ni malos. Lo bueno y lo malo nace de dentro, de uno mismo como fruto de un acto libre y responsable. Somos nosotros quienes damos la condición de bueno o malo a cada obra: es nuestra intención la que imprime tal sesgo a todo.
2º. El criterio básico que fundamenta la moral es que todas las cosas creadas por Dios son buenas, y por tanto no pueden ser impuras ni volver impuro a nadie. Lo que hace impuro al hombre y le separa de Dios es su pecado, que sale de dentro, de su corazón. Del corazón salen las deliberaciones, decisiones y ejecuciones y la bondad o malicia de las acciones, palabras e incluso pensamientos.
Comentario bíblico
* Iª Lectura: Deuteronomio (4,1-8): La grandeza de los mandamientos
I.1. El libro del Deuteronomio, que es uno de los más famosos de la Torá judía, el Pentateuco cristiano, nos ofrece una bella lectura que nos habla de la grandeza de los mandamientos de Dios. Este libro tuvo una historia muy movida, ya que parece que estuvo escondido (al menos una parte) en el Templo de Jerusalén por miedo a las actitudes antiproféticas de algún rey de Judá, hasta que Josías (s. VII a. C), un gran rey, abrió las puertas de la reforma religiosa. Entonces, los círculos proféticos volvieron sus ojos a este libro, que recogía tradiciones religiosas muy importantes.
I.2. La lectura de hoy era el comienzo del libro en aquella época y se invita al pueblo a considerar con sabiduría los mandamientos de Dios. Porque los mandamientos no deben ser considerados como prohibiciones, sino como la forma en que Dios está cerca de su pueblo y por ello éste debe escucharlo, servirlo y buscarlo. La lectura nos invita, pues, a no avergonzarnos de los mandamientos cuando en ellos se expresa su voluntad salvífica. Es verdad que los mandamientos se entienden, a veces, en sentido demasiado legalista y, entonces, a algunos, les parecen insoportables. Y será Jesús quien libere los mandamientos de Dios de ser una carga pesada, con objeto de acercar a Dios a todos nosotros.
* IIª Lectura: Santiago (1,17-27): Abrirse a los dones divinos
II.1. La carta de Santiago recoge la enseñanza de los dones de Dios. Su comparación con los astros del cielo que se eclipsan en momentos determinados, no afecta al Padre de las luces. Es un texto lleno de claves sapienciales en la mejor tradición de la teología judía. Dios ha querido darnos los dones verdaderos y se revelan, para el autor de la carta, en la palabra de Dios.
II.2. Valoramos aquí una legítima teológica de la palabra, ya que en ella está la salvación. Es una palabra que opera la salvación de nuestro corazón y de nuestras mentes. Es verdad que pide, para que pueda salvarnos, ponerla en práctica. Sabemos que la carta de Santiago es de una efectividad incomparable, como sucede en su discusión sobre la fe y las obras. ¿Cómo es posible ponerla en práctica? Atendiendo a los que nos necesitan: a los huérfanos, viudas y los que no tienen nada. Y eso, por otra parte, es la verdadera religión, es decir, la verdadera adoración de Dios.
* Evangelio: Marcos (7,1-23): La voluntad de Dios humaniza
III.1. El evangelio, después de cinco domingos en que hemos estado guiados por Jn 6, retoma la lectura continua del segundo evangelio. El tema es la oposición entre mandamientos de Dios y tradiciones humanas. La cuestión es muy importante para definir la verdadera religión, como se ha puesto de manifiesto en la carta de Santiago. El pasaje se refiere a la pregunta que los fariseos (cumplidores estrictos de la tradiciones de los padres) plantean a Jesús, porque algunos seguidores suyos no se lavan las manos antes de comer. La verdad es que esta es una buena tradición sanitaria, pero convertida en precepto religioso, como otras, puede llegar a ser alarmante. Es el conflicto entre lo esencial y lo que no lo es; entre lo que es voluntad de Dios y lo que es voluntad de los hombres en situaciones religiosas y sociales distintas.
III.2. Este conjunto de Mc 7,1-23 es bastante complejo y apunta claramente a una redacción y unificación de tradiciones distintas: unas del tiempo de Jesús y otras posteriores. Son dos cuestiones las que se plantean: 1) la fidelidad a las tradiciones antiguas; 2) el lavarse las manos. En realidad es lo primero más importante que lo segundo. El ejemplo que mejor viene al caso es el de Qorbán (vv.9-13): el voto que se hace a Dios de una cosa, por medio del culto, lo cual ya es sagrado e intocable, si no irreemplazable. Si esto se aplica a algo necesario a los hombres, a necesidades humanas y perentorias, parece un “contra-dios” que nadie pueda dispensar de ello. Si alguien promete algo a Dios que nos ha de ser necesario para nosotros y los nuestros en tiempos posteriores no tendría sentido que se mantenga bajo la tradición del Qorbán. Los mismos rabinos discutían a fondo esta cuestión. La respuesta de Jesús pone de manifiesto la contradicción entre el Qorbán del culto y el Decálogo (voluntad de Dios), citando textos de la Ley: Ex 20,12;21,17;Dt5,16;Lv 20,9). Dios, el Dios de Jesús, no es un ser inhumano que quiera para sí algo necesario a los hombres. Dios no necesita nada de esas cosas que se ponen bajo imperativos tradicionales. La religión puede ser una fábrica inhumana de lo que Dios no quiere, pero si lo quieren los que reemplazan la voluntad de Dios para imponer la suya.
III.3. Los mandamientos de Dios hay que amarlos, porque los verdaderos mandamientos de Dios son los que liberan nuestras conciencias oprimidas. Pero toda religión que no lleva consigo una dimensión de felicidad, liberadora, de equilibrio, no podrá prevalecer. Si la religión, de alguna manera, nos ofrece una imagen de Dios, y si en ella no aparece el Dios salvador, entonces los hombres no podrán buscar a ese Dios con todo el corazón y con toda el alma. La especulación de adjudicar cosas que se presentan como de Dios, cuando responden a intereses humanos de clases, de ghettos, es todo un reto para discernir la cuestión que se plantea en el evangelio de hoy. Esta es una constante cuando la religión no es bien comprendida. Jesús lo deja claro: lo que mancha es lo que sale de un corazón pervertido, egoísta y absurdo. La verdadera religión nace de un corazón abierto y misericordioso con todos los hermanos.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Pautas para la homilía
* La justicia humana.
La ley humana regula los comportamientos cívicos y establece los medios que considera eficaces, para promover el bien común. Cada persona, por su parte, en el ejercicio de su libertad, está obligada a conocer y cumplir las leyes responsablemente. Pero es bien sabido que cada ley nueva acarrea nueva picaresca: Pronto surgen artimañas para que aparezcan otros matices, otro culpable, que permita evitar que sea penalizado el auténtico infractor.
Pero en el campo de la conciencia no valen tales estrategias y vana palabrería. La conciencia, juez inapelable, dicta sentencia, desde lo más profundo del ser personal, conforme a sus códigos y principios éticos; sí que caben errores, e interpretaciones poco ajustadas. Cualesquiera que sean su edad, sexo, raza o religión cada persona lleva dentro al juez, con la norma, y la posibilidad de cumplirla.
Somos autores, libres y frágiles, de nuestras decisiones, a quienes cabe ser fieles y felices aceptando las ayudas del Señor. Cada cual formará individualmente la propia libertad, para que permanezca alerta ante los imprevistos del camino. Siempre pendientes de quienes circulan al lado, en cualquier dirección, por las repercusiones a terceros, que se deriven de las infracciones que otros pudieran cometer.
A pesar de nuestros fallos, el Señor nunca nos retira el permiso de conducir, sino que nos invita a rectificar para ser fieles y por ende felices; a la vez; imprime en nuestro corazón un código-normativo tan sencillo como válido: Haz el bien y evita el mal; no hagas a otro lo que no quieres que los demás te hagan a ti; aplicando la Antigua Ley ama al prójimo como a ti mismo, que interpretada por Jesús de Nazaret reza: Amaos unos a otros como yo os he amado.
* Réplica de Jesús.
La respuesta de Jesús es segura y contundente: se había producido una distorsión total. La ley divina, exigente, que atañe a la vida en lo que tiene de importante, fue abandonada por otras leyes que se quedaban en la superficie de las cosas. Esto quiere decir que la tradición de los hombres fue capaz de traicionar a Dios, falsificando la religión y creando hipócritas, no adoradores de Dios sino de sí mismos.
Los procesos pueden repetirse con facilidad en cualquier religión y tiempos: Los encargados del culto multiplican las normas que ellos mismos han elaborado, y se cae en el cumplimiento de abundantes rúbricas, que poco tienen que ver con lo esencial y religioso. Intentemos descubrir qué aplicaciones prácticas pueden aparecer en nuestra vida y cristiana al hilo de tales planteamientos.
La libertad responsable es el gran tesoro que Dios nos ofrece para caminar con acierto por las sendas de la felicidad: Con todas sus limitaciones y grandeza, junto a la ayuda garantizada del Espíritu, ha de ser el gran copiloto, en nuestro vehículo personal, al que prestar esmerada y constante atención en todas sus indicaciones, sugerencias o mandatos.
Al comenzar el curso, aunque no estemos en edad escolar, estimemos más y mejor la formación de la propia conciencia manifestada en la libertad exquisita al formar los juicios práctico-prácticos; ellas son quienes nos pueden ofrecer criterios válidos, en las novedosas encrucijadas de la vida, y la fuerza necesaria para cumplirlos: lo que sale del corazón es lo que hace puro al hombre, conforme a la intención que tuvo presente quien dictó la sentencia para actuar en cada caso concreto.
* Hacer sitio a la Palabra de Dios
.- La Palabra de Dios nos llevará a descubrir la fidelidad a la ley de Dios, amorosa y salvífica, con que Jesús nos libera a todos, a través del mandato a sus discípulos para ser identificados. La norma del cristiano es el Evangelio, en tanto en cuanto es asumido como forma de vida, y no por las costumbres oídas e incluso practicadas. La semilla, que es la Palabra de Dios, si crece desde el corazón dará fruto abundante en buenas obras.
.- Las decisiones sencillas, y las importantes, se fraguan tras deliberaciones (más o menos amplias) que conducen a elegir una de las partes abandonando el resto. Una elección lleva unida múltiples renuncias. Los miedos, bridas, ataduras o impulsos que imperan en el medio ambiente son estorbos a la hora de secundar las intuiciones que sugiere la verdadera fidelidad.
.- Se fomenta la unión con Dios purificando el corazón, iluminando la conciencia de manera que las acciones que llevemos a cabo manifiesten la adhesión al mandamiento de Dios, que es el amor. El Señor descubre los secretos del corazón, sin subterfugios ni rigorismos o apariencias legales.
.- El corazón es la sede de la Palabra de Dios, de la conversión, de la acogida a la voz de Dios capaz de curar heridas, superar egoísmos, iluminar oscuridades. Ellos avisan de la presencia del Señor y permiten descubrir las ayudas que pone a nuestro alcance en los momentos oportunos. La liturgia de hoy nos invita a interiorizar y descubrir qué intenciones anidan en nuestro corazón. Veamos qué contenidos manan de nuestro yo profundo, con sus intereses y motivaciones. ¿Por qué nos movemos o afanamos en la vida cotidiana?
.- La luz que viene de lo alto permite ver al prójimo como hijo de Dios, y tratarle de manera coherente y en el amor misericordioso con que somos tratados. La carta de Santiago que hemos escuchado, por si alguien tuviera dudas, ofrece respuesta con criterios claros y prácticos: “La religión pura e intachable… (1,27)”
.- Hasta en la oración podemos quedarnos en actitudes farisaicas si no hay concordancia entre pensamientos, palabras y obras. El error es admisible; el engaño es reprobado por Dios. Busquemos el momento oportuno, un poco de tiempo para detectar o analizar los ruidos, ataduras, impulsos o atascos que nos condicionan o atrapan. ¿Qué amores / desamores existen o invaden nuestra conciencia y libertad? Si oímos la voz de Dios, no endurezcamos el corazón…
Fray Manuel González de la Fuente
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