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martes, 23 de diciembre de 2008

Natividad del Señor - (Juan 1, 1-18)

Publicado por Fundación Epsilón

vv. 1-18. Introducción (1-2). El término griego logos sintetiza dos conceptos del AT: el de palabra/potencia creadora (Gn 1) y el de sabiduría crea­dora (Prov 8,22-24.27; Eclo 1,1.4-6.9; Sab 8,4; 9;1.9; Sal 104,24). El logos o Palabra formula el proyecto de Dios (sabiduría), que existe antes de la creación y la guía, y, en cuanto potencia, lo realiza. En v. 1, la Palabra representa el proyecto formulado, cuyo contenido está expre­sado en lc: la Palabra era Dios o, ateniéndonos al significado de la Pa­labra en este pasaje: un Dios era el proyecto. Éste consistía, por tanto, en que el hombre tuviese la condición divina, que fuese igual a Dios. El proyecto es la palabra divina absoluta y relativiza todas las demás pala­bras, en particular, las de la antigua Ley: a las diez palabras (decálogo) se opone la única palabra que las sustituye. Paralelamente, todos los ideales humanos propuestos en la antigua alianza quedan superados al conocerse en Jesús el verdadero proyecto de Dios sobre el hombre. Este proyecto, concebido en la mente divina, es personificado por Jn, quien lo presenta como el interlocutor de Dios. Expresa con esta espe­cie de soliloquio divino (el proyecto se dirigía/interpelaba a Dios) una urgencia: la del amor de Dios por realizarlo.

La antigua humanidad. El rechazo del proyecto de Dios (3-10). Existe la actividad creadora del proyecto/palabra; que se traduce en co­municar la vida que contiene. Vida (= plenitud de vida), se opone a la existencia que no merece ese nombre; la plenitud de vida es la luz, la verdad del hombre (4). Consecuencia: no existe una verdad anterior a la vida ni independiente de ella: no hay más verdad que el esplendor de la vida misma; la aspiración a la vida plena guía al hombre, y la experien­cia de ella le va descubriendo la verdad. Es decir, la verdad es la vida misma en cuanto se puede conocer, experimentar y formular. Donde hay vida, hay verdad; donde no hay vida, no hay verdad.

La luz/vida tiene un enemigo, la tiniebla, que pretende extinguir la luz (5). Es una entidad activa y maléfica: a la luz/ vida se opone la ti­niebla/muerte. La tiniebla aparece después de la luz (no como en Gn 1); es decir, la aspiración a la vida es componente del ser -del hombre, por ser la vida el contenido del proyecto creador, del que el hombre es resultado. La tiniebla no se opone a la vida en sí misma, sino a la luz/verdad, a la vida en cuanto puede ser conocida. Es una antiverdad, una falsa ideología (8,44: la mentira) que, al ser aceptada, ciega al hom­bre, impidiéndole conocer el proyecto creador, expresión del amor de Dios por él, y sofocando su aspiración a la plenitud.

A pesar del esfuerzo por extinguirla, la vida/luz sirve de orientación y de meta a la humanidad. El hombre puede comprender qué significa una vida plenamente humana y a ella ha aspirado siempre, aun cuando por culpa de otros hombres tuviera que vivir sometido a una condición inhumana. Los dominados por la tiniebla son muertos en vida.

En medio de la antigua humanidad y de la dialéctica luz/tiniebla se presenta Juan (6-8), mensajero enviado por Dios para dar testimonio a los hombres acerca de la luz/vida, avivando la percepción de su existen­cia y el deseo de alcanzarla; de rechazo, denuncia la tiniebla y su activi­dad. Su bautismo simbolizará la ruptura con la tiniebla.

La luz verdadera (9) se opone a las luces falsas o parciales, cuyo prototipo había sido la Ley (Sal 119,105; Sab 18,4; Eclo 45,17 LXX). La luz no sólo brilla (1,5), sino que ilumina, llega y pretende comuni­carle a todo hombre: a pesar de las tinieblas y de las falsas luces, -el hombre podía experimentar el anhelo de vida; la plenitud contenida en el proyecto creador se le presentaba siempre como ideal y meta. Su an­helo de vida y de plenitud era criterio para distinguir entre luces verda­deras y falsas. Pero la humanidad no reconoce el proyecto ni hace caso de la interpelación (10); aunque le era connatural, lo rechazó y con ello rechazó la vida. Dominada por las ideologías contrarias a la vida (la ti­niebla/muerte), se negó a responder al ideal al que estaba destinada por la creación misma. Tal era su situación hasta la llegada histórica de la Palabra: la ideología/tiniebla represora de la vida le quitaba hasta el de­seo de la propia plenitud.

Centro del prologo El proyecto creador realizado en la historia (11-13). En paralelo con la llegada de Juan Bautista esta la de Jesús El es el Hombre Dios (3) el proyecto realizado la palabra creadora la vida y la luz (8 12 9 5) Su presencia histórica se verifico en su propio pueblo (su casa), pero aquel pueblo no lo acepto (11) Fracaso de la antigua alianza, que debía haber preparado a Israel para este momento. Se ha interpuesto la tiniebla, es decir, la ideología mantenida por la institución judía la absolutización de la Ley y los principios nacionalistas (12,34 40) En su nombre se condenara a Jesús (19 7)

Hay quienes lo aceptan (12), sobre todo fuera de su pueblo, liberándose del :dominio de la tiniebla Ser hijo se demuestra con el modo de obrar. La capacidad de ser hijos de Dios se confiere con el nacer de Dios hacerse hijo indica el crecimiento fruto de una actividad semejante a- la de Dios mismo Dios no anula al hombre sino que- colabora con él. La actividad del cristiano no es la de Dios en el hombre, sino la de Dios con el hombre Aceptar a Jesús consiste en darle la adhesión personal en su calidad de proyecto realizado y en aceptar la vida que comunica en cuanto palabra creadora No pide Jn la adhesión a una ideología ni a una verdad revelada sino a la persona de Jesús, modelo y dador- de vida que Dios ofrece a la humanidad

La capacidad de hacerse hijos de Dios supone un nuevo nacimiento Este, que- se identifica con la recepción del Espíritu (3 5) procede de la muerte de Jesús (sangre derramada) del propósito de su actividad histórica («carne»), de su propósito personal («varón») pero no en cuanto meros hechos humanos sino en cuanto en ellos se expresa y se hace eficaz la Palabra/Proyecto que es Dios (1,1) (13) Esta calidad/nombre de Jesús (12) es la que percibe el que le mantiene su adhe­sión.

La nueva humanidad (14-17). La comunidad (nosotros) que ha aceptado a Jesús habla de la llegada de éste en términos de experiencia, la propia de los que lo han aceptado y, con ello, han nacido de Dios.

El proyecto divino, la plenitud de vida, se ha realizado en un hom­bre sujeto a la muerte (hombre/carne) (14). Por vez primera aparece la meta de la creación: el Hombre-Dios. Su presencia se interpreta en clave de éxodo, es decir, de liberación de toda esclavitud: acampar hace alusión a la antigua Tienda del Encuentro, morada de Dios entre los is­raelitas durante su peregrinación por el desierto (Ex 33,7-10). En el nuevo éxodo, el lugar donde Dios habita es un hombre, Jesús. La gloria era el resplandor de la presencia divina, que, durante el éxodo de Israel, aparecía en particular sobre el santuario (Ex 40,34-38). Para la nueva humanidad en camino, la presencia activa de Dios resplandece en el hombre Jesús. No hay distancia entre Dios y los hombres; en Jesús, su presencia es inmediata para todos.

El hijo único es el heredero universal del Padre y todo lo que éste tiene le pertenece; el Padre le comunica su misma gloria, haciendo al Hijo igual a él. Su gloria es su plenitud de amor y lealtad (cf. Éx 34,6): amor gratuito y generoso que se traduce en don/entrega y que no se desmiente ni falla nunca (lealtad). Como la luz es el resplandor de la vida, la gloria es el resplandor del amor leal. Si la vida es un dinamismo, su actividad es el amor: vivir es amar y amar es comunicar vida (14).

La comunidad narra el testimonio de Juan (15), que ve confirmado por su propia experiencia. Jesús llega después de Juan, pero se pone de­lante de él. La comunidad narra el testimonio de Juan, que ve confir­mado por su propia experiencia. La Palabra/Sabiduría, ahora realizada en Jesús, estaba presente en el mundo desde el principio de la humani­dad (1,4: «la luz del hombre») y es la misma que existía ya «al principio» (1,1). Juan resume aquí, en sentido inverso, las tres etapas de la Palabra/proyecto: su existencia antes de la creación (existía primero que yo), su presencia en la humanidad (estaba ya presente antes que yo), su realización histórica en Jesús (el que llega detrás de mí).

Al nuevo éxodo y a la nueva alianza se invita a la humanidad entera. No desembocan, por tanto, en la formación de un nuevo pueblo, sino en la de una nueva humanidad. La comunidad tiene conciencia de per­tenecer a ella.

Lo específico cristiano (todos nosotros) es la experiencia y participa­ción del amor-vida que está en Jesús (16). El Hijo, heredero universal (14), hace a los suyos partícipes de su misma herencia. La prueba palpa­ble de la realidad y de la acción de Jesús es el amor que existe en la co­munidad; se muestra en una actividad como la suya, que lleva a realizar el designio divino, es decir, a trabajar por la plenitud humana.

La nueva comunidad humana existe en virtud de la nueva y directa relación del hombre con Dios (nueva alianza), inaugurada y hecha posi­ble por Jesús (17). La antigua relación, mediada por la Ley mosaica, ha caducado. Gracias a la obra de Jesús pueden existir en los hombres el amor y la lealtad propios de Dios mismo (14); con ello culmina la obra creadora de Dios y se establece la nueva relación/alianza. La Ley era exterior, el amor es interior y transforma al hombre, haciéndose consti­tutivo de su ser Jr 31,31-34; Ex 36,25-28). El código externo pierde su validez y su razón de existir.

Colofón (18). Moisés y todos los intermediarios de la antigua alianza habían tenido sólo un conocimiento mediato de Dios (Éx 33,20-23). Por eso la Ley no consiguió reflejar la realidad de Dios. Todas las ex­plicaciones de Dios dadas antes de Jesús eran parciales o falsas; el AT era sólo anuncio, preparación o figura del tiempo del Mesías.

La teología del hombre-imagen de Dios queda superada; el proyecto creador sólo llega a su término con el Hombre-Hijo, a quien el Padre comunica su propia vida/amor. Unicamente Jesús, el Hijo único/amado, que tiene la condición divina, puede expresar lo que Dios es: el Padre que está total e incondicionalmente en favor del hombre, el que; por amor, le comunica su propia vida. Jesús lo explica con su persona y ac­tividad. El es el punto de partida, el único dato de experiencia al al­cance del hombre para conocer al verdadero Dios. Toda idea de Dios que no corresponda a lo que es Jesús es un invento humano sin valor. Jesús es, de modo inseparable, la verdad del hombre y la verdad de Dios: manifiesta lo que es el hombre por ser la realización plena del proyecto creador, el modelo de Hombre; manifiesta lo que es Dios ha­ciendo presente y visible el amor incondicional del Padre, al entregar su vida para dar vida a los hombres.

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