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viernes, 17 de abril de 2009

II Domingo de Pascua - Ciclo B (Jn 20,19-31): JESUCRISTO: ¡PRESENTE!



Sigue sonando, en lo más hondo de nuestras entrañas, el triple aleluya de la Pascua. No es para menos, la presencia del Señor resucitado, hace que creamos que nuestra vida está llamada a un fin totalmente distinto: ya no conoce ocaso. Lo último, en todo caso, es Dios y, Dios, nos da una continuidad eterna.

1.- Llamea alumbrando el cirio pascual. El Señor estará para siempre en medio de nosotros. No existirá la oscuridad. La luz, ante tanta sombra que nos acecha, tiene un nombre: Jesucristo resucitado.

Llueve, con el frescor del Espíritu, sobre nuestras cabezas el agua purificadora de la Pascua. Al igual que aquel pueblo israelita, también nosotros hemos pasado del dominio de muchos faraones (dinero, poder, frialdad, arrogancia, esclavitud…) al encuentro con el Señor que nos lava en su Espíritu y nos hace acreedores de una nueva patria. Dignos de una liberación total.

Pero ¿merece la pena vivir si no hay paz? ¿Sirven de algo tantas luces artificiales en el mundo si, luego, falla la fraternidad? ¿No estamos, a veces, supeditados a movernos en una constante violencia y acostumbrándonos a convivir con ella?

2.- Viene el Señor, con la misma fuerza con que lo hizo en el día de la Pascua, y nos pregona lo que en el mundo hace falta: ¡Paz a vosotros! Pero la paz no es aquella que proclamamos con lazos y pancartas. No es la paz del fruto de acuerdos internacionales o personales. La paz que nos trae Jesús, es El mismo. Es la vida interior. Es el convencimiento, firme y sólido, de que la paz es resultado de la verdad, del buen comportamiento, de la sed de justicia. El camino, para llegar a la paz, no son las armas, las grandes potencias ni las rúbricas que, en muchos momentos, son simples y eventuales escenas políticas.

La paz irrumpirá cuando, lejos de poner a Cristo en la tangente de todo lo habido y por haber, lo coloquemos en el lugar que le corresponde: en nuestro día a día. En nuestro pensamiento y en nuestro quehacer o en nuestras decisiones.

3.- La presencia del Señor cambia todo de color. Y, el tono de la Pascua, es precisamente LA VIDA. Una vida que está por encima de intereses partidistas o personales. Una vida, la de Cristo, que se nos da y se alimenta en la Eucaristía dominical. Una vida que, cuando está sustentada en Cristo, hace que compartamos bienes, sentimientos y hasta las mismas ideas sin temor a la contienda.

Segundo domingo de la Pascua. Es el momento de retratarnos ante la cámara fotográfica de Jesús de Nazaret: ¿Pensamos y sentimos lo mismo? ¿Ponemos algo de lo nuestro en común? ¿Estamos apegados al “dios tener”? ¿Damos testimonio de nuestra fe? ¿Se nota la alegría de ser cristianos? ¿Somos valientes a la hora de defender la paz y la vida de los demás? ¿Amamos a Dios sobre todo? ¿Somos creyentes o simplemente religiosos? ¿Exigimos demasiado a Dios sobre su presencia en el mundo?

4.- Si, hermanos, estos interrogantes y muchos más que podríamos hacernos en nuestra comunidad cristiana, son distintos perfiles de ese retrato que –como cristianos- todos hemos de tener encima de la mesa de nuestra vida cristiana.

Que Jesús, resucitado y siempre presente en nuestras reuniones, sea el motor de nuestra felicidad, de nuestra ofrenda personal y de todo lo que somos.

Aleluya, aleluya ¡Jesús, presente!

5.- DAME DE TU PAZ, SEÑOR

Aquella que viene del cielo, que es azul y sólida
que me recuerda que es posible un orden nuevo
con unas metas y miras más altas.

DAME DE TU PAZ, SEÑOR

La que nace de un costado
que, traspasado por una lanza,
me enseña que –la paz- es consecuencia
de una vida entregada, con renuncias,
con valor y con un corazón regalándose

DAME DE TU PAZ, SEÑOR

La paz que, en manos traspasadas por clavos,
me insinúa que, la fraternidad,
sólo será posible cuando existan brazos abiertos
ojos que miren con mirada de hermanos
con pisadas que ayuden e indiquen el camino
a la gente que se encuentra perdida.

DAME DE TU PAZ, SEÑOR

No me des la paz que anuncia la televisión
No me des la paz que se confunde con una tregua
No me des la paz en la que siempre pierden los mismos
No me des la paz que orquesta el mundo.

Yo, Señor, quiero tu paz:
La paz que respeta a todos
La paz que nace desde lo más profundo del cielo
La paz que es consecuencia del amor
La paz que es fuente del calor del corazón
La paz que es alegría de tu ser resucitado

DAME DE TU PAZ, SEÑOR

Esa paz que, todavía, muchos no conocen
Esa paz que, algunos, no desean porque les viene grande
Esa paz que, por ser celestial, sólo la puedes ofrecer Tú
desde la cruz y por tu Resurrección

DAME DE TU PAZ, SEÑOR

Tan diferente de la que ofrecen los pacifistas
Tan gigante que deja diminuta a la de la tierra
Tan inalcanzable que sólo Tú la puedes ofrecer
Tan duradera que sólo Dios la puede firmar
Tan necesaria que, por nosotros mismos,
nunca la podremos conquistar

DAME DE TU PAZ, SEÑOR

Y, si no puedes dármela Señor,
reina en mis entrañas
Vive en mi corazón y….sé que entonces
yo seré artífice de tu paz.

Amén.

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