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domingo, 23 de enero de 2011

Domingo III del tiempo ordinario: Bajar del pedestal


Publicado por Entra y Verás

Una etapa concluye y comienza otra nueva. El tiempo de Juan concluye y ahora comienza el de Jesús. Abrirse a lo nuevo causa recelo y sospecha porque lo conocido nos da seguridad aunque no nos convenza del todo. Como seguidores de Jesús no podemos permanecer anclados en un pedestal sino caminar por la vida de asombro en asombro.

Supongo que si de pronto una estatua pudiera moverse, habría en ella una mezcla de temor, de asombro ante la novedad, ante el bombardeo de nuevas sensaciones que comenzaría a percibir. A nosotros puede que nos pase lo contrario que a la estatua, que en vez de desear andar, movernos, conocer cosas nuevas… Puede que prefiramos quedarnos anclados sin abrirnos a la novedad. Tenemos que tener presente que la vida no es algo estático, que por mucho que los tiempos pasados o presentes nos parezcan los mejores, que estemos más cómodos mirando por el retrovisor, tenemos que permanecer continuamente abiertos a lo nuevo, sin perder un ápice de nuestra capacidad de sorpresa. Hemos de convencernos de que vivir, como creer, es crecer, siempre, hasta el último día. Que la vida no se gasta, sino que se construye segundo a segundo. Y el tiempo que pasa no es tiempo que descuentas, sino una página más escrita por tu puño y letra unas veces sin darnos cuenta y otras con esfuerzo y algo de dolor.

En el evangelio, nos encontramos con la oscuridad y el estatismo representado por el encarcelamiento de Juan, el símbolo, la bandera de la esperanza para el pueblo, de pronto en la cárcel. El tiempo de Juan Bautista ha terminado y comienza la predicación de Jesús. No dejemos a un lado el lugar donde comienza su predicación. No lo hace en medio de una gran ciudad sino al lado de los últimos, donde los judíos y los paganos conviven entremezclados, entre aquellos que más necesitaban la luz. La referencia a Zabulón y Neftalí, dos tribus de Israel sometidas a esclavitud, centra aún más la clara opción de Jesús por los más necesitados.

Para poder captar la nueva luz, que libra de las tinieblas, Jesús exige conversión, es decir, que se abandone lo anterior para abrirse definitivamente a lo nuevo. Pero como suele suceder casi siempre puede que pensemos que esto no va dirigido a nosotros, sino a aquellos que viven apartados de Dios y necesitan una profunda conversión. Efectivamente, quien no conoce algo una vez que lo descubre camina de asombro en asombro, como la estatua, dejándose iluminar. Pero lo complicado es mostrar la nueva luz, la nueva realidad que cada día brota del evangelio, a quienes ya se creen apoltronados en la meta de la fe, bien sujetos por el corsé del cumplimiento con la misma vitalidad religiosa que un langostino congelado. El mensaje del Reino, si somos capaces de hacerlo propio, tiene que llevarnos a una continua actitud de sorpresa, como decíamos antes. Tenemos que abandonar la peana de nuestra propia estatua o el congelador de nuestras prácticas religiosas. La luz que brota del evangelio, y que es Dios mismo, solo puede opacarse teniendo unas buenas cataratas en nuestro corazón para impedir no sentirnos interpelados por ella y tomar en serio nuestro bautismo y comenzar a ser misioneros, propagadores de esa luz entre aquellos que nos rodean.

Hoy es el día de la Infancia Misionera. A nadie le va a venir la nueva época, ni la justicia, ni la paz, ni la calidad de vida, ni el compartir solidario, ni el respeto a la diferencia, como caído del cielo, ni traído por otro, ni conquistado por superhéroes, ni por la fuerza, ni a base de penitencias. Para ello es necesario abrir los ojos y ponerse manos a la obra. Dejar que nuestro corazón se convierta, se inunde por esa luz que nos saca de las tinieblas, de un camino que quizá se nos haga extraño, y nos lleva a hacer a los demás participes de la luz, la luz de una vida digna. No nos quedemos como la estatua, no dejemos que nuestro corazón siga latiendo al ritmo cansino de una fe que se adormece a fuerza de bostezar rutinas. Tomemos en serio la llamada de Jesús a la conversión y así, seguro que somos capaces de pintar en muchas personas condenadas al monocromo de la injusticia, la alegría multicolor de sentirse personas. Como siempre empezando por los que tenemos cerca, sin olvidar a los de lejos.

Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)

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