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jueves, 3 de diciembre de 2009

SÓLO DESDE LA EXPERIENCIA PERSONAL DESCUBRIREMOS NUESTRA SALVACIÓN

II Domingo de Adviento (Lucas 3, 1-6) - Ciclo C
Por Fray Marcos
Publicado por Fe Adulta

INTRODUCCIÓN

Las tres figuras de la liturgia de Adviento son: Juan Bautista, Isaías y María. La liturgia de hoy empieza por el primero. La importancia de este personaje está acentuada por el hecho de que hacía, por lo menos, trescientos años que no aparecía un profeta en Israel. Al narrar Lucas la concepción y el nacimiento de Juan antes de decir casi lo mismo de Jesús, está manifestando lo que este personaje significaba para los cristianos de la época. La idea de precursor inmediato es la clave de todo lo que nos dicen de él.

Todos los evangelistas resaltan esa importancia, aunque todos están interesados en resaltar también, la superioridad de Jesús. Parece que en este hecho se advierte una cierta polémica en las primeras comunidades, a la hora de dar importancia a Juan. Para los primeros cristianos no tuvo que ser fácil aceptar la importancia del Bautista en la trayectoria de Jesús, sobre todo desde que se aceptó el carácter divino de su mesianismo.

El hecho de que Jesús acudiese a Juan para ser bautizado, nos manifiesta que Jesús tomó muy en serio la figura de Juan, y que se sintió atraído e impresionado por su mensaje. Juan fue un personaje que tuvo una influencia muy grande en la religiosidad de su época. Relatos extrabíblicos lo confirman. En el momento del bautismo de Jesús, él era ya muy famoso, mientras que a Jesús aún no le conocía nadie.



CONTEXTO

Estamos en el capítulo 3. Lucas nos ha relatado en los dos capítulos anteriores, de una manera poco realista, la infancia de Jesús. Es muy importante el comienzo del evangelio de hoy. Hay un intento de situar en unas coordenadas concretas de tiempo y lugar, los acontecimientos que se van a narrar; como para dejar claro que no se saca de la manga los relatos.

Hay que notar bien que el “lugar” no es Roma ni Jerusalén ni el Templo, sino el desierto. También se quiere significar que la salvación está dirigida a hombres concretos de carne y hueso, y que esa oferta implica, no sólo al pueblo judío, sino a todo el orbe conocido: “todos verá la salvación de Dios”.

Como buen profeta, Juan descubrió que para hablar de una nueva salvación, nada mejor que recordar el anuncio del gran profeta Isaías. Él anunció una auténtica liberación para su pueblo, precisamente cuando estaba más oprimido en el destierro y sin esperanza de futuro. Juan intenta preparar al pueblo para una nueva liberación, predicando un cambio de actitud en la relación con Dios y con los demás.

El mensaje de Jesús se aparta en gran medida del de Juan. Juan predica un bautismo de conversión, de metanoya, de penitencia. Habla del juicio inminente de Dios, y de la única manera de escapar de ese juicio, su bautismo. No predica un evangelio -buena noticia- sino la ira de Dios, de la que hay que escapar.

No es probable que tuviera conciencia de ser el precursor, tal como lo entendieron los cristianos. Habla de "el que ha de venir" pero se refiere al juez escatológico, en la línea de los antiguos profetas.

Jesús por el contrario, predica una “buena noticia”. Dios es Abba, es decir Padre-Madre, que ni amenaza ni condena ni castiga, simplemente hace una oferta de salvación total. Nada negativo debemos temer de Dios. Todo lo que nos viene de Él es positivo. No es el temor, sino el amor lo que tiene que llevarnos hacia Él.

Muchas veces me he preguntado, y me sigo preguntando, por qué, después de veinte siglos, nos encontramos más a gusto con la predicación de Juan que con la de Jesús. ¿Será que el Dios de Jesús no lo podemos utilizar para meter miedo y tener así a la gente sometida?

Hay un aspecto de su doctrina que sí coincide con el mensaje de Jesús. Critica duramente una esperanza basada en la pertenencia a un pueblo o en las promesas hechas a Abrahán, sin que esa pertenencia conlleve compromiso alguno. Para Juan, el recto comportamiento personal es el único medio para escapar al juicio de Dios. Por eso coincide con Jesús en la crítica del ritualismo cultual y de la observancia puramente externa de la Ley.



APLICACIÓN

Al ser humano se le ofrecen hoy infinidad de caminos por los que puede desarrollar su existencia. ¿Cuál será el que le lleve a la verdadera salvación?

Como decía Pablo: más que nunca necesitamos hoy crecer en sensibilidad para apreciar los auténticos valores humanos. Precisamente porque las ofertas engañosas son más variadas y mucho más atrayentes que nunca, es más difícil acertar con el camino adecuado.

Dios no tiene ni pasado ni futuro; no puede “prometer” nada. Dios es la salvación que se da a todos en cada instante. Algunos hombres (profetas) experimentan esa salvación según las condiciones históricas que les ha tocado vivir, y la comunican a los demás como promesa o como realidad. La misma y única salvación de Dios, llega a Abrahán, a Moisés, a Isaías, a Juan Bautista o a Jesús, pero cada uno la vive y la expresa de acuerdo con el desarrollo espiritual de su tiempo.

No encontraremos la salvación que Dios quiere hoy para nosotros, si nos limitamos a repetir lo políticamente correcto. Sólo desde la experiencia personal podremos descubrir esa salvación.

Cuando pretendemos vivir de experiencias ajenas, la fuerza de placer inmediato acaba por desmontar la programación. En la práctica, es lo que nos sucede a la inmensa mayoría de los humanos. El hedonismo es la pauta: lo más cómodo, lo más fácil, lo que menos cuesta, lo que produce más placer inmediato, es lo que motiva nuestra vida.

Más que nunca, nos hace falta una crítica sincera de la escala de valores en la que desarrollamos nuestra existencia. Digo sincera, porque no sirve de nada admitir teóricamente esta escala y seguir viviendo en el más absoluto hedonismo. Tal vez sea esto el mal de nuestra religión, que se queda en la pura teoría.

Hace ya tiempo, un ministro del gobierno, hablando de los problemas del norte de África, decía muy serio: “es que para los musulmanes, la religión es una forma de vida”. Se supone que para los cristianos, no.

Cuando nos enfrentamos a la celebración de una nueva Navidad, podemos experimentar en nuestro interior la esquizofrenia. Lo que queremos celebrar es la venida de nuestro Salvador. Su salvación apunta a una superación del hedonismo, del placer y del egoísmo. Lo que vamos a hacer es todo lo contrario. Intentar que en nuestra casa no falte de nada en estas Navidades. Nos dejamos llevar del consumismo. Si no disponemos de los mejores manjares, si no podemos regalar a nuestros seres queridos lo que les apetece, no habrá fiesta.

De esta manera, sin darnos cuenta, caemos en la trampa del consumismo y de la falsa religiosidad, al mismo tiempo. Cuando las “necesidades” que experimentamos, podemos satisfacerlas en el supermercado, ¿qué necesidad tenemos de otra salvación?

Las lecturas bíblicas nos tienen que servir de referencia para descubrir en ellas una experiencia de salvación. No quiere decir que hoy tengamos que esperar para nosotros la misma salvación que ellos anhelaban. La experiencia es siempre intransferible. Si ellos esperaron y experimentaron la salvación que necesitaron en un momento determinado, nosotros tenemos que encontrar también la salvación que necesitamos hoy. No esperando que nos venga de fuera, sino descubriendo que está en lo hondo de nuestro ser y que tenemos capacidad para sacarla a la superficie. Dios salva siempre. Cristo está siempre viniendo.

El ser humano no puede, de una vez por todas, planificar su salvación trazando un camino claro y directo que le lleve a su plenitud. Su capacidad intelectual es limitada, sólo tanteando puede conocer lo que es bueno para él: “Tengo muchas cosas más que deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora, el Espíritu os irá llevando hasta la plenitud de la verdad”.

Nadie puede dispensarse de la obligación de seguir buscando. No sólo porque lo exige su propio progreso, sino porque es responsable de que los demás progresen. No se trata de imponer a nadie los propios descubrimientos, sino de proponer nuevas metas para todos. Dios viene a nosotros siempre como nueva salvación. Ninguna de las salvaciones anunciadas por los profetas puede agotar la oferta de Dios.

Es importante la referencia a la justicia, que hace por dos veces Baruc y también Pablo, como camino hacia la paz. “Paz en la justicia, gloria en la piedad”, dice Baruc. “Que vuestra comunidad siga creciendo en penetración y sensibilidad para apreciar los valores; así llegaréis al día de Cristo cargados de frutos de justicia”, dice Pablo.

El concepto que nosotros tenemos de justicia, es el romano, que era la restitución según la ley, de un equilibrio roto. El concepto bíblico de justicia es muy distinto. Se trata de dar a cada uno lo que espera, según el amor.

Normalmente, la paz que buscamos es la imposición de nuestros criterios, sea con astucia, sea por la fuerza. Mientras sigan las injusticias, la paz será una quimera inalcanzable. Nivelar es la clave. Sólo cuando los de arriba bajen y los de abajo puedan subir, se verá la salvación de Dios.



Meditación-contemplación

El profeta es una persona que descubre algo importante para su vida,
y que se lo comunica a los demás para que también lo vivan.
No se trata de un conocimiento intelectual, sería un maestro.
Se trata de un descubrimiento de lo que ES.
…………………..

Trata de recordar a los “profetas”
que te han ayudado en ese camino hacia tu ser.
Piensa no sólo en los “grandes” sino en los pequeños, pero cercanos.
Siente agradecimiento hacia todos ellos.
Piensa ahora si has descubierto en ti mismo algo interesante.
…………………

Lo que vivió-experimentó Jesús,
ha hecho libres a muchísimas personas.
¿Te está ayudando a ti a alcanzar la libertad?
Ese es el primer objetivo de tu existencia.
................

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