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sábado, 27 de marzo de 2010

Con un asno prestado: Domingo de Ramos (Lc 22, 14-23, 56) - Ciclo C

Publicado por El Blog de X. Pikaza

Jesús llega a Jerusalén como peregrino mesiánico, para cumplir una tarea que Dios le ha encomendado. Su encuentro (o desencuentro) con la ciudad, y de un modo especial con el templo y sus representantes, forma parte esencial de su drama.

Jesús sube a Jerusalén porque así lo exige su comapromiso por el Reino. Sube sin nada (sin dinero, sin ejército...). Viene a cuerpo, con un grupo amigos/seguidores, de manera que tiene que pedir prestado un asno, para realizar de esa manera un signo de paz. No tiene nada y, sin embargo, puede ofrecerlo todo, abriendo en la ciudad de las contradicciones de este mundo un camino y meta de esperanza. Su tarea está vinculada a la respuesta de Jerusalén. Por eso, su entrada en la ciudad es fundamental para conocer su propuesta y para valorar su vida.

Así lo quiero mostrar en este post, un poco largo y sobrio, que forma parte de un capítulo de mi comentario escolar de Marcos. Quiero evitar todo tipo de juicio crítico, toda aplicación inmediata a nuestra situación de Iglesia, dejando colgado hoy y mañana este pasaje, como introducción a la Semana Santa. Los lectores de mi blog conocen ya la Biblia y sabrán interpretarlo y aplicarlo. Ellos verán que presento sólo la versión de Marcos, no la historia en sí (ni la versión de los otros evangelios). Nada mejor que volver a la Biblia para conocer lo que significa Jesús, lo que puede decir en nuestro día. Nada mejor que volver a la Biblia para tomar distancia y relativizar (sin negar) otros temas candentes de la actualidad de la Iglesia

Mc 11,1-11
Asno mesiánico, entrada en la ciudad

(a. Asno) 1 Y cuando se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania, junto al monte de los Olivos, envió a dos de sus discípulos 2 con este encargo: Id a la aldea de enfrente. Y en seguida, entrando en ella, encontraréis un asno atado, sobre el que nadie ha montado todavía. Soltadlo y traedlo. 3 Y si alguien os pregunta por qué lo hacéis, le diréis: El Señor lo necesita y en pronto lo devolverá. 4 Los discípulos fueron, encontraron un asno atado junto a la puerta, fuera, en la calle de fuera, y lo soltaron. 5 Algunos de los que estaban allí les preguntaron:¿Por qué desatáis el asno?6 Los discípulos les contestaron como les había dicho Jesús, y ellos se lo permitieron. 7 Y llevaron el asno donde a Jesús, y colocaron encima sus mantos y él se sentó sobre él.
(b. Muchedumbre) 8 Y muchos tendieron sus mantos por el camino y otros hacían lo mismo con ramas que cortaban en el campo. 9 Los que iban delante y detrás gritaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! 10 ¡Bendito el reino que viene, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las Alturas!
(c. Betania) 11 Y entró en Jerusalén, hasta el templo y observó todo a su alrededor y, haciéndose tarde, se fue a Betania con los doce.

Jesús ha preparado cuidadosamente su entrada en la ciudad. Todo estaba en algún sentido anunciado (8,31; 9,31; 10,32-34), pero todo ha de cumplirse ya en concreto, pues él debe culminar su tarea ofreciendo el mensaje de reino en Jerusalén. No quiere improvisar, sino que plantea los detalles, a fin de que aparezca claro lo que quiere y lo que ofrece en su ciudad. Es evidente que debe evitar los alborotos, a fin de que no puedan acusarle de provocaciones apresuradas, de gestos de poder militarista, pero quiere entrar y entra como peregrino mesianico.

Sube a Jerusalén y lo hace en medio del gentío, el entusiasmo y las expectaciones mesiánicas que siempre estuvieron vinculadas con las fiestas de la pascua. Viene como peregrino de Dios, con el resto de los peregrinos de Galilea (son los que suben a la ciudad por el camino de Jericó) y con el grupo de sus discípulos, para celebrar, en la ciudad de las promesas, el recuerdo fundante de la historia de su pueblo. Es tiempo de visita de Dios, y en nombre de Dios viene, realizando su signo como profeta mesiánico.

Quiere hablar con señales más que con palabras. Ha cumplido su misión en Galilea, y está culminando su camino; así viene a ponerse en manos de las autoridades de su pueblo, entrando abiertamente en Jerusalén. Los jerarcas de la ciudad conocen su mensaje y sus acciones (cf. 3,22; 7,1). Le han ido vigilando. Ahora viene y se presenta abiertamente, rodeado de discípulos, en medio de los galileos, cuidando y disponiendo hasta los signos que ellos deben realizar.

11, 1-7
Preparación del asno

Jesús ha anunciado ya (8, 31) que el Sanedrín (ancianos, sacerdotes, escribas), volviendo a decirlo, de un modo solemne, al confirmar que suben a Jerusalén (10, 32-33; cf. 9, 31). Viene para anunciar su mensaje y proclamar su Reino, pero sin fuerza militar para tomar la ciudad, sin autoridad sacerdotal o jurídica para imponer su propuesta, lo que significa que quedará en manos de las autoridades.

No viene para que le maten, sino para que Dios instaure su Reino y así lo dice abiertamente para aquellos que quieran entender su signo, que son todos los israelitas atentos, en el momento (fiestas de pascua) y en el lugar (Jerusalén) apropiado para ello. De esa forma entra en la ciudad, en gesto de toma de posesión y de entronización regia, realiza una acción profética absolutamente seria, aunque quizá teñida de una leve ironía, que está marcada por el mismo signo del asno. Estos son los primeros rasgos de su signo:

1. Meta, Jerusalén, (11, 1a). Se acercan a Jerusalén y debe preparar y realizar su signo. El relato se abre con la evocación de Jerusalén, donde Jesús va a entrar como dueño y cumplidor de sus designios mesiánicos. Llega a la ciudad del Gran Rey (Sal 48, 3), lugar en el que deben cumplirse las promesas. Jesús viene a culminar su tarea mesiánica, para que así culmine todo el camino anterior, y debe hacerlo de un modo cuidadosamente preparado.

2. Por Betfagé y Betania (11m 1b). No es fácil reconstruir el itinerario, pues Betania (que significa Casa de la Aflicción) está más lejos de Jerusalén (a unos 3 km del templo), al otro lado del Monte de los Olivos, mientras que Betfagé (=Casa de los Hijos) parece una pequeña aldea o asentamiento en el mismo Monte de los Olivos (a un km de templo). Lo lógico hubiera sido que Marcos dijera que pasaron por Betania (por donde entraban y en donde paraban para prepararse los peregrinos que venían desde Jericó, antes de entrar en la ciudad) y que, al llegar a Betfagé, Jesús quiso arreglar el tema del asno. Quizá quiere decir que llegaron a Betfagé y volvieron a Betania, mientras disponían lo del asno, para iniciar la gran entrada desde allí, con otros grupos de peregrinos. Sea como fuere, la indicación de Betfagé parece vinculada al gran signo del asno.

3. Junto al Monte de los Olivos (11, 1c). Ésta es la indicación más importante, pues según Zac 14, 4, Yahvé se manifestaría sobre esa montaña y la partiría en Dios para que pudieran pasar a Jerusalén, en gesto victorioso, los triunfadores mesiánicos del fin de los tiempos. Flavio Josefo recuerda que, en este contexto, el año 56, un judío del origen egipcio y nombre desconocido, subió con mucha gente hasta el Monte de los Olivos, prometiendo la caída de las murallas de Jerusalén. Pero Félix, gobernador romano, mató a muchos y apresó a otros, aunque parece que el egipcio logró escapar con vida (Ant 20, 8, 6; cf. Flavio Josefo, Bell 11,13, 5). Jesús quiso entrar, según eso, por el Monte de los Olivos, pero sin que se abriera en dos y sin preparar desde allí, como el Egipcio, la toma de la ciudad. Su signo, en el monte de la gran lucha final, será un asno.

4. Un asno prestado (11, 2-6). Resulta asombroso el “tiempo” que Marcos dedica a la “preparación del asno”, que dos de sus discípulos van a “pedir en préstamo”. El texto supone que Jesús tiene conocidos en la zona (en el entorno de Betfagé) y que sabe el lugar donde se encuentra el asno, que él quiere tomar simplemente de “prestado”, a la entrada de la aldea, en el amphodos, que es el “camino de circunvalación”. No es un asno suyo, él no lo tiene, y así viene sin nada a la ciudad de las promesas. Pero tiene amigos que se lo pueden prestar. Frente al caballo guerrero de los reyes militarizados de Israel y Judá, Zac 9, 9 había proyectado la figura de un mesías que cabalga sobre un asno “nuevo” (no domado), que es signo de paz y no de guerra (como el caballo militar), para entrar d esa manera en la ciudad.

5. Un asno sobre el que nadie hubiera montado. Un rey no podía montar sobre un caballo o un asno de otro, sino que debía tener el suyo propio, un “asno de rey”. Por eso buscan un asno joven, que aún no ha sido “domado”, para mostrar así mejor la novedad mesiánica del Según la tradición israelita, de sencillez y concordia, pues según tradición, el rey debía montar sobre una cabalgadura en la que nadie antes hubiera cabalgado, para cumplir así la profecía de Zac 9, 9 y, especialmente, la de Gen 49, 9. Los comentarios judíos a Zac 9, 9 y Gen 49, 11, presentaban al asno como animal del Mesías (con un sentido especial, cf. también Num 19, 2; Dt 21, 3; 1 Sam 6, 7). Jesús, que manda buscar al asno y que dice a sus enviados que respondan a la gente afirmando que “el Señor (kyrios) lo necesita”, aparece así como Señor mesiánico.

6. Preparación del asno (11, 7). Los discípulos cumplen lo que Jesús les pide y traen el asno, que aparece desde ahora como signo mesiánico, como trono de gloria del Señor que entra en su ciudad, como rey pacífico, como peregrino especial entre los peregrinos. Como el asno no tiene arnés, ni aparejos (¡es un asno nuevo, no montado aún por nadie), los discípulos sus propios vestidos (sus mantos) en su grupa, para que así Jesús pueda ir montado con dignidad. Tenemos así un asno enjaezado con vestidos humanos, como un trono de gloria.

7. Entronización. Este pasaje termina diciendo que Jesús “se sentó” (ekathisen), como un rey se sienta en el trono. No dice que montó o subió (con epibainô) como es normal en otros textos, sino que se sentó. Quizá está en el fondo la imagen de Salomón entronizado sobre la mula de David, su padre, a quien sucede (cf. 1 Rey 1). Pero no se monta y se asienta sobre la mula de otro a quien sucede, sino sobre su asno nuevo, un asno prestado, que es su trono de gloria.

Dos discípulos han buscado su asno y así se sienta el Señor (Kyrios), como rey mesiánico para entrar en su ciudad, iniciando así la gran procesión regia, su entrada en Jerusalén. Jesús no quiere indicar otra cosa (otra entrada posterior gloriosa), sino que ésta es su entrada, ésta es su gloria. Así viene, sin contar ni siquiera con un asno propio, a su ciudad (que es la ciudad de todos, para todos, según las promesas de Israel). No viene solo, sino con discípulos y amigos de Galilea, que vienen a la fiesta.

Los discípulos ponen sus mantos sobre el asno (11,7) para que Jesús pueda sentarse como rey mesiánico. La idea de una entrada solemne en la ciudad del reino de Dios se ha iniciado con Jesús, pero sus discípulos colaboran en ella y parece que en algún sentido superan el mismo deseo de Jesús y se convierten en actores principales de este gesto mesiánico, tomando en sus manos la iniciativa de los acontecimientos. Este parece su momento; es el tiempo de su triunfo.

Estos datos resultan muy significativos para entender eso que pudiéramos llamar la interacción entre discípulos y Cristo. Es difícil llegar al reducto de la historia pura, al recuerdo seguro de los hechos pasados (si es que ello fuera de algún modo deseable). Pienso que no existen datos limpios, sin las interpretaciones que van dando los diversos actores, sino que los datos (el asno de Jesús, los vestidos de los discípulos como adorno del “trono” que es la grupa del asno….) tienen un sentido, como en un juego en que los diversos aspectos se influyen mutuamente.

Esto es lo que Marcos ha querido recoger y ha presentado en su evangelio, desde una perspectiva teológica muy honda, dejando que los mismos personajes hablen, y el relato de conjunto exprese de esa forma su sentido. Por eso el redactor apenas tiene que intervenir: prefiere que la misma trama de las relaciones se vuelva por sí misma transparente. Desde ese fondo podemos entender mejor el juego de sus interacciones y gestos. Es evidente que Jesús está en el fondo, dirigiendo la trama de reino, como autoridad soberana que introduce el misterio de su gracia (amor creante) en medio de la complejidad del mundo; pero a su lado se mueven sus discípulos en gesto cuajado de equívocos, pues ellos sólo saben parcialmente lo que pasa. Por eso, sus acciones no pueden entenderse como normativas, es decir, como expresión radical del evangelio.

11, 8-10
Manifestación de la muchedumbre, aclamación regia.

La entrada en Jerusalén es conquista y entronización. Jesús llega montado en el asno real, mientras colocan una alfombra de mantos y ramos en el suelo. Entra y cantan las palabras centrales del gran salmo procesional que vinculan al mesías con el templo: ¡Bendito el que viene en nombre del Kyrios...! (11, 9b; cf. Sal 118, 25-26; la referencia al que viene, ho erkhomenos, reasume la promesa del Más Fuerte, que había proclamado Juan Bautistal: 1, 7). Entra y cantan la llegada del reino de David, el cumplimiento de las profecías mesiánicas (11, 10a). El doble hosanna ((sálvanos, oh Yahvé!), puesto al principio y fin del canto, enmarca un doble ¡bendito! El primero se refiere al que viene (Jesús) y el segundo a lo que viene (el reino de nuestro padre David).

Jesús había aparecido como hijo de David misericordioso iluminando al ciego del camino (10, 47-48). Desde ese fondo ha de entenderse su entronización y (11, 7) y su entrada en Jerusalén (11, 11) con los gestos y cantos intermedios (11, 8-10). La figura de David, rey militar, conquistador armado de Jerusalén (2 Sam 5, 6-16), se ha proyectado y se ha invertido ahora, de un modo radical, en este Jesús, que viene pacíficamente, montado sobre un asno, cumpliendo las promesas mesiánicas de David, nuestro padre.

David había conquistado la ciudad en otro tiempo, con astucia militar (2 Sam 5, 6-10), para apoderarse de ella y reinar desde allí sobre el conjunto de Israel, con medio militares. Jesús, en cambio, no necesita “tomar” con armas y soldados, sino que viene y entra en ella como un peregrino mesiánico, para celebrar allí la fiesta de Pascua.

Jesús llega “pacíficamente”, con el deseo de cambiar el sentido de la ciudad, pero quizá sus discípulos y sus acompañantes no lo entienden así, sino que le acompañan con otras esperanzas e intenciones, formando un cortejo pascual, como otros grupos de peregrinos, pero con rasgos especiales Es la ocasión para el triunfo de los discípulos que bajan del Monte de los Olivos e inician el ascenso final hacia la explanada del templo rodeando el asno regio de Jesús. Son como los héroes de un triunfo esperado y Jesús les deja hacer. Ellos, discípulos y gente, se han unido en gloria popular por un momento.

Parece que ha vencido al fin la estrategia del poder, aquella que seguía Roca (8,32), aquella que buscaban los Zebedeos (10,35-37). Los discípulos del Hijo del hombre han conseguido que la gente se congregue, que despierte el entusiasmo mesiánico latente, que se exprese y cante, acompañando a Jesús, en proclama de reino. Discípulos y gente de Galilea, que llegan para la fiesta, se han unido y miran a Jesús como alguien que viene en nombre del Señor (es decir, de Dios).

Llega con Jesús el reino de David, el padre de los buenos judíos nacionalistas, y así se cumplen las profecías mesiánicas en la línea de aquello que Roca había deseado en 8,29-32. Unos y otros, discípulos y gente, pueden suponer en fin que ya han quebrado, se han desvanecido, han saltado por el aire, las reticencias de Jesús. Parece que han dejado de existir sus miedos, las palabras que aludían a la entrega de su vida y fracaso de su muerte.

De esa forma se han unido al fin las estrategias de los discípulos y del pueblo que viene con ellos y con Jesús a Jerusalén, buscando la culminación del mesianismo sobre el gran teatro de Jerusalén, cuando se acercan las fiestas de la pascua. Jesús permite: ha iniciado el gesto y deja que los otros lo sigan, introduciéndose de esa forma en una especie de liturgia mesiánica que puede tener muchas lecturas.

Es evidente que Jesús y sus discípulos la entienden de manera diferente. De todas formas, en gesto misterioso, Jesús les deja hacer: ante las puertas de Jerusalén llega el cortejo mesiánico de paz, rodeando a un hombre sentado sobre un asno. Es evidente que Pilato no ha visto peligro en esa gente. Otros grupos de galileos entraban también en la ciudad del templo, con ocasión de las fiestas, bulliciosos, cantando los “salmos graduales” o de ascenso de los peregrinos (como hemos dicho ya; cf. Sal 129-133).

Estos peregrinos de (con) Jesús son como otros que suben a la fiesta, año tras año. Según la tradición, los de Galilea eran especialmente bulliciosos. En ese contexto se inscribe el gesto de Jesús, que resulta especial (para quien sepa verlo, con los ojos de Jesús), pero que, al menos en un primer momento, no suscita las sospechas de la autoridad. Entre sus rasgos especiales, en la línea de los salmos graduales, está el alfombrar el camino por el que debe pasan, con dos gestos que parecen vinculados:

«Y muchos tendieron sus mantos por el camino y otros hacían lo mismo con ramas que cortaban de los campos» (10, 8). El gesto de las ramas cortadas parece más propio del campo (fuera de la ciudad). Por el contrario, el de los mantos es más propio de las calles de la ciudad, donde pueden haber entrado ya. Parece que en el fondo está la imagen de 2 Rey 9, 13, donde se dice que los acompañantes de Jehú tendieron sus mantos en las gradas de la escalinata y en el camino para proclamar de esa manera su realeza. También los que acompañan a Jesús quieren indicar que es rey, ofreciéndole de esa forma su homenajea y su adhesión, al menos de un modo velado. En ese contexto se sitúan sus palabras:

a: Hosanna. Los peregrinos piden a Dios que les salve, en oración de llamada y esperanza israelita. Esta es una palabra de oración, dirigida a Dios, pidiéndole que nos salve (cf. Sal 118, 25). Esa es una palabra de sentido polivalente que puede entenderse en clave política, social y/o religiosa, como dirigida a Dios (o quizá ya aquí a Jesús). Sólo el contexto permitirá discernir su sentido.

b: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! El que viene es Jesús, culminando el camino que había iniciado en la región de Cesarea de Filipo (8, 31). Viene en nombre del Señor, es decir, del Kyrios Yahvé, como su representante sobre el mundo, para realizar la obra mesiánica en Jerusalén, siguiendo el texto del mismo salmo anterior (cf. Sal 118, 26). El tiempo de peregrinación y búsqueda culmina, pues Jesús viene en nombre de Dios.

c: ¡Bendito el reino de Padre David que viene! Esta segunda bendición, paralela a la primera, presenta ya a Jesús como portador del reino de David (al menos implícitamente). Los peregrinos cantores quedan asociados a ese reino de nuestro padre David. Ellos saben que ha llegado el tiempo, se ha cumplido el plazo; pero sólo Dios conoce cómo vendrá a realizarse. Según la imagen de Gen 49, 10-11, Jesús aparece como portador del Reino de Dadid (cf. Sal Sal 17). Los judíos que cantan a (con) Jesús se sienten vinculados a David, que aparece así como su padre.

a': Hosanna en la Alturas (= en Dios). El primer Hosanna (a) podía referirse a realidades de la tierra. Este segundo nos eleva hacia el plano de Dios, como indicando que el mesianismo de Jesús y el reino que viene no se pueden manipular con medios e intereses de este mundo. De esa manera se vincula lo que está sucediendo en Jerusalén con lo que sucede en Dios (es decir, con la misma realidad de Dios)

Toda la escena, condensada en las palabras del himno, aparece como profecía. Jesús ha iniciado su gesto, pero después ha dejado que la muchedumbre actúe. Él no dice nada; el sentido del canto de la muchedumbre irá desvelándose a través de sus gestos en el templo (11, 12-26) y de la reacción posterior de las autoridades de Israel y de Roma que, por ahora, aparecen calladas, dejando que el profeta galileo se defina y manifieste su postura. Se abre la expectativita mesiánica; queda la escena en suspense; sólo el despliegue ulterior podrá indicar la forma en que Jesús ha cumplido la esperanza mesiánica. Todo lo que sigue está de alguna forma anunciado en este gesto de entrada de Jesús, en este canto de realeza y reino del pueblo. En torno a la pretensión regia de Jesús (que será condenado como rey de los judíos: 15, 12. 25) se teje el argumento de su juicio .

Aplicación

No está en juego una visión genérica de Dios, como ser espiritual, bueno y excelso (en el que todos pueden concordar), sino el valor del templo, entendido como casa de Dios que convoca a los hombres, y el sentido del reino, interpretado como estructura social que les vincula en fraternidad y sencillez (desde el asno). Jesús ha iniciado la trama: ha ofrecido abiertamente su propuesta: no viene a oscuras, en la noche, como bandolero; no se esconde y engaña como vulgar conspirador. A plena luz, ante los ojos de todos, sin nada que esconder, ha entrado en la ciudad donde se anudan las historias y esperanzas.

• Jesús ha querido entrar en la ciudad de un modo solemne, en medio del gentío, de los gritos y anhelos de reino de los peregrinos. Esta es su estrategia: introduce su mensaje en la alegría popular de pascua. No se cierra en un grupito, no se aísla, no se esconde. Abiertamente, en medio de la multitud, sube en un asno, como rey de un reino no violento, sin armas, sin defensas militares, a la gran ciudad de las promesas y poderes fácticos del mundo.

• Discípulos y pueblo le acompañan. Muchos esperan todavía de una forma quizá mágica en el triunfo mesiánico, exterior, de Jesús, a quien conciben como Cristo: no han logrado entender los aspectos peculiares de su misión; siguen en el fondo confundidos. El pueblo se deja entusiasmar: es evidente que vibra con la música y gesto de triunfo mesiánico que envuelve a la figura de Jesús, que sube a Jerusalén sobre un asno de rey, cumpliendo así una antigua profecía de Zac 9,9.

• Las autoridades callan. Es como si Jerusalén estuviera desierta de sacerdotes y escribas, de ancianos y procuradores romanos. Ha entrado Jesús, y nadie ha respondido, nadie le ha parado, en contra de lo que podía suponerse desde 8,31; 9,31; 10,33-34. Este silencio del poder se eleva como un presagio fatal ante la entrada de Jesús. Mientras el pueblo canta bendiciendo al que viene en nombre de Dios (como son benditos todos los que suben a la fiesta: d. Sal 118,25-26) Y anunciando el reino que llega, sacerdotes y escribas callan.

De esta forma se han venido a cruzar las perspectivas de Jesús (con sus seguidores) y de las autoridades de la ciudad. El narrador ha querido dejarlas así, multiformes y abiertas. Sólo el relato posterior irá aclarando y destrenzando las auténticas posturas de los protagonistas. Ha entrado Jesús en son de triunfo, pero pronto veremos lo que implica su venida para el templo de Jerusalén y para el mismo pueblo israelita en su conjunto (cf. 11,12-26). También podremos ver la reacción de discípulos y pueblo, desengañados al fin por las opciones que Jesús irá tomando, de manera que el actual canto de triunfo por el reino (11,9-10) acaba apareciendo principio de un rechazo. Por su parte, las autoridades, ahora silenciosas, irán trenzando una corona de violencia y condena sobre el «falso» Cristo, para acabar entregándole a la muerte (cf. Mt 14-15) .

11, 11
Conclusión. Entrada y salida: Betania

Entra Jesús en la ciudad, le aclaman como Rey, proclaman el Reinado de David, pero él no se queda en la ciudad, como hubiera sido lógico: le han aclamado cuando sube, pero lasa autoridades de la ciudad no le han recibido; los sacerdotes del templo no han salido a la puerta para acogerle como rey mesiánico. Jesús viene de fuera, entre aclamaciones, entrando hasta el templo, pero sin hacer nada allí, sin quedarse en la ciudad.

Da la impresión de que la ciudad no le importara, es como si ella se redujera a este lugar sagrado (templo) que él como mesías debe inspeccionar. Viene a instaurar el Reino de David, y sin embargo no busca el trono real para sentarse. Parece que en este momento se baja del asno, que ha cumplido ya su función y, en vez de tomar posesión de la ciudad, penetra en el santuario (to hieron) y mira bien en torno (periblepsamenos 11, 11), observándolo todo. La escena acaba así en un tipo de anticlímax: Jesús ha preparado cuidadosamente el rito, ha recibido la aclamación del pueblo... pero después no pasa nada: llega al templo, mira y sale (exêlthen) con los Doce, que son su signo mesiánico.

Esta “salida” de Jesús resulta quizá más paradójica que su entrada. Podía pensarse que ha entrado para quedar. Ha entrado en la ciudad mesiánica y allí debería haberse instalado. Pues bien, al hacerse tarde, él sale con sus “Doce” para Betania, dejando la ciudad en manos de sus representantes oficiales (sacerdotes, soldados, jueces…), que no le ha recibido. Los jerosolimitanos no le ha hecho caso, ni le han pedido que se queda. Por eso, acabada la tarde tiene que marcharse.

Marcha para Betania, para pasar allí la noche ¿Por qué? Porque Betania parece actuar como “ciudad dormitorio” para los peregrinos galileos que vienen a Jerusalén para las fiestas. Es evidente que Jesús cuenta allí con conocidos o amigos, quizá como aquellos que le han prestado el asno (cf. 11, 1; aunque los del asno pueden ser de Berfagé) y como aquellos con los que va a quedarse, tanto esta primera noche (11, 11) como, probablemente, la siguiente (11, 19). Betania es, además, la ciudad donde se encuentra la casa de Simón el Leproso (14, 3), donde otro día se hospedará y cenará. El evangelio de Juan (Jn 11, 1. 18; 12, 1) conserva también tradiciones propias sobre Betania, como ciudad de los amigos de Jesús (en contra de Jerusalén).

Jerusalén ha sido como una ventana abierta a la totalidad del mundo. Allí habitan los sacerdotes de Dios con su templo y el representante del César con su ejército, los escribas de la ley (sabios del pueblo) y los ancianos (defensores del orden establecido), pero ninguno de esos grupos le espera para darle la bienvenida. Jesús eleva en medio de todos ellos su propuesta, realizando el signo de Dios sobre la tierra, sin que nadie parezca responderle. Por eso no puede quedar allí, sino que tiene que salir en la noche, para refugiarse con amigos en Betania.

Así nos situamos ante la paradoja de Jesús.

(a) Por un lado, entra en Jerusalén con pretensiones mesiánicas, quedando allí en manos de los que serán sus enemigos; así realiza la obra de Dios y deja que los representantes de Jerusalén realicen la suya.

(b) Por otro lado, no pasa la noche en Jerusalén, sino que se “refugia” en Betania, que es, sin duda, un lugar más protegido. Por otra parte, Jesús ha subió como Mesías y ha “visto” todo lo que había en el templo. Pero no ha realizado allí signo ninguno. Toda la narración estar esperando un gesto de Jesús en el templo que será el lugar de la tensión más alta, el campo de conflicto Por eso el lector está esperando una continuación que aclare el sentido de los gestos anteriores; así lo mostrará Marcos en la escena siguiente (11, 12-26).

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