Es una cosa cierta pero más bien incierta
Por A. Pronzato
Daniel 12, 1-3 / Hebreos 10, 11-14.18 / Marcos 13, 24-32
Por A. Pronzato
Daniel 12, 1-3 / Hebreos 10, 11-14.18 / Marcos 13, 24-32
Todo más bien vago, y todo tan cierto. «En el tiempo aquel... Serán tiempos difíciles... Hasta ahora... En el tiempo aquel...» anuncia el libro de Daniel (primera lectura).
«En aquellos días después de una gran tribulación... Entonces... El día y la hora nadie la sabe...», dice el evangelio.
Nosotros quisiéramos saber más, nuestra curiosidad nos llevaría a echar un vistazo a las hojas del calendario para descubrir la fecha fatídica. Nada que hacer. Existe un vencimiento cierto, pero nosotros quedamos en la incertidumbre. Los curas nos dicen que está bien así, pero no todos estamos convencidos.
De «tiempos difíciles» ha habido bastantes, a lo largo de los siglos, y el siguiente parece siempre peor que los anteriores y, sin embargo, el fin aún no ha llegado.
De «tribulaciones» hemos experimentado muchas, y de la higuera y otras plantas han continuado regularmente brotando yemas, pero «esas cosas» aún no han sucedido.
Y entonces se deslindan dos posturas: hay quien continúa viviendo como si «ese día» no debiese llegar nunca. Lo remueve, desplaza su término, lo aleja del propio horizonte, hasta hacerlo desaparecer. Termina por acomodarse definitivamente, no demasiado mal en verdad, en el presente, intentando exprimirlo como a un limón, negándose a cualquier otra perspectiva. El hoy puede bastar. Se sienten satisfechos con lo que se ve, lo aprietan con las manos ávidas, se puede aferrar, se puede gozar. Lo demás no se toma en consideración. Se advierte el más allá como una amenaza.
Y hay, en la vertiente opuesta, algún devoto que no se resigna a la incertidumbre de la «fecha cierta», y se hace la ilusión de haberla descubierto. En la parroquia, por ejemplo, destaca la señora Paloma, quien, basándose en presuntas revelaciones de santos o en secretos sacados de improbables apariciones de la Virgen, de vez en cuando hace circular hojitas en donde se indica, si no precisamente el día, al menos el año en que caerá el telón y Dios dirá: «¡Basta!». Entre líneas del mensaje se podría leer también: «Me he cansado». Según la lógica de la señora Paloma, cuando uno se aburre de la vida, piensa en el suicidio. Y cuando Dios se harta de los hombres y de su conducta perversa, hace que suceda el... fin del mundo.
Es inútil intentar convencer a la señora Paloma de que Jesús, como se ve en el evangelio del domingo, declaró en términos claros: «El día y la hora nadie la sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo sólo el Padre». Ella continúa impertérrita distribuyendo esas hojas en las que, entre otras cosas, la fecha se va poniendo continuamente al día, porque la cita exhibida no se ha respetado. Dice que Dios, en un sobresalto de misericordia, puede haber repensado esto, ha querido lanzar la alarma contra los hombres despreocupados y ofrecer una extrema posibilidad de arrepentimiento, advirtiendo, sin embargo, que es la última. Pero ahora su paciencia infinita ha llegado al límite. Más allá de esa barrera no se pasa. Lo que es demasiado es demasiado.
Alguno advierte que la señora desmiente clamorosamente su nombre: más que de una paloma, tiene el aspecto de un buitre, de una corneja, en una palabra de un pájaro de mal agüero.
Yo la considero simplemente como un personaje patético, sinceramente preocupado por la suerte de la humanidad. Lo único malo es que la señora Paloma se engaña pensando que el mundo pueda salvarse gracias a sus hojitas amenazadoras, y no gracias a la cruz de Cristo.
¡Ese día ha llegado, y es éste!
Tendrá que haber un postura intermedia entre las dos extremas, la del que ha borrado de su calendario el día, el año y la hora, ignorando totalmente la temible cita decisiva, y la de quien, como la señora Paloma, da a entender que conoce el vencimiento y termina por concentrarse en él, con el riesgo de descuidar los compromisos de hoy.
Por una parte alguien se siente atrapado por el tiempo presente y se deja perder entre vaguedades, y considera como una posibilidad remota, tan remota que probablemente no se realizará nunca, la perspectiva de lo eterno; por otra uno se proyecta hacia «aquel día» fatídico y vacía de contenido «este día» que se nos concede.
El párroco ha esbozado la solución intermedia reclamada por mí con la gran voz del silencio. Después de haber aclarado el significado de apocalíptica y escatología, después de haber aludido a los lenguajes, más bien difíciles de descifrar, de la una y de la otra, después de haber advertido que en el discurso referido por Marcos el evento de la destrucción de Jerusalén se entrelaza y termina por confundirse con el tema del fin del mundo, ha bajado de la cátedra plantando los pies en el terreno de lo concreto. Ha dicho más o menos esto:
«El problema no es tanto hablar del fin del mundo, cuanto de hacer un discurso sobre el fin, sobre el sentido de este mundo. No se trata de descubrir cuándo llegará aquel día y aquel tiempo, sino de hacer pasar, de trasferir, me atrevería a decir de trasladar este día que vivimos a aquel día que llegará ciertamente, aunque no sepamos cuándo...». Yo observaba de reojo a la señora Paloma que seguramente tenía la bolsa repleta de sus hojas. Se captaba muy bien que no estaba de acuerdo. Ella había recibido informaciones precisas de fuentes seguras. Pero el cura, evidentemente, lo ignoraba.
«Se trata de enganchar el momento presente con el eterno. Es cuestión de dar valor de eternidad a las cosas provisionales con las que estamos comprometidos».
El predicador ha terminado así: «Jesús ha afirmado: 'El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán'. Pues bien, uno de los quehaceres principales que se nos asignan es precisamente éste: confrontar las muchas palabras que pasan, y por las que estamos continuamente agredidos, y a lo mejor fascinados, con las palabras de Cristo que no pasan. El traslado de las vicisitudes de aquí abajo a la realidad definitiva de allá arriba puede darse sólo si nos confiamos a las palabras que no pasan y liquidamos todas las demás.
Si escuchamos hoy su voz y no endurecemos corazón y oídos, la cita final no constituirá para nosotros una amenaza, algo temible, sino que se transformará en algo tranquilizador. Sin embargo, hay que poner en su sitio tantas cosas, hoy, aligeramos de muchos estorbos, liberar los ojos de la miopía que los aflige y saber ver un poco más allá».
Un vencimiento... vencido
Por mi cuenta he lanzado dos consideraciones a voleo. Primera. El autor de la Carta a los hebreos defiende que Cristo, sentado a la derecha de Dios, ahora sólo «espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies». Por tanto hay tiempo hasta que esto se realice. Muchos enemigos están todavía haciendo estragos en la tierra. Y vencerlos es también tarea nuestra. He ahí por qué Dios no puede estar cansado de nosotros, desde el momento que quiere que pongamos nuestra parte para conseguir esa victoria, y nos da confianza precisamente para esto.
Segundo pensamiento. El vencimiento propuesto por la señora Paloma, y continuamente puesto al día, es un vencimiento... vencido. El evento ya se ha verificado muy anticipadamente, es más se verifica cada día.
Jesús ha llegado. Está aquí. Está plantado en el umbral. Está a la puerta y llama (Ap 3, 20). El fin del mundo no está proyectado hacia un futuro que no logramos precisar, sino que se coloca en el tiempo presente.
Jesús está cerca de cada uno de nosotros. Espera que le abramos, que lo hagamos entrar, de manera que enganchemos el momento presente de la acogida de su palabra con el último día.
Jesús no se retrasa. En todo caso se anticipa («no pasará esta generación antes que todo se cumpla»).
A la señora Paloma no la queda sino corregir sus hojas: «He tenido un deslumbramiento intenso. El último día ya ha sido, y nosotros aún no nos hemos enterado... Pero no hay que desesperarse, porque se presenta también hoy».
«En aquellos días después de una gran tribulación... Entonces... El día y la hora nadie la sabe...», dice el evangelio.
Nosotros quisiéramos saber más, nuestra curiosidad nos llevaría a echar un vistazo a las hojas del calendario para descubrir la fecha fatídica. Nada que hacer. Existe un vencimiento cierto, pero nosotros quedamos en la incertidumbre. Los curas nos dicen que está bien así, pero no todos estamos convencidos.
De «tiempos difíciles» ha habido bastantes, a lo largo de los siglos, y el siguiente parece siempre peor que los anteriores y, sin embargo, el fin aún no ha llegado.
De «tribulaciones» hemos experimentado muchas, y de la higuera y otras plantas han continuado regularmente brotando yemas, pero «esas cosas» aún no han sucedido.
Y entonces se deslindan dos posturas: hay quien continúa viviendo como si «ese día» no debiese llegar nunca. Lo remueve, desplaza su término, lo aleja del propio horizonte, hasta hacerlo desaparecer. Termina por acomodarse definitivamente, no demasiado mal en verdad, en el presente, intentando exprimirlo como a un limón, negándose a cualquier otra perspectiva. El hoy puede bastar. Se sienten satisfechos con lo que se ve, lo aprietan con las manos ávidas, se puede aferrar, se puede gozar. Lo demás no se toma en consideración. Se advierte el más allá como una amenaza.
Y hay, en la vertiente opuesta, algún devoto que no se resigna a la incertidumbre de la «fecha cierta», y se hace la ilusión de haberla descubierto. En la parroquia, por ejemplo, destaca la señora Paloma, quien, basándose en presuntas revelaciones de santos o en secretos sacados de improbables apariciones de la Virgen, de vez en cuando hace circular hojitas en donde se indica, si no precisamente el día, al menos el año en que caerá el telón y Dios dirá: «¡Basta!». Entre líneas del mensaje se podría leer también: «Me he cansado». Según la lógica de la señora Paloma, cuando uno se aburre de la vida, piensa en el suicidio. Y cuando Dios se harta de los hombres y de su conducta perversa, hace que suceda el... fin del mundo.
Es inútil intentar convencer a la señora Paloma de que Jesús, como se ve en el evangelio del domingo, declaró en términos claros: «El día y la hora nadie la sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo sólo el Padre». Ella continúa impertérrita distribuyendo esas hojas en las que, entre otras cosas, la fecha se va poniendo continuamente al día, porque la cita exhibida no se ha respetado. Dice que Dios, en un sobresalto de misericordia, puede haber repensado esto, ha querido lanzar la alarma contra los hombres despreocupados y ofrecer una extrema posibilidad de arrepentimiento, advirtiendo, sin embargo, que es la última. Pero ahora su paciencia infinita ha llegado al límite. Más allá de esa barrera no se pasa. Lo que es demasiado es demasiado.
Alguno advierte que la señora desmiente clamorosamente su nombre: más que de una paloma, tiene el aspecto de un buitre, de una corneja, en una palabra de un pájaro de mal agüero.
Yo la considero simplemente como un personaje patético, sinceramente preocupado por la suerte de la humanidad. Lo único malo es que la señora Paloma se engaña pensando que el mundo pueda salvarse gracias a sus hojitas amenazadoras, y no gracias a la cruz de Cristo.
¡Ese día ha llegado, y es éste!
Tendrá que haber un postura intermedia entre las dos extremas, la del que ha borrado de su calendario el día, el año y la hora, ignorando totalmente la temible cita decisiva, y la de quien, como la señora Paloma, da a entender que conoce el vencimiento y termina por concentrarse en él, con el riesgo de descuidar los compromisos de hoy.
Por una parte alguien se siente atrapado por el tiempo presente y se deja perder entre vaguedades, y considera como una posibilidad remota, tan remota que probablemente no se realizará nunca, la perspectiva de lo eterno; por otra uno se proyecta hacia «aquel día» fatídico y vacía de contenido «este día» que se nos concede.
El párroco ha esbozado la solución intermedia reclamada por mí con la gran voz del silencio. Después de haber aclarado el significado de apocalíptica y escatología, después de haber aludido a los lenguajes, más bien difíciles de descifrar, de la una y de la otra, después de haber advertido que en el discurso referido por Marcos el evento de la destrucción de Jerusalén se entrelaza y termina por confundirse con el tema del fin del mundo, ha bajado de la cátedra plantando los pies en el terreno de lo concreto. Ha dicho más o menos esto:
«El problema no es tanto hablar del fin del mundo, cuanto de hacer un discurso sobre el fin, sobre el sentido de este mundo. No se trata de descubrir cuándo llegará aquel día y aquel tiempo, sino de hacer pasar, de trasferir, me atrevería a decir de trasladar este día que vivimos a aquel día que llegará ciertamente, aunque no sepamos cuándo...». Yo observaba de reojo a la señora Paloma que seguramente tenía la bolsa repleta de sus hojas. Se captaba muy bien que no estaba de acuerdo. Ella había recibido informaciones precisas de fuentes seguras. Pero el cura, evidentemente, lo ignoraba.
«Se trata de enganchar el momento presente con el eterno. Es cuestión de dar valor de eternidad a las cosas provisionales con las que estamos comprometidos».
El predicador ha terminado así: «Jesús ha afirmado: 'El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán'. Pues bien, uno de los quehaceres principales que se nos asignan es precisamente éste: confrontar las muchas palabras que pasan, y por las que estamos continuamente agredidos, y a lo mejor fascinados, con las palabras de Cristo que no pasan. El traslado de las vicisitudes de aquí abajo a la realidad definitiva de allá arriba puede darse sólo si nos confiamos a las palabras que no pasan y liquidamos todas las demás.
Si escuchamos hoy su voz y no endurecemos corazón y oídos, la cita final no constituirá para nosotros una amenaza, algo temible, sino que se transformará en algo tranquilizador. Sin embargo, hay que poner en su sitio tantas cosas, hoy, aligeramos de muchos estorbos, liberar los ojos de la miopía que los aflige y saber ver un poco más allá».
Un vencimiento... vencido
Por mi cuenta he lanzado dos consideraciones a voleo. Primera. El autor de la Carta a los hebreos defiende que Cristo, sentado a la derecha de Dios, ahora sólo «espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies». Por tanto hay tiempo hasta que esto se realice. Muchos enemigos están todavía haciendo estragos en la tierra. Y vencerlos es también tarea nuestra. He ahí por qué Dios no puede estar cansado de nosotros, desde el momento que quiere que pongamos nuestra parte para conseguir esa victoria, y nos da confianza precisamente para esto.
Segundo pensamiento. El vencimiento propuesto por la señora Paloma, y continuamente puesto al día, es un vencimiento... vencido. El evento ya se ha verificado muy anticipadamente, es más se verifica cada día.
Jesús ha llegado. Está aquí. Está plantado en el umbral. Está a la puerta y llama (Ap 3, 20). El fin del mundo no está proyectado hacia un futuro que no logramos precisar, sino que se coloca en el tiempo presente.
Jesús está cerca de cada uno de nosotros. Espera que le abramos, que lo hagamos entrar, de manera que enganchemos el momento presente de la acogida de su palabra con el último día.
Jesús no se retrasa. En todo caso se anticipa («no pasará esta generación antes que todo se cumpla»).
A la señora Paloma no la queda sino corregir sus hojas: «He tenido un deslumbramiento intenso. El último día ya ha sido, y nosotros aún no nos hemos enterado... Pero no hay que desesperarse, porque se presenta también hoy».
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