Este domingo anuncia ya el fin del tiempo litúrgico (que culminará el próximo domingo con la fiesta de Cristo Rey). Terminan también las lecturas del evangelio de Marcos, que hemos venido siguiendo a lo largo del año. Pues bien, Marcos nos despide con un texto enigmático y profundo que puede y debe leerse desde diversos planos. Yo quiero ofrecer aquí una visión introductoria, de tipo general (sin entrar en aplicaciones), para que cada uno pueda aplicar “a su anchura” el evangelio. Para esto tomo un texto un poco más amplio (toda la segunda mitad de Mc 13) y la divido en dos partes complementarias: Mc 13, 14-27 y MC 23, 28-36
1.-Gran desolación: venida del Hijo del hombre (o del “ser humano”) (13, 14-27).
4 Cuando veáis la abominación de la desolación estando allí donde no debe (quien lea entienda), entonces los que estén en Judea que huyan a los montes; 15 el que esté en la azotea, que no baje ni entre a tomar nada de su casa; 16 el que esté en el campo, que no regrese en busca de su manto. 17 (Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! 18 Orad para que no ocurra en invierno. 19 Porque aquellos días serán de tribulación como no la ha habido igual hasta ahora desde el principio de la creación que Dios creó, ni la volverá a haber. 20 Si el Señor no acortase aquellos días, nadie se salvaría. Pero, en atención a los elegidos que él escogió, ha acortado los días.
21 Si alguno os dice entonces: *(Mira, aquí al cristo! (Mira allí!+, no le creáis. 22 Porque surgirán seudocristos y seudoprofetas, realizando signos y prodigios capaces de engañar, si fuera posible, a los mismos elegidos. 23 (Tened cuidado! Os lo he advertido de antemano.
24 Pasada la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá y la luna no dará resplandor; 25 las estrellas caerán del cielo y las fuerzas celestes se tambalearán; 26 y entonces verán venir al Hijo del humano entre nubes con gran poder y gloria. 27 Y entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra al extremo del cielo.
Estamos ante el anuncio positivo y simbólico del fin de los tiempos: los signos concretos de ese fin se pueden dividir en tres momentos bien relacionadas, que entroncan el mensaje de Jesús y la tarea de la iglesia en la esperanza apocalíptica judía reflejada en Daniel. Ellos conservan un carácter enigmático y a ese nivel debemos entenderlos:
a: Antisigno: El gran ídolo (13, 14-20).
esus y los suyos siguen frente al templo (cf. 13, 3) donde el judaísmo sitúa la crisis final de la historia. Así lo ha escrito Dan 9, 27, así lo ha recogido Mc 13, 14: Cuando veías la abominación de la desolación el (= el ídolo abominable) estando allí donde no debe (= en el Templo...). Esta es la señal: la profanación del santuario. Lo que Jesús expresó proféticamente (cf. 11, 12-26) aparece ahora como resultado de una invasión militar, de un conflicto político. Mc recoge y reinterprera de esa forma su amenaza contra el templo. Por eso ha de avisar: quien lea entienda (ho anagignoskôn noeitô: 1, 14, cf. Dan 9, 27). La destrucción del templo, profetizada desde antiguo, anticipada por el gesto de Jesús y realizada dentro de la lucha militar del mundo, es para Mc expresión de la injusticia y violencia de los hombres (no lo destruye Dios sino los enemigos de Sión, partidarios del ídolo abominable: sirios o romanos), siendo al mismo tiempo un signo de esperanza, pues indica que la palabra de Jesús se cumple y llega el reino.
En este contexto se destaca la imagen de la huida, vinculada al asalto de una ciudad (¿Jerusalén?) y a los riesgos añadidos que supone, en tiempos como ese, el frío del invierno o el estado especial de las mujeres (embarazadas, lactantes...), destinadas a mayores sufrimientos. Pero también los varones se encuentran en peligro y a todos se les dice que no quieran aferrarse a sus bienes: (Quien esté en la terraza no entre a la casa...! (13, 15-17).
Todo conserva un transfondo y sentido judío en el texto, pero hay algo que desborda ese nivel: no hay alusión a lucha armada de los justos, ni defensa de Jerusalén, ni celotismo militar. Es como si el asedio de la "santa" ciudad no importara a los cristianos. Los seguidores de Jesús no pueden luchar por ella: no tienen ciudad que guardar, no pueden responder con violencia a la violencia. Su única respuesta es la paciencia y la huida. En esta situación se encuentran: escapando de Jerusalén, perseguidos sobre el ancho mundo, sin ciudad que guardar (contra los celotas), sin patria o nación particular que construir (contra los judíos rabínicos). El camino de entrega de Jesús, iniciado en 8, 31, se expande a sus creyentes, a lo largo y extenso del mundo. Escapan sin defenderse, dando testimonio de Jesús y ofreciendo su mensaje en todas partes; esta es la misión (el misterio vital) de los auténticos cristianos.
b: Vigilancia (13, 21-23).
El texto asume y acentúa la exigencia de no dejarse arrastrar por los que en 13, 6 decían (yo soy! y ahora aparecen como seudocristos y seudoprofetas... Es tiempo de ilusiones, crisis y celotismos. Los mismos seguidores de Jesús se verán inmersos en un paroxismo de engaños. Parece que las fidelidades cambian de lugar, pasan los falsos creyentes de un campo a otro campo, como si nada estuviera todavía decidido, como si debieran resolver los problemas del mundo con su sabiduría de cristos y/o profetas. Desde ese fondo, habla Jesús (Señor de pascua) a una iglesia que se encuentra ya constituida, con una historia de fidelidad y esperanza. En ella han surgido discordias, como si fueran necesarios otros cristos y profetas, como si hicieran falta seres capaces de ofrecer nuevos caminos en el tiempo de la gran desolación. Mc responde apelando al camino de Jesús. Precisamente para aquellos que se encuentran sometidos a la nueva tentación escatológica ha escrito el evangelio de la entrega mesiánica.
Es posible que Mc haya recogido experiencias y palabras anteriores al trazar este pasaje. Pero lo hace para ofrecer a su iglesia inquietada por las olas de la tentación escatológica (triunfa la abominación final, emergen nuevos cristos) la palabra y testimonio del Cristo verdadero. Por eso, frente al pisteuete (creed) en el evangelio de 1, 15, dice ahora mê pisteuete, no creáis en cristos falsos. Para que los fieles puedan identificar al verdadero Cristo, en entrega creadora de comunidad, ha escrito Mc su evangelio, presentado ahora como profecía escatológica: (Mirad que os he avisado! (13, 23).
En este contexto, de Mc 13 pide paz a los creyentes de una iglesia ya constituida, pero amenazada por seudocristos y seudoprofetas (pseudokhristoi kai pseudoprophetai) que pregonan sus sêmeia y terata (13, 22) para engañar a los creyentes, separándolos del camino de entrega creadora que Jesús ha trazado en su evangelio. Los milagros de Jesús y de sus seguidores han sido para Mc principio de nueva pureza (apertura universal) y signo de humanización (de ayuda a los más necesitados, de entrega de la vida). Por eso, todos ellos venían a centrarse en el signo supremo de la muerte.
En contra de eso, los signos y prodigios de los seudocristos se mueven en la línea de la autoafirmación y orgullo de aquellos que toman a Jesús como pretexto de engrandecimiento propio y dominación sobre los demás. Ha surgido en la iglesia el riesgo supremo de la manipulación de los milagros para servicio de la propia seguridad, de la ventaja del grupo. Lo que en Jesús era signo de entrega por los otros (elevación de los pobres, liberación de oprimidos) se convierte en lo contrario: en medio y camino de afirmación propia. Estos cristianos invertidos utilizan su poder para imponerse sobre los demás y no para servirles con la entrega de la vida.
A la misma verdad del evangelio pertenece la posibilidad del engaño. En tiempos de crisis es fácil que surjan los fáciles cristos de mentira, con falsas promesas de evasión o violencia, como si fuera posible resolver por fuera los problemas de la vida. Mc se siente obligado a decir a su iglesia, apoyada en los cuatro de 13, 3, que siga fielmente el camino del único Cristo. Sólo así garantiza, sobre la locura universal del mundo ((estamos en los últimos tiempos!), una experiencia superior de paz, tranquilidad intensa. Los creyentes conocen a Jesús, han descubierto su camino; no pueden encontrarse ya a merced de sobresaltos, miedos y esperanzas engañosas del momento.
Varones y mujeres quedan de esa forma liberados del activismo escatológico: no tienen que defender ninguna ciudad de este mundo, no deben asegurar ninguna conquista económica o social. Les basta con ser fieles al evangelio. Quedan también liberados del misticismo carismático de aquellos que se piensan poderosos y así pueden engañar a los creyentes con milagros de un rápido triunfo, de una inversión gloriosa de las persecuciones. El Cristo de Mc (con sus cuatro testigos eclesiales) les avisa del peligro: la iglesia no tiene más milagro que la fidelidad en el camino de la entrega. Este es su prodigio, este su milagro: recorrer con Jesús el camino iniciado en 8, 31. Lógicamente, el discurso escatológico precede a la pasión de Jesús, como diciendo a seudocristos y seudoprofetas que asuman la exigencia de la entrega en favor de los demás, pues sólo de esa forma encontrarán la gloria del Hijo del humano
a': Signo verdadero: ¡Verán al Hijo del Hombre! (13, 24-27).
Antisigno era el ídolo en el templo de Jerusalén, la perversión de la política y vida de los pueblos, tal como lo habían anunciado los profetas. Pero la misma Escritura contiene el signo verdadero, tanto en su entorno cósmico ((se oscurecerá el sol...!: Is 13, 10) como en su centro salvador ((verán venir al Hijo del humano...! Dan 7, 13-14). De esa forma culmina y se cumple el evangelio.
El Hijo del hombres es Jesús que perdona los pecados y reúne en el perdón a los que están necesitados (cf. 2, 1-12), culminando el camino de su entrega en favor de los humanos (8, 31; 9, 31; 10, 34-34.45).
El Hijo del Hombre es la nueva humanidad que ama y perdona, el hombre en su plenitud. Lo que Dan 7 presentaba como enigma recibe aquí un sentido transparente: el Hijo de humano es Jesús que viene para culminar su evangelio. Otros textos judíos situaban en este lugar la guerra santa (victoria sobre los enemigos de Dios), el cumplimiento estricto de la ley (línea farisea) y/o el arrepentimiento (línea del Bautista): el enviado de Dios llegaría cuando tales cosas se cumplieran.
Conforme a Mc 13, la esperanza del fin se vincula a la historia de Jesús y con su entrega como Hijo de hombre, a favor de todos. El fin aparece como cumplimiento de la humanidad, y como plenitud de aquello que Jesús había iniciado...
De esta forma se vinculan libertad de Dios que envía al Hijo del humano cuando quiere y creatividad misionera de sus fieles, enviados a anunciar el evangelio en todo el mundo: ellos se saben portadores de misión universal; tienen confianza en lo que anuncian, reconocen el valor de lo que hacen. En sus manos (en las manos de su iglesia) está el sentido de la historia. Ellos, misioneros del Hijo del humano, llevan en su vida (con su entrega esperanzada) la certeza de la salvación. De esta forma son testigos del Cristo y Profeta verdadero.
En este contexto se entienden los dos polos o momentos de la escena.
Por un lado dice que verán al Hijo del humano... (13, 26): le verán todos, pues vendrá de forma abierta, con poder y gloria grande, como manifestación final de Dios y culmen de la historia (de la creación del ser humano sobre el cosmos).
Por otro añade que recogerá a sus elegidos (eklektous: 13, 27) de los cuatro extremos del mundo, para vincularlos a su gloria.
El texto es sobrio, no resuelve la suerte de aquellos que miran desde fuera la venida del Hijo del humano: no habla de condenas, no presenta ningún tipo de terrores. Lo que Mc tuvo que decir sobre el pecado sin perdón ya lo dicho donde convenía (cf. 3, 28-29; 9, 42-48; 12, 40), vinculándolo al rechazo de los grandes contra los pequeños: se destruye a sí mismo quien impide que los pobres se salven o les escandaliza, haciéndoles caer. Del conjunto de aquellos que verán al Hijo del Hijo del humano (cf. Mt 14, 30: las tribus de la tierra) nuestro texto no ha querido decir nada, aunque parece razonable pensar que hay esperanza para todos (cf. 10, 45; 14, 24). Mc es un evangelio positivo: habla a creyentes, traza un camino para seguidores deJesús; deja en penumbra la suerte de los otros. También ellos verán al Hijo de humano. Evidentemente, no quedan condenados.
2.- Parénesis cristiana: vigilad (13, 28-36).
28 Fijaos en lo que sucede con la higuera. Cuando sus ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, conocéis que se acerca el verano. 29 Pues lo mismo vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que ya está cerca, a las puertas.
30 Os aseguro que no pasará esta generación sin que todo esto suceda. 31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 32 En cuanto al día y la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre.
33 (Cuidado! Estad alerta, porque no sabéis cuándo llegará el momento. 34 Sucederá lo mismo que con aquel que se ausentó de su casa, encomendó a cada uno de los siervos su tarea y encargó al portero que velase. 35 Así que velad, porque no sabéis cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a media noche, al canto del gallo o al amanecer. 36 No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. 37 Lo que a vosotros os digo, lo digo a todos: ¡Velad!
Ha pasado el clímax del relato. Mc ha dicho lo importante sobre la crisis y llegada del Hijo del humano. Pero a fin de completarlo en forma positiva, en clave de advertencia eclesial, ha introducido dos pequeños textos sobre la confianza ante el fin y la vigilancia.
Por un lado asegura que todas estas cosas han de suceder en esta generación (13, 30), en palabra atribuible al Jesús histórico aunque que, dentro de Mc, se dirige a los lectores/oyentes de su evangelio: ahora, cuando se proclama esta palabra, sucederán estas cosas.
Por otro afirma que del día y hora nadie sabe nada, ni siquiera el Hijo tomado en absoluto, sino sólo el Padre, presentado también como absoluto (13, 32). Esto significa que debemos evitar todo cálculo de tiempo; vivir en vigilancia, tal es la tarea del cristiano. Esto significa que debemos entender la acción de Cristo (que aquí aparece como Hijo) y la respuesta del Padre en forma dialogal, en perspectiva de encuentro trinitario.
Ante el misterio del fin (ante la hora) sólo existe una respuesta, sólo puede darse una palabra: (Estamos en la manos del Padre! Desaparecen todas las instancias de poder o ciencia; quedan en segundo plano los ángeles, lo mismo que los hombres y mujeres de la tierra. El mismo Hijo, a quien Dios ha dado Espíritu y palabra (cf. 1, 9-11), está aquí subordinado; en el raíz y meta de todo se halla el Padre.
En el principio del evangelio (Mc 1, 11) estaba el Padre, diciendo su palabra original: (Eres mi Hijo!. En ella se fundaba todo lo que existe; de ella procedía el camino de la salvación y la misma realidad del mundo, como hemos visto al comentar el texto del bautismo de Jesús.
También aquí al final (13, 32) se encuentra al Padre. El Hijo ha cumplido su función, ha entregado la vida en sus manos. Por eso se mantiene gozoso en su ignorancia, que no es falta de conocimiento sino conocimiento superior: es confianza suprema, amor completo hacia aquel que le ha amada.
Estamos en la noche que precede a la aurora de la salvación. Como siervos vigilantes debemos mantenernos en el tiempo de tiniebla de este mundo, llenos de esperanza. Es evidente que esta imagen de la noche que precede al día y de los siervos que esperan al Kyrios proviene de la apocalíptica judía. Pero los cristianos saben que la salvación está ya realizada en Jesús y que el Señor a quien esperan es el mismo que ha muerto por ellos. Eso hace que cambie su actitud: no son simples criados sometidos al capricho de un amo imprevisible; son amigos, compañeros de alguien que les ha precedido en el camino de la entrega generosa de la vida.
Y así culmina Mc 13, que es como un paréntesis dentro del evangelio. Jesús ha descorrido el telón y por un momento ha mostrado lo que está del otro lado de su muerte, en el fondo de su entrega, frente al templo de Jerusalén, donde anuncia la llegada de la nueva humanidad (del Hijo del Hombre).
Allí, frente al templo, le habían preguntado los cuatro pescadores primeros (Mc 1, 16-20), convertidos en testigos y garantes finales de la historia (cf. 13, 3-4).
Allí responde Jesús (13, 5-36), hablándoles del fin o culminación de la historia, que no es la muerte universal, sino la llegada de la Nueva Humanidad, fundada en Dios. Donde todo parece acabar empieza todo.
Éste es el mensaje y palabra que Mc transmite a todos los cristianos. Los cristianos, personificados en estos testigos del principio y final. No están a oscuras. Conocen los signos decisivos (13, 28-31), pueden mantenerse en vigilancia.
A todos sus seguidores (especialmente a los cuatro) les ha dejado Jesús la tarea de vigilar y servir como criados (douloi) de la casa y porteros (thyrôroi) del edificio de la iglesia (13, 34-35). Jesús les había llamado como pescadores para reunir a los humanos en la gran del reino (1, 16-29).
Ahora les hace vigilantes, encargados de velar por los creyentes. Sobriamente ha dicho Mc lo que debía decir en este pasaje espléndido de esperanza escatológica. Todavía no ha muerto Jesús ni se ha extendido en Galilea el mensaje de su pascua. Pero sus cuatro siervos especiales conocen el fin. Saben que el evangelio ha de anunciarse a todos los pueblos (13, 10) y que Jesús ha de volver como Hijo del humano:
¿Cuándo? No lo saben ellos, ni los ángeles, ni tampoco el Hijo (cf. 1, 11; 9, 7) (Sólo el Padre! Será cuando él lo quiera (13, 32). De esta forma ratifica Mc la experiencia radical de la transcendencia de Dios, marcada en los lugares clave de su texto (cf. 8, 33; 10, 18.40). Al servicio de Dios ha realizado Jesús su tarea. No puede usurpar sus funciones.
¿Dónde? Tampoco lo dice. Pero es claro que Mc rechaza la idea judía del retorno y cumplimiento mesiánico en el templo de Jerusalén sin más Jesús ha pedido a los discípulos que huyan de la ciudad que no esperen allí la victoria del mesías (cf. 13, 14). Jerusalén ha matado a Jesús y sólo tiene un sepulcro vacío. El Jesús verdadero ha empezado a realizar su mesianismo en Galilea. Parece probable que su retorno se espere precisamente allí, como veremos al final del evangelio (16, 7-8). Sea como fuere, Jesús viene para todos los hombres y mujeres de la tierra
1.-Gran desolación: venida del Hijo del hombre (o del “ser humano”) (13, 14-27).
4 Cuando veáis la abominación de la desolación estando allí donde no debe (quien lea entienda), entonces los que estén en Judea que huyan a los montes; 15 el que esté en la azotea, que no baje ni entre a tomar nada de su casa; 16 el que esté en el campo, que no regrese en busca de su manto. 17 (Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! 18 Orad para que no ocurra en invierno. 19 Porque aquellos días serán de tribulación como no la ha habido igual hasta ahora desde el principio de la creación que Dios creó, ni la volverá a haber. 20 Si el Señor no acortase aquellos días, nadie se salvaría. Pero, en atención a los elegidos que él escogió, ha acortado los días.
21 Si alguno os dice entonces: *(Mira, aquí al cristo! (Mira allí!+, no le creáis. 22 Porque surgirán seudocristos y seudoprofetas, realizando signos y prodigios capaces de engañar, si fuera posible, a los mismos elegidos. 23 (Tened cuidado! Os lo he advertido de antemano.
24 Pasada la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá y la luna no dará resplandor; 25 las estrellas caerán del cielo y las fuerzas celestes se tambalearán; 26 y entonces verán venir al Hijo del humano entre nubes con gran poder y gloria. 27 Y entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra al extremo del cielo.
Estamos ante el anuncio positivo y simbólico del fin de los tiempos: los signos concretos de ese fin se pueden dividir en tres momentos bien relacionadas, que entroncan el mensaje de Jesús y la tarea de la iglesia en la esperanza apocalíptica judía reflejada en Daniel. Ellos conservan un carácter enigmático y a ese nivel debemos entenderlos:
a: Antisigno: El gran ídolo (13, 14-20).
esus y los suyos siguen frente al templo (cf. 13, 3) donde el judaísmo sitúa la crisis final de la historia. Así lo ha escrito Dan 9, 27, así lo ha recogido Mc 13, 14: Cuando veías la abominación de la desolación el (= el ídolo abominable) estando allí donde no debe (= en el Templo...). Esta es la señal: la profanación del santuario. Lo que Jesús expresó proféticamente (cf. 11, 12-26) aparece ahora como resultado de una invasión militar, de un conflicto político. Mc recoge y reinterprera de esa forma su amenaza contra el templo. Por eso ha de avisar: quien lea entienda (ho anagignoskôn noeitô: 1, 14, cf. Dan 9, 27). La destrucción del templo, profetizada desde antiguo, anticipada por el gesto de Jesús y realizada dentro de la lucha militar del mundo, es para Mc expresión de la injusticia y violencia de los hombres (no lo destruye Dios sino los enemigos de Sión, partidarios del ídolo abominable: sirios o romanos), siendo al mismo tiempo un signo de esperanza, pues indica que la palabra de Jesús se cumple y llega el reino.
En este contexto se destaca la imagen de la huida, vinculada al asalto de una ciudad (¿Jerusalén?) y a los riesgos añadidos que supone, en tiempos como ese, el frío del invierno o el estado especial de las mujeres (embarazadas, lactantes...), destinadas a mayores sufrimientos. Pero también los varones se encuentran en peligro y a todos se les dice que no quieran aferrarse a sus bienes: (Quien esté en la terraza no entre a la casa...! (13, 15-17).
Todo conserva un transfondo y sentido judío en el texto, pero hay algo que desborda ese nivel: no hay alusión a lucha armada de los justos, ni defensa de Jerusalén, ni celotismo militar. Es como si el asedio de la "santa" ciudad no importara a los cristianos. Los seguidores de Jesús no pueden luchar por ella: no tienen ciudad que guardar, no pueden responder con violencia a la violencia. Su única respuesta es la paciencia y la huida. En esta situación se encuentran: escapando de Jerusalén, perseguidos sobre el ancho mundo, sin ciudad que guardar (contra los celotas), sin patria o nación particular que construir (contra los judíos rabínicos). El camino de entrega de Jesús, iniciado en 8, 31, se expande a sus creyentes, a lo largo y extenso del mundo. Escapan sin defenderse, dando testimonio de Jesús y ofreciendo su mensaje en todas partes; esta es la misión (el misterio vital) de los auténticos cristianos.
b: Vigilancia (13, 21-23).
El texto asume y acentúa la exigencia de no dejarse arrastrar por los que en 13, 6 decían (yo soy! y ahora aparecen como seudocristos y seudoprofetas... Es tiempo de ilusiones, crisis y celotismos. Los mismos seguidores de Jesús se verán inmersos en un paroxismo de engaños. Parece que las fidelidades cambian de lugar, pasan los falsos creyentes de un campo a otro campo, como si nada estuviera todavía decidido, como si debieran resolver los problemas del mundo con su sabiduría de cristos y/o profetas. Desde ese fondo, habla Jesús (Señor de pascua) a una iglesia que se encuentra ya constituida, con una historia de fidelidad y esperanza. En ella han surgido discordias, como si fueran necesarios otros cristos y profetas, como si hicieran falta seres capaces de ofrecer nuevos caminos en el tiempo de la gran desolación. Mc responde apelando al camino de Jesús. Precisamente para aquellos que se encuentran sometidos a la nueva tentación escatológica ha escrito el evangelio de la entrega mesiánica.
Es posible que Mc haya recogido experiencias y palabras anteriores al trazar este pasaje. Pero lo hace para ofrecer a su iglesia inquietada por las olas de la tentación escatológica (triunfa la abominación final, emergen nuevos cristos) la palabra y testimonio del Cristo verdadero. Por eso, frente al pisteuete (creed) en el evangelio de 1, 15, dice ahora mê pisteuete, no creáis en cristos falsos. Para que los fieles puedan identificar al verdadero Cristo, en entrega creadora de comunidad, ha escrito Mc su evangelio, presentado ahora como profecía escatológica: (Mirad que os he avisado! (13, 23).
En este contexto, de Mc 13 pide paz a los creyentes de una iglesia ya constituida, pero amenazada por seudocristos y seudoprofetas (pseudokhristoi kai pseudoprophetai) que pregonan sus sêmeia y terata (13, 22) para engañar a los creyentes, separándolos del camino de entrega creadora que Jesús ha trazado en su evangelio. Los milagros de Jesús y de sus seguidores han sido para Mc principio de nueva pureza (apertura universal) y signo de humanización (de ayuda a los más necesitados, de entrega de la vida). Por eso, todos ellos venían a centrarse en el signo supremo de la muerte.
En contra de eso, los signos y prodigios de los seudocristos se mueven en la línea de la autoafirmación y orgullo de aquellos que toman a Jesús como pretexto de engrandecimiento propio y dominación sobre los demás. Ha surgido en la iglesia el riesgo supremo de la manipulación de los milagros para servicio de la propia seguridad, de la ventaja del grupo. Lo que en Jesús era signo de entrega por los otros (elevación de los pobres, liberación de oprimidos) se convierte en lo contrario: en medio y camino de afirmación propia. Estos cristianos invertidos utilizan su poder para imponerse sobre los demás y no para servirles con la entrega de la vida.
A la misma verdad del evangelio pertenece la posibilidad del engaño. En tiempos de crisis es fácil que surjan los fáciles cristos de mentira, con falsas promesas de evasión o violencia, como si fuera posible resolver por fuera los problemas de la vida. Mc se siente obligado a decir a su iglesia, apoyada en los cuatro de 13, 3, que siga fielmente el camino del único Cristo. Sólo así garantiza, sobre la locura universal del mundo ((estamos en los últimos tiempos!), una experiencia superior de paz, tranquilidad intensa. Los creyentes conocen a Jesús, han descubierto su camino; no pueden encontrarse ya a merced de sobresaltos, miedos y esperanzas engañosas del momento.
Varones y mujeres quedan de esa forma liberados del activismo escatológico: no tienen que defender ninguna ciudad de este mundo, no deben asegurar ninguna conquista económica o social. Les basta con ser fieles al evangelio. Quedan también liberados del misticismo carismático de aquellos que se piensan poderosos y así pueden engañar a los creyentes con milagros de un rápido triunfo, de una inversión gloriosa de las persecuciones. El Cristo de Mc (con sus cuatro testigos eclesiales) les avisa del peligro: la iglesia no tiene más milagro que la fidelidad en el camino de la entrega. Este es su prodigio, este su milagro: recorrer con Jesús el camino iniciado en 8, 31. Lógicamente, el discurso escatológico precede a la pasión de Jesús, como diciendo a seudocristos y seudoprofetas que asuman la exigencia de la entrega en favor de los demás, pues sólo de esa forma encontrarán la gloria del Hijo del humano
a': Signo verdadero: ¡Verán al Hijo del Hombre! (13, 24-27).
Antisigno era el ídolo en el templo de Jerusalén, la perversión de la política y vida de los pueblos, tal como lo habían anunciado los profetas. Pero la misma Escritura contiene el signo verdadero, tanto en su entorno cósmico ((se oscurecerá el sol...!: Is 13, 10) como en su centro salvador ((verán venir al Hijo del humano...! Dan 7, 13-14). De esa forma culmina y se cumple el evangelio.
El Hijo del hombres es Jesús que perdona los pecados y reúne en el perdón a los que están necesitados (cf. 2, 1-12), culminando el camino de su entrega en favor de los humanos (8, 31; 9, 31; 10, 34-34.45).
El Hijo del Hombre es la nueva humanidad que ama y perdona, el hombre en su plenitud. Lo que Dan 7 presentaba como enigma recibe aquí un sentido transparente: el Hijo de humano es Jesús que viene para culminar su evangelio. Otros textos judíos situaban en este lugar la guerra santa (victoria sobre los enemigos de Dios), el cumplimiento estricto de la ley (línea farisea) y/o el arrepentimiento (línea del Bautista): el enviado de Dios llegaría cuando tales cosas se cumplieran.
Conforme a Mc 13, la esperanza del fin se vincula a la historia de Jesús y con su entrega como Hijo de hombre, a favor de todos. El fin aparece como cumplimiento de la humanidad, y como plenitud de aquello que Jesús había iniciado...
De esta forma se vinculan libertad de Dios que envía al Hijo del humano cuando quiere y creatividad misionera de sus fieles, enviados a anunciar el evangelio en todo el mundo: ellos se saben portadores de misión universal; tienen confianza en lo que anuncian, reconocen el valor de lo que hacen. En sus manos (en las manos de su iglesia) está el sentido de la historia. Ellos, misioneros del Hijo del humano, llevan en su vida (con su entrega esperanzada) la certeza de la salvación. De esta forma son testigos del Cristo y Profeta verdadero.
En este contexto se entienden los dos polos o momentos de la escena.
Por un lado dice que verán al Hijo del humano... (13, 26): le verán todos, pues vendrá de forma abierta, con poder y gloria grande, como manifestación final de Dios y culmen de la historia (de la creación del ser humano sobre el cosmos).
Por otro añade que recogerá a sus elegidos (eklektous: 13, 27) de los cuatro extremos del mundo, para vincularlos a su gloria.
El texto es sobrio, no resuelve la suerte de aquellos que miran desde fuera la venida del Hijo del humano: no habla de condenas, no presenta ningún tipo de terrores. Lo que Mc tuvo que decir sobre el pecado sin perdón ya lo dicho donde convenía (cf. 3, 28-29; 9, 42-48; 12, 40), vinculándolo al rechazo de los grandes contra los pequeños: se destruye a sí mismo quien impide que los pobres se salven o les escandaliza, haciéndoles caer. Del conjunto de aquellos que verán al Hijo del Hijo del humano (cf. Mt 14, 30: las tribus de la tierra) nuestro texto no ha querido decir nada, aunque parece razonable pensar que hay esperanza para todos (cf. 10, 45; 14, 24). Mc es un evangelio positivo: habla a creyentes, traza un camino para seguidores deJesús; deja en penumbra la suerte de los otros. También ellos verán al Hijo de humano. Evidentemente, no quedan condenados.
2.- Parénesis cristiana: vigilad (13, 28-36).
28 Fijaos en lo que sucede con la higuera. Cuando sus ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, conocéis que se acerca el verano. 29 Pues lo mismo vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que ya está cerca, a las puertas.
30 Os aseguro que no pasará esta generación sin que todo esto suceda. 31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 32 En cuanto al día y la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre.
33 (Cuidado! Estad alerta, porque no sabéis cuándo llegará el momento. 34 Sucederá lo mismo que con aquel que se ausentó de su casa, encomendó a cada uno de los siervos su tarea y encargó al portero que velase. 35 Así que velad, porque no sabéis cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a media noche, al canto del gallo o al amanecer. 36 No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. 37 Lo que a vosotros os digo, lo digo a todos: ¡Velad!
Ha pasado el clímax del relato. Mc ha dicho lo importante sobre la crisis y llegada del Hijo del humano. Pero a fin de completarlo en forma positiva, en clave de advertencia eclesial, ha introducido dos pequeños textos sobre la confianza ante el fin y la vigilancia.
Por un lado asegura que todas estas cosas han de suceder en esta generación (13, 30), en palabra atribuible al Jesús histórico aunque que, dentro de Mc, se dirige a los lectores/oyentes de su evangelio: ahora, cuando se proclama esta palabra, sucederán estas cosas.
Por otro afirma que del día y hora nadie sabe nada, ni siquiera el Hijo tomado en absoluto, sino sólo el Padre, presentado también como absoluto (13, 32). Esto significa que debemos evitar todo cálculo de tiempo; vivir en vigilancia, tal es la tarea del cristiano. Esto significa que debemos entender la acción de Cristo (que aquí aparece como Hijo) y la respuesta del Padre en forma dialogal, en perspectiva de encuentro trinitario.
Ante el misterio del fin (ante la hora) sólo existe una respuesta, sólo puede darse una palabra: (Estamos en la manos del Padre! Desaparecen todas las instancias de poder o ciencia; quedan en segundo plano los ángeles, lo mismo que los hombres y mujeres de la tierra. El mismo Hijo, a quien Dios ha dado Espíritu y palabra (cf. 1, 9-11), está aquí subordinado; en el raíz y meta de todo se halla el Padre.
En el principio del evangelio (Mc 1, 11) estaba el Padre, diciendo su palabra original: (Eres mi Hijo!. En ella se fundaba todo lo que existe; de ella procedía el camino de la salvación y la misma realidad del mundo, como hemos visto al comentar el texto del bautismo de Jesús.
También aquí al final (13, 32) se encuentra al Padre. El Hijo ha cumplido su función, ha entregado la vida en sus manos. Por eso se mantiene gozoso en su ignorancia, que no es falta de conocimiento sino conocimiento superior: es confianza suprema, amor completo hacia aquel que le ha amada.
Estamos en la noche que precede a la aurora de la salvación. Como siervos vigilantes debemos mantenernos en el tiempo de tiniebla de este mundo, llenos de esperanza. Es evidente que esta imagen de la noche que precede al día y de los siervos que esperan al Kyrios proviene de la apocalíptica judía. Pero los cristianos saben que la salvación está ya realizada en Jesús y que el Señor a quien esperan es el mismo que ha muerto por ellos. Eso hace que cambie su actitud: no son simples criados sometidos al capricho de un amo imprevisible; son amigos, compañeros de alguien que les ha precedido en el camino de la entrega generosa de la vida.
Y así culmina Mc 13, que es como un paréntesis dentro del evangelio. Jesús ha descorrido el telón y por un momento ha mostrado lo que está del otro lado de su muerte, en el fondo de su entrega, frente al templo de Jerusalén, donde anuncia la llegada de la nueva humanidad (del Hijo del Hombre).
Allí, frente al templo, le habían preguntado los cuatro pescadores primeros (Mc 1, 16-20), convertidos en testigos y garantes finales de la historia (cf. 13, 3-4).
Allí responde Jesús (13, 5-36), hablándoles del fin o culminación de la historia, que no es la muerte universal, sino la llegada de la Nueva Humanidad, fundada en Dios. Donde todo parece acabar empieza todo.
Éste es el mensaje y palabra que Mc transmite a todos los cristianos. Los cristianos, personificados en estos testigos del principio y final. No están a oscuras. Conocen los signos decisivos (13, 28-31), pueden mantenerse en vigilancia.
A todos sus seguidores (especialmente a los cuatro) les ha dejado Jesús la tarea de vigilar y servir como criados (douloi) de la casa y porteros (thyrôroi) del edificio de la iglesia (13, 34-35). Jesús les había llamado como pescadores para reunir a los humanos en la gran del reino (1, 16-29).
Ahora les hace vigilantes, encargados de velar por los creyentes. Sobriamente ha dicho Mc lo que debía decir en este pasaje espléndido de esperanza escatológica. Todavía no ha muerto Jesús ni se ha extendido en Galilea el mensaje de su pascua. Pero sus cuatro siervos especiales conocen el fin. Saben que el evangelio ha de anunciarse a todos los pueblos (13, 10) y que Jesús ha de volver como Hijo del humano:
¿Cuándo? No lo saben ellos, ni los ángeles, ni tampoco el Hijo (cf. 1, 11; 9, 7) (Sólo el Padre! Será cuando él lo quiera (13, 32). De esta forma ratifica Mc la experiencia radical de la transcendencia de Dios, marcada en los lugares clave de su texto (cf. 8, 33; 10, 18.40). Al servicio de Dios ha realizado Jesús su tarea. No puede usurpar sus funciones.
¿Dónde? Tampoco lo dice. Pero es claro que Mc rechaza la idea judía del retorno y cumplimiento mesiánico en el templo de Jerusalén sin más Jesús ha pedido a los discípulos que huyan de la ciudad que no esperen allí la victoria del mesías (cf. 13, 14). Jerusalén ha matado a Jesús y sólo tiene un sepulcro vacío. El Jesús verdadero ha empezado a realizar su mesianismo en Galilea. Parece probable que su retorno se espere precisamente allí, como veremos al final del evangelio (16, 7-8). Sea como fuere, Jesús viene para todos los hombres y mujeres de la tierra
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