«Bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».
El Señor glorificado da a la Iglesia la orden de bautizar a todos los hombres que pueda bajo el signo de la Trinidad de Dios. El bautismo cristiano es designado a menudo también como la marca de un sello; el bautizado debe saber a quién pertenece y según qué vida y qué ejemplo ha de conducirse. La Trinidad divina no es para nosotros simplemente un misterio impenetrable (como se la presenta a menudo), es más bien la forma en que Dios ha querido darse a conocer al mundo y especialmente a nosotros los cristianos: El es nuestro Padre que nos ha amado tanto que entregó a su Hijo por nosotros y además nos dio su Espíritu para que pudiéramos conocer a Dios como el amor ilimitado. ¿Quién -se pregunta Pablo- conoce la intimidad de Dios? Sólo su propio Espíritu. Pero es precisamente este Espíritu el que El ha puesto en nuestros corazones: «Así conocemos a fondo los dones que Dios nos ha hecho» (1 Co 2,12). Si se conoce la verdad cristiana, es absolutamente falso decir que el hombre es incapaz de conocer a Dios. Dios no sólo nos ha hecho conocer su existencia (de la que tiene un presentimiento todo hombre que ve que las cosas del mundo no se han hecho a sí mismas), sino que nos ha proporcionado también una idea de su esencia íntima. Esto es lo que la Iglesia debe anunciar a «todos los pueblos».
«Que somos hijos de Dios».
La segunda lectura nos dice que la Iglesia transmite a los creyentes y bautizados no solamente esa visión de la interioridad de Dios, por así decirlo, desde fuera, sino que nos permite penetrar en su vida íntima como amor. La lectura comienza con el Espíritu Santo que nos ha sido dado y que nos muestra, si lo aceptamos, que somos en Jesucristo «hijos de Dios» Padre: para esto hemos sido creados (Ef 1,4-12). Y como en Cristo «se esconden todos los tesoros del saber y del conocer» (Col 2,3), los cristianos nos convertimos en «coherederos» de todas esas riquezas, que no son tesoros terrenales sino los tesoros del amor eterno, que son los auténticos tesoros a los que el hombre aspira porque sabe que los bienes terrenales son efímeros y la polilla los echa pronto a perder. La esencia de Dios que el propio Dios nos revela como el amor infinito siempre nuevo y nunca aburrido es mucho más de lo que el anhelo humano más exigente puede desear para sí.
«¿Algún Dios intentó jamas... ?».
Ya en la Antigua Alianza, dice la primera lectura, Israel quedó deslumbrado por el gran amor que Dios le dispensó. Israel sabía que no hay nada en ninguna de las religiones del mundo que sea comparable a este amor. Se nos invita a experimentar esto nosotros mismos: «Pregunta, desde un extremo a otro del cielo», si hay algo comparable a este amor que Dios ha demostrado al hombre. Esto adquiere todo su sentido cuando Dios culmina su alianza pactada con Israel en la vida, muerte y resurrección de Cristo, desvelándonos así totalmente la gloria de su amor; cuando el velo que cubría todavía el Antiguo Testamento se quita y nosotros «con la cara descubierta reflejamos la gloria del Señor» y nos vamos «transformando» cada vez más profundamente en esa gloria del amor (cfr. 2 Co 3,18).
RECURSOS PARA LA HOMILÍA
Nexo entre las lecturas
Deuteronomio: ¿Se ha oído algo semejante? Reconoce hay un único Dios. Afirmación clave. Dios se revela a sí mismo. El predicador habla de la vocación eterna de Israel. La puerta hacia el futuro está en la fidelidad a la alianza. La revelación. Dios se revela como palabra de misericordia salmo. En la carta a los romanos se habla del espíritu que hemos recibido: Dios es Padre: herederos de Dios y coherederos con Cristo.
Evangelio: bautizar en el nombre de la trinidad. Enseñar. Yo estoy con vosotros.
La Iglesia nos propone la contemplación del misterio trinitario. Misterio que excede nuestras fuerzas humanas, pero al que podemos acercarnos con humildad para ser iluminados y fortalecidos en nuestra vocación cristiana. La primera lectura del libro del Deuteronomio expone la revelación de Dios uno. No hay Dios fuera de él. Los ídolos de los pueblos circunvecinos son nada. Por eso, nada más grande que ser fiel a la alianza que ese Dios único ha pactado con su pueblo (1L). En la segunda lectura, Pablo se detiene a considerar nuestra condición de Hijos de Dios, de modo que verdaderamente podemos llamar a Dios Padre. Así, el Dios uno, se revela en su Palabra como misericordia, benevolencia ante los hombres. Hemos recibido el Espíritu de Dios (2L). Finalmente el evangelio nos propone las palabras de Cristo al despedirse definitivamente de sus discípulos. Éstos deberán bautizar en el nombre de la Trinidad y enseñar todo lo que Cristo, revelación del amor del Padre, les ha enseñado (Ev). Este domingo nos invita, pues, a entrar en la verdad íntima de Dios, no tanto por las disquisiciones filosóficas o teológicas, sino por medio de la Escritura y de la realidad del amor de Dios que se difunde en nuestros corazones .
Mensaje doctrinal
1. Dios es uno. El texto del Deuteronomio es una afirmación explícita del Dios único y verdadero. El autor no trata aquí de hacer teología o una especulación abstracta, sino más bien exhorta al pueblo a creer en Dios y ser fiel a su alianza. Las pruebas de que Dios es el único Señor son palpables: el Señor se ha revelado en el monte Horeb (Sinaí), en medio de una grandiosa teofanía; Él ha liberado a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Lo hizo con mano poderosa. El escritor se dirige a Israel como si fuera una persona y lo interpela: “mira que no se ha oído desde la creación del mundo que un pueblo haya oído lo que tú has oído; que haya recibido la revelación que tú has recibido” Y ¿cuál es ésta revelación tan solemnemente anunciada?: que Dios es uno. No hay dioses fuera de Dios. Dios es único y verdadero. Esto hay que reconocerlo en el corazón. Es la verdad central del Antiguo Testamento. Puesto que Dios es uno y Señor de todas las cosas, nada vale tanto como ser fiel a la Alianza que el ha pactado con su pueblo.
El Símbolo de Nicea-Constantinopla inicia con estas palabras: “Creo en un sólo Dios”. La confesión de la unicidad de Dios, que tiene su raíz en la Revelación Divina en la Antigua Alianza, es inseparable de la confesión de la existencia de Dios y asimismo también fundamental. Dios es Único: no hay más que un solo Dios: "La fe cristiana confiesa que hay un solo Dios, por naturaleza, por sustancia y por esencia" (Catecismo de la Iglesia Católica n.200)
2. Dios es trino. Dios es misericordia. La confesión de la Trinidad es el misterio central de la fe cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la "jerarquía de las verdades de fe". "Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos".
Dios que nos había hablado antes por muchos modos por medio de los profetas, nos ha hablado ahora por medio de su Hijo único (Cf. Hb 1,1). Jesucristo es la revelación del misterio de Dios. Él nos confirma que Dios es “el único Señor” al que debemos amar con todo el corazón, cono toda la mente y con todas las fuerzas. Pero Cristo, plenitud de la revelación, también nos deja entender que Él mismo es “el Señor”. “Me llamáis el Señor, y es verdad” (Cf. Jn 13,13). En realidad, confesar que Jesús es “Señor” es lo propio de la fe cristiana. Esto no es contrario a la fe en el único Dios. Por eso, aquí nos encontramos ante el misterio: Dios es uno y, a la vez, Dios es trino. Una sola naturaleza, tres personas distintas. Creer en el Espíritu Santo como “Señor y dador de vida” no introduce ninguna división en el Dios único. En efecto, nos dice el concilio de Letrán: “Creemos firmemente y afirmamos sin ambages que hay un solo verdadero Dios, inmenso e inmutable, incomprensible, todopoderoso e inefable, Padre, Hijo y Espíritu Santo: Tres Personas, pero una Esencia, una Sustancia o Naturaleza absolutamente simple. [Concilio de Letrán IV ].
En la liturgia de este día Dios se revela como único y, al mismo tiempo, como Padre de misericordia que ha puesto en nosotros el Espíritu de su Hijo. Es decir, se revela como trinidad. La economía de la redención nos muestra el vértice más alto de la revelación de Dios. Dios Padre de misericordia, se compadece de sus criaturas y las llama a una intimidad inimaginable para el hombre: llegar a formar parte de la familia de Dios. No hemos recibido un espíritu de esclavitud para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos que nos hace clamar Abba! (Padre). Así pues, somos con toda verdad “hijos de Dios”, somos “herederos de Dios” de sus bienes, de su amor y misericordia. Co-herederos con Cristo. ¿Habremos meditado en toda profundidad lo que esto significa en la vida del hombre, en la vida de cada uno de nosotros. El Dios de majestad, creador de cielo y tierra, omnisciente, omnipotente, trascendente, se inclina a la tierra (Cf. Salmo 144). Dios envía a su propio Hijo a revelar plenamente su amor y concedernos la filiación adoptiva. Por Cristo, con Él y en Él tenemos acceso al Padre y nos convertimos en templos de la Trinidad Santísima. Si bien, por una parte, el misterio de la Trinidad escapa a nuestra comprensión humana, por otra parte, la realidad de este misterio es de tal suavidad y de tales consecuencias para nuestra pobre existencia que casi es imposible creerlo. «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él.
Sugerencias pastorales
1. La experiencia de Dios. En el sentir popular la santidad se ve como algo reservado para algunos privilegiados. Sin embargo, la Palabra de Dios nos dice algo diferente: Dios llama a la santidad a todos los fieles; los llama a una intimidad particular. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. ¡Cuánto bien podemos hacernos a nosotros mismos y a las almas que se nos han encomendado, pensando que Dios me llama a una profunda amistad! ¡Dios desea que yo sea su amigo! Se trata de hacer experiencia del amor de Dios. No de un amor de poesía o irreal, sino un amor actual, concreto, hecho obras. Un amor que se experimenta en la vida diaria, en el sufrimiento, en la entrega al prójimo, en los momentos más obscuros de la vida. El alma que se siente siempre acompañada de Dios, puede sufrir, pero nunca caerá en la desesperanza o en el abandono. Invitemos a nuestros fieles a hacer la “experiencia de Dios”, a darse cuenta de que realmente, cuando están en gracia, son templos de la Trinidad Santísima y Dios mora en su corazón.
El Señor glorificado da a la Iglesia la orden de bautizar a todos los hombres que pueda bajo el signo de la Trinidad de Dios. El bautismo cristiano es designado a menudo también como la marca de un sello; el bautizado debe saber a quién pertenece y según qué vida y qué ejemplo ha de conducirse. La Trinidad divina no es para nosotros simplemente un misterio impenetrable (como se la presenta a menudo), es más bien la forma en que Dios ha querido darse a conocer al mundo y especialmente a nosotros los cristianos: El es nuestro Padre que nos ha amado tanto que entregó a su Hijo por nosotros y además nos dio su Espíritu para que pudiéramos conocer a Dios como el amor ilimitado. ¿Quién -se pregunta Pablo- conoce la intimidad de Dios? Sólo su propio Espíritu. Pero es precisamente este Espíritu el que El ha puesto en nuestros corazones: «Así conocemos a fondo los dones que Dios nos ha hecho» (1 Co 2,12). Si se conoce la verdad cristiana, es absolutamente falso decir que el hombre es incapaz de conocer a Dios. Dios no sólo nos ha hecho conocer su existencia (de la que tiene un presentimiento todo hombre que ve que las cosas del mundo no se han hecho a sí mismas), sino que nos ha proporcionado también una idea de su esencia íntima. Esto es lo que la Iglesia debe anunciar a «todos los pueblos».
«Que somos hijos de Dios».
La segunda lectura nos dice que la Iglesia transmite a los creyentes y bautizados no solamente esa visión de la interioridad de Dios, por así decirlo, desde fuera, sino que nos permite penetrar en su vida íntima como amor. La lectura comienza con el Espíritu Santo que nos ha sido dado y que nos muestra, si lo aceptamos, que somos en Jesucristo «hijos de Dios» Padre: para esto hemos sido creados (Ef 1,4-12). Y como en Cristo «se esconden todos los tesoros del saber y del conocer» (Col 2,3), los cristianos nos convertimos en «coherederos» de todas esas riquezas, que no son tesoros terrenales sino los tesoros del amor eterno, que son los auténticos tesoros a los que el hombre aspira porque sabe que los bienes terrenales son efímeros y la polilla los echa pronto a perder. La esencia de Dios que el propio Dios nos revela como el amor infinito siempre nuevo y nunca aburrido es mucho más de lo que el anhelo humano más exigente puede desear para sí.
«¿Algún Dios intentó jamas... ?».
Ya en la Antigua Alianza, dice la primera lectura, Israel quedó deslumbrado por el gran amor que Dios le dispensó. Israel sabía que no hay nada en ninguna de las religiones del mundo que sea comparable a este amor. Se nos invita a experimentar esto nosotros mismos: «Pregunta, desde un extremo a otro del cielo», si hay algo comparable a este amor que Dios ha demostrado al hombre. Esto adquiere todo su sentido cuando Dios culmina su alianza pactada con Israel en la vida, muerte y resurrección de Cristo, desvelándonos así totalmente la gloria de su amor; cuando el velo que cubría todavía el Antiguo Testamento se quita y nosotros «con la cara descubierta reflejamos la gloria del Señor» y nos vamos «transformando» cada vez más profundamente en esa gloria del amor (cfr. 2 Co 3,18).
RECURSOS PARA LA HOMILÍA
Nexo entre las lecturas
Deuteronomio: ¿Se ha oído algo semejante? Reconoce hay un único Dios. Afirmación clave. Dios se revela a sí mismo. El predicador habla de la vocación eterna de Israel. La puerta hacia el futuro está en la fidelidad a la alianza. La revelación. Dios se revela como palabra de misericordia salmo. En la carta a los romanos se habla del espíritu que hemos recibido: Dios es Padre: herederos de Dios y coherederos con Cristo.
Evangelio: bautizar en el nombre de la trinidad. Enseñar. Yo estoy con vosotros.
La Iglesia nos propone la contemplación del misterio trinitario. Misterio que excede nuestras fuerzas humanas, pero al que podemos acercarnos con humildad para ser iluminados y fortalecidos en nuestra vocación cristiana. La primera lectura del libro del Deuteronomio expone la revelación de Dios uno. No hay Dios fuera de él. Los ídolos de los pueblos circunvecinos son nada. Por eso, nada más grande que ser fiel a la alianza que ese Dios único ha pactado con su pueblo (1L). En la segunda lectura, Pablo se detiene a considerar nuestra condición de Hijos de Dios, de modo que verdaderamente podemos llamar a Dios Padre. Así, el Dios uno, se revela en su Palabra como misericordia, benevolencia ante los hombres. Hemos recibido el Espíritu de Dios (2L). Finalmente el evangelio nos propone las palabras de Cristo al despedirse definitivamente de sus discípulos. Éstos deberán bautizar en el nombre de la Trinidad y enseñar todo lo que Cristo, revelación del amor del Padre, les ha enseñado (Ev). Este domingo nos invita, pues, a entrar en la verdad íntima de Dios, no tanto por las disquisiciones filosóficas o teológicas, sino por medio de la Escritura y de la realidad del amor de Dios que se difunde en nuestros corazones .
Mensaje doctrinal
1. Dios es uno. El texto del Deuteronomio es una afirmación explícita del Dios único y verdadero. El autor no trata aquí de hacer teología o una especulación abstracta, sino más bien exhorta al pueblo a creer en Dios y ser fiel a su alianza. Las pruebas de que Dios es el único Señor son palpables: el Señor se ha revelado en el monte Horeb (Sinaí), en medio de una grandiosa teofanía; Él ha liberado a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Lo hizo con mano poderosa. El escritor se dirige a Israel como si fuera una persona y lo interpela: “mira que no se ha oído desde la creación del mundo que un pueblo haya oído lo que tú has oído; que haya recibido la revelación que tú has recibido” Y ¿cuál es ésta revelación tan solemnemente anunciada?: que Dios es uno. No hay dioses fuera de Dios. Dios es único y verdadero. Esto hay que reconocerlo en el corazón. Es la verdad central del Antiguo Testamento. Puesto que Dios es uno y Señor de todas las cosas, nada vale tanto como ser fiel a la Alianza que el ha pactado con su pueblo.
El Símbolo de Nicea-Constantinopla inicia con estas palabras: “Creo en un sólo Dios”. La confesión de la unicidad de Dios, que tiene su raíz en la Revelación Divina en la Antigua Alianza, es inseparable de la confesión de la existencia de Dios y asimismo también fundamental. Dios es Único: no hay más que un solo Dios: "La fe cristiana confiesa que hay un solo Dios, por naturaleza, por sustancia y por esencia" (Catecismo de la Iglesia Católica n.200)
2. Dios es trino. Dios es misericordia. La confesión de la Trinidad es el misterio central de la fe cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la "jerarquía de las verdades de fe". "Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos".
Dios que nos había hablado antes por muchos modos por medio de los profetas, nos ha hablado ahora por medio de su Hijo único (Cf. Hb 1,1). Jesucristo es la revelación del misterio de Dios. Él nos confirma que Dios es “el único Señor” al que debemos amar con todo el corazón, cono toda la mente y con todas las fuerzas. Pero Cristo, plenitud de la revelación, también nos deja entender que Él mismo es “el Señor”. “Me llamáis el Señor, y es verdad” (Cf. Jn 13,13). En realidad, confesar que Jesús es “Señor” es lo propio de la fe cristiana. Esto no es contrario a la fe en el único Dios. Por eso, aquí nos encontramos ante el misterio: Dios es uno y, a la vez, Dios es trino. Una sola naturaleza, tres personas distintas. Creer en el Espíritu Santo como “Señor y dador de vida” no introduce ninguna división en el Dios único. En efecto, nos dice el concilio de Letrán: “Creemos firmemente y afirmamos sin ambages que hay un solo verdadero Dios, inmenso e inmutable, incomprensible, todopoderoso e inefable, Padre, Hijo y Espíritu Santo: Tres Personas, pero una Esencia, una Sustancia o Naturaleza absolutamente simple. [Concilio de Letrán IV ].
En la liturgia de este día Dios se revela como único y, al mismo tiempo, como Padre de misericordia que ha puesto en nosotros el Espíritu de su Hijo. Es decir, se revela como trinidad. La economía de la redención nos muestra el vértice más alto de la revelación de Dios. Dios Padre de misericordia, se compadece de sus criaturas y las llama a una intimidad inimaginable para el hombre: llegar a formar parte de la familia de Dios. No hemos recibido un espíritu de esclavitud para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos que nos hace clamar Abba! (Padre). Así pues, somos con toda verdad “hijos de Dios”, somos “herederos de Dios” de sus bienes, de su amor y misericordia. Co-herederos con Cristo. ¿Habremos meditado en toda profundidad lo que esto significa en la vida del hombre, en la vida de cada uno de nosotros. El Dios de majestad, creador de cielo y tierra, omnisciente, omnipotente, trascendente, se inclina a la tierra (Cf. Salmo 144). Dios envía a su propio Hijo a revelar plenamente su amor y concedernos la filiación adoptiva. Por Cristo, con Él y en Él tenemos acceso al Padre y nos convertimos en templos de la Trinidad Santísima. Si bien, por una parte, el misterio de la Trinidad escapa a nuestra comprensión humana, por otra parte, la realidad de este misterio es de tal suavidad y de tales consecuencias para nuestra pobre existencia que casi es imposible creerlo. «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él.
Sugerencias pastorales
1. La experiencia de Dios. En el sentir popular la santidad se ve como algo reservado para algunos privilegiados. Sin embargo, la Palabra de Dios nos dice algo diferente: Dios llama a la santidad a todos los fieles; los llama a una intimidad particular. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. ¡Cuánto bien podemos hacernos a nosotros mismos y a las almas que se nos han encomendado, pensando que Dios me llama a una profunda amistad! ¡Dios desea que yo sea su amigo! Se trata de hacer experiencia del amor de Dios. No de un amor de poesía o irreal, sino un amor actual, concreto, hecho obras. Un amor que se experimenta en la vida diaria, en el sufrimiento, en la entrega al prójimo, en los momentos más obscuros de la vida. El alma que se siente siempre acompañada de Dios, puede sufrir, pero nunca caerá en la desesperanza o en el abandono. Invitemos a nuestros fieles a hacer la “experiencia de Dios”, a darse cuenta de que realmente, cuando están en gracia, son templos de la Trinidad Santísima y Dios mora en su corazón.
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