La primera palabra de Jesús no es la cruz. Y su mensaje central no es la predicación de la muerte sino el anuncio de una Buena Noticia: la bondad infinita de Dios que quiere la felicidad total del hombre.
Por eso, la actuación de Jesús no ha consistido en «producir cruces» ni crear sufrimiento. Ni su palabra ha sido para legitimar las cruces que unos hombres imponen sobre los hombros de otros.
Toda su vida ha sido, por el contrario, una lucha contra el sufrimiento. Un combate por liberar a los crucificados de toda clase de sufrimiento y de mal.
Es esto lo que resuena a través de todo el evangelio: una llamada a todos para evitar el sufrimiento producido por los hombres, y una esperanza para dar sentido a la cruz inevitable de nuestra existencia finita y mortal.
Los creyentes no debemos olvidar nunca que toda la actuación y el mensaje de Jesús está orientado a liberarnos de las cruces de la vida y a hacernos más llevadero el peso de nuestra existencia.
Pero tampoco hemos de olvidar que esta Buena Noticia propuesta por Jesús ha sido frontalmente rechazada y ha provocado una reacción violenta contra él.
Jesús ha experimentado en su propia carne que es peligroso «ir demasiado lejos» en el amor a los crucificados y que no se puede exigir impunemente a una sociedad que busque realmente la felicidad de todos.
Y es precisamente en este momento en que se ve rechazado por todos cuando Jesús asume la cruz. No deja que el odio tenga la última palabra. Y decide no huir, sino ofrecer su vida y sacrificarse.
Y es entonces cuando se nos desvela el verdadero misterio de la cruz y el significado del Evangelio: «La vida en la tierra no es el valor supremo. Hay cosas por las que merece la pena entregar la vida. Morir así es un valor supremo»
En el Crucificado descubrimos que es el amor a Dios y la solidaridad con los hermanos lo que da un sentido último a todo nuestro ser y nuestro hacer.
Hay un modo de vivir y de morir que no se perderá jamás en el vacío. Hay algo que es más fuerte que la misma muerte y es el amor. La resurrección nos revelará todo el vigor y la fuerza salvadora que se encierra en esta vida sacrificada. Esta vida entregada por amor no ha sido vencida. Al contrario, ha encontrado su plenitud en la vida misma de Dios.
Por eso, la actuación de Jesús no ha consistido en «producir cruces» ni crear sufrimiento. Ni su palabra ha sido para legitimar las cruces que unos hombres imponen sobre los hombros de otros.
Toda su vida ha sido, por el contrario, una lucha contra el sufrimiento. Un combate por liberar a los crucificados de toda clase de sufrimiento y de mal.
Es esto lo que resuena a través de todo el evangelio: una llamada a todos para evitar el sufrimiento producido por los hombres, y una esperanza para dar sentido a la cruz inevitable de nuestra existencia finita y mortal.
Los creyentes no debemos olvidar nunca que toda la actuación y el mensaje de Jesús está orientado a liberarnos de las cruces de la vida y a hacernos más llevadero el peso de nuestra existencia.
Pero tampoco hemos de olvidar que esta Buena Noticia propuesta por Jesús ha sido frontalmente rechazada y ha provocado una reacción violenta contra él.
Jesús ha experimentado en su propia carne que es peligroso «ir demasiado lejos» en el amor a los crucificados y que no se puede exigir impunemente a una sociedad que busque realmente la felicidad de todos.
Y es precisamente en este momento en que se ve rechazado por todos cuando Jesús asume la cruz. No deja que el odio tenga la última palabra. Y decide no huir, sino ofrecer su vida y sacrificarse.
Y es entonces cuando se nos desvela el verdadero misterio de la cruz y el significado del Evangelio: «La vida en la tierra no es el valor supremo. Hay cosas por las que merece la pena entregar la vida. Morir así es un valor supremo»
En el Crucificado descubrimos que es el amor a Dios y la solidaridad con los hermanos lo que da un sentido último a todo nuestro ser y nuestro hacer.
Hay un modo de vivir y de morir que no se perderá jamás en el vacío. Hay algo que es más fuerte que la misma muerte y es el amor. La resurrección nos revelará todo el vigor y la fuerza salvadora que se encierra en esta vida sacrificada. Esta vida entregada por amor no ha sido vencida. Al contrario, ha encontrado su plenitud en la vida misma de Dios.
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