Por Pedro Miguel Lamet
Perdido en el camino
con el polvo de todo tu domingo
y el ancho atardecer bañando la planicie.
Tierra quieta. Crepúsculo.
Infinita penumbra palestina.
Se ensordecen los gritos en el aire,
los “Hosannas” de ramos y palmeras,
la gloria acogedora, la grandeza…
Sólo la paz abierta del camino,
brumosa silueta de un cansancio
en un atardecer que ruboriza
lejanas casas blancas.
Nadie contigo. Ni una mesa
en la Ciudad Sagrada, ni una risa.
Los soles del triunfo luminoso:
ignoran que anochece.
Dobla la esposa el retal del turbante
a la luz del candil
y al amor del hogar se abrigan las presencias.
Jesús solo en la tarde. Suena el hueco vacío
del silencio
como un salmo.
El alma cuelga entera de la noche.
Betania al horizonte.
Perdido en el camino
con el polvo de todo tu domingo
y el ancho atardecer bañando la planicie.
Tierra quieta. Crepúsculo.
Infinita penumbra palestina.
Se ensordecen los gritos en el aire,
los “Hosannas” de ramos y palmeras,
la gloria acogedora, la grandeza…
Sólo la paz abierta del camino,
brumosa silueta de un cansancio
en un atardecer que ruboriza
lejanas casas blancas.
Nadie contigo. Ni una mesa
en la Ciudad Sagrada, ni una risa.
Los soles del triunfo luminoso:
ignoran que anochece.
Dobla la esposa el retal del turbante
a la luz del candil
y al amor del hogar se abrigan las presencias.
Jesús solo en la tarde. Suena el hueco vacío
del silencio
como un salmo.
El alma cuelga entera de la noche.
Betania al horizonte.
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