El día que mataron a Ellacuría -hoy hace 20 años- yo estaba en un restaurante, almorzando con los informadores religiosos de los medios de Madrid. Presidía el “patriarca” de entonces, Martín Descalzo, que pocos días antes había escrito en ABC un artículo contra Ellacuría. Me llamaron al teléfono del restaurante -entonces ho había móvil- para darme la noticia del asesinato de los jesuitas y las cocineras de la UCA. Lo comuniqué a mis colegas y se quedaron de piedra.
Tres días antes había venido a mi casa a verme Ignacio Ellacuría. Manteníamos relaciones estrechas, porque él seguía con interés el semanario “Vida Nueva” de entonces, que yo dirigía a la sazón, y muchas veces le había llevado en mi coche por las calles de Madrid. Meses antes él, Sobrino y Jon Cortina me invitaron a comer para pedirme que escribiera una biografía de Rutilio Grande, otro mártir jesuita salvadoreño, muy amigo de monseñor Romero. Pero aquel día Ignacio me pidió que montara la Facultad de Comunicación de la UCA. Le dije que estaba muy cogido entonces por el periodismo y los libros y le presenté a Norberto Alcover, que finlamente se encargó de lo de la facultad.
Podéis imaginar cómo me quedé cuando escuché la noticia. Me impresionó el impacto unánime con que respondieron los medios de comunicación españoles e internacionales. Sólo Martín Descalzo no se atrevió a escribir sobre el tema, por haberlo descalificado semanas antes. Que medios laicos como “El País” dieran al caso tanta cobertura probaba que hay causas como la justicia, que en este caso brotaba de un compromiso cristiano, que son indiscutibles. Era la herencia de una línea marcada por Pedro Arrupe y el el famos Decreto IV asumido por la Congregación General de la Compañía. Hoy han muerto casi un centenar de jesuitas en todo el mundo por defender los derechos de los pobres. Pero ni El Salvador ni en la Iglesia se ha hecho justicia. Los culpables siguen libres. Y no se ha incoado aún el proceso de beatificación y canonización de estos hombres, sacerdotes y relgiosos, que dieron su vida desde la fe por el Cristo de carne y hueso crucificado en El Salvador. (Como lo hizo Romero, cuyo proceso va lento, no como el de otros) ¿Ellacu y sus compañeros no tenían defectos? Claro que sí, como cualquier hombre y como todos los mártires y santos. A Ignacio, por ejemplo, le acusaban, como suele suceder a los que tienen capacidad de liderazgo, de ser un poco dictador en la Universidad. Pero lo grande es dar la vida cuando uno es débil y frágil. Ellacuría también lo era. Se puede apreciar en su voz un poco temblorosa. Aquella tarde que estuvo en mi casa me dijo: “Pedro: las cosas están muy mal en El Salvador. Quieren matarme. Pero no creo que lleguen a tanto. Lo que te aseguro es que no callaré”. Me limité a darle un abrazo y sentir vergüenza. Al fin y al cabo mis riesgos eran sólo de papel y tinta, y de que acabaran borrándome, como sucedió años despues, de los medios. Pero él fue asesinado; yo aquí sigo, vivo y coleando.
Os canonicen o no:
Querido Ignacio y Compañeros Mártires: Rogad por la Iglesia, para que lejos de tanta soflama, reglamentación y condena, siga como vosotros dando su vida y su sangre por amor y la liberación integral de los pobres, deprimidos, maltratados y olvidados de este mundo
Tres días antes había venido a mi casa a verme Ignacio Ellacuría. Manteníamos relaciones estrechas, porque él seguía con interés el semanario “Vida Nueva” de entonces, que yo dirigía a la sazón, y muchas veces le había llevado en mi coche por las calles de Madrid. Meses antes él, Sobrino y Jon Cortina me invitaron a comer para pedirme que escribiera una biografía de Rutilio Grande, otro mártir jesuita salvadoreño, muy amigo de monseñor Romero. Pero aquel día Ignacio me pidió que montara la Facultad de Comunicación de la UCA. Le dije que estaba muy cogido entonces por el periodismo y los libros y le presenté a Norberto Alcover, que finlamente se encargó de lo de la facultad.
Podéis imaginar cómo me quedé cuando escuché la noticia. Me impresionó el impacto unánime con que respondieron los medios de comunicación españoles e internacionales. Sólo Martín Descalzo no se atrevió a escribir sobre el tema, por haberlo descalificado semanas antes. Que medios laicos como “El País” dieran al caso tanta cobertura probaba que hay causas como la justicia, que en este caso brotaba de un compromiso cristiano, que son indiscutibles. Era la herencia de una línea marcada por Pedro Arrupe y el el famos Decreto IV asumido por la Congregación General de la Compañía. Hoy han muerto casi un centenar de jesuitas en todo el mundo por defender los derechos de los pobres. Pero ni El Salvador ni en la Iglesia se ha hecho justicia. Los culpables siguen libres. Y no se ha incoado aún el proceso de beatificación y canonización de estos hombres, sacerdotes y relgiosos, que dieron su vida desde la fe por el Cristo de carne y hueso crucificado en El Salvador. (Como lo hizo Romero, cuyo proceso va lento, no como el de otros) ¿Ellacu y sus compañeros no tenían defectos? Claro que sí, como cualquier hombre y como todos los mártires y santos. A Ignacio, por ejemplo, le acusaban, como suele suceder a los que tienen capacidad de liderazgo, de ser un poco dictador en la Universidad. Pero lo grande es dar la vida cuando uno es débil y frágil. Ellacuría también lo era. Se puede apreciar en su voz un poco temblorosa. Aquella tarde que estuvo en mi casa me dijo: “Pedro: las cosas están muy mal en El Salvador. Quieren matarme. Pero no creo que lleguen a tanto. Lo que te aseguro es que no callaré”. Me limité a darle un abrazo y sentir vergüenza. Al fin y al cabo mis riesgos eran sólo de papel y tinta, y de que acabaran borrándome, como sucedió años despues, de los medios. Pero él fue asesinado; yo aquí sigo, vivo y coleando.
Os canonicen o no:
Querido Ignacio y Compañeros Mártires: Rogad por la Iglesia, para que lejos de tanta soflama, reglamentación y condena, siga como vosotros dando su vida y su sangre por amor y la liberación integral de los pobres, deprimidos, maltratados y olvidados de este mundo
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