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domingo, 24 de octubre de 2010

Tiempo para estar desnudos, un diálogo con Nietzsche

Publicado por El Blog de X. Pikaza

Nos ha llegado un tiempo en que es preciso vivir al desnudo más allá de las ideologías que hemos ido creando y poniendo, como ropa tras ropa (máscara tras máscara) sobre nuestro endeble cuerpo. Éste es un tiempo de diálogo con el pensamiento y las ideólogías que pueden hallarse inscritas en el cuerpo desnudo de Nietzsche (la cruz gamada y la cruz cristiana, la hoz y el martillo y la estrella de David, con la muchacha desnuda y el nombre de Lou Salomé...). Tantas y tantas cosas sobre un cuerpo desnudo.

Desnudos para el amor, en la Iglesia de Jesús (una Iglesia desnuda, sin ropajes que ocultan), de un Jesús que nos enseñó a vivir en amor (sólo el amor permite la buena desnudez). Así nos quiso en el fondo Nietzche, cuando nos acusó (a los cristianos) de ser ranas oscuras, de negros ropajes, croando en un charco... (Así Habló Zaratustra). Su crítica fue despiadada (sin amor, sin ternura...), pero es bueno escucharla y aprender a estar desnudos, en amor, como iglesia, como cristianos, sin ocultar nada (como el Cristo de la Cruz).

Jesús nos enseñó a vivir el desnudo ante Dios y ante los otros, porque criticó las ropas de los “escribas” de turno, que tuercen y ocultan la verdad con libros y más libros, leyes y más leyes. Al desnudo ante el Dios que nos viste con su gracia, al desnudo en amor ante los hombres, con quienes podemos compartir amor. Así nos enseñó a vivir Jesús, en desnudo de amor y claridd, ane Dos y ante los otros, y por eso le mataron, los de las grandes ropas (las ideologías sagradas del templo/banco y del imperio).

En otro plano, por su análisis implacable de las ideologías y mentiras “oficiales”, Juan de la Cruz nos enseñó también a vivir al desnudo (nada, nada, nada), desde el interior en el que habita la verdad, que es Dios de la Cruz (desnudo en el madero). Así nos lo mostró E. Morín (quizá el mejor conocedor de Nietzsche y Juan de la Cruz en el siglo XX).

También F. Nietzsche es un filósofo del desnudo, pero sin el amor radical de Jesús, sin la radicalidad crítica de Juan de la Cruz (para desnudarse a sí mismo). Ha sido el autor del desnudo trágico. Él ha mostrado como nadie las contradicciones de la cultura moderna. No ha conocido a Juan de la Cruz (no le habría entendido); ha conocido a Jesús y ha combatido de forma “iluminada” (y quizá loca) contra él y con él, y de esa forma murió a la razón, cuando combatía con Dionisio, el otro Dios, contra el crucificado.

Una de las lectoras y comentaristas habituales de mi blog me ha pedido que ofrezca la visión de Nietzsche de mi Diccionario (DPC), del que he venido haciendo “propaganda” en días pasados. Amablemente acepto a su pedido. Ahí va, el Nietzsche de mi diccionario. Pienso que esta visión de Nietzsche nos puede ayudar en el duro planteamiento alternativo ante la redención (alternativa a y b) que han entablado algunos lectors de este blog

NIETZSCHE, FRIEDRICH (1844-1900).

Filósofo y pensador alemán, de origen cristiano (era hijo de un pastor protestante), aunque crítico con el cristianismo. Estudió Filología clásica en las Universidades de Bonn y Leipzig, siendo nombrado aún muy joven profesor de la Universidad de Basilea (1869), de manera que más que filósofo, teólogo o historiador de la religión fue un filólogo y un crítico de la cultura. Mantuvo contacto con algunas de las personas más influyentes de su tiempo: F. Overbeck y J. Burckhardt (teólogos), R. Wagner (músico) etc. El año 1872, publicó su primer libro, El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música, donde fijó los temas básicos de lo que será su obra futura, como intento de superar el cristianismo convencional, volviendo, de manera nueva, al mundo griego.

Siendo profesor de Basilea (1869-1979) fue precisando su visión filosófico/religiosa, que desarrollará después de un modo tan intenso que influirá en casi todo el pensamiento posterior de Europa, tanto en aquellos que le aceptan como en quienes le critican. En un sentido radical, la fuente y clave de su filosofía será su trayectoria vital, de manera de nunca escribirá sobre temas ajenos, sino sobre el mismo desarrollo explosivo y a veces delirante de su vida, como espacio de lucha entre el mundo griego y el cristiano, entre la tradición religiosa anterior y la llegada de un nuevo hombre futuro, de tipo poscristiano.

El año 1879, tras un empeoramiento de la salud, se vio forzado a abandonar su cátedra para iniciar una vida errante de filósofo y analista, por Suiza e Italia, durante diez años, escribiendo una serie de obras geniales, apasionadas, proféticas, en las que expresa sus propios conflictos personales, interpretados desde el fondo del conflicto radical de la humanidad occidental. En 1889 le sobrevino una aguda crisis de demencia, que no logró superar y en ella permaneció y murió, después de más de diez largos años de inconsciencia, el 25 de agosto de 1900.

Nadie como él ha logrado filosofar desde su propia vida. Nadie ha logrado captar con su vigor los problemas y retos de la nueva humanidad que estaba surgiendo, tras la ruina del viejo sistema político-religioso de Europa. Su pensamiento fue una lucha titánica por descubrir y expresar el sentido y tarea de la humanidad, desde el otro lado de la razón y del cristianismo que había dominado en occidente y que a su juicio, se había convertido en fuente de opresión y envilecimiento para los creyentes. A continuación quiero recoger algunos elementos básicos de su pensamiento, desde una perspectiva cristiana o, en general, religiosa.

1. Punto de partida.

Conforme a la visión de Nietzsche, la Vida misma es divina, de manera que algunos le han llamado vitalista, es decir, un filósofo cuyo valor supremo es la Vida, que no se funda en ideales o principios superiores, sino que vale por sí misma, como proceso de eterno auto-surgimiento, siempre idéntica a sí misma (sin la caída, conflicto y recuperación que había postulado → Hegel), pero siempre cambiante, en movimiento de eterno retorno, que constituye de algún modo un rechazo del “finalismo” mesiánico judeo-cristiano (y racionalista) y un retorno al paganismo religioso y vital, representado por Dionisio, el Dios griego de la vida impetuosa (enfrentado siempre a Apolo, el Dios del orden eterno).

La Vida no tiende hacia ninguna otra cosa, ni se encuentra sometida a un Dios más alto, ni se dirige hacia ningún futuro, sino que es divina en sí misma. Al mismo tiempo, ella es conflictiva. Todo intento de trascender o borrar sus antagonismos, como habían querido, de formas distintas, → Kant, Hegel y Marx, carece de sentido. Ella es valiosa siendo contradictoria: No se funda en normas previas, ni busca metas exteriores, sino que es lucha de elementos que se cruzan y chocan, se destruyen y recrean, de manera que el mismo conflicto es sagrado, lugar de una creación en la que triunfan los más fuertes, no para evadirse (en un plano superior o de futuro), ni para destruir y oprimir a los vencidos, sino para desarrollarse al interior del mismo conflicto. La Vida no busca nada fuera de sí misma, ni tiene meta alguna, de manera que en ella deben pervivir e imponerse los seres más fuentes, superiores.

A la espontaneidad contradictoria y creadora de la Vida, que sería la única divinidad, simbolizada por el Dios griego Dionisio, contrapone Nietzsche la negatividad del Espíritu y del Dios cristiano (platónico), que encierra a sus devotos en la cárcel de una impotencia resentida. A su juicio, la reconciliación final que postulaba Hegel resulta idealista y el deseo marxista de triunfo de los proletarios expresa el rencor de los débiles y lleva a la nivelación de todos (con la destrucción de la Vida, que implica siempre desajustes y saltos de nivel). Sólo la Vida es absoluta: eterna, creadora de sí misma, siempre victoriosa. Los individuos o pueblos incapaces de asumirla, por impotencia o falta de creatividad, buscan evasiones, inventan dioses o espíritus nocivos.

2. Ha muerto Dios.

Conforme a la visión de Nietzsche, la noticia esencial de nuestro tiempo es que el Dios moral y trascendente (que destruye y oprime a los hombres desde fuera, desde arriba) ha muerto, mostrando así que la misma Vida es divina, en su espontaneidad auto-creadora, más allá del bien y del mal que separa y oprime a los hombres. El Dios del más allá era un refugio inventado y cobarde de gentes que niegan la divinidad de la Vida, fuerte y cambiante, era una forma de imponer una moralidad de muerte, que oprime a todos. A juicio de Nietzsche, las religiones modernas (budismo, cristianismo, un tipo de hinduismo) han sido platónicas, en el mal sentido de la palabra: han ratificado un dualismo anti-mundano (entre lo de aquí y el mal allá), han devaluado y destruido la Vida, en manos de algo que está fuera de ella misma y que la oprime. Pero ahora el Dios de esas religiones está muerto y con él ha muerto el alma y la moral religiosa.

Con Dios ha muerto también, como vemos, el alma humana (separada del cuerpo) y la moralidad “espiritual”, que oprime y somete al “cuerpo”, es decir, a la Vida. La creencia en una espiritualidad e inmortalidad “divina” del alma era una evasión para aquellos que no se atrevían a valorar la Vida real, que es lo divino, en su conflicto y su riqueza. El ser humano es divino en su vida y muerte (eterno retorno de la Vida), sin necesidad de un Dios trascendente. El alma es invento idealista, propio de aquellos que no se aceptan a sí mismos. El mismo cuerpo (la Vida) es lo divino. Dando un paso más, Nietzsche añade que, al morir el alma, muere también la moral de prohibiciones.

El juicio que judíos y cristianos anunciaban para después de esta vida nacía del resentimiento de aquellos que desean la venganza (la condena de los otros) después de esta Vida. Pero ese Dios ha muerto y ya no hay lugar para la venganza, ni para el resentimiento, sino para la aceptación de la Vida concreta, en la que nosotros mismos debemos trazar nuestro camino, con nuestra Voluntad de Poder, es decir, con nuestro potencial de Ser, aceptando y ratificando lo que existe.

3. Una Vida liberada.

En contra de la esclavitud de un posible Espíritu sin vida, Nietzsche apuesta por una Vida liberada del espíritu, porque, invirtiendo y re-formulando una palabra evangélica (cf. Mc 14, 38 par), el espíritu es lo débil, pero la carne-vida es fuerte. Por eso, allí donde la Vida se despliega en plenitud emerge y se desvela el superhombre, el verdadero ser humano, aquí, en este mundo, en el eterno retorno de la misma Vida. De esa forma ha rechazado Nietzsche la evasión hacia el futuro (que sería negación del presente), defendiendo el valor eterno de aquello que ahora existe En esa línea se entiende su visión paradójica del tiempo.

a. Por un lado, en su modelo de pensamiento, todo parece tender hacia un futuro, hacia el surgimiento de algo que ahora no existe, al super-hombre, que es el Hombre verdadero.

b. Por otro lado, no hay futuro, no se puede hablar de avance, ni tampoco de algo nuevo, pues las cosas vuelven siempre y permanecen, como eterno retorno divino, de manera que ese Super-Hombre no es un ser del futuro, sino la verdad del ser humano, reconciliado ya consigo mismo, pero no en un plano moralista (como pretendía quizá → Feuerbach), sino en su voluntad concreta de poder.

No surgirá, por tanto, un futuro distinto, sino que debe potenciarse un “ahora” que permanece para siempre. Sobre el hombre actual, disminuido, incapaz de existir en plenitud, porque quería ir más allá de sí mismo, descubriremos la existencia de un ser humano superior, dueño de sí mismo, triunfador sobre el destino. El hombre actual está domesticado, domado, en una cárcel de ley y moralismo, construida por el resentimiento de los débiles.

Esa situación cesará, y los triunfadores de la Vida serán lo que siempre debían haber sido: Super-hombres, seres divinos, pura voluntad de poder, que es voluntad de ser, en el eterno retorno de la Vida. El Super-hombre, hijo de la voluntad de poder, no nace de un Dios exterior (creador), pues él mismo es divino, eterno retorno de Vida, que no viene después porque “es” siempre, idéntico a sí mismo.

4. Superhombre y voluntad de Poder.

No hay para Nietzsche una esencia más allá (platonismo) o después (judeo-cristianismo), pues la realidad verdadera es esta Voluntad de Poder que permanece. No pueden trazarse ideales exteriores, ni sacrificar el presente a un futuro que aún no existe (ni existirá), pues todo se da ya en el presente. La verdad del ser humano es conflicto, su dios la misma lucha, es decir, la aceptación del conflicto creador, que permanece y retorna sin cesar.

Nietzsche nos sitúa así cerca de Heráclito, que divinizaba la guerra sin fin, como poder de una realidad en la que todo nace, muere y permanece. La ilusión de la historia cesará, disuelta en ese retorno de la voluntad de poder, cuando los hombres acepten lo que son, sin evadirse de sí mismos. El odio de clases y el deseo de una nivelación o reconciliación desde abajo (comunismo) ha sido un invento de los resentidos, incapaces de montarse en el carro triunfante de la vida que rueda sin fin y de aceptar el triunfo real de los poderosos.

Por eso, tras la ruina de estas formas parciales, partidistas, de experiencia que ha puesto de relieve la modernidad judeo-cristiana, podremos celebrar la revelación y surgimiento de la humanidad eterna, el triunfo aristocrático de las nobles virtudes, de las razas fuertes, sanas, poderosas, que asumen y dirigen el presente sin fin de la lucha de la vida. Frente a la pre-historia enfermiza del pasado (dominado por los resentidos, los “sacerdotes”), sitúa Nietzsche la post-historia de la voluntad de poder que triunfa y se ajusta a su destino, divinizando su violencia creadora, en la línea del sabio Zaratustra, que sería el “mesías” de esta religión de la humanidad sin mesianismo idealista.

El hombre hegeliano (y marxista) necesitaba el reconocimiento de los demás porque era débil: postulaba una vida final reconciliada (sin conflicto o riesgo, sin autoafirmación ni valentía) porque no aceptaba su realidad actual: Sacrificaba su potencia presente en aras de un futuro imaginado. Los triunfadores nietzscheanos no necesitan ese reconocimiento, pues se bastan a sí mismos, en soledad y plenitud, valorando lo que tienen, de manera aristocrática. Ellos, los héroes, hombres superiores, se vincularán por afinidad profunda, como por instinto, no por necesidad, sin buscar aplauso ajeno. Ellos, los adelantados del presente eterno, sin piedad ni amor, serán medida de todo lo que existe, aceptarán la muerte, se sabrán señores del destino, sin echar en falta nada.

5. Nietzsche, un riesgo en la visión del cristianismo.

El pensamiento de Nietzsche incluye rasgos que pueden ser valiosos para el cristianismo, pues el mismo Jesús aceptaba el presente como revelación de Dios y quería superar el resentimiento. Pero, en contra de Jesús, parece que Nietzsche conculca o desconoce la importancia de los impotentes, derrotados y vencidos, la ternura compasiva, el diálogo enamorado, la gracia del perdón, la creatividad amorosa. Ciertamente, muchos cristianos han podido ahogar la vida, acentuando un victimismo y un deseo de revancha legalista, en el peor sentido de la palabra.

Pero en el fondo del cristianismo existe una revelación de amor que Nietzsche no ha sabido o no ha querido aceptar (a pesar de su fascinante visión de Jesús como un “idiota” de Dostoievsky, que acaba siendo al fin cercano a su super-hombre). En un sentido, al destacar la experiencia de la espontaneidad de la vida, más allá de los juicios de valor (del bien y del mal), Nietzsche se acerca a un elemento original del cristianismo, que también quiera ir más allá del moralismo, para buscar y desarrollar un amor que es vida creadora, por encima del “juicio”. Pero algunos rasgos de su filosofía nos parecen anticristianos, e incluso peligrosos. Por eso queremos destacar la ambivalencia de su planteamiento.

Frente a la Voluntad de Poder de Nietzsche, podemos hablar de una Voluntad de Amor. El ser originario es para Nietzsche voluntad, deseo de vivir, despliegue poderoso, sorprendente, de energía, con elementos que recuerdan el conatus (tensión original) de Espinosa y, en algún sentido, el mismo Bien efusivo de algunos neoplatónicos. En esa línea, negando a un tipo de Dios escuálido y moralizante, a veces vinculado a un cristianismo debilitado, Nietzsche recupera elementos originalmente cristianos, vinculados a un Dios enamorado, que aparece en los profetas de Israel y en el mensaje y vida de Jesús.

Pero esa Voluntad o Deseo de Poder de Nietzsche corre el riesgo de expresarse en línea de arbitrariedad violenta, de loca imposición, que desemboca en el triunfo de los arriesgados y fuertes (de los que se imponen sobre los demás), con desprecio de los débiles. Los cristianos, en cambio, interpretan a Dios como Voluntad de un Amor que es aún más poderoso, porque no es impositivo, Amor que se da a sí mismo de un modo personal y apasionado, en gratuidad cercana y perdón, en gozo y riesgo de carne debilísima y emocionada, arriesgándose al hacerlo, como regalo que generosamente se ofrece y recibe, se entrega y acepta, se asume y comparte.

El Dios de Jesús es el Poder fundante del amor que se encarna y enamora en la debilidad más honda de la vida, hasta dar la Vida a favor de aquellos a quienes ama de forma apasionada, porque espera Vida. A la Voluntad de Poder de Nietzsche le falta libertad, entrega personal, gratuidad enamorada y esperanza za mesiánica, no en línea de moralismo, pero sí de moralidad profunda, es decir, de opción por los más débiles.

6. Más allá del bien y del mal.

Un elemento clave de la reflexión de Nietzsche es el deseo de ir más allá del bien y el mal, superando así el plano del juicio. El tema aparece en Jesús cuando dice «no juzguéis» (Mt 7, 1) y cuando ofrece perdón a los hombres, abriendo así un camino de vida por encima de la ley y del pecado. Desgraciadamente, una parte considerable de la teología posterior ha moralizado a Dios, haciéndole garante o responsable de un comportamiento y de un tipo de juicio a veces muy mezquino.

Kant había situado en este plano central su teodicea, apoyando la existencia y función de Dios sobre un imperativo que se sitúa en línea de deber. Pues bien, Nietzsche tiene el valor de haber librado a Dios de ese corsé moralizante, para situar la Voluntad de Poder «por encima del bien y del mal», más allá de la venganza legal y del resentimiento, más allá de un imperativo que no nos deja descubrir y aceptar lo que somos.

Esa actitud de Nietzsche puede parecer positiva, pero corre el riesgo de acabar dejando al hombre en manos de la violencia o la fortuna ciega, de la pura lucha y la supremacía de los que se sienten superiores. Ciertamente, él nos invita a superar el nivel de las imposiciones marxistas o capitalistas. Pero en contra de su fijación vitalista (centrada en Dionisio, dios de violencia vital), el cristianismo sigue proclamando la experiencia superior de un Dios que es gracia amorosa sobre el juicio, no al servicio de los prepotentes, sino de los pobres y excluidos, en amor encarnado, enamora.

Nietzsche ha sido y sigue siendo un tipo de «oráculo sabio» para muchos que anuncian la ruina de la modernidad y sus dioses racionales. Su crítica ha llegado, de un modo difuso, al conjunto de occidente. Todos somos, de alguna manera, sus discípulos: Él nos ha enseñado que la Ilustración no es la respuesta universal a los problemas de la vida, él ha mostrado el riesgo de un sistema mezquino de juicio, que ha desembocado en el capitalismo neoliberal, que después criticaremos. Su postura contiene elementos positivos pero, cerrada en sí, resulta peligrosa, pues hace difícil la transparencia de la vida que se da y comparte en gratuidad, abierta de un modo especial a los más pobres.

Frente a la autoafirmación vital de aquellos que creen «ser importantes» elevándose a sí mismos, el evangelio ha destacado la afirmación personal y amorosa de aquellos que regalan la vida y así la recuperan, siendo poderosos en su debilidad, porque abren un espacio de vida para los débiles, desde la voluntad de amor, no de poder, que ha exaltado Nietzsche. Esto no lo supo o no lo quiso admitir Nietzsche, que murió a la razón precisamente, cuando contraponía a Dionisio (espontaneidad ciega de la vida) con el Crucificado (regalo personal de amor).

Entre Dionisio y Jesús se situaba Nietzsche, de un modo vital más que académico. Él nos enseñó de nuevo algo que los antiguos cristianos sabían, pero que los nuevos ilustrados habían tendido a olvidar: El verdadero pensamiento, la defensa de Dios (teodicea), que es defensa de la vida, es autobiografía más que teoría abstracta. Frente a la ideología de aquellos que nos engañan de mil formas, con bellas razones, para dominarnos mejor, ha elevado Nietzsche la razón de la vida, su propia historia dolorosa y rica de testigo de la ausencia o nueva presencia de Dios.

Bibliografía.

Todas las obras de Nietzsche (con poesías y cartas) se están publicando, con cuidado y fidelidad, en varias editoriales españolas (como Trotta y Alianza, en Madrid). Entre las más significativas, pueden citarse: La genealogía de la moral, Nihilismo, Así hablaba Zaratustra Ecce Homo… Entre las obras sobre Nietzsche, desde una perspectiva cristiana, cf. R. Ávila, El desafío del nihilismo. La reflexión metafísica como piedad del pensar (Madrid 2005); J. Hernández-Pacheco, F. Nietzsche. Estudio sobre vida y trascendencia (Barcelona 1990); G. Goedert, Nietzsche critique des valeurs chrétiennes (Beauchesne Paris 1977); P. Valadier, Jésus-Christ ou Dionysos, La foi chrétienne en confrontation avec Nietzsche (Paris 1979): Nietzsche y la crítica del cristianismo (Paris 1982).

1 comentario:

AroKa dijo...

En serio, como podeis decir que Nietzche en el fondo estaba a favor del cristianismo. Nietzche define el cristianismo como la peor de las plagas religiosas junto al judaismo y no le quito la razon, ya que estas atentan contra la naturaleza y los impulsos naturales del ser humano ademas de ser una religion q se recrea en el sufrimiento para conseguir la redencion.

No malinterpreteis a Nietzche ni pongais palabras vanas en su boca.