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martes, 10 de noviembre de 2009

XXXIII Domingo del T.O. (Marcos 13,24-32) - Ciclo B: El Hijo del Hombre reunirá a los elegidos

Publicado por Servicios Koinonia

Dn 12, 1-3: “Los maestros brillarán como brilla el firmamento”
Sal 15: Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti
Heb 10,11-14.18: “Cristo ofreció un sacrificio definitivo”
Mc 13,24-32: “El Hijo del Hombre reunirá a los elegidos”


Cercanos ya al final del año litúrgico, la liturgia de hoy nos presenta a través de la lectura del Antiguo Testamento y del evangelio, textos relativos al final de los tiempos. En efecto, el pasaje de Daniel anuncia la intervención de Dios a favor de sus fieles a través de Miguel, el ángel encargado de proteger a su pueblo. Estas palabras de Daniel hay que enmarcarlas en el marco amplio de todo el libro cuyo género y estilo corresponden a la corriente apocalíptica bastante popularizada a finales del período veterotestamentario. Todo el libro de Daniel es un llamado a la esperanza, característica principal de toda la literatura apocalíptica. No se trata tanto de una revelación especial de lo que sucederá al final de los tiempos, cuanto la utilización de imágenes que invitan a mantener viva la esperanza, a no sucumbir ante la idea de una dominación absoluta de un determinado imperio. El texto que leemos hoy es subversivo para la época, pues invita al rechazo del señorío absoluto de los opresores griegos de aquel entonces que a punta de violencia se hacían ver como dueños absolutos de las personas, del tiempo y de la historia.

Por su parte el evangelio nos presenta una mínima parte del «discurso escatológico» según san Marcos. Un poco antes de comenzar la narración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, los tres sinópticos nos presentan palabras de Jesús cargadas de sabor escatológico.

El pasaje de hoy hay que leerlo a la luz de todo el capítulo 13. Es más, conviene que en casa o en el grupo lo leamos completo y, de ser posible, leamos también el discurso escatológico de Mateo y de Lucas, eso nos ayudará a ver mucho mejor las semejanzas y las diferencias entre los tres y, por otro lado, nos facilitará una mejor comprensión del sentido y finalidad que cada uno quiso darle a esta sección.

Tengamos en cuenta que en ningún momento hablan los evangelistas del «fin del mundo», en sentido estricto, esa es una interpretación equivocada que no ha traído los mejores resultados ni a la fe del creyente ni a su compromiso con el prójimo y con la historia. No es éste, con palabras sacadas de aquí y de allá, el «fundamento» bíblico o teológico de las «postrimerías» del hombre que nos enseñaba el «catecismo del padre Astete», o de los «novísimos» que nos enseñaban en teología... O, por lo menos, no se debe reducir a eso.

Jesús no predica el fin del mundo, ése no era su interés. Las imágenes de una conmoción cósmica descrita como estrellas que caen, sol y luna que se oscurecen, etc., son una forma veterotestamentaria de describir la caída de algún rey o de una nación opresora. Para los antiguos, el sol y la luna eran representaciones de divinidades paganas (cf. Dt 4,19-20; Jr 8,2; Ez 8,16), mientras que los demás astros y lo que ellos llamaban «potencias del cielo», representaban a los jefes que se sentían hijos de esas divinidades y en su nombre oprimían a los pueblos, sintiéndose ellos también como seres divinos (Is 14,12-14; 24,21; Dn 8,10). Pues bien, en línea con al Primer Testamento, Jesús describe no tanto la caída de un imperio o cosa por el estilo, para él lo más importante es anunciar los efectos liberadores de su evangelio; y es que el evangelio de Jesús debe propiciar en efecto el resquebrajamiento de todos los sistemas injustos que de uno u otro modo se van erigiendo como astros en el firmamento humano.

Jesús es consciente y sabe que la única forma de rescatar, redireccionar el rumbo de la historia por los horizontes queridos por el Padre y su justicia, es haciendo caer los sistemas que a lo largo de la historia intentan suplantar el proyecto de la justicia querido por Dios, con un proyecto propio, disfrazado de vida pero que en realidad es de muerte. Esta tarea la debe realizar el discípulo, el que ha aceptado a Jesús y su proyecto. Recordemos la intencionalidad teológica y catequética de Marcos: a Jesús, el Mesías (cuyo «secreto» se mantiene a lo largo de todo el evangelio) sólo se le puede conocer siguiéndolo; y bien, el seguimiento implica no sólo ir detrás de él, implica además, tomar el lugar de él, asumir su propuesta como propia y luchar hasta el final por su realización.

Discípulas y discípulos están entonces comprometidos en ese final de los sistemas injustos cuya desaparición causa no miedo, sino alegría, aquella alegría que sienten los oprimidos cuando son liberados. Esa debiera de ser nuestra preocupación constante y el punto para discernir si en efecto nuestras tareas de evangelización y nuestro compromiso con la transformación de lo injusto en relaciones de justicia está causando de veras ese efecto que debe tener el evangelio o si simplemente estamos ahí a merced de las corrientes del momento esperando quizás que se cumpla lo que no ni siquiera pasó por la mente de Jesús.

El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 105, «Dos moneditas de cobre», de la serie «Un tal Jesús», de los hnos. López Vigil. El guión y su comentario pueden ser tomados de aquí: http://untaljesus.net/texesp.php?id=1500105
Puede ser escuchado aquí: http://untaljesus.net/audios/cap105b.mp3

Para la revisión de vida
¿Cuál es mi compromiso real y concreto en la transformación del orden de cosas actual para que llegue el nuevo orden, el futuro orden, el «otro mundo posible», el «sueño de Dios».


Para la reunión de grupo

- Hacer un cuadro en el que aparezcan lo que se denomina como «discurso escatológico» de Jesús según la versión de Mt, Mc y Lc. Establecer las semejanzas y las diferencias. Elaborar sus propias conclusiones en orden a corregir las falsas creencias que sobre algunas palabras de Jesús nos han metido en la cabeza.
- El final de este mundo, en cuanto tal, es algo que en principio no entra en nuestros cálculos humanos; nadie se plantea la eventualidad de que pueda acontecer durante su propia vida. ¿Qué pueden significar, en este contexto, los relatos evangélicos (y bíblicos en general) sobre «el fin del mundo»? ¿Bajo qué condiciones hermenéuticas (interpretativas) pueden ser «significantes» para el hombre y la mujer actual?
- En la Edad Media, y aun mucho después, y en algunos contextos culturales casi hasta hace poco, la estrella principal del horizonte humano era la salvación/condenación, la eternidad más allá de la muerte, el fin del mundo-global o del mundo-personal por la muerte cósmica o personal. La sociedad y la cultura occidental actual ignora positivamente estas dimensiones. ¿Qué hacer para hablar de ellas: repetición, reinterpretación, resignificación, abandono…?


Para la oración de los fieles

- Por los cristianos del mundo entero para que su esperanza en la venida de Cristo se traduzca en un efectivo compromiso de lucha por la justicia, oremos.
- Por quienes dirigen nuestras iglesias para que llenos de esperanza sepan promover el bien entre los demás, oremos.
- Por nuestros grupos y comunidades para que nuestro trabajo apostólico esté siempre orientado a la búsqueda de una mejor calidad de vida para todos, oremos.
- Por quienes no creen o no aceptan el Evangelio, para que viéndonos a nosotros lleguen a descubrir el reino de la justicia y el amor, oremos.


Oración comunitaria

Dios Padre y Madre del ser humano, de la Tierra, del Cosmos, de los miles de millones de estrellas que pueblan la noche… Tú que eres el origen misterioso de los Astros, y el fin inefable del Universo, danos un corazón sensato para comprender la pequeñez de nuestra vida, y lúcido para ponerse al servicio de la Vida hacia la que nos llamas. Tú que vives y haces vivir, por los siglos de los siglos. Amén.

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