Publicado por El Blog de X. Pikaza
Es domingo de Ramos (Mc 11, 1-11), entrada de Jesús en Jerusalén, la capital del mundo mesiánico, signo y principio de la nueva humanidad. Millones de personas han soñado, y nosotros seguimos soñando:
¡Qué alegría cuando me dijeron
vamos a la casa/ciudad del Señor!
Ya están pisando nuestros pies,
tus umbrales, Jerusalén
Seguimos caminando, como Jesús y con Jesús hacia la nueva Jerusalén, la patria de nuestra "identidad" y salvación, la ciudad en la que caben todos, plaza de Vída Universal, largos ríos de salvación, como el paraíso del Génesis (Gen) y del Apocalipsis (Ap 21-22).
Jesús hizo el largo recorrido a pie, caminando con los otros galileos (¡todos somos galileos de Jesús!), pero al final pidió un asno prestado para decir a todos que era Rey de un Reino sin armas, sin más dinero que su Amor Herido, sin más tesoros que su Humanidad Regalada, que él quiso compartir con todos, bajando por la cuesta de los Olivos, subiendo hacia la Puerta Hermosa del Oriente del Templo de Dios.
Ayer, introduciendo este post, quise trazar unas comparaciones irónicas e irénicas con otras famosas entradas de obispos y prelados en Bilbao, en Madrid o en Sigüenza. Hoy dejo esa ironía y quiero centrarme en la Entrada de Jesús, que es lo que importa, dejando colgado el mismo comentario bíblico, que era largo, pero pienso que estaba bien trenzado, poniendo como imagen solamente un asno, el Asno de Jesús Crucificado según el grafito antiquísimo del II dC, en el Palatino de Roma, donde hay una inscripción que dice Alexamenos adorando a su Dios.
Ése es quizá el primer signo gráfico cristiano que conocemos, una caricatura satírica del Cristo/Asno y de Alexamenos, su devoto, al que quiere ridiculizar el "grafitero". Algunos enemigos de los cristianos pintaron así Jesús: No entró sobre un asno en Jerusalén, él mismo era el Asno. Ésta fue una pintura (un grafito) de burla y desprecio, pero nosotros queremos tomarla hoy, el día del Asno de Ramos, como signo de gloria .
Éste es el primero de todos los iconos de la Cruz que conocemos, icono de escándalo y burla para muchos, pero revelación de la Gloria de Dios para los cristianos, como dice Pablo en 1 Cor 1. Aquí como en otros muchos casos de la Historia de la Pasión, lo que empieza siendo burla (corona de espinas, manto rojo, desprecio...) se vuelve signo de gloria y de triunfo amoroso para los creyentes. Seguimos llamando a Jesús Cordero de Dios (y nos suena bien). Yo quiero presentarle hoy, amorosamente, como Asno de Dios crucificado.
Entrada en Jerusalén, una historia actual
Jesús vino a proclamar el Reino a Jerusalén, y llegó con lo puesto, sin cartera de cheques, sin ropa de triunfo, sin soldados astutos (como los que había llevado David, su antepasado). Vino a cuerpo, sin libro de cuentas, ni Espada de guerra, andando por todo el camino, como los restantes peregrinos de la vida… Pero quiso avisar que llegaba, y por eso dijo, a dos de sus amigos, que pidieran en la aldea vecina de la ciudad un asno prestado (¡prestado, sólo por un rato!) para decir que venía en son de paz.
Sube a Jerusalén y lo hace entre los peregrinos de Galilea, en medio del entusiasmo y las expectaciones mesiánicas que siempre estuvieron vinculadas con las fiestas de la Pascua de Dios (no a Jesús directamente). Viene como peregrino, con el resto de sus compatriotas de Galilea (que suben por el camino de Jericó) y con el grupo de sus discípulos, para celebrar, en la ciudad de las promesas, el recuerdo básico de la historia de su pueblo. Es tiempo de visita de Dios, y en nombre de Dios viene, realizando su signo como profeta mesiánico.
Quiere hablar con señales más que con palabras. Ha cumplido su misión en Galilea, está culminando su camino y por eso sube para ponerse en manos de las autoridades de su pueblo, pero no de un modo pasivo, sino del más activo, entrando abiertamente en Jerusalén, de manera provocadora, a fin de que se unan a él quienes le aceptan, para instaurar el Reino. Pero los jerarcas de la ciudad conocen su mensaje y sus acciones (cf. Mc 3, 22; 7, 1). Le han ido vigilando y no le aceptarán. Ahora, él viene y se presenta abiertamente, rodeado de discípulos, en medio de los galileos, cuidando y disponiendo los signos que deben realizar, pero la ciudad de Jerusalén no le acoge. Así lo muestra el texto, que divido en dos partes:
MC 11, 1-7. PREPARADME UN BURRO PRESTADO, PUES NO TENGO UNO MÍO
1 Y cuando se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania, junto al monte de los Olivos, envió a dos de sus discípulos 2 con este encargo: Id a la aldea de enfrente. Y en seguida, entrando en ella, encontraréis un asno atado, sobre el que nadie ha montado todavía. Soltadlo y traedlo. 3 Y si alguien os pregunta por qué lo hacéis, le diréis: El Señor lo necesita y en pronto lo devolverá. 4 Los discípulos fueron, encontraron un asno atado junto a la puerta, fuera, en la calle de fuera, y lo soltaron. 5 Algunos de los que estaban allí les preguntaron:¿Por qué desatáis el asno? 6 Los discípulos les contestaron como les había dicho Jesús, y ellos se lo permitieron. 7 Y llevaron el asno a Jesús, y colocaron encima sus mantos y él se sentó sobre él.
Jesús había dicho ya (Mc 8, 31) que el Sanedrín (ancianos, sacerdotes, escribas), le condenaría a muerte y ha vuelto a recordarlo, de un modo solemne, al decir a sus discípulos la forma en que suben a Jerusalén (10, 32-33; cf. 9, 31); pero, como sabe la historia bíblica (y como muestra de un modo especial el libro de Jonás) las “profecías” no se dicen para que se cumplan de un modo fatalista, sino para que abran un camino de transformación. Jesús ha “profetizado” que le matarán, pero no lo ha hecho para que le maten, sino para que sus oyentes se “conviertan”, es decir, para que le reciban y se comprometan con él, para esperar y promover el Reino (evitando así su muerte).
De esa forma viene, preparado para la muerte, pero con deseo de “vivir”, es decir, de instaurar y “recibir” el Reino, pues éste es el momento en el que Dios puede instaurarlo. Viene para anunciar su mensaje y realizar su tarea, pero sin aparato militar que le permita tomar la ciudad, sin autoridad sacerdotal o jurídica para imponer su propuesta, lo que significa que quedará en manos de las autoridades, que son las que decidirán la suerte de su vida (la forma en que ha de llegar el Reino).
No viene para que le maten, sino para que Dios instaure su Reino y así lo dice abiertamente para aquellos que quieran entender su signo, que son los israelitas atentos, en el momento (pascua) y en el lugar (Jerusalén) apropiado para ello. De esa forma entra en la ciudad, en gesto de toma de posesión (¡quiere tomarla en nombre de Dios!) y de entronización regia (¡declara con su signo que el Reino está llegando!). Jesús realiza de esta forma su signo decisivo, una especie de “apuesta”, elevada ante Dios, en el lugar de máxima esperanza y conflicto de este mundo, una acción profética absolutamente seria, aunque quizá teñida de una leve ironía, marcada por el asno, como irá diciendo el texto:
1. Cuando se acercaban a Jerusalén… (11, 1a).
Está culminando su camino y debe preparar y realizar su signo. El relato se abre con la evocación de la ciudad, donde Jesús va a entrar como heredero y portador de las promesas mesiánicas, en nombre de aquellos a quienes ha proclamado el mensaje del Reino. Así llega a la sede del Gran Rey (Sal 48, 3), lugar donde deben cumplirse las palabras que ha venido proclamando en Galilea. Viene a culminar su tarea mesiánica, al final de su camino, y debe prepararlo todo de forma cuidadosa.
2. Por Betfagé y Betania (11, 1b).
No es fácil reconstruir el itinerario, pues Betania, que significa Casa de la Aflicción, a unos tres km del templo, al otro lado del Monte de los Olivos, se encuentra más lejos de Jerusalén, mientras que Betfagé (=Casa de los Higos), una pequeña aldea o asentamiento, junto al Monte de los Olivos, está ya casi tocando el templo (a un km de distancia). Lo lógico hubiera sido que Marcos dijera que pasaron por Betania (lugar de preparación para los peregrinos que venían desde Jericó) y que, al llegar a Betfagé (ya a las puertas de Jerusalén), Jesús hubiera querido arreglar lo del asno (esto es, su entrada en la ciudad). Pero el texto invierte el orden de lugares, y no sabemos totalmente por qué.
3. Junto al Monte de los Olivos (11, 1c).
Ésta es la indicación más importante, pues según Zac 14, 4, Yahvé se manifestará sobre esa “montaña” y la partirá en dos, para que puedan pasar a Jerusalén, en gesto victorioso, los triunfadores mesiánicos. Flavio Josefo recuerda que el año 56 d.C, un judío del origen egipcio y nombre desconocido, subió con abundancia de gente hasta el Monte de los Olivos y anunció allí la caída de las murallas de Jerusalén, pero Félix, gobernador romano, mató a muchos y apresó a otros, aunque parece que el egipcio logró escapar con vida (Ant 20, 8, 6; cf. Bell 11, 13, 5). Jesús quiso entrar por ese monte, pero sin abrirlo en dos y sin preparar desde allí, como el Egipcio, la toma de la ciudad, pues su signo iba a ser un asno.
4. Asno prestado (11, 2-6).
Resulta asombroso el “tiempo” que Marcos dedica a la “preparación del asno”, que dos de sus discípulos van a “pedir en préstamo”. El texto supone que Jesús tiene conocidos en la zona (en el entorno de Betfagé) y que sabe el lugar donde se encuentra el asno, que él quiere que le presten, a la entrada de la aldea, en el amphodos o “camino de circunvalación”. No es un asno suyo, él no lo tiene, viene sin nada a la ciudad de las promesas. Pero tiene amigos que se lo pueden ofrecer por un tiempo. Frente al caballo guerrero de los reyes, Zac 9, 9 había proyectado la figura de un Mesías que cabalga sobre un asno de paz.
5. Un asno “nuevo” (11, 2).
Un rey no podía cabalgar sobre un caballo o un asno que otros hubieran montado. Por eso, los discípulos de Jesús buscan un asno joven, que aún no ha sido “domado” (utilizado), para mostrar así mejor la novedad mesiánica del gesto. Según la tradición israelita, estamos ante un signo de sencillez y concordia, un “caballero” de paz sobre un asno nuevo, que aparece así como distintivo del Mesías (además de Zac 9, 9, cf. Gen 49, 11; Num 19, 2; Dt 21, 3; 1 Sam 6, 7). Jesús, que manda buscar al asno y que dice a sus enviados que respondan a la gente afirmando que “el Señor (kyrios) lo necesita”, está actuando ya como Señor mesiánico.
6. Preparación del asno (11, 7).
Los discípulos cumplen lo que Jesús les pide, para que el Señor (ho kyrios; 11, 3) entre en su ciudad, como rey pacífico, peregrino del Reino de Dios entre los peregrinos galileos, que vienen a Jerusalén por el Monte de los Olivos. Como el asno no tiene arnés, ni aparejos (¡es un asno nuevo, no montado aún por nadie), los discípulos extienden sus propios vestidos (sus mantos) en la grupa del animal, para que así Jesús pueda ir montado con dignidad. Estamos, según eso, ante un asno enjaezado con vestidos humanos.
7. Entronización.
Este pasaje termina diciendo que Jesús “se sentó” (ekathisen), como un rey sobre el trono. No dice que montó o subió (con epibainô) como sería lo normal para el caso de un asno normal, sino que se sentó en el asno convertido en trono de realeza. Quizá está en el fondo la imagen de Salomón entronizado sobre la mula de David, su padre, a quien sucede (cf. 1 Rey 1). Pero Jesús no se monta y se asienta sobre la mula de un rey anterior, sino sobre su asno nuevo (prestado, pues él no lo tiene), como Rey nuevo y definitivo, sobre su trono de gloria.
Dos discípulos han buscado su asno y así se sienta el Señor (Kyrios), como rey mesiánico para entrar en su ciudad, iniciando la procesión regia, la Gran Marcha del Reino. Así viene como Hijo de David, pretendiente mesiánico (como le ha dicho el mendigo ciego de Jericó: 10, 47-48), sin nada propio, ni siquiera un asno, a la vista de todos (en la ciudad de Dios, que es signo de la nueva humanidad, según las promesas proféticas). No viene solo, sino rodeado de discípulos y amigos de Galilea, que suben para la fiesta.
Él mismo ha preparado y trazado su entrada en la ciudad del reino de Dios, pero sus discípulos colaboran en ella y se convierten en actores principales de este gesto mesiánico, tomando en sus manos la iniciativa de los acontecimientos (colocando sus mantos sobre el asno prestado de Jesús, que así entra en la ciudad, sin nada propio, sin más “ejército” real que un asno prestado). Éste parece su momento; es el tiempo de su triunfo. Evidentemente, él no viene para morir (para que le maten), sino para que le reciban, y para que acepten su Reino, aunque sabiendo que pueden matarle, pues él mismo les está provocando.
11, 8-10. MUCHEDUMBRE. BENDITO EL QUE VIENE EN NOMBRE DEL SEÑOR
(a. Gesto) 8 Y muchos tendieron sus mantos por el camino y otros hacían lo mismo con ramas que cortaban en el campo.
(b. Canto) 9 Los que iban delante y detrás gritaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! 10 ¡Bendito el reino que viene, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las Alturas!
(a) Gesto (11, 9).
Jesús llega montado en el asno real (¡un asno prestado), mientras colocan una alfombra de mantos y ramos en el suelo. Entra y cantan las palabras centrales del salmo un procesional que vinculan al Mesías con el templo: ¡Bendito el que viene en nombre del Kyrios...! (11, 9b; cf. Sal 118, 25-26; la referencia al que viene, ho erkhomenos, reasume la promesa del Más Fuerte, que había proclamado Juan Bautista: 1, 7).
Jesús había aparecido como hijo de David misericordioso, abriendo los ojos del ciego del camino (10, 47-48). Desde ese fondo ha de entenderse su entronización y (11, 7) y su entrada en Jerusalén (11, 11), con los gestos y cantos intermedios (11, 8-10). La figura de David, antiguo rey militar, conquistador armado de Jerusalén (2 Sam 5, 6-16), se ha proyectado y se ha invertido ahora, de un modo radical, en este Jesús, que viene pacíficamente, montado sobre un asno, cumpliendo las promesas mesiánicas de David, nuestro padre.
David había conquistado la ciudad en otro tiempo, con astucia armada (2 Sam 5, 6-10), para apoderarse de ella y reinar desde allí sobre el conjunto de Israel, con medio militares. Jesús, en cambio, no necesita “tomarla” con armas y soldados, sino que viene y entra en ella como un peregrino mesiánico, para celebrar allí la fiesta de Pascua. Llega “pacíficamente”, pero montado sobre un “trono” de asno, con el deseo de provocar un cambio radical de la ciudad, no para tomar el poder, sino para convertirlo en servicio mesiánico.
Evidentemente, Jesús quiere que llegue el reino y hace todo lo posible para que llegue, actuando en nombre de Dios, sin tomar el poder en un sentido militar o político. Pero sus discípulos no le “entienden”, sino que le acompañan con otras esperanzas e intenciones, formando un cortejo pascual, como otros grupos de peregrinos, con el deseo (con la esperanza) de tomar la ciudad en sentido político.
Ésta es la ocasión para el triunfo de los discípulos, que bajan del Monte de los Olivos e inician el ascenso final hacia la explanada del templo, rodeando al asno regio de Jesús. Son como los héroes de un triunfo esperado, y Jesús les deja hacer. Ellos, discípulos y gente, se han unido en gloria popular por un momento y piensan que Jesús, ahora, por fin, va a instaurar el Reino de Dios.
Parece que se ha impuesto por último la idea de una estrategia mesiánica, ante los ojos de todos, en Jerusalén. Jesús había pedido sin cesar silencio, que no se supiera que era el Cristo. Pues bien, ahora quiere mostrarse abiertamente como iniciador del Reino, aunque en radical pobreza (con un simple asno prestado, sin ejército ni cortejo real). Por fin, Roca (cf. 8, 32) y los Zebedeos (cf. 10, 35-37) pueden pensar que ha llegado su hora, el momento del triunfo. Los discípulos del Hijo del hombre han conseguido que la gente se congregue, que despierte el entusiasmo mesiánico latente, que se exprese y cante, acompañando a Jesús, en proclama de reino. Discípulos y gente de Galilea, que llegan a la fiesta, se han unido y miran a Jesús como alguien que viene en nombre del Señor (es decir, de Dios).
De esa forma parecen vincularse al fin las estrategias de los discípulos y del pueblo que viene con ellos y con Jesús a Jerusalén, buscando la culminación del mesianismo sobre el gran teatro de Jerusalén, cuando se acercan las fiestas de la pascua. Jesús permite: ha iniciado el gesto y deja que los otros lo sigan, introduciéndose de esa forma en una especie de liturgia mesiánica, que definirá todo lo que sigue (la reacción de las autoridades, el abandono de los discípulos, la muerte de Jesús). De todas formas, es evidente que Jesús y sus discípulos entienden el Reino de manera diferente. Sea como fuere, en gesto misterioso, por un momento, Jesús les deja hacer: ante las puertas de Jerusalén llega el cortejo mesiánico de paz, rodeando a un hombre sentado sobre un asno. Parece claro que, en principio, Pilato no ha visto peligro en esa gente.
b. Canto (11, 9-10).
El signo del asno y la colocación de una alfombra de ramas (de campo) y de mantos (de calle) aparece acompañado por cantos rituales. Tampoco este signo parece en principio “peligroso”. Otros grupos de galileos entraban también en la ciudad del templo, con ocasión de las fiestas, bulliciosos y cantando los “salmos graduales” o de ascenso de los peregrinos (cf. Sal 129-133). Estos peregrinos que acompañan a Jesús pueden ser como otros que suben a la fiesta, año tras año, pero las palabras que ellos dicen pueden recibir un sentido especial en este contexto de entrada de Jesús y sirven para mostrar su identidad, como portador de un Reino de abundancia para todos, y en especial, para los pobres y excluidos, en cuyo nombre sube a la ciudad, como si todos subieran con él, en cientos y miles de asnos mesiánicos de paz:
a: Hosanna.
Ésta es una palabra de oración, dirigida a Dios, a quien se pide que nos salve (¡sálvanos ahora, sálvanos por favor!: cf. Sal 118, 25). Es una aclamación con sentido polivalente, que puede entenderse en clave política, social y/o religiosa, como dirigida a Dios (o quizá ya aquí a Jesús). Sólo el contexto permitirá discernir su sentido. Sea como fuere, estos peregrinos de Jesús piden a Dios que les salve, en oración de llamada y esperanza israelita, o se lo piden al mismo Jesús, diciéndoles: ¡Sálvanos ya, por favor! (¡libéranos de los romanos, danos la paz!
b: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
Llega a Jerusalén, culminando el camino que había iniciado en la región de Cesárea de Filipo (8, 31). Viene en nombre del Señor, es decir, del Kyrios Yahvé, como su representante sobre el mundo, para realizar la obra mesiánica en la ciudad de las promesas, siguiendo el texto del salmo anterior (cf. Sal 118, 26). El tiempo de peregrinación y búsqueda culmina, pues Jesús viene en nombre de Dios, de manera que los peregrinos el bendicen a él, como si fuera Dios, después de haberle pedido que les salve.
b’: ¡Bendito el reino de Padre David que viene!
Esta segunda bendición, paralela a la primera, presenta ya a Jesús (al menos implícitamente) como portador del reino de David. De esa manera, los peregrinos cantores asocian a Jesús con el reino del padre David. Saben que ha llegado el tiempo, se ha cumplido el plazo; pero sólo Dios conoce cuándo y cómo culminará. Conforme a una imagen de Gen 49, 10-11, Jesús aparece como portador del Reino de David (cf. Sal Sal 17), que los peregrinos de pascua están esperando. Resulta clara la petición, la esperanza del Reino. Queda por definir cómo será ese Reino, tanto desde la perspectiva de Jerusalén (todo depende de cómo reciba a Jesús), como desde la perspectiva del mensaje de Jesús (como se mostrará de un modo especial en 12, 35-37, que trata de la relación de Jesús con David).
a': Hosanna en la Alturas (= en Dios).
El primer Hosanna (a) podía referirse a esta tierra. Este segundo (a’) nos eleva hacia el plano de Dios, como indicando que el mesianismo de Jesús y el reino que viene no se pueden manipular con medios e intereses de tipo político-militar. De esa manera se vincula lo que está sucediendo en Jerusalén con lo que sucede en Dios (es decir, con la misma realidad de Dios). Eso no significa abandonar la “salvación” en esta tierra (en este mundo), sino vincularla con la salvación y plenitud de Dios, en las alturas (así en la tierra como en el cielo).
Toda la escena, condensada en las palabras del himno, aparece como profecía. Jesús ha iniciado su gesto, pero después ha dejado que la muchedumbre actúe. Él no dice en ese momento nada, pero el sentido del canto de los peregrinos (y la relación de Jesús con “nuestro padre” David) se irá desvelando a través de su gesto en el templo (11, 12-26) y de la reacción posterior de las autoridades de Israel y de Roma que, por ahora, aparecen calladas, dejando que el profeta galileo se defina y manifieste su postura. Se abre la expectativita mesiánica; queda la escena en suspense; sólo el despliegue ulterior podrá aclararla.
No está en juego ninguna visión genérica de Dios, como ser espiritual, bueno y excelso (en el que todos pueden concordar), pues (como veremos) lo que aquí se decide es el valor de de la ciudad y del templo (entendido como casa de Dios que convoca a los hombres) y el sentido del reino, interpretado como estructura social que les vincula en fraternidad y sencillez (desde el asno). Jesús ha iniciado la trama: ha ofrecido abiertamente su propuesta: no viene a oscuras, como bandolero; no se esconde y engaña como un conspirador. A plena luz, ante los ojos de todos, sin nada que esconder, ha entrado en la ciudad donde se anudan las historias y esperanzas del pueblo, rodeado por un grupo de discípulos y de peregrinos de Galilea, que están dispuestos a defender. Pero, como seguiremos viendo, la ciudad en cuanto tal no le recibe, no se suma a su movimiento.
− Jesús expresa, por fin, su intención, aunque de un modo profético, velado y fuerte. Por eso decide entrar en la ciudad de una manera solemne, en medio del gentío, de los gritos y anhelos de reino de los peregrinos. No está sólo, no va con soldados, ni con sus discípulos estrictos, sino que avanza con los peregrinos que suben a la fiesta, que para él será la última, la fiesta definitiva del Reino de Dios. Conforme a su estrategia, él introduce su mensaje en la alegría popular de pascua. No se cierra en un grupito, no se aísla, no se esconde. Abiertamente, en medio de la multitud, sube en un asno, como rey de un reino no violento, sin armas, sin defensas militares, a la gran ciudad de las promesas y poderes fácticos del mundo.
− Discípulos y pueblo (de Galilea) le acompañan o, mejor dicho, se sienten protagonistas mesiánicos de la fiesta de Jesús, que es la fiesta del conjunto de Israel, en la que se vincula la “nueva pascua” (nuevo paso liberador de Dios) con la figura del David y de su reino. Muchos de los que van con Jesús esperan quizá todavía la llegada mágica del Reino, un triunfo mesiánico externo de Jesús y de los suyos. En este momento resulta difícil distinguir las perspectivas, saber lo que Dios hará, lo que ellos han de hacer. Posiblemente, muchos han logrado entender los aspectos peculiares de la misión, le siguen en el fondo confundidos. El pueblo se deja entusiasmar: es evidente que vibra con la música y gesto de triunfo mesiánico que envuelve a la figura de Jesús, que sube a Jerusalén sobre un asno de rey, cumpliendo así una antigua profecía de Zac 9, 9. Pero tampoco Jesús puede decir lo que vendrá, pues siguen abiertos los caminos de Dios y de los hombres.
− Jerusalén. Marcos da a entender que las autoridades callan y el pueblo de Jerusalén en cuanto tal se inhibe. Es como si Jerusalén estuviera desierta de sacerdotes y escribas, de ancianos y procuradores romanos. Ha entrado Jesús, y nadie ha respondido. Ciertamente, nadie le ha detenido en la puerta para apresarle, en contra de lo que podía suponerse desde 8, 31; 9, 31; 10, 33-34, pero tampoco nadie ha salido a recibirle y sumarse a su movimiento de Reino. Es como si hubiera un gran silencio, una gran incertidumbre. Este silencio de los poderosos (y del conjunto de la ciudad) se eleva como un presagio fatal ante la entrada de Jesús.
De esa forma ha presentado Marcos la gran trama. Mientras los peregrinos galileos cantan bendiciendo al que viene en nombre de Dios (¡son benditos los que suben a la fiesta, y de un modo especial Jesús!: cf. Sal 118, 25-26), anunciando a la ciudad el Reino que llega, la ciudad, con los sacerdotes y escribas, vigila y calla. Por su parte, Jesús parece silencioso. Él ha dirigido la trama, pero da la impresión de que deja que los otros hagan, que responden a su llamada. Ha sembrado el Reino de Dios, ha proclamado su llegada en la Ciudad de Dios. Tiene que esperar las reacciones del pueblo y de las autoridades.
¡Qué alegría cuando me dijeron
vamos a la casa/ciudad del Señor!
Ya están pisando nuestros pies,
tus umbrales, Jerusalén
Seguimos caminando, como Jesús y con Jesús hacia la nueva Jerusalén, la patria de nuestra "identidad" y salvación, la ciudad en la que caben todos, plaza de Vída Universal, largos ríos de salvación, como el paraíso del Génesis (Gen) y del Apocalipsis (Ap 21-22).
Jesús hizo el largo recorrido a pie, caminando con los otros galileos (¡todos somos galileos de Jesús!), pero al final pidió un asno prestado para decir a todos que era Rey de un Reino sin armas, sin más dinero que su Amor Herido, sin más tesoros que su Humanidad Regalada, que él quiso compartir con todos, bajando por la cuesta de los Olivos, subiendo hacia la Puerta Hermosa del Oriente del Templo de Dios.
Ayer, introduciendo este post, quise trazar unas comparaciones irónicas e irénicas con otras famosas entradas de obispos y prelados en Bilbao, en Madrid o en Sigüenza. Hoy dejo esa ironía y quiero centrarme en la Entrada de Jesús, que es lo que importa, dejando colgado el mismo comentario bíblico, que era largo, pero pienso que estaba bien trenzado, poniendo como imagen solamente un asno, el Asno de Jesús Crucificado según el grafito antiquísimo del II dC, en el Palatino de Roma, donde hay una inscripción que dice Alexamenos adorando a su Dios.
Ése es quizá el primer signo gráfico cristiano que conocemos, una caricatura satírica del Cristo/Asno y de Alexamenos, su devoto, al que quiere ridiculizar el "grafitero". Algunos enemigos de los cristianos pintaron así Jesús: No entró sobre un asno en Jerusalén, él mismo era el Asno. Ésta fue una pintura (un grafito) de burla y desprecio, pero nosotros queremos tomarla hoy, el día del Asno de Ramos, como signo de gloria .
Éste es el primero de todos los iconos de la Cruz que conocemos, icono de escándalo y burla para muchos, pero revelación de la Gloria de Dios para los cristianos, como dice Pablo en 1 Cor 1. Aquí como en otros muchos casos de la Historia de la Pasión, lo que empieza siendo burla (corona de espinas, manto rojo, desprecio...) se vuelve signo de gloria y de triunfo amoroso para los creyentes. Seguimos llamando a Jesús Cordero de Dios (y nos suena bien). Yo quiero presentarle hoy, amorosamente, como Asno de Dios crucificado.
Entrada en Jerusalén, una historia actual
Jesús vino a proclamar el Reino a Jerusalén, y llegó con lo puesto, sin cartera de cheques, sin ropa de triunfo, sin soldados astutos (como los que había llevado David, su antepasado). Vino a cuerpo, sin libro de cuentas, ni Espada de guerra, andando por todo el camino, como los restantes peregrinos de la vida… Pero quiso avisar que llegaba, y por eso dijo, a dos de sus amigos, que pidieran en la aldea vecina de la ciudad un asno prestado (¡prestado, sólo por un rato!) para decir que venía en son de paz.
Sube a Jerusalén y lo hace entre los peregrinos de Galilea, en medio del entusiasmo y las expectaciones mesiánicas que siempre estuvieron vinculadas con las fiestas de la Pascua de Dios (no a Jesús directamente). Viene como peregrino, con el resto de sus compatriotas de Galilea (que suben por el camino de Jericó) y con el grupo de sus discípulos, para celebrar, en la ciudad de las promesas, el recuerdo básico de la historia de su pueblo. Es tiempo de visita de Dios, y en nombre de Dios viene, realizando su signo como profeta mesiánico.
Quiere hablar con señales más que con palabras. Ha cumplido su misión en Galilea, está culminando su camino y por eso sube para ponerse en manos de las autoridades de su pueblo, pero no de un modo pasivo, sino del más activo, entrando abiertamente en Jerusalén, de manera provocadora, a fin de que se unan a él quienes le aceptan, para instaurar el Reino. Pero los jerarcas de la ciudad conocen su mensaje y sus acciones (cf. Mc 3, 22; 7, 1). Le han ido vigilando y no le aceptarán. Ahora, él viene y se presenta abiertamente, rodeado de discípulos, en medio de los galileos, cuidando y disponiendo los signos que deben realizar, pero la ciudad de Jerusalén no le acoge. Así lo muestra el texto, que divido en dos partes:
MC 11, 1-7. PREPARADME UN BURRO PRESTADO, PUES NO TENGO UNO MÍO
1 Y cuando se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania, junto al monte de los Olivos, envió a dos de sus discípulos 2 con este encargo: Id a la aldea de enfrente. Y en seguida, entrando en ella, encontraréis un asno atado, sobre el que nadie ha montado todavía. Soltadlo y traedlo. 3 Y si alguien os pregunta por qué lo hacéis, le diréis: El Señor lo necesita y en pronto lo devolverá. 4 Los discípulos fueron, encontraron un asno atado junto a la puerta, fuera, en la calle de fuera, y lo soltaron. 5 Algunos de los que estaban allí les preguntaron:¿Por qué desatáis el asno? 6 Los discípulos les contestaron como les había dicho Jesús, y ellos se lo permitieron. 7 Y llevaron el asno a Jesús, y colocaron encima sus mantos y él se sentó sobre él.
Jesús había dicho ya (Mc 8, 31) que el Sanedrín (ancianos, sacerdotes, escribas), le condenaría a muerte y ha vuelto a recordarlo, de un modo solemne, al decir a sus discípulos la forma en que suben a Jerusalén (10, 32-33; cf. 9, 31); pero, como sabe la historia bíblica (y como muestra de un modo especial el libro de Jonás) las “profecías” no se dicen para que se cumplan de un modo fatalista, sino para que abran un camino de transformación. Jesús ha “profetizado” que le matarán, pero no lo ha hecho para que le maten, sino para que sus oyentes se “conviertan”, es decir, para que le reciban y se comprometan con él, para esperar y promover el Reino (evitando así su muerte).
De esa forma viene, preparado para la muerte, pero con deseo de “vivir”, es decir, de instaurar y “recibir” el Reino, pues éste es el momento en el que Dios puede instaurarlo. Viene para anunciar su mensaje y realizar su tarea, pero sin aparato militar que le permita tomar la ciudad, sin autoridad sacerdotal o jurídica para imponer su propuesta, lo que significa que quedará en manos de las autoridades, que son las que decidirán la suerte de su vida (la forma en que ha de llegar el Reino).
No viene para que le maten, sino para que Dios instaure su Reino y así lo dice abiertamente para aquellos que quieran entender su signo, que son los israelitas atentos, en el momento (pascua) y en el lugar (Jerusalén) apropiado para ello. De esa forma entra en la ciudad, en gesto de toma de posesión (¡quiere tomarla en nombre de Dios!) y de entronización regia (¡declara con su signo que el Reino está llegando!). Jesús realiza de esta forma su signo decisivo, una especie de “apuesta”, elevada ante Dios, en el lugar de máxima esperanza y conflicto de este mundo, una acción profética absolutamente seria, aunque quizá teñida de una leve ironía, marcada por el asno, como irá diciendo el texto:
1. Cuando se acercaban a Jerusalén… (11, 1a).
Está culminando su camino y debe preparar y realizar su signo. El relato se abre con la evocación de la ciudad, donde Jesús va a entrar como heredero y portador de las promesas mesiánicas, en nombre de aquellos a quienes ha proclamado el mensaje del Reino. Así llega a la sede del Gran Rey (Sal 48, 3), lugar donde deben cumplirse las palabras que ha venido proclamando en Galilea. Viene a culminar su tarea mesiánica, al final de su camino, y debe prepararlo todo de forma cuidadosa.
2. Por Betfagé y Betania (11, 1b).
No es fácil reconstruir el itinerario, pues Betania, que significa Casa de la Aflicción, a unos tres km del templo, al otro lado del Monte de los Olivos, se encuentra más lejos de Jerusalén, mientras que Betfagé (=Casa de los Higos), una pequeña aldea o asentamiento, junto al Monte de los Olivos, está ya casi tocando el templo (a un km de distancia). Lo lógico hubiera sido que Marcos dijera que pasaron por Betania (lugar de preparación para los peregrinos que venían desde Jericó) y que, al llegar a Betfagé (ya a las puertas de Jerusalén), Jesús hubiera querido arreglar lo del asno (esto es, su entrada en la ciudad). Pero el texto invierte el orden de lugares, y no sabemos totalmente por qué.
3. Junto al Monte de los Olivos (11, 1c).
Ésta es la indicación más importante, pues según Zac 14, 4, Yahvé se manifestará sobre esa “montaña” y la partirá en dos, para que puedan pasar a Jerusalén, en gesto victorioso, los triunfadores mesiánicos. Flavio Josefo recuerda que el año 56 d.C, un judío del origen egipcio y nombre desconocido, subió con abundancia de gente hasta el Monte de los Olivos y anunció allí la caída de las murallas de Jerusalén, pero Félix, gobernador romano, mató a muchos y apresó a otros, aunque parece que el egipcio logró escapar con vida (Ant 20, 8, 6; cf. Bell 11, 13, 5). Jesús quiso entrar por ese monte, pero sin abrirlo en dos y sin preparar desde allí, como el Egipcio, la toma de la ciudad, pues su signo iba a ser un asno.
4. Asno prestado (11, 2-6).
Resulta asombroso el “tiempo” que Marcos dedica a la “preparación del asno”, que dos de sus discípulos van a “pedir en préstamo”. El texto supone que Jesús tiene conocidos en la zona (en el entorno de Betfagé) y que sabe el lugar donde se encuentra el asno, que él quiere que le presten, a la entrada de la aldea, en el amphodos o “camino de circunvalación”. No es un asno suyo, él no lo tiene, viene sin nada a la ciudad de las promesas. Pero tiene amigos que se lo pueden ofrecer por un tiempo. Frente al caballo guerrero de los reyes, Zac 9, 9 había proyectado la figura de un Mesías que cabalga sobre un asno de paz.
5. Un asno “nuevo” (11, 2).
Un rey no podía cabalgar sobre un caballo o un asno que otros hubieran montado. Por eso, los discípulos de Jesús buscan un asno joven, que aún no ha sido “domado” (utilizado), para mostrar así mejor la novedad mesiánica del gesto. Según la tradición israelita, estamos ante un signo de sencillez y concordia, un “caballero” de paz sobre un asno nuevo, que aparece así como distintivo del Mesías (además de Zac 9, 9, cf. Gen 49, 11; Num 19, 2; Dt 21, 3; 1 Sam 6, 7). Jesús, que manda buscar al asno y que dice a sus enviados que respondan a la gente afirmando que “el Señor (kyrios) lo necesita”, está actuando ya como Señor mesiánico.
6. Preparación del asno (11, 7).
Los discípulos cumplen lo que Jesús les pide, para que el Señor (ho kyrios; 11, 3) entre en su ciudad, como rey pacífico, peregrino del Reino de Dios entre los peregrinos galileos, que vienen a Jerusalén por el Monte de los Olivos. Como el asno no tiene arnés, ni aparejos (¡es un asno nuevo, no montado aún por nadie), los discípulos extienden sus propios vestidos (sus mantos) en la grupa del animal, para que así Jesús pueda ir montado con dignidad. Estamos, según eso, ante un asno enjaezado con vestidos humanos.
7. Entronización.
Este pasaje termina diciendo que Jesús “se sentó” (ekathisen), como un rey sobre el trono. No dice que montó o subió (con epibainô) como sería lo normal para el caso de un asno normal, sino que se sentó en el asno convertido en trono de realeza. Quizá está en el fondo la imagen de Salomón entronizado sobre la mula de David, su padre, a quien sucede (cf. 1 Rey 1). Pero Jesús no se monta y se asienta sobre la mula de un rey anterior, sino sobre su asno nuevo (prestado, pues él no lo tiene), como Rey nuevo y definitivo, sobre su trono de gloria.
Dos discípulos han buscado su asno y así se sienta el Señor (Kyrios), como rey mesiánico para entrar en su ciudad, iniciando la procesión regia, la Gran Marcha del Reino. Así viene como Hijo de David, pretendiente mesiánico (como le ha dicho el mendigo ciego de Jericó: 10, 47-48), sin nada propio, ni siquiera un asno, a la vista de todos (en la ciudad de Dios, que es signo de la nueva humanidad, según las promesas proféticas). No viene solo, sino rodeado de discípulos y amigos de Galilea, que suben para la fiesta.
Él mismo ha preparado y trazado su entrada en la ciudad del reino de Dios, pero sus discípulos colaboran en ella y se convierten en actores principales de este gesto mesiánico, tomando en sus manos la iniciativa de los acontecimientos (colocando sus mantos sobre el asno prestado de Jesús, que así entra en la ciudad, sin nada propio, sin más “ejército” real que un asno prestado). Éste parece su momento; es el tiempo de su triunfo. Evidentemente, él no viene para morir (para que le maten), sino para que le reciban, y para que acepten su Reino, aunque sabiendo que pueden matarle, pues él mismo les está provocando.
11, 8-10. MUCHEDUMBRE. BENDITO EL QUE VIENE EN NOMBRE DEL SEÑOR
(a. Gesto) 8 Y muchos tendieron sus mantos por el camino y otros hacían lo mismo con ramas que cortaban en el campo.
(b. Canto) 9 Los que iban delante y detrás gritaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! 10 ¡Bendito el reino que viene, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las Alturas!
(a) Gesto (11, 9).
Jesús llega montado en el asno real (¡un asno prestado), mientras colocan una alfombra de mantos y ramos en el suelo. Entra y cantan las palabras centrales del salmo un procesional que vinculan al Mesías con el templo: ¡Bendito el que viene en nombre del Kyrios...! (11, 9b; cf. Sal 118, 25-26; la referencia al que viene, ho erkhomenos, reasume la promesa del Más Fuerte, que había proclamado Juan Bautista: 1, 7).
Jesús había aparecido como hijo de David misericordioso, abriendo los ojos del ciego del camino (10, 47-48). Desde ese fondo ha de entenderse su entronización y (11, 7) y su entrada en Jerusalén (11, 11), con los gestos y cantos intermedios (11, 8-10). La figura de David, antiguo rey militar, conquistador armado de Jerusalén (2 Sam 5, 6-16), se ha proyectado y se ha invertido ahora, de un modo radical, en este Jesús, que viene pacíficamente, montado sobre un asno, cumpliendo las promesas mesiánicas de David, nuestro padre.
David había conquistado la ciudad en otro tiempo, con astucia armada (2 Sam 5, 6-10), para apoderarse de ella y reinar desde allí sobre el conjunto de Israel, con medio militares. Jesús, en cambio, no necesita “tomarla” con armas y soldados, sino que viene y entra en ella como un peregrino mesiánico, para celebrar allí la fiesta de Pascua. Llega “pacíficamente”, pero montado sobre un “trono” de asno, con el deseo de provocar un cambio radical de la ciudad, no para tomar el poder, sino para convertirlo en servicio mesiánico.
Evidentemente, Jesús quiere que llegue el reino y hace todo lo posible para que llegue, actuando en nombre de Dios, sin tomar el poder en un sentido militar o político. Pero sus discípulos no le “entienden”, sino que le acompañan con otras esperanzas e intenciones, formando un cortejo pascual, como otros grupos de peregrinos, con el deseo (con la esperanza) de tomar la ciudad en sentido político.
Ésta es la ocasión para el triunfo de los discípulos, que bajan del Monte de los Olivos e inician el ascenso final hacia la explanada del templo, rodeando al asno regio de Jesús. Son como los héroes de un triunfo esperado, y Jesús les deja hacer. Ellos, discípulos y gente, se han unido en gloria popular por un momento y piensan que Jesús, ahora, por fin, va a instaurar el Reino de Dios.
Parece que se ha impuesto por último la idea de una estrategia mesiánica, ante los ojos de todos, en Jerusalén. Jesús había pedido sin cesar silencio, que no se supiera que era el Cristo. Pues bien, ahora quiere mostrarse abiertamente como iniciador del Reino, aunque en radical pobreza (con un simple asno prestado, sin ejército ni cortejo real). Por fin, Roca (cf. 8, 32) y los Zebedeos (cf. 10, 35-37) pueden pensar que ha llegado su hora, el momento del triunfo. Los discípulos del Hijo del hombre han conseguido que la gente se congregue, que despierte el entusiasmo mesiánico latente, que se exprese y cante, acompañando a Jesús, en proclama de reino. Discípulos y gente de Galilea, que llegan a la fiesta, se han unido y miran a Jesús como alguien que viene en nombre del Señor (es decir, de Dios).
De esa forma parecen vincularse al fin las estrategias de los discípulos y del pueblo que viene con ellos y con Jesús a Jerusalén, buscando la culminación del mesianismo sobre el gran teatro de Jerusalén, cuando se acercan las fiestas de la pascua. Jesús permite: ha iniciado el gesto y deja que los otros lo sigan, introduciéndose de esa forma en una especie de liturgia mesiánica, que definirá todo lo que sigue (la reacción de las autoridades, el abandono de los discípulos, la muerte de Jesús). De todas formas, es evidente que Jesús y sus discípulos entienden el Reino de manera diferente. Sea como fuere, en gesto misterioso, por un momento, Jesús les deja hacer: ante las puertas de Jerusalén llega el cortejo mesiánico de paz, rodeando a un hombre sentado sobre un asno. Parece claro que, en principio, Pilato no ha visto peligro en esa gente.
b. Canto (11, 9-10).
El signo del asno y la colocación de una alfombra de ramas (de campo) y de mantos (de calle) aparece acompañado por cantos rituales. Tampoco este signo parece en principio “peligroso”. Otros grupos de galileos entraban también en la ciudad del templo, con ocasión de las fiestas, bulliciosos y cantando los “salmos graduales” o de ascenso de los peregrinos (cf. Sal 129-133). Estos peregrinos que acompañan a Jesús pueden ser como otros que suben a la fiesta, año tras año, pero las palabras que ellos dicen pueden recibir un sentido especial en este contexto de entrada de Jesús y sirven para mostrar su identidad, como portador de un Reino de abundancia para todos, y en especial, para los pobres y excluidos, en cuyo nombre sube a la ciudad, como si todos subieran con él, en cientos y miles de asnos mesiánicos de paz:
a: Hosanna.
Ésta es una palabra de oración, dirigida a Dios, a quien se pide que nos salve (¡sálvanos ahora, sálvanos por favor!: cf. Sal 118, 25). Es una aclamación con sentido polivalente, que puede entenderse en clave política, social y/o religiosa, como dirigida a Dios (o quizá ya aquí a Jesús). Sólo el contexto permitirá discernir su sentido. Sea como fuere, estos peregrinos de Jesús piden a Dios que les salve, en oración de llamada y esperanza israelita, o se lo piden al mismo Jesús, diciéndoles: ¡Sálvanos ya, por favor! (¡libéranos de los romanos, danos la paz!
b: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
Llega a Jerusalén, culminando el camino que había iniciado en la región de Cesárea de Filipo (8, 31). Viene en nombre del Señor, es decir, del Kyrios Yahvé, como su representante sobre el mundo, para realizar la obra mesiánica en la ciudad de las promesas, siguiendo el texto del salmo anterior (cf. Sal 118, 26). El tiempo de peregrinación y búsqueda culmina, pues Jesús viene en nombre de Dios, de manera que los peregrinos el bendicen a él, como si fuera Dios, después de haberle pedido que les salve.
b’: ¡Bendito el reino de Padre David que viene!
Esta segunda bendición, paralela a la primera, presenta ya a Jesús (al menos implícitamente) como portador del reino de David. De esa manera, los peregrinos cantores asocian a Jesús con el reino del padre David. Saben que ha llegado el tiempo, se ha cumplido el plazo; pero sólo Dios conoce cuándo y cómo culminará. Conforme a una imagen de Gen 49, 10-11, Jesús aparece como portador del Reino de David (cf. Sal Sal 17), que los peregrinos de pascua están esperando. Resulta clara la petición, la esperanza del Reino. Queda por definir cómo será ese Reino, tanto desde la perspectiva de Jerusalén (todo depende de cómo reciba a Jesús), como desde la perspectiva del mensaje de Jesús (como se mostrará de un modo especial en 12, 35-37, que trata de la relación de Jesús con David).
a': Hosanna en la Alturas (= en Dios).
El primer Hosanna (a) podía referirse a esta tierra. Este segundo (a’) nos eleva hacia el plano de Dios, como indicando que el mesianismo de Jesús y el reino que viene no se pueden manipular con medios e intereses de tipo político-militar. De esa manera se vincula lo que está sucediendo en Jerusalén con lo que sucede en Dios (es decir, con la misma realidad de Dios). Eso no significa abandonar la “salvación” en esta tierra (en este mundo), sino vincularla con la salvación y plenitud de Dios, en las alturas (así en la tierra como en el cielo).
Toda la escena, condensada en las palabras del himno, aparece como profecía. Jesús ha iniciado su gesto, pero después ha dejado que la muchedumbre actúe. Él no dice en ese momento nada, pero el sentido del canto de los peregrinos (y la relación de Jesús con “nuestro padre” David) se irá desvelando a través de su gesto en el templo (11, 12-26) y de la reacción posterior de las autoridades de Israel y de Roma que, por ahora, aparecen calladas, dejando que el profeta galileo se defina y manifieste su postura. Se abre la expectativita mesiánica; queda la escena en suspense; sólo el despliegue ulterior podrá aclararla.
No está en juego ninguna visión genérica de Dios, como ser espiritual, bueno y excelso (en el que todos pueden concordar), pues (como veremos) lo que aquí se decide es el valor de de la ciudad y del templo (entendido como casa de Dios que convoca a los hombres) y el sentido del reino, interpretado como estructura social que les vincula en fraternidad y sencillez (desde el asno). Jesús ha iniciado la trama: ha ofrecido abiertamente su propuesta: no viene a oscuras, como bandolero; no se esconde y engaña como un conspirador. A plena luz, ante los ojos de todos, sin nada que esconder, ha entrado en la ciudad donde se anudan las historias y esperanzas del pueblo, rodeado por un grupo de discípulos y de peregrinos de Galilea, que están dispuestos a defender. Pero, como seguiremos viendo, la ciudad en cuanto tal no le recibe, no se suma a su movimiento.
− Jesús expresa, por fin, su intención, aunque de un modo profético, velado y fuerte. Por eso decide entrar en la ciudad de una manera solemne, en medio del gentío, de los gritos y anhelos de reino de los peregrinos. No está sólo, no va con soldados, ni con sus discípulos estrictos, sino que avanza con los peregrinos que suben a la fiesta, que para él será la última, la fiesta definitiva del Reino de Dios. Conforme a su estrategia, él introduce su mensaje en la alegría popular de pascua. No se cierra en un grupito, no se aísla, no se esconde. Abiertamente, en medio de la multitud, sube en un asno, como rey de un reino no violento, sin armas, sin defensas militares, a la gran ciudad de las promesas y poderes fácticos del mundo.
− Discípulos y pueblo (de Galilea) le acompañan o, mejor dicho, se sienten protagonistas mesiánicos de la fiesta de Jesús, que es la fiesta del conjunto de Israel, en la que se vincula la “nueva pascua” (nuevo paso liberador de Dios) con la figura del David y de su reino. Muchos de los que van con Jesús esperan quizá todavía la llegada mágica del Reino, un triunfo mesiánico externo de Jesús y de los suyos. En este momento resulta difícil distinguir las perspectivas, saber lo que Dios hará, lo que ellos han de hacer. Posiblemente, muchos han logrado entender los aspectos peculiares de la misión, le siguen en el fondo confundidos. El pueblo se deja entusiasmar: es evidente que vibra con la música y gesto de triunfo mesiánico que envuelve a la figura de Jesús, que sube a Jerusalén sobre un asno de rey, cumpliendo así una antigua profecía de Zac 9, 9. Pero tampoco Jesús puede decir lo que vendrá, pues siguen abiertos los caminos de Dios y de los hombres.
− Jerusalén. Marcos da a entender que las autoridades callan y el pueblo de Jerusalén en cuanto tal se inhibe. Es como si Jerusalén estuviera desierta de sacerdotes y escribas, de ancianos y procuradores romanos. Ha entrado Jesús, y nadie ha respondido. Ciertamente, nadie le ha detenido en la puerta para apresarle, en contra de lo que podía suponerse desde 8, 31; 9, 31; 10, 33-34, pero tampoco nadie ha salido a recibirle y sumarse a su movimiento de Reino. Es como si hubiera un gran silencio, una gran incertidumbre. Este silencio de los poderosos (y del conjunto de la ciudad) se eleva como un presagio fatal ante la entrada de Jesús.
De esa forma ha presentado Marcos la gran trama. Mientras los peregrinos galileos cantan bendiciendo al que viene en nombre de Dios (¡son benditos los que suben a la fiesta, y de un modo especial Jesús!: cf. Sal 118, 25-26), anunciando a la ciudad el Reino que llega, la ciudad, con los sacerdotes y escribas, vigila y calla. Por su parte, Jesús parece silencioso. Él ha dirigido la trama, pero da la impresión de que deja que los otros hagan, que responden a su llamada. Ha sembrado el Reino de Dios, ha proclamado su llegada en la Ciudad de Dios. Tiene que esperar las reacciones del pueblo y de las autoridades.
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