Será la edad, será... El caso es que me noto cada vez menos tolerante con los lamentos constantes de quienes me rodean. O tal vez será que me da la sensación de que quienes más se quejan son los que menos razones tendrían (relacionándolos con otras personas). Y ya sé que no existe el sufrimiento objetivo, que cada uno vive su propio sufrimiento como único y que de nada sirve saber que otros lo pasan peor para redimensionar la gravedad de lo que percibo con dolor.
Pero lo cierto es que me cuesta hacerme cargo y estar cerca empáticamente a la vez de quienes se quejan, por ejemplo, de su estado de soltero y oír a la vez a quienes que se quejan de su marido/mujer y ambos desearían estar en la piel del otro que se queja... O de los abuelos que se lamentan porque les explotan los hijos y tiene que ocuparse siempre de los nietos (y no pueden viajar o hacer sus vidas) mientras simultáneamente otros abuelos sufren y se lamentan porque los nietos están lejos y no pueden verlos frecuentemente. Los que no tienen hijos, porque los quieren, los que los tienen, porque son unos pesados...
Entiendo el dolor de quien ve enfermar y morir joven a un familiar o amigo, cabe la empatía. Pero cuando me dicen: mi padre está fatal, de memoria, de piernas, no es autosuficiente, no ve nada, le hemos sacado de dos infartos ya, pero temo que en el próximo se quede... Y pregunto: “¿Cuántos años tiene?” . 80… ¡a veces me dicen 90! Bueno hombre, pienso yo, pues ya es hora, ¿no? ¿O es que queremos ser eternos? Lo que tal vez deberíamos de desearnos en ese caso es una muerte santa y, como a las que van a parir: "¡una hora cortita! "
Pero parece que uno no debería uno morir nunca, nunca enfermarse este nuestro cuerpo. Lo queremos perfecto e intacto hasta el fin de los días. Pero si por casualidad ocurre que hasta el día de la muerte el tal familiar está bien, y se lo lleva un infarto, un ictus o un tumor fulminante en dos días... ¡nos quejamos de que no hemos tenido tiempo de despedirnos!
Creo que lo que nos gusta, en realidad, es quejarnos. Si llueve, porque llueve, si no llueve porque hay sequía. Si hace frío, porque hace frío, si hace calor porque hace calor. El caso es quejarnos. La dificultad que tenemos es la de conseguir ver el vaso medio lleno, en vez de medio vacío.
Y sé que quedo un poco mal cuando (en situaciones de confianza) digo que si nos quejamos de algunas cosas será porque no tenemos problemas verdaderamente serios de los que quejarnos.
Pues qué suerte, ¿no? Gocémonos, que podemos quejarnos.
Pero lo cierto es que me cuesta hacerme cargo y estar cerca empáticamente a la vez de quienes se quejan, por ejemplo, de su estado de soltero y oír a la vez a quienes que se quejan de su marido/mujer y ambos desearían estar en la piel del otro que se queja... O de los abuelos que se lamentan porque les explotan los hijos y tiene que ocuparse siempre de los nietos (y no pueden viajar o hacer sus vidas) mientras simultáneamente otros abuelos sufren y se lamentan porque los nietos están lejos y no pueden verlos frecuentemente. Los que no tienen hijos, porque los quieren, los que los tienen, porque son unos pesados...
Entiendo el dolor de quien ve enfermar y morir joven a un familiar o amigo, cabe la empatía. Pero cuando me dicen: mi padre está fatal, de memoria, de piernas, no es autosuficiente, no ve nada, le hemos sacado de dos infartos ya, pero temo que en el próximo se quede... Y pregunto: “¿Cuántos años tiene?” . 80… ¡a veces me dicen 90! Bueno hombre, pienso yo, pues ya es hora, ¿no? ¿O es que queremos ser eternos? Lo que tal vez deberíamos de desearnos en ese caso es una muerte santa y, como a las que van a parir: "¡una hora cortita! "
Pero parece que uno no debería uno morir nunca, nunca enfermarse este nuestro cuerpo. Lo queremos perfecto e intacto hasta el fin de los días. Pero si por casualidad ocurre que hasta el día de la muerte el tal familiar está bien, y se lo lleva un infarto, un ictus o un tumor fulminante en dos días... ¡nos quejamos de que no hemos tenido tiempo de despedirnos!
Creo que lo que nos gusta, en realidad, es quejarnos. Si llueve, porque llueve, si no llueve porque hay sequía. Si hace frío, porque hace frío, si hace calor porque hace calor. El caso es quejarnos. La dificultad que tenemos es la de conseguir ver el vaso medio lleno, en vez de medio vacío.
Y sé que quedo un poco mal cuando (en situaciones de confianza) digo que si nos quejamos de algunas cosas será porque no tenemos problemas verdaderamente serios de los que quejarnos.
Pues qué suerte, ¿no? Gocémonos, que podemos quejarnos.
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