Publicado por El Blog de X. Pikaza
¿Jesucristo era sacerdote? Ariel Álvarez Valdés
Estoy pesentado algunos temas de la vida de Jesús. Uno de los más significativos, por la importancia que tiene para la iglesia posterior, es el visión de Jesús como sacerdote... o, mejor dicho, como no-sacerdote. Jesús es Mesías, más que sacerdote..., siendo así sacerdote de otro tipo, en una iglesia en la que todos, varones y mujeres, somos en Cristo sacerdotes de Dios. De eso nos habla Ariel Álvarez Valdés. Las consecuencias de este planteamiento para la Iglesia actual las dejamos en mannos de los mismos lectores del blog. Una vez más, Ariel, gracias por tu colaboración.
Sacerdocio antiguo y sacerdocio nuevo...
Una mirada de la Carta a los Hebreos
Sacerdote, ¿de dónde?
Los sacerdotes de la Iglesia Católica sostienen que son sacerdotes al igual que Jesucristo. Pero ¿de dónde sacan la idea de que Jesucristo era sacerdote? En los Evangelios jamás se dice semejante cosa. Los únicos sacerdotes que mencionan son los del Templo de Jerusalén (Mc 1,44). Como Zacarías, padre de Juan el Bautista (Lc 1,5). Pero nunca afirman que Jesús oficiara ceremonias religiosas en el Templo. Tampoco el libro de los Hechos de los Apóstoles habla de ningún sacerdote, fuera de los sacerdotes judíos (4,1) o paganos (14,13). En las cartas de san Pablo ni siquiera aparece la palabra sacerdote, como si la esquivara a propósito. Y las Cartas Católicas y el Apocalipsis jamás llaman sacerdote a Jesús en ningún sentido. ¿Por qué entonces nosotros le damos este título a Jesucristo?
Hay un solo libro en todo el Nuevo Testamento que afirma que Jesucristo era sacerdote: es la Carta a los Hebreos.
Liturgias eran las de antes
¿Por qué aparece aquí esta inusual afirmación? Porque su autor tenía que enfrentar dos graves problemas, que se daban en aquella época en la comunidad a la que se dirigía.
En primer lugar, sus destinatarios estaban desilusionados por la austeridad y la sencillez de la liturgia cristiana. Para entender esto, tengamos presente que los primeros cristianos eran todos judíos convertidos. Y los judíos estaban acostumbrados a las espléndidas y vistosas celebraciones del Templo de Jerusalén. Basta pensar en las imponentes reuniones que celebraban con decenas de sacerdotes y levitas, que oficiaban acompañados de cantos, música estruendosa y ornamentos; y en los ritos impactantes que tenían, como los animales desangrados, las carnes quemadas, las nubes de incienso y las múltiples purificaciones con agua. Sobre todo resultaban majestuosas las peregrinaciones nacionales que se hacían para las grandes fiestas, a las que asistían multitudes de campesinos con su espontaneidad, su entusiasmo y sus cantos.
El cristianismo, en cambio, había eliminado todo esto. Ante todo, no obligaba a la gente a asistir a ningún templo. Jesús mismo le había dicho a una mujer samaritana que a Dios no se lo encuentra en el templo sino en el corazón del hombre (Jn 4,21-23).
Tampoco insistía en que las ceremonias de sacrificios de animales fueran agradables a Dios. Al contrario, ponía el acento en vivir como hermanos, ayudándose mutuamente y sirviendo a los demás. El culto y el sacrificio cristiano consistían casi exclusivamente en la fe y el amor fraterno, la entrega a Dios y el amor al prójimo.
Incluso la misma celebración eucarística, que se realizaba cada domingo en casas de familia, no se distinguía demasiado de las cenas familiares de la vida ordinaria.
Por lo tanto, la sobriedad de la fe cristiana debió de causar una enorme decepción en el ánimo de los primeros creyentes y mucha nostalgia del culto antiguo. Frente al espíritu religioso judío, amante del fausto, la pompa y las ceremonias, el cristianismo aparecía como una fe sin culto, empobrecida y desconcertante.
El segundo problema que debía enfrentar el autor de la Carta a los Hebreos era el de los rumores que circulaban acerca de que Jesús no podía ser el verdadero Mesías porque no era sacerdote. En efecto, los judíos de la época de Jesús esperaban la aparición de tres grandes personajes prometidos por Dios para el final de los tiempos: un Sacerdote, un Profeta, y un Rey.
La aparición de un futuro Profeta lo anunciaba el libro del Deuteronomio, cuando Dios le dice a Moisés: "Suscitaré un Profeta como tú de entre tus hermanos" (18,18). En realidad estas palabras prometían que nunca faltarían profetas en el pueblo de Israel, pero poco a poco las esperanzas populares se habían ilusionado con la aparición de un gran profeta semejante a Moisés para el final de los tiempos.
La promesa de un futuro Rey estaba en el 2º libro de Samuel, donde Dios le dice a David: "Cuando tú mueras yo pondré un descendiente tuyo y mantendré tu trono para siempre" (7,12). Esto había hecho esperar a los judíos en la aparición de un poderoso Rey enviado por Dios a su pueblo.
Finalmente la promesa de un futuro Sacerdote para los últimos tiempos se la había hecho Dios al sacerdote Elí: "Mandaré un sacerdote fiel, que actúe según mi voluntad" (1Sam 2, 35).
Jesús, un "laico"
Ahora bien, cuando apareció Jesús, comenzaron a descubrirse en él las diversas características que se esperaban de un enviado de Dios. Fue reconocido como "profeta" (Mc 9, 8), "gran profeta" (Lc 7, 16), e incluso "el profeta" (Jn 6, 14). También fue reconocido como "rey" (Mt 21, 9), el "rey que viene en nombre del Señor" (Lc 19, 38), el "rey de Israel" (Jn 12, 13). Pero jamás nadie durante su vida lo reconoció como sacerdote ni le descubrió vinculación alguna con los ministros del Templo. Y esto por la sencilla razón de que para ser sacerdote había que pertenecer a la tribu de Leví, y Jesús pertenecía a la tribu de Judá. Por lo tanto nunca podría haber sido aceptado como sacerdote. Para su pueblo, Jesús era un "laico".
Por eso los apóstoles nunca predicaron sobre el sacerdocio de Cristo. El propio san Pedro reconoce en Jesús al profeta prometido (Hech 3, 22), al Rey esperado (Hech 2, 36), pero no al sacerdote anunciado.
Los primeros cristianos, pues, destinatarios de esta Carta, se sentían desconcertados. ¿Adónde habían ido a parar el sacerdocio, los ritos, los sacrificios, el culto del Antiguo Testamento, que durante siglos habían ocupado un puesto central en la espiritualidad de Israel? ¿Podían desaparecer así de un plumazo? ¿En el cristianismo no tenían ya lugar alguno, ni sentido?
Se requería una mente poderosa, que dominara las antiguas instituciones y conociera profundamente la persona de Cristo, para poder resolver semejante problema teológico que perturbaba a los judíos que querían pasarse al cristianismo. Y fue así como alrededor del año 80 apareció en la ciudad de Roma un personaje, de vasta cultura y notable manejo de la lengua griega, que luego de analizar cuidadosamente este problema descubrió la solución. Este autor, que para nosotros permanece anónimo, inspirado por el Espíritu Santo compuso una obra llamada actualmente la Carta a los Hebreos, y que constituye el escrito más fino, mejor construido y más elegante de todo el Nuevo Testamento.
El juramento de Dios
El núcleo de sus enseñanzas está en los capítulos 7 al 10 de la Carta. Allí el autor empieza diciendo que Jesucristo sí era sacerdote. Pero ¿cómo podía serlo, si no pertenecía a la tribu de Leví? Ahí está la clave. El autor afirma que Jesús pertenecía a un "orden" distinto de los levitas: al "orden" de Melquisedec. Esta respuesta la descubrió leyendo un Salmo que decía: "Dios lo ha jurado y no se retractará: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec" (110, 4).
Para nuestro autor, este antiguo Salmo anunciaba la futura aparición de un nuevo "orden" de sacerdotes que reemplazaría a los levitas. Pues si Dios hubiera querido que el sacerdocio de los levitas fuera definitivo, ¿qué necesidad tenía de anunciar la aparición de uno nuevo "según el orden de Melquisedec"? Por lo tanto el sacerdocio de los levitas, es decir, del Antiguo Testamento, con sus reglas, sus leyes y sus ritos, no podía seguir existiendo después de Cristo.
¿Y qué es el sacerdocio "según el orden de Melquisedec?". Para explicarlo el autor recurre al libro del Génesis (c. 14). Allí se cuenta que Melquisedec era un sacerdote de Jerusalén, y que cierto día al pasar Abraham cerca de la ciudad aquél le salió al encuentro y lo bendijo.
Este sacerdote Melquisedec, continúa razonando el autor, aparece como un personaje extraño. Ante todo, no se dice quién era su padre, ni su madre, ni sus antepasados. Normalmente la Biblia menciona la genealogía de todos los ministros, para demostrar que pertenecían al puro linaje de Leví. Pero el hecho de que no constaran los orígenes familiares de Melquisedec, indicaba que su sacerdocio no era levita.
Tampoco se cuenta el nacimiento ni la muerte de Melquisedec. Y esto, dice el autor, no puede significar más que una cosa: que Melquisedec no ha muerto, que permanece para siempre, que es eterno como sacerdote.
¿Y así, se pregunta el autor, quién es el único que puede ser sacerdote como Melquisedec? ¿Quién es el único que reúne las dos características suyas (ausencia de genealogía humana y ausencia de límites temporales)? Y responde: Jesucristo, cuando resucitó. Porque al levantarse de la tumba es como si hubiera nacido de nuevo, pero sin intervención de padres humanos (es decir, sin antepasados); y desde entonces ya no puede morir más (es decir, permanece para siempre).
Por lo tanto Jesucristo, si bien no fue sacerdote durante su vida terrena, después de resucitar se convirtió en sacerdote de un nuevo "orden", un nuevo estilo, tal como lo había anunciado la profecía: "Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec".
Nada que ver con lo antiguo
El autor de la Carta a los Hebreos, con su genial argumentación, pasa luego a demostrar la superioridad del sacerdocio de Cristo sobre el sacerdocio de los levitas mediante una serie de comparaciones.
Los sacerdotes levitas eran pasajeros, transitorios, porque la muerte les impedía perdurar; por eso forzosamente tenían que ser muchos (de hecho en tiempos de Jesús había más de 8.000 sacerdotes que oficiaban en el Templo de Jerusalén por turnos). En cambio Jesucristo, como sacerdote, no muere nunca más. Permanece para siempre. Es eterno. Por eso su sacerdocio es único.
Los sacerdotes levitas antes de ofrecer sacrificios por los pecados de la gente tenían que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, porque eran hombres con defectos y errores. En cambio Jesucristo no necesita ofrecer sacrificios a Dios por sus propios pecados, porque él es absolutamente puro, santo, sin defecto.
Los sacerdotes levitas le ofrecían a Dios sacrificios de animales todos los días. Tal reiteración mostraba que aquellos sacrificios eran poco eficaces y no servían para perdonar pecados. En cambio Jesucristo, con un solo sacrificio, el de su persona entregada por amor, obtuvo el perdón de todos los pecados, y ya no hacen falta más sacrificios.
Los sacerdotes levitas oficiaban el culto en un Templo terreno, construido por manos humanas. En cambio Jesucristo para ofrecer su sacrificio entró en el Templo del cielo, es decir, en el Santuario eterno, donde habita Dios. Y mientras los levitas entraban en el Templo muchas veces, Jesús entró una sola vez y para siempre.
Finalmente los sacerdotes antiguos empleaban la sangre de toros, ovejas y cabras, es decir, sangre ajena, para realizar sus ofrendas. En cambio Jesucristo le ofreció a Dios su propia sangre, pura y sin mancha, para purificar a toda la humanidad y devolverle la santidad perdida.
La triple barrera
Con su estilo brillante y admirable, el autor de la Carta a los Hebreos demuestra que Jesucristo no sólo se convirtió en sacerdote al resucitar, sino que dio origen a un sacerdocio superior y más abarcante que el de los judíos. ¿Por qué? Porque el sacerdocio judío provocaba una triple división con el resto de la gente.
a) El sacerdote judío pertenecía a una casta social selecta, exclusiva: la tribu de Leví. Sólo ellos podían ser sacerdotes.
b) El sacerdote judío recibía una consagración especial de Dios, que el resto de la gente no podía recibir; esto se indicaba mediante rituales minuciosos, vestidos especiales y adornos de piedras preciosas.
c) El sacerdote judío estaba más de parte de Dios que de los hombres. Se ocupaba más del culto y de los derechos de Dios, que de la gente. (Por eso, cuando alguien ofendía a Dios no se dudaba en invocar tremendos castigos e incluso la muerte sobre los pecadores).
Jesucristo, en cambio, con su nuevo sacerdocio, derribó esta triple división.
a) Al no nacer de la tribu de Leví, abolió la exclusividad y abrió el sacerdocio a todos los hombres. Todos los bautizados, pues, participan del sacerdocio común de Cristo.
b) Al no ser "ordenado" sacerdote con un rito especial, sino que llegó a serlo por cumplir fielmente la voluntad de Dios, mostró que todos los cristianos, cuando practican el amor al prójimo y obedecen al Padre que está en el Cielo, son sacerdotes igual que Él.
c) Al ponerse de parte de la gente, sentarse a comer con ladrones y prostitutas, juntarse con pecadores, y no condenar nunca a los que vivían equivocadamente, mostró que este sacerdocio no servía para "salvar" los derechos de Dios, sino para salvar la vida de los hombres.
El sacerdocio de Cristo, por lo tanto, es diferente al de los levitas del Antiguo Testamento. Este tenía por misión sacrificar animales para Dios, ofrecerle su sangre, que por ser el símbolo de la "vida" era una manera de entregar a Dios la vida, de reconocerlo como dueño.
Pero todo esto no era más que un símbolo imperfecto, una sombra, de otro sacerdocio que Dios estaba preparando para más adelante: el sacerdocio de Cristo. Actualmente, todos los cristianos tienen este nuevo sacerdocio, que se llama el "sacerdocio común de los fieles". Y ya no consiste en ofrecerle a Dios la vida de los animales, ni la sangre, sino la vida de uno mismo. Cada uno es sacerdote de su propia vida, de su propia existencia, y libremente se la debe ofrecer a Dios, viviendo de acuerdo con su voluntad. Esta es la forma de practicar el nuevo sacerdocio, para que la humanidad entera se llene un día de Dios, de su justicia y de su paz. Cosa que no se podía lograr con la sangre de animales.
Todo cristiano, pues, es sacerdote de su propia vida, y es la única "víctima" que debe sacrificar a Dios, mediante un sacrificio de amor a los demás y de fidelidad a él. Fue la genial intuición del autor de la Carta a los Hebreos.
Sacerdocio para todos
Aunque no lo sepan, todos los cristianos por el hecho de ser bautizados son sacerdotes. Después, y para organizar mejor las tareas en la Iglesia, unos se harán ministros (los presbíteros) y otros trabajarán más directamente en el "mundo" (los laicos), pero todos son sacerdotes de Jesucristo, participan de su sacerdocio.
La misión de este nuevo sacerdocio ya no es encerrarse en ningún Templo, en determinados días, y practicar ciertos ritos, sino la de transformar la tierra, la sociedad, la historia de todos los días, con su alegría y sus dolores, su fiesta y sus tragedias, sus tareas y desvelos, y encaminarla según Dios. Inyectar en ella una nueva vida, hecha de fraternidad, de solidaridad, de amor. En una palabra: consagrarle toda la humanidad para Dios.
Si todos los cristianos practicaran su sacerdocio, el que descubrió el autor de la Carta a los Hebreos, viviendo su vida con fe y ejerciéndola en el servicio a los demás, tal como practicó Jesús su sacerdocio, estarían practicando el único culto agradable a Dios, y capaz de construir un mundo mejor sobre la faz de la tierra.
Estoy pesentado algunos temas de la vida de Jesús. Uno de los más significativos, por la importancia que tiene para la iglesia posterior, es el visión de Jesús como sacerdote... o, mejor dicho, como no-sacerdote. Jesús es Mesías, más que sacerdote..., siendo así sacerdote de otro tipo, en una iglesia en la que todos, varones y mujeres, somos en Cristo sacerdotes de Dios. De eso nos habla Ariel Álvarez Valdés. Las consecuencias de este planteamiento para la Iglesia actual las dejamos en mannos de los mismos lectores del blog. Una vez más, Ariel, gracias por tu colaboración.
Sacerdocio antiguo y sacerdocio nuevo...
Una mirada de la Carta a los Hebreos
Sacerdote, ¿de dónde?
Los sacerdotes de la Iglesia Católica sostienen que son sacerdotes al igual que Jesucristo. Pero ¿de dónde sacan la idea de que Jesucristo era sacerdote? En los Evangelios jamás se dice semejante cosa. Los únicos sacerdotes que mencionan son los del Templo de Jerusalén (Mc 1,44). Como Zacarías, padre de Juan el Bautista (Lc 1,5). Pero nunca afirman que Jesús oficiara ceremonias religiosas en el Templo. Tampoco el libro de los Hechos de los Apóstoles habla de ningún sacerdote, fuera de los sacerdotes judíos (4,1) o paganos (14,13). En las cartas de san Pablo ni siquiera aparece la palabra sacerdote, como si la esquivara a propósito. Y las Cartas Católicas y el Apocalipsis jamás llaman sacerdote a Jesús en ningún sentido. ¿Por qué entonces nosotros le damos este título a Jesucristo?
Hay un solo libro en todo el Nuevo Testamento que afirma que Jesucristo era sacerdote: es la Carta a los Hebreos.
Liturgias eran las de antes
¿Por qué aparece aquí esta inusual afirmación? Porque su autor tenía que enfrentar dos graves problemas, que se daban en aquella época en la comunidad a la que se dirigía.
En primer lugar, sus destinatarios estaban desilusionados por la austeridad y la sencillez de la liturgia cristiana. Para entender esto, tengamos presente que los primeros cristianos eran todos judíos convertidos. Y los judíos estaban acostumbrados a las espléndidas y vistosas celebraciones del Templo de Jerusalén. Basta pensar en las imponentes reuniones que celebraban con decenas de sacerdotes y levitas, que oficiaban acompañados de cantos, música estruendosa y ornamentos; y en los ritos impactantes que tenían, como los animales desangrados, las carnes quemadas, las nubes de incienso y las múltiples purificaciones con agua. Sobre todo resultaban majestuosas las peregrinaciones nacionales que se hacían para las grandes fiestas, a las que asistían multitudes de campesinos con su espontaneidad, su entusiasmo y sus cantos.
El cristianismo, en cambio, había eliminado todo esto. Ante todo, no obligaba a la gente a asistir a ningún templo. Jesús mismo le había dicho a una mujer samaritana que a Dios no se lo encuentra en el templo sino en el corazón del hombre (Jn 4,21-23).
Tampoco insistía en que las ceremonias de sacrificios de animales fueran agradables a Dios. Al contrario, ponía el acento en vivir como hermanos, ayudándose mutuamente y sirviendo a los demás. El culto y el sacrificio cristiano consistían casi exclusivamente en la fe y el amor fraterno, la entrega a Dios y el amor al prójimo.
Incluso la misma celebración eucarística, que se realizaba cada domingo en casas de familia, no se distinguía demasiado de las cenas familiares de la vida ordinaria.
Por lo tanto, la sobriedad de la fe cristiana debió de causar una enorme decepción en el ánimo de los primeros creyentes y mucha nostalgia del culto antiguo. Frente al espíritu religioso judío, amante del fausto, la pompa y las ceremonias, el cristianismo aparecía como una fe sin culto, empobrecida y desconcertante.
El segundo problema que debía enfrentar el autor de la Carta a los Hebreos era el de los rumores que circulaban acerca de que Jesús no podía ser el verdadero Mesías porque no era sacerdote. En efecto, los judíos de la época de Jesús esperaban la aparición de tres grandes personajes prometidos por Dios para el final de los tiempos: un Sacerdote, un Profeta, y un Rey.
La aparición de un futuro Profeta lo anunciaba el libro del Deuteronomio, cuando Dios le dice a Moisés: "Suscitaré un Profeta como tú de entre tus hermanos" (18,18). En realidad estas palabras prometían que nunca faltarían profetas en el pueblo de Israel, pero poco a poco las esperanzas populares se habían ilusionado con la aparición de un gran profeta semejante a Moisés para el final de los tiempos.
La promesa de un futuro Rey estaba en el 2º libro de Samuel, donde Dios le dice a David: "Cuando tú mueras yo pondré un descendiente tuyo y mantendré tu trono para siempre" (7,12). Esto había hecho esperar a los judíos en la aparición de un poderoso Rey enviado por Dios a su pueblo.
Finalmente la promesa de un futuro Sacerdote para los últimos tiempos se la había hecho Dios al sacerdote Elí: "Mandaré un sacerdote fiel, que actúe según mi voluntad" (1Sam 2, 35).
Jesús, un "laico"
Ahora bien, cuando apareció Jesús, comenzaron a descubrirse en él las diversas características que se esperaban de un enviado de Dios. Fue reconocido como "profeta" (Mc 9, 8), "gran profeta" (Lc 7, 16), e incluso "el profeta" (Jn 6, 14). También fue reconocido como "rey" (Mt 21, 9), el "rey que viene en nombre del Señor" (Lc 19, 38), el "rey de Israel" (Jn 12, 13). Pero jamás nadie durante su vida lo reconoció como sacerdote ni le descubrió vinculación alguna con los ministros del Templo. Y esto por la sencilla razón de que para ser sacerdote había que pertenecer a la tribu de Leví, y Jesús pertenecía a la tribu de Judá. Por lo tanto nunca podría haber sido aceptado como sacerdote. Para su pueblo, Jesús era un "laico".
Por eso los apóstoles nunca predicaron sobre el sacerdocio de Cristo. El propio san Pedro reconoce en Jesús al profeta prometido (Hech 3, 22), al Rey esperado (Hech 2, 36), pero no al sacerdote anunciado.
Los primeros cristianos, pues, destinatarios de esta Carta, se sentían desconcertados. ¿Adónde habían ido a parar el sacerdocio, los ritos, los sacrificios, el culto del Antiguo Testamento, que durante siglos habían ocupado un puesto central en la espiritualidad de Israel? ¿Podían desaparecer así de un plumazo? ¿En el cristianismo no tenían ya lugar alguno, ni sentido?
Se requería una mente poderosa, que dominara las antiguas instituciones y conociera profundamente la persona de Cristo, para poder resolver semejante problema teológico que perturbaba a los judíos que querían pasarse al cristianismo. Y fue así como alrededor del año 80 apareció en la ciudad de Roma un personaje, de vasta cultura y notable manejo de la lengua griega, que luego de analizar cuidadosamente este problema descubrió la solución. Este autor, que para nosotros permanece anónimo, inspirado por el Espíritu Santo compuso una obra llamada actualmente la Carta a los Hebreos, y que constituye el escrito más fino, mejor construido y más elegante de todo el Nuevo Testamento.
El juramento de Dios
El núcleo de sus enseñanzas está en los capítulos 7 al 10 de la Carta. Allí el autor empieza diciendo que Jesucristo sí era sacerdote. Pero ¿cómo podía serlo, si no pertenecía a la tribu de Leví? Ahí está la clave. El autor afirma que Jesús pertenecía a un "orden" distinto de los levitas: al "orden" de Melquisedec. Esta respuesta la descubrió leyendo un Salmo que decía: "Dios lo ha jurado y no se retractará: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec" (110, 4).
Para nuestro autor, este antiguo Salmo anunciaba la futura aparición de un nuevo "orden" de sacerdotes que reemplazaría a los levitas. Pues si Dios hubiera querido que el sacerdocio de los levitas fuera definitivo, ¿qué necesidad tenía de anunciar la aparición de uno nuevo "según el orden de Melquisedec"? Por lo tanto el sacerdocio de los levitas, es decir, del Antiguo Testamento, con sus reglas, sus leyes y sus ritos, no podía seguir existiendo después de Cristo.
¿Y qué es el sacerdocio "según el orden de Melquisedec?". Para explicarlo el autor recurre al libro del Génesis (c. 14). Allí se cuenta que Melquisedec era un sacerdote de Jerusalén, y que cierto día al pasar Abraham cerca de la ciudad aquél le salió al encuentro y lo bendijo.
Este sacerdote Melquisedec, continúa razonando el autor, aparece como un personaje extraño. Ante todo, no se dice quién era su padre, ni su madre, ni sus antepasados. Normalmente la Biblia menciona la genealogía de todos los ministros, para demostrar que pertenecían al puro linaje de Leví. Pero el hecho de que no constaran los orígenes familiares de Melquisedec, indicaba que su sacerdocio no era levita.
Tampoco se cuenta el nacimiento ni la muerte de Melquisedec. Y esto, dice el autor, no puede significar más que una cosa: que Melquisedec no ha muerto, que permanece para siempre, que es eterno como sacerdote.
¿Y así, se pregunta el autor, quién es el único que puede ser sacerdote como Melquisedec? ¿Quién es el único que reúne las dos características suyas (ausencia de genealogía humana y ausencia de límites temporales)? Y responde: Jesucristo, cuando resucitó. Porque al levantarse de la tumba es como si hubiera nacido de nuevo, pero sin intervención de padres humanos (es decir, sin antepasados); y desde entonces ya no puede morir más (es decir, permanece para siempre).
Por lo tanto Jesucristo, si bien no fue sacerdote durante su vida terrena, después de resucitar se convirtió en sacerdote de un nuevo "orden", un nuevo estilo, tal como lo había anunciado la profecía: "Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec".
Nada que ver con lo antiguo
El autor de la Carta a los Hebreos, con su genial argumentación, pasa luego a demostrar la superioridad del sacerdocio de Cristo sobre el sacerdocio de los levitas mediante una serie de comparaciones.
Los sacerdotes levitas eran pasajeros, transitorios, porque la muerte les impedía perdurar; por eso forzosamente tenían que ser muchos (de hecho en tiempos de Jesús había más de 8.000 sacerdotes que oficiaban en el Templo de Jerusalén por turnos). En cambio Jesucristo, como sacerdote, no muere nunca más. Permanece para siempre. Es eterno. Por eso su sacerdocio es único.
Los sacerdotes levitas antes de ofrecer sacrificios por los pecados de la gente tenían que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, porque eran hombres con defectos y errores. En cambio Jesucristo no necesita ofrecer sacrificios a Dios por sus propios pecados, porque él es absolutamente puro, santo, sin defecto.
Los sacerdotes levitas le ofrecían a Dios sacrificios de animales todos los días. Tal reiteración mostraba que aquellos sacrificios eran poco eficaces y no servían para perdonar pecados. En cambio Jesucristo, con un solo sacrificio, el de su persona entregada por amor, obtuvo el perdón de todos los pecados, y ya no hacen falta más sacrificios.
Los sacerdotes levitas oficiaban el culto en un Templo terreno, construido por manos humanas. En cambio Jesucristo para ofrecer su sacrificio entró en el Templo del cielo, es decir, en el Santuario eterno, donde habita Dios. Y mientras los levitas entraban en el Templo muchas veces, Jesús entró una sola vez y para siempre.
Finalmente los sacerdotes antiguos empleaban la sangre de toros, ovejas y cabras, es decir, sangre ajena, para realizar sus ofrendas. En cambio Jesucristo le ofreció a Dios su propia sangre, pura y sin mancha, para purificar a toda la humanidad y devolverle la santidad perdida.
La triple barrera
Con su estilo brillante y admirable, el autor de la Carta a los Hebreos demuestra que Jesucristo no sólo se convirtió en sacerdote al resucitar, sino que dio origen a un sacerdocio superior y más abarcante que el de los judíos. ¿Por qué? Porque el sacerdocio judío provocaba una triple división con el resto de la gente.
a) El sacerdote judío pertenecía a una casta social selecta, exclusiva: la tribu de Leví. Sólo ellos podían ser sacerdotes.
b) El sacerdote judío recibía una consagración especial de Dios, que el resto de la gente no podía recibir; esto se indicaba mediante rituales minuciosos, vestidos especiales y adornos de piedras preciosas.
c) El sacerdote judío estaba más de parte de Dios que de los hombres. Se ocupaba más del culto y de los derechos de Dios, que de la gente. (Por eso, cuando alguien ofendía a Dios no se dudaba en invocar tremendos castigos e incluso la muerte sobre los pecadores).
Jesucristo, en cambio, con su nuevo sacerdocio, derribó esta triple división.
a) Al no nacer de la tribu de Leví, abolió la exclusividad y abrió el sacerdocio a todos los hombres. Todos los bautizados, pues, participan del sacerdocio común de Cristo.
b) Al no ser "ordenado" sacerdote con un rito especial, sino que llegó a serlo por cumplir fielmente la voluntad de Dios, mostró que todos los cristianos, cuando practican el amor al prójimo y obedecen al Padre que está en el Cielo, son sacerdotes igual que Él.
c) Al ponerse de parte de la gente, sentarse a comer con ladrones y prostitutas, juntarse con pecadores, y no condenar nunca a los que vivían equivocadamente, mostró que este sacerdocio no servía para "salvar" los derechos de Dios, sino para salvar la vida de los hombres.
El sacerdocio de Cristo, por lo tanto, es diferente al de los levitas del Antiguo Testamento. Este tenía por misión sacrificar animales para Dios, ofrecerle su sangre, que por ser el símbolo de la "vida" era una manera de entregar a Dios la vida, de reconocerlo como dueño.
Pero todo esto no era más que un símbolo imperfecto, una sombra, de otro sacerdocio que Dios estaba preparando para más adelante: el sacerdocio de Cristo. Actualmente, todos los cristianos tienen este nuevo sacerdocio, que se llama el "sacerdocio común de los fieles". Y ya no consiste en ofrecerle a Dios la vida de los animales, ni la sangre, sino la vida de uno mismo. Cada uno es sacerdote de su propia vida, de su propia existencia, y libremente se la debe ofrecer a Dios, viviendo de acuerdo con su voluntad. Esta es la forma de practicar el nuevo sacerdocio, para que la humanidad entera se llene un día de Dios, de su justicia y de su paz. Cosa que no se podía lograr con la sangre de animales.
Todo cristiano, pues, es sacerdote de su propia vida, y es la única "víctima" que debe sacrificar a Dios, mediante un sacrificio de amor a los demás y de fidelidad a él. Fue la genial intuición del autor de la Carta a los Hebreos.
Sacerdocio para todos
Aunque no lo sepan, todos los cristianos por el hecho de ser bautizados son sacerdotes. Después, y para organizar mejor las tareas en la Iglesia, unos se harán ministros (los presbíteros) y otros trabajarán más directamente en el "mundo" (los laicos), pero todos son sacerdotes de Jesucristo, participan de su sacerdocio.
La misión de este nuevo sacerdocio ya no es encerrarse en ningún Templo, en determinados días, y practicar ciertos ritos, sino la de transformar la tierra, la sociedad, la historia de todos los días, con su alegría y sus dolores, su fiesta y sus tragedias, sus tareas y desvelos, y encaminarla según Dios. Inyectar en ella una nueva vida, hecha de fraternidad, de solidaridad, de amor. En una palabra: consagrarle toda la humanidad para Dios.
Si todos los cristianos practicaran su sacerdocio, el que descubrió el autor de la Carta a los Hebreos, viviendo su vida con fe y ejerciéndola en el servicio a los demás, tal como practicó Jesús su sacerdocio, estarían practicando el único culto agradable a Dios, y capaz de construir un mundo mejor sobre la faz de la tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario