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sábado, 9 de octubre de 2010

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 17, 11-19) - Ciclo C: La gratitud es una actitud siempre necesaria.


Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

Érase una vez un niño que jugando en el muelle del puerto se cayó a las aguas profundas del océano. Un viejo marinero, sin pensar en el peligro, se lanzó al agua, buceó para encontrar al niño y finalmente, agotado, lo sacó del agua.

Dos días más tarde la madre vino con el niño al muelle para encontrarse con el marinero. Cuando lo encontró le preguntó: "¿Es usted el que se lanzó al agua para rescatar a mi hijo?

-"Sí, yo soy", respondió.

-La madre le dijo: "¿Y dónde está el gorro de mi hijo?

El evangelio de hoy nos recuerda una dimensión profunda de toda vida cristiana: la gratitud, la acción de gracias. Creer, tener fe, es ser agradecidos a Dios que actúa en las cosas normales de cada día.

Muchas veces vemos a Dios en los acontecimientos extraordinarios y venimos a darle gracias porque algo inesperado y bueno nos ha sucedido, pero hay que ver a Dios en la vida de cada día: en el trabajo, en las luchas, en las benditas peleas y enfados… Dios es nuestro compañero y Padre cada día. Y casi siempre pasa desapercibido.

La gratitud es una actitud necesaria. En ella experimentamos la salvación que Dios tiene para nosotros.

Hermanos, contemplen este edificio, esta iglesia y esta cruz que nos preside, todo es don de Dios y nosotros estamos aquí por la gracia de Dios.

Dios nos ha traído aquí para recordarnos que todo lo que nos rodea, todo lo que somos y tenemos es su don, su regalo.

Y nos recuerda también, miren a los hermanos, que muchos de sus dones, como esta iglesia, nos vienen a través de otras personas que no conocemos y que han vivido antes que nosotros.

¿Somos conscientes de lo mucho que hemos recibido sin hacer nada, sin merecerlo?

¿Da gracias a Dios todos los días?

Sin el agradecimiento, nuestra salvación está incompleta, nuestras familias, nuestra iglesia y nuestro mundo está en peligro.

"Jesús, maestro, ten compasión de nosotros", gritaban los leprosos.

Jesús no hizo nada. Sólo los mandó presentarse a los sacerdotes, ir al templo.

Ya están los impuros, purificados.

Ya están los apartados, integrados.

Ya están los leprosos, sanados.

Ya están los alejados, probados en la obediencia y la fe.

Nueve eran judíos y fueron al viejo templo de Jerusalén, a la vieja ley y a los viejos sacrificios.

Sólo uno, samaritano, pagano, cayó en la cuenta de que Jesús, al que habían gritado todos: "Señor, ten compasión de nosotros," era el nuevo templo, la nueva alianza, el nuevo perdón, el nuevo rostro de Dios.

Y se volvió para ofrecerle a él un sacrificio de acción de gracias.

La purificación sólo produjo la fe en el extranjero. El convertido, el que vuelve a Jesús vuelve a dar gracias.

Gracias por la sanación, por la dignidad humana recuperada, por la amistad de Dios que es gratis, por encontrarse con Jesús el que desafía todas las fronteras y tiene compasión.

Hay una fe que pide y se va a sus quehaceres, a su rutina, y olvida.

Hay una fe que mira a Jesús, le da gracias todos los días y ve a Dios en los acontecimientos sencillos de la vida.

Nosotros somos los diez leprosos que venimos a gritar a Jesús. "somos impuros", "Señor, ten compasión de nosotros".Y podemos quedar purificados.

No te vayas al viejo templo, a la vieja alianza, a los viejos sacrificios, al corazón duro.

Ven al único templo, a Jesús. Él te hace puro, él te ofrece un nuevo Padre, un nuevo amor y ofrece el único sacrificio de acción de gracias, la eucaristía.

¿No sanaron los diez? ¿Dónde están los otros nueve? ¿El único que ha vuelto es este extranjero?

Orar es tener a alguien a quien podemos dar gracias.

La gratitud es una actitud siempre necesaria.

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