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domingo, 13 de marzo de 2011

I Domingo de Cuaresma (Mt 6, 1-6.16- 18) - Ciclo A: Disponibilidad a Dios



1. Situación

¿Qué nos impide convertirnos a Dios y vivir como cristianos, al estilo de Jesús? Es frecuente sentirse desconcertados ante esta pregunta: Por un lado, no hacemos nada malo (no matamos, no robamos, cumplimos con nuestras obligaciones...); por otro, en cuanto nos detenemos a pensar, ¡nos vemos tan lejos del ideal cristiano de vida! Y sin embargo, ¿qué hacer? Algo nos dice por dentro que añadir prácticas de piedad o de caridad sólo sirve para engañarnos a nosotros mismos.

El domingo de hoy nos coloca ante un símbolo altamente expresivo: el desierto como lugar de prueba.


2. Contemplación

En un momento capital de su vida, cuando ha tomado conciencia de su vocación mesiánica (el bautismo en el Jordán), Jesús se retira al desierto.

El diablo representa el lado seductor de la prueba. Si la tentación se hubiese presentado en forma burda, como afán de dinero, dominio o prestigio... Pero se presentó de forma solapada e indirecta, mediante razones espirituales, para dar gloria a Dios, para realizar el provecto salvador de Dios, como una forma de fidelidad a la propia vocación mesiánica. ¡Qué sutileza en la segunda tentación: la fe en Dios es usada como un modo de controlar el poder de Dios!

Israel (Gén 2-3) ya meditó ampliamente en el Antiguo Testamento sobre el pecado-raíz del hombre. La lucha por el poder entre los sexos, el fratricidio de Caín o la insolidaridad entre los hombres nacían de la profundidad del corazón: la finitud no aceptada, la pretensión de ser como Dios, el deseo megalomaníaco de controlar la existencia.

Pablo, en Rom 5, nos presenta la contraposición entre el viejo Adán, es decir, cada uno de nosotros, cerrados sobre nosotros mismos, y el nuevo Adán, Cristo, que vino a hacerse solidario con todos nosotros, e inauguró con su obediencia al Padre la nueva humanidad.

Mira a Jesús: sus actitudes, dónde fundamenta su vida, cómo Dios tiene primado absoluto en su vida... El te abre el camino de la auténtica conversión.


3. Reflexión

A la luz de la Palabra de Dios, volvemos a la pregunta inicial: ¿Qué nos impide convertirnos? Hemos de buscar la respuesta en aquello que nos resulta más seductor, la tentación de los «buenos».

a) Los que cumplen, pero «sin pasarse», se sienten seducidos por «lo que domina en el mundo, los apetitos desordenados, la codicia de los ojos y la grandeza humana» (1 Jn 2,15).

Cuando eres joven, y seguir el camino cristiano te parece cosa de tontos. Cuando, a los 40, echas en falta cosas no vividas, y lo achacas a tus principios cristianos. Cuando en tu vida aparece una «ocasión que aprovechar» (dinero fácil, subir la escala social usando ciertas influencias, etc.). Cuando te quejas de que la vida a otros les haya ido tan bien.

b) Los que optan decididamente por una vida cristiana coherente, pero no han aprendido a discernir entre sus deseos y los de Dios. No han aprendido porque siempre pusieron por encima de la voluntad de Dios sus propios deseos, eso sí, altamente espirituales y comprometidos.

Cuando se impacientan al ver que el prójimo no cambia como ellos quisieran. Cuando utilizan la Palabra de Dios como arma de influencia ideológica y social. Cuando se dedican a la oración buscando más autoplenitud que aceptación de sus limitaciones. Cuando las opciones de austeridad y pobreza son un modo de controlar la obra de la Gracia. Cuando la solidaridad con los pobres acumula resentimiento contra los ricos.



4. Praxis

Pide a Jesús estos días insistentemente que te dé su Espíritu para identificarte con la actitud que fundamenta sus opciones de vida y desde la que va descubriendo, poco a poco, los caminos de realización de su vocación mesiánica: la obediencia a la voluntad del Padre.

Ahí está el secreto de la verdadera conversión frente a las seducciones de todo tipo, materiales o espirituales.

Pero distingue: No se trata ahora de averiguar qué quiere Dios en concreto de ti (eso lo irás averiguando, como Jesús, a través de los acontecimientos), sino de hacer tuya la actitud de disponibilidad a Dios, de preferir su voluntad a tus deseos y proyectos, incluso los mejor justificados evangélicamente.

Trabaja interiormente por personalizar esa actitud en actos sencillos de confianza y entrega, cuando estás en la cocina, o en la oficina, o en la calle.

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