vv. 17-20 ¡No penséis que he venido a echar abajo la Ley ni los Profetas! No he venido a echar abajo, sino a dar cumplimiento; "porque os aseguro que antes que desaparezcan el cielo y la tierra, ni una letra ni una coma desaparecerá de la Ley antes que todo se realice.
Por lo tanto, el que se exima de uno solo de esos mandamientos mínimos y lo enseñe así a los hombres, será llamado mínimo en el reino de Dios; en cambio, el que los cumpla y enseñe, ése será llamado grande en el reino de Dios; porque os digo que si la fidelidad vuestra no se sitúa muy por encima de la de los letrados y fariseos, no entráis en el reino de Dios.
Jesús quiere deshacer un malentendido y una decepción. Quienes conocen la grandeza de las promesas del AT, que se han traducido en la expectativa mesiánica, pueden sentirse defraudados ante el horizonte que presenta Jesús. Una comunidad de pobres y perseguidos no parece responder a la expectativa de felicidad y prosperidad anunciadas. Jesús afirma que su misión («he venido») no consiste en echar abajo el AT (la Ley ni los Profetas) como promesa del reinado de Dios, sino todo lo contrario: dar cumplimiento a esas promesas.
«Echar abajo»: el verbo gr. kataluó significa «echar abajo, demoler, derribar» un edificio, no abolir una ley; en Mt se usa siempre del templo (24,2; 26,61; 27,40). «La Ley y los Profetas» es un modo de designar el conjunto del AT. El doble complemento excluye también el sentido de «derogar», como si se tratara sólo de preceptos legales. «Dar cumplimiento»: el verbo gr. pterósai es utilizado continuamente por Mt para indicar el cumplimiento de profecías (1,22; 2,15.17.23; 4,14; 8,17; 12,17, etc.). Su relación con «los Profetas» es clara; pero también tiene relación con «la Ley», es decir, con los escritos de Moisés, pues se pensaba que el Mesías había de realizar el éxodo definitivo, del que el realizado por Moisés era sólo tipo. De hecho. Mí considera la Ley y los Profetas como profecía del reinado de Dios (cf. 11,13). La misión de Jesús es positiva, no negativa; viene precisamente a dar cumplimiento a las promesas del reinado de Dios contenidas en el AT.
18. Jesús confirma solemnemente lo dicho («os aseguro»). Todo lo contenido en la Escritura (lit. «la Ley», otro modo de designar el AT, que pone el énfasis en la obra de Moisés) se realizará (gr. genétai), hasta en sus mínimos detalles, antes que desaparezca el mundo visible. No se trata, pues, en el texto de observar una ley, sino de realizar una promesa (cf. 6,10: «realícese en la tierra tu designio del cielo», que equivale a la llegada del reino mencionada inmediatamente antes). El término «la Ley» se refiere en particular al nuevo éxodo y a la entrada en la nueva tierra prometida. El éxodo liberador comienza con la muerte de Jesús y queda abierto para toda la humanidad. No hay lugar, por tanto, a decepción alguna por lo que Jesús ha dicho. El programa propuesto por él es el único eficaz para llevar a cabo el designio de Dios anunciado en el AT. El malentendido que disipa Jesús revelaba una mentalidad particular: la de aquellos que esperaban un reinado de Dios implantado desde arriba, sin colaboración humana. Jesús ha expuesto en su programa (las bienaventuranzas) que esta colaboración es indispensable para crear la sociedad humana justa que es el reinado de Dios y la tierra prometida a la que conduce su éxodo.
19. De ahí la necesidad para los discípulos de practicar cada una de las bienaventuranzas antes propuestas. «Esos mandamientos mínimos»: «esos» (toutón) no puede referirse a los de la Ley, no mencionados antes, sino a los expuestos por Jesús, es decir, a las bienaventuranzas, código de la comunidad del reino. Para referirse a los de la Ley -ni la letra ni el acento son mandamientos-, el texto debería decir «sus mandamientos». El nombre «mandamientos» indica precisamente que las bienaventuranzas toman el lugar de los de la antigua Ley. El calificativo «mínimos» corresponde a lo expresado por Jesús en 11,30: «Mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»
Las frases «será llamado mínimo/grande en el reino de Dios» no indican jerarquía en el reino; son expresiones judías que designan la exclusión del reino o la pertenencia a él. La exigencia de Jesús es, por tanto, total; no se puede pertenecer al reino si no sé practican todas y cada una de las bienaventuranzas que tocan al discípulo. Se refiere principalmente a la primera y a la última, que invitan a la opción y a la fidelidad a ella; de éstas nacen la disposición y la actividad en favor de los otros (5,6-9).
Estos «mínimos» o excluidos del reino de Dios reaparecen bajo diversas imágenes en otros pasajes del evangelio: son los falsos profetas (7,15), los árboles dañados que dan fruto dañado (7,17s), los que invocan a Jesús y actúan en su nombre, pero cometen la iniquidad (7,21-23; cf. 13,41), la cizaña en el campo (13,38), los peces que se excluyen (13,48s), el invitado sin traje de fiesta (22,12s). La imagen del árbol (7,17s) los pone en relación con el dicho de Juan Bautista (3,10): son los que no han hecho una verdadera enmienda, los que no han roto con la injusticia del pasado (3,8).
20. Da Jesús la razón de lo que acaba de decir: la fidelidad de los suyos ha de situarse muy por encima de la de los letrados y fariseos. La fidelidad se entiende de modo intensivo y extensivo, en calidad y totalidad. Es insuficiente el legalismo, que se contenta con guardar preceptos; pero el discípulo no puede ser negligente en la práctica de su compromiso. La puerta para «entrar en el reino de Dios» es precisamente la primera bienaventuranza. A ella se refiere, por tanto, esta fidelidad.
Corrige la Ley y su interpretación
(Lc 6,27-36)
vv. 21-37 21Os han enseñado que se mandó a los antiguos: «No matarás (Ex 20,13), y si uno mata será condenado por el tribunal». 22Pues yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será condenado por el tribunal; el que lo insulte será condenado por el Consejo; el que lo llame renegado será condenado al fuego del quemadero.
23En consecuencia, si yendo a presentar tu ofrenda al altar, te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo contra ti, 24deja tu ofrenda allí, ante el altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano; vuelve entonces y presenta tu ofrenda.
25Busca un arreglo con el que te pone pleito, cuanto antes, mientras vais todavía de camino; no sea que te entregue al juez, y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. 26Te aseguro que no saldrás de allí hasta que no pagues el último cuarto.
27Os han enseñado que se mandó: «No cometerás adulterio» (Éx 24,14). 28Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer casada excitando su deseo por ella, ya ha cometido adulterio con ella en su interior.
29Y si tu ojo derecho te pone en peligro, sácatelo y tíralo; más te conviene perder un miembro que ser echado entero en el fuego. 30Y si tu mano derecha te pone en peligro, córtatela y tírala; más te conviene perder un miembro que ir a parar entero al fuego.
31Se mandó también: «El que repudia a su mujer, que le dé acta de divorcio» (Dt 24,1). 32Pues yo os digo: todo el que repudia a su mujer, fuera del caso de unión ilegal, la empuja al adulterio, y el que se case con la repudiada comete adulterio.
33También os han enseñado que se mandó a los antiguos: «No jurarás en falso (Ex 20 7) y cumplirás tus votos al Señor» (Dt 23,22). 34Pues yo os digo que no juréis en absoluto: por el cielo no, porque es el trono de Dios 35por la tierra tampoco, porque es el estrado de sus pies; por Jerusalén tampoco, porque es la ciudad del gran rey 36no jures tampoco por tu cabeza porque no puedes volver blanco ni negro un sólo pelo. 37Que vuestro si sea un sí y vuestro no un no; lo que pasa de ahí es cosa del Malo.
Comienza una sección (5,21-48) en que Jesús ataca la concepción de la Ley mantenida por los letrados, primera de las dos categorías mencionadas en el versículo anterior. Se compone de seis antítesis entre la doctrina que éstos enseñan y las correcciones o aboliciones que hace Jesús. Este no pretende radicalizar la ley de Moisés, sino, frente a ella, sacar las consecuencias que derivan para la conducta de un principio mucho más exigente: el bien del hombre y la creación de una sociedad nueva donde rigen las relaciones humanas propias del amor mutuo. En lugar de casuística. Jesús requiere la limpieza de corazón, la actitud interior de amor a los demás y el trabajo por la paz, manifestación de esa actitud.
La primera antítesis trata del mandamiento «No matarás» (Ex 20,13), «no cometer homicidio», y de la pena que se le asignaba, la condena pronunciada por un tribunal de 23 miembros.
Jesús plantea la exigencia desde otro punto de vista. No basta abstenerse de la acción externa; la actitud interna, estar airado con el hermano, merece ya el juicio. Para el reino se requiere la disposición benévola y favorable a los demás (5,8: «limpios de corazón»). La mala actitud interior se manifiesta en el insulto; en el reino de Dios, el desprecio manifestado es reato que requiere un tribunal más elevado que el mismo homicidio, el Consejo supremo. Cuando el insulto llega a excluir al otro del propio trato («renegado», more, cf. Dt 32,6, donde se aplica al pueblo de hijos degenerados), merece la pena definitiva. «El quemadero», la ge-henna, tomó su nombre del valle Gehinnon, y era el gran quemadero de basuras de Jerusalén; había pasado a ser símbolo del castigo definitivo, concebido como la destrucción por el fuego.
23-24. Pasa Jesús a exponer el lado positivo de la actitud de los que trabajan por la paz. Hay que recomponer la unidad rota por alguna ofensa, y eso tiene prioridad sobre todo acto de culto (cf. 12,7). Inútil acercarse a Dios si existe división.
25. Advierte Jesús sobre las consecuencias para el que está en falta de no reconocerla ni procurar la reconciliación. Cuando no se ataja la discordia, su efecto recaerá sobre el que no ha querido dar el paso para lograr la paz.
27-30. Con el sexto mandamiento, la Ley prohibía la acción externa, el adulterio. Jesús vuelve a insistir en la limpieza de corazón (en su interior = en su corazón). «Mujer» significa «mujer casada». El adulterio es una injusticia y lo mismo el deseo de cometerlo. «El ojo» simboliza el deseo; «la mano», la acción. Ceder al impulso de uno u otra lleva al hombre a la muerte. Hay que eliminar el mal deseo con la pureza del corazón (5,8); la mala acción con la ayuda al prójimo (5,7).
31-32. El repudio, injusticia contra la mujer. No basta el documento legal para justificar la acción. La mujer sigue ligada al marido que abusivamente la despidió. «Fuera del caso de unión ilegal»: el gr. porneia puede significar la inmoralidad en general, la prostitución, la frecuentación de prostitutas (1 Cor 6,18) y la unión entre parientes prohibida por la Ley (Lv 18,6-8; 1 Cor 5,1). En este pasaje hay que optar entre una traducción que atribuya culpa a la mujer (inmoralidad, prostitución) y la de «matrimonio ilegal». La primera (mujer culpable) haría el texto contradictorio.
Hay que optar, por tanto, por la segunda. También el repudio procede del corazón no limpio (cf. 15,19).
33-37. El juramento se practica en la sociedad por la falta de sinceridad entre los hombres. En el reino de Dios, donde la sinceridad es regla (5,8: limpios de corazón), el juramento es super-fluo; es más, sería señal de corrupción en las relaciones humanas.
«El Malo» es Satanás, ya mencionado en las tentaciones (4,8-10). La falta de sinceridad nace de la ambición.
Por lo tanto, el que se exima de uno solo de esos mandamientos mínimos y lo enseñe así a los hombres, será llamado mínimo en el reino de Dios; en cambio, el que los cumpla y enseñe, ése será llamado grande en el reino de Dios; porque os digo que si la fidelidad vuestra no se sitúa muy por encima de la de los letrados y fariseos, no entráis en el reino de Dios.
Jesús quiere deshacer un malentendido y una decepción. Quienes conocen la grandeza de las promesas del AT, que se han traducido en la expectativa mesiánica, pueden sentirse defraudados ante el horizonte que presenta Jesús. Una comunidad de pobres y perseguidos no parece responder a la expectativa de felicidad y prosperidad anunciadas. Jesús afirma que su misión («he venido») no consiste en echar abajo el AT (la Ley ni los Profetas) como promesa del reinado de Dios, sino todo lo contrario: dar cumplimiento a esas promesas.
«Echar abajo»: el verbo gr. kataluó significa «echar abajo, demoler, derribar» un edificio, no abolir una ley; en Mt se usa siempre del templo (24,2; 26,61; 27,40). «La Ley y los Profetas» es un modo de designar el conjunto del AT. El doble complemento excluye también el sentido de «derogar», como si se tratara sólo de preceptos legales. «Dar cumplimiento»: el verbo gr. pterósai es utilizado continuamente por Mt para indicar el cumplimiento de profecías (1,22; 2,15.17.23; 4,14; 8,17; 12,17, etc.). Su relación con «los Profetas» es clara; pero también tiene relación con «la Ley», es decir, con los escritos de Moisés, pues se pensaba que el Mesías había de realizar el éxodo definitivo, del que el realizado por Moisés era sólo tipo. De hecho. Mí considera la Ley y los Profetas como profecía del reinado de Dios (cf. 11,13). La misión de Jesús es positiva, no negativa; viene precisamente a dar cumplimiento a las promesas del reinado de Dios contenidas en el AT.
18. Jesús confirma solemnemente lo dicho («os aseguro»). Todo lo contenido en la Escritura (lit. «la Ley», otro modo de designar el AT, que pone el énfasis en la obra de Moisés) se realizará (gr. genétai), hasta en sus mínimos detalles, antes que desaparezca el mundo visible. No se trata, pues, en el texto de observar una ley, sino de realizar una promesa (cf. 6,10: «realícese en la tierra tu designio del cielo», que equivale a la llegada del reino mencionada inmediatamente antes). El término «la Ley» se refiere en particular al nuevo éxodo y a la entrada en la nueva tierra prometida. El éxodo liberador comienza con la muerte de Jesús y queda abierto para toda la humanidad. No hay lugar, por tanto, a decepción alguna por lo que Jesús ha dicho. El programa propuesto por él es el único eficaz para llevar a cabo el designio de Dios anunciado en el AT. El malentendido que disipa Jesús revelaba una mentalidad particular: la de aquellos que esperaban un reinado de Dios implantado desde arriba, sin colaboración humana. Jesús ha expuesto en su programa (las bienaventuranzas) que esta colaboración es indispensable para crear la sociedad humana justa que es el reinado de Dios y la tierra prometida a la que conduce su éxodo.
19. De ahí la necesidad para los discípulos de practicar cada una de las bienaventuranzas antes propuestas. «Esos mandamientos mínimos»: «esos» (toutón) no puede referirse a los de la Ley, no mencionados antes, sino a los expuestos por Jesús, es decir, a las bienaventuranzas, código de la comunidad del reino. Para referirse a los de la Ley -ni la letra ni el acento son mandamientos-, el texto debería decir «sus mandamientos». El nombre «mandamientos» indica precisamente que las bienaventuranzas toman el lugar de los de la antigua Ley. El calificativo «mínimos» corresponde a lo expresado por Jesús en 11,30: «Mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»
Las frases «será llamado mínimo/grande en el reino de Dios» no indican jerarquía en el reino; son expresiones judías que designan la exclusión del reino o la pertenencia a él. La exigencia de Jesús es, por tanto, total; no se puede pertenecer al reino si no sé practican todas y cada una de las bienaventuranzas que tocan al discípulo. Se refiere principalmente a la primera y a la última, que invitan a la opción y a la fidelidad a ella; de éstas nacen la disposición y la actividad en favor de los otros (5,6-9).
Estos «mínimos» o excluidos del reino de Dios reaparecen bajo diversas imágenes en otros pasajes del evangelio: son los falsos profetas (7,15), los árboles dañados que dan fruto dañado (7,17s), los que invocan a Jesús y actúan en su nombre, pero cometen la iniquidad (7,21-23; cf. 13,41), la cizaña en el campo (13,38), los peces que se excluyen (13,48s), el invitado sin traje de fiesta (22,12s). La imagen del árbol (7,17s) los pone en relación con el dicho de Juan Bautista (3,10): son los que no han hecho una verdadera enmienda, los que no han roto con la injusticia del pasado (3,8).
20. Da Jesús la razón de lo que acaba de decir: la fidelidad de los suyos ha de situarse muy por encima de la de los letrados y fariseos. La fidelidad se entiende de modo intensivo y extensivo, en calidad y totalidad. Es insuficiente el legalismo, que se contenta con guardar preceptos; pero el discípulo no puede ser negligente en la práctica de su compromiso. La puerta para «entrar en el reino de Dios» es precisamente la primera bienaventuranza. A ella se refiere, por tanto, esta fidelidad.
Corrige la Ley y su interpretación
(Lc 6,27-36)
vv. 21-37 21Os han enseñado que se mandó a los antiguos: «No matarás (Ex 20,13), y si uno mata será condenado por el tribunal». 22Pues yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será condenado por el tribunal; el que lo insulte será condenado por el Consejo; el que lo llame renegado será condenado al fuego del quemadero.
23En consecuencia, si yendo a presentar tu ofrenda al altar, te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo contra ti, 24deja tu ofrenda allí, ante el altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano; vuelve entonces y presenta tu ofrenda.
25Busca un arreglo con el que te pone pleito, cuanto antes, mientras vais todavía de camino; no sea que te entregue al juez, y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. 26Te aseguro que no saldrás de allí hasta que no pagues el último cuarto.
27Os han enseñado que se mandó: «No cometerás adulterio» (Éx 24,14). 28Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer casada excitando su deseo por ella, ya ha cometido adulterio con ella en su interior.
29Y si tu ojo derecho te pone en peligro, sácatelo y tíralo; más te conviene perder un miembro que ser echado entero en el fuego. 30Y si tu mano derecha te pone en peligro, córtatela y tírala; más te conviene perder un miembro que ir a parar entero al fuego.
31Se mandó también: «El que repudia a su mujer, que le dé acta de divorcio» (Dt 24,1). 32Pues yo os digo: todo el que repudia a su mujer, fuera del caso de unión ilegal, la empuja al adulterio, y el que se case con la repudiada comete adulterio.
33También os han enseñado que se mandó a los antiguos: «No jurarás en falso (Ex 20 7) y cumplirás tus votos al Señor» (Dt 23,22). 34Pues yo os digo que no juréis en absoluto: por el cielo no, porque es el trono de Dios 35por la tierra tampoco, porque es el estrado de sus pies; por Jerusalén tampoco, porque es la ciudad del gran rey 36no jures tampoco por tu cabeza porque no puedes volver blanco ni negro un sólo pelo. 37Que vuestro si sea un sí y vuestro no un no; lo que pasa de ahí es cosa del Malo.
Comienza una sección (5,21-48) en que Jesús ataca la concepción de la Ley mantenida por los letrados, primera de las dos categorías mencionadas en el versículo anterior. Se compone de seis antítesis entre la doctrina que éstos enseñan y las correcciones o aboliciones que hace Jesús. Este no pretende radicalizar la ley de Moisés, sino, frente a ella, sacar las consecuencias que derivan para la conducta de un principio mucho más exigente: el bien del hombre y la creación de una sociedad nueva donde rigen las relaciones humanas propias del amor mutuo. En lugar de casuística. Jesús requiere la limpieza de corazón, la actitud interior de amor a los demás y el trabajo por la paz, manifestación de esa actitud.
La primera antítesis trata del mandamiento «No matarás» (Ex 20,13), «no cometer homicidio», y de la pena que se le asignaba, la condena pronunciada por un tribunal de 23 miembros.
Jesús plantea la exigencia desde otro punto de vista. No basta abstenerse de la acción externa; la actitud interna, estar airado con el hermano, merece ya el juicio. Para el reino se requiere la disposición benévola y favorable a los demás (5,8: «limpios de corazón»). La mala actitud interior se manifiesta en el insulto; en el reino de Dios, el desprecio manifestado es reato que requiere un tribunal más elevado que el mismo homicidio, el Consejo supremo. Cuando el insulto llega a excluir al otro del propio trato («renegado», more, cf. Dt 32,6, donde se aplica al pueblo de hijos degenerados), merece la pena definitiva. «El quemadero», la ge-henna, tomó su nombre del valle Gehinnon, y era el gran quemadero de basuras de Jerusalén; había pasado a ser símbolo del castigo definitivo, concebido como la destrucción por el fuego.
23-24. Pasa Jesús a exponer el lado positivo de la actitud de los que trabajan por la paz. Hay que recomponer la unidad rota por alguna ofensa, y eso tiene prioridad sobre todo acto de culto (cf. 12,7). Inútil acercarse a Dios si existe división.
25. Advierte Jesús sobre las consecuencias para el que está en falta de no reconocerla ni procurar la reconciliación. Cuando no se ataja la discordia, su efecto recaerá sobre el que no ha querido dar el paso para lograr la paz.
27-30. Con el sexto mandamiento, la Ley prohibía la acción externa, el adulterio. Jesús vuelve a insistir en la limpieza de corazón (en su interior = en su corazón). «Mujer» significa «mujer casada». El adulterio es una injusticia y lo mismo el deseo de cometerlo. «El ojo» simboliza el deseo; «la mano», la acción. Ceder al impulso de uno u otra lleva al hombre a la muerte. Hay que eliminar el mal deseo con la pureza del corazón (5,8); la mala acción con la ayuda al prójimo (5,7).
31-32. El repudio, injusticia contra la mujer. No basta el documento legal para justificar la acción. La mujer sigue ligada al marido que abusivamente la despidió. «Fuera del caso de unión ilegal»: el gr. porneia puede significar la inmoralidad en general, la prostitución, la frecuentación de prostitutas (1 Cor 6,18) y la unión entre parientes prohibida por la Ley (Lv 18,6-8; 1 Cor 5,1). En este pasaje hay que optar entre una traducción que atribuya culpa a la mujer (inmoralidad, prostitución) y la de «matrimonio ilegal». La primera (mujer culpable) haría el texto contradictorio.
Hay que optar, por tanto, por la segunda. También el repudio procede del corazón no limpio (cf. 15,19).
33-37. El juramento se practica en la sociedad por la falta de sinceridad entre los hombres. En el reino de Dios, donde la sinceridad es regla (5,8: limpios de corazón), el juramento es super-fluo; es más, sería señal de corrupción en las relaciones humanas.
«El Malo» es Satanás, ya mencionado en las tentaciones (4,8-10). La falta de sinceridad nace de la ambición.
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