En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: "Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios."
Juan, maestro de Jesús
Jesús buscó a Dios en la Escritura y en la historia de su pueblo, pero tuvo un iniciador y maestro más directo Juan Bau¬tista, el último en la línea de los sabios (cf. Mt 11, 1-19 par), un profeta que condenaba la violencia de los poderosos y el pecado de los sacerdotes, anunciando el juicio de Dios (cf. Mt 3, 7-12).
Sabía que este mundo tiene que acabar, porque está podrido, y, a pesar de ello, pedía a los hombres y mujeres que se convirtieran, ofreciéndoles un bautismo de perdón de liberación: “Ya está el hacha levantada sobre la raíz del árbol...” (Mt 3, 9-12; Lc 3, 1-9). De un modo especial recibía a los expulsados y excluidos de la sociedad sagrada de Israel y del Imperio. El mensaje de Juan incluía tres notas principales.
(1). Este mundo es digno de ser destruido: por eso anunciaba el Juicio que viene como Huracán y como Fuego que abrasa a los perversos.
(2) Pero él ofrecía una bautismo de esperanza, para escaparse «de la ira que se acerca» (cf. Mt 3, 7) y alcanzar así la salvación, en la tierra prometida, tras el río.
(3) Su anuncio incluía la llegada de uno que es más fuerte, de alguien que viene en nombre de Dios (o Dios mismo) para realizar las promesas antiguas.
En un sentido, Juan supone la historia de los hombres ha fracasado,
pero queda un resquicio de esperanza y en ese resquicio quiere mantenerse, para abrir la puerta a los que vengan, en el borde del desierto, ante el río que evoca el paso de la vida y el nuevo nacimiento en la tierra de Dios. Se han acabado las oportunidades de los poderosos del mundo, pero queda Dios y, en su nombre, Juan acoge y ofrece su promesa a los excluidos de la tierra, a los publicanos y las prostitutas… (cf. Mt 21. 32).
De esa forma se planta, como profeta de Dios para los pobres y para todos los que quieran convertirse, junto al río, vestido de piel de camello y comiendo alimentos silvestres (Mc 1, 6). Sólo así puede exigir la conversión y anunciar la salvación de Dios a los que han sido expulsados de las pretendidas salvaciones de la tierra.
Vivió en un tiempo concreto
En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
El mensaje de Juan marca el comienzo de nuevo tiempo de la salvación. En medio de la historia de los grandes de la tierra (emperadores, reyes y sacerdotes) se escucha su palabra
Anunció el gran cambio:
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías (cf. Is 40, 3-4):
Una voz grita en el desierto:
Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos;
elévense los valles, desciendan los montes y colinas;
que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale.
Y todos verán la salvación de Dios."
Vivimos en un mundo de imposiciones, de caminos torcidos,
de montes y quebradas que impiden que Dios se manifieste en nuestra vida.
Preparar el camino del Dios que viene implica:
Elevar lo que está hundido (cuidad a los pobres, los aplastados, los humillados…, hacer que haya espacio para los expulsados)
Abajar lo que está exaltado (que nadie se imponga desde arriba…); que nadie puede destruir a los pequeños...
El mensaje de Juan es el mismo de María en el Magnificat:
Derriba del tronos a los poderosos
Eleva a los oprimidos
Enderezar lo torcido: que no exista engaño sobre el mundo, que no nos ocultemos ni mintamos, que podamos vivir en transparencia... Que este mundo sea un espacio de diálogo y transparencia... Ese es el mensaje del Adviento de Juan.
Dios viene porque es Dios… Pero nosotros somos su camino y debemos prepararnos para su venida.
A Juan le mataron por lo que decía y hacía:
Juan fue suave hasta el extremo con los pobres, pero fue implacable con el reyezuelo Herodes Antipas, que se valía de su autoridad para cambiar las leyes a su antojo, aunque contara con la bendición de juristas a sueldo. El rey le mandó matar, porque, como sabe F. Josefo (Ant XVIII, 116-119), era miedoso y no podía permitir que nadie le hablara de esa forma (cf. Mc 6, 16-19).
Antipas le mató, pero Jesús vino a buscarle y le escuchó, uniéndose así con los publicanos y las prostitutas, que buscaban a Dios en las riberas del Jordán. El mismo Jesús, Hijo de Dios, necesitaba una escuela y la encontró, poniéndose a la escucha de Dios, con los pecadores que buscaban al Bautista. El Hijo de Dios necesitaba un maestro y fue a buscarlo, junto al río, porque a Dios se le escucha y encuentra a través de los auténticos maestros de la tierra. De esa forma le llegó el momento de la iluminación. Juan le había enseñado la más honda lección de la vida, la lección de Dios que está con los pecadores. Y, aprendida esa lección, mientras entraba en el río con esos pecadores, sus amigos, Dios mismo le habló en el corazón, mientras Juan le bautizaba: “Tú eres mi Hijo…”.
El mismo Dios de Juan, el Señor del Juicio, se le mostró y le dijo su palabra más profunda, la primera y más honda de todas las palabras: “Tú eres mi Hijo predilecto, yo te quiero” (cf. Mc 1, 11). Fueron palabras de Dios para él y para todos los hombres y mujeres de la tierra. Ésta es la verdad definitiva. Todo el resto del evangelio brota de aquí, llevando así la marca de Juan el Bautista, a quien Jesús buscó junto al río, a la vera del desierto, para iniciar después su mensaje en Galilea.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: "Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios."
Juan, maestro de Jesús
Jesús buscó a Dios en la Escritura y en la historia de su pueblo, pero tuvo un iniciador y maestro más directo Juan Bau¬tista, el último en la línea de los sabios (cf. Mt 11, 1-19 par), un profeta que condenaba la violencia de los poderosos y el pecado de los sacerdotes, anunciando el juicio de Dios (cf. Mt 3, 7-12).
Sabía que este mundo tiene que acabar, porque está podrido, y, a pesar de ello, pedía a los hombres y mujeres que se convirtieran, ofreciéndoles un bautismo de perdón de liberación: “Ya está el hacha levantada sobre la raíz del árbol...” (Mt 3, 9-12; Lc 3, 1-9). De un modo especial recibía a los expulsados y excluidos de la sociedad sagrada de Israel y del Imperio. El mensaje de Juan incluía tres notas principales.
(1). Este mundo es digno de ser destruido: por eso anunciaba el Juicio que viene como Huracán y como Fuego que abrasa a los perversos.
(2) Pero él ofrecía una bautismo de esperanza, para escaparse «de la ira que se acerca» (cf. Mt 3, 7) y alcanzar así la salvación, en la tierra prometida, tras el río.
(3) Su anuncio incluía la llegada de uno que es más fuerte, de alguien que viene en nombre de Dios (o Dios mismo) para realizar las promesas antiguas.
En un sentido, Juan supone la historia de los hombres ha fracasado,
pero queda un resquicio de esperanza y en ese resquicio quiere mantenerse, para abrir la puerta a los que vengan, en el borde del desierto, ante el río que evoca el paso de la vida y el nuevo nacimiento en la tierra de Dios. Se han acabado las oportunidades de los poderosos del mundo, pero queda Dios y, en su nombre, Juan acoge y ofrece su promesa a los excluidos de la tierra, a los publicanos y las prostitutas… (cf. Mt 21. 32).
De esa forma se planta, como profeta de Dios para los pobres y para todos los que quieran convertirse, junto al río, vestido de piel de camello y comiendo alimentos silvestres (Mc 1, 6). Sólo así puede exigir la conversión y anunciar la salvación de Dios a los que han sido expulsados de las pretendidas salvaciones de la tierra.
Vivió en un tiempo concreto
En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
El mensaje de Juan marca el comienzo de nuevo tiempo de la salvación. En medio de la historia de los grandes de la tierra (emperadores, reyes y sacerdotes) se escucha su palabra
Anunció el gran cambio:
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías (cf. Is 40, 3-4):
Una voz grita en el desierto:
Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos;
elévense los valles, desciendan los montes y colinas;
que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale.
Y todos verán la salvación de Dios."
Vivimos en un mundo de imposiciones, de caminos torcidos,
de montes y quebradas que impiden que Dios se manifieste en nuestra vida.
Preparar el camino del Dios que viene implica:
Elevar lo que está hundido (cuidad a los pobres, los aplastados, los humillados…, hacer que haya espacio para los expulsados)
Abajar lo que está exaltado (que nadie se imponga desde arriba…); que nadie puede destruir a los pequeños...
El mensaje de Juan es el mismo de María en el Magnificat:
Derriba del tronos a los poderosos
Eleva a los oprimidos
Enderezar lo torcido: que no exista engaño sobre el mundo, que no nos ocultemos ni mintamos, que podamos vivir en transparencia... Que este mundo sea un espacio de diálogo y transparencia... Ese es el mensaje del Adviento de Juan.
Dios viene porque es Dios… Pero nosotros somos su camino y debemos prepararnos para su venida.
A Juan le mataron por lo que decía y hacía:
Juan fue suave hasta el extremo con los pobres, pero fue implacable con el reyezuelo Herodes Antipas, que se valía de su autoridad para cambiar las leyes a su antojo, aunque contara con la bendición de juristas a sueldo. El rey le mandó matar, porque, como sabe F. Josefo (Ant XVIII, 116-119), era miedoso y no podía permitir que nadie le hablara de esa forma (cf. Mc 6, 16-19).
Antipas le mató, pero Jesús vino a buscarle y le escuchó, uniéndose así con los publicanos y las prostitutas, que buscaban a Dios en las riberas del Jordán. El mismo Jesús, Hijo de Dios, necesitaba una escuela y la encontró, poniéndose a la escucha de Dios, con los pecadores que buscaban al Bautista. El Hijo de Dios necesitaba un maestro y fue a buscarlo, junto al río, porque a Dios se le escucha y encuentra a través de los auténticos maestros de la tierra. De esa forma le llegó el momento de la iluminación. Juan le había enseñado la más honda lección de la vida, la lección de Dios que está con los pecadores. Y, aprendida esa lección, mientras entraba en el río con esos pecadores, sus amigos, Dios mismo le habló en el corazón, mientras Juan le bautizaba: “Tú eres mi Hijo…”.
El mismo Dios de Juan, el Señor del Juicio, se le mostró y le dijo su palabra más profunda, la primera y más honda de todas las palabras: “Tú eres mi Hijo predilecto, yo te quiero” (cf. Mc 1, 11). Fueron palabras de Dios para él y para todos los hombres y mujeres de la tierra. Ésta es la verdad definitiva. Todo el resto del evangelio brota de aquí, llevando así la marca de Juan el Bautista, a quien Jesús buscó junto al río, a la vera del desierto, para iniciar después su mensaje en Galilea.
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