Dios, Abba, debe estar sonriendo ante estas polémicas hueras de sus hijos de uno y otra color afincados de nuevo en trincheras ideológicas o fanáticas. Hemos hecho de Él muchas caricaturas: el Dios vengador de la Biblia, que incita a la guerra, el Dios de los cruzados matamoros o matarrojos, el Dios que se enfada o entristece porque no hemos ido a misa. El Dios dipuesto a enviarnos a un infierno eterno al menor descuido, el Dios cuya madre aseguraría que “no quiere ser francesa, que quiere ser capitana de la tropa aragonesa”, por no hablar de un Dios que sólo amaría a cristianos, musulmanes o judíos…
Revolviendo en mis papeles he encontrado un texto lleno de humor y profundidad de Jaime Sabines. Puede parecer a simple vista irreverente y también antropomórfico. Pero le da la vuelta a la idea esa que tiene mucha gente de que Dios está actuando a cada momento dejándome en paro, enviándome un cancer o matando a mi hijo; porque como infinito y necesario, está más allá de todo dualismo y “en Él nos movemos, existimos y somos” y este mundo es una máquina fenoménica puesta en marcha con sus propias leyes, y desde aquí es como un tapiz del que de momento sólo vemos el limitado reverso.
Leed por favor con humor este simpático texto en el fondo tan dismitificador, que he ilustrado con un dibujo de Abba, ese entrañable Dios nacido del lápiz de mi amigo el gran dibujante José Luis Cortés.
Me encanta Dios. Es un viejo magnífico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega, y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe con las manos.
Nos ha enviado a algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo, o Mahoma, o mi tía Chofi, para que nos digan que nos portemos bien. Pero esto a él no le preocupa mucho: nos conoce. Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, que el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó la muerte: para que la vida —no tú ni yo— la vida, sea para siempre.
Ahora los científicos salen con su teoría del Big Bang… Pero ¿qué importa si el universo se expande interminablemente o se contrae? Esto es asunto sólo para agencias de viajes.
A mí me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el tránsito en el camino de las hormigas. Y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que ha hecho —frente al ataque de los antibióticos— ¡bacterias mutantes!
Viejo sabio o niño explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo y de carne y hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.
Mueve una mano y hace el mar, y mueve la otra y hace el bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento.
Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, y manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero esto es mentira. Es la tierra que cambia —y se agita y crece— cuando Dios se aleja.
Dios siempre está de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy.
A mí me gusta, a mí me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios.
Jaime Sabines
Revolviendo en mis papeles he encontrado un texto lleno de humor y profundidad de Jaime Sabines. Puede parecer a simple vista irreverente y también antropomórfico. Pero le da la vuelta a la idea esa que tiene mucha gente de que Dios está actuando a cada momento dejándome en paro, enviándome un cancer o matando a mi hijo; porque como infinito y necesario, está más allá de todo dualismo y “en Él nos movemos, existimos y somos” y este mundo es una máquina fenoménica puesta en marcha con sus propias leyes, y desde aquí es como un tapiz del que de momento sólo vemos el limitado reverso.
Leed por favor con humor este simpático texto en el fondo tan dismitificador, que he ilustrado con un dibujo de Abba, ese entrañable Dios nacido del lápiz de mi amigo el gran dibujante José Luis Cortés.
ME ENCANTA DIOS
Me encanta Dios. Es un viejo magnífico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega, y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe con las manos.
Nos ha enviado a algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo, o Mahoma, o mi tía Chofi, para que nos digan que nos portemos bien. Pero esto a él no le preocupa mucho: nos conoce. Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, que el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó la muerte: para que la vida —no tú ni yo— la vida, sea para siempre.
Ahora los científicos salen con su teoría del Big Bang… Pero ¿qué importa si el universo se expande interminablemente o se contrae? Esto es asunto sólo para agencias de viajes.
A mí me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el tránsito en el camino de las hormigas. Y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que ha hecho —frente al ataque de los antibióticos— ¡bacterias mutantes!
Viejo sabio o niño explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo y de carne y hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.
Mueve una mano y hace el mar, y mueve la otra y hace el bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento.
Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, y manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero esto es mentira. Es la tierra que cambia —y se agita y crece— cuando Dios se aleja.
Dios siempre está de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy.
A mí me gusta, a mí me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios.
Jaime Sabines
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