Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Érase un anciano que, todas las noches, caminaba por las calles oscuras de la ciudad con una lámpara de aceite en la mano.
Una noche se encontró con un amigo que le preguntó: ¿qué haces tú, siendo ciego, con una lámpara en la mano?
El ciego le respondió: “Yo no llevo una lámpara para ver. Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí”…
¡Qué hermoso sería si todos ilumináramos los caminos de los demás! Llevar luz y no oscuridad.
Luz…demos luz.
De la historia de Pedro, ciego y náufrago en la tormenta del domingo pasado a la historia de hoy, de la mujer cananea, invisible y marginada.
Del grito de Pedro: “Señor, sálvame” al grito de la mujer extranjera: “Señor, socórreme”.
De la respuesta de Jesús a Pedro: “Hombre de poca fe, ¿por qué vacilaste? a la respuesta de hoy: “Mujer, qué grande es tu fe”.
Y en medio de la ciega tormenta está Jesús salvando a Pedro náufrago y en medio de esta mujer y su hija atormentada por un demonio está Jesús y le dice: “Mujer, que se cumpla tu deseo”.
Y en medio de nosotros en este domingo está también Jesús que viene a traernos la luz y la salvación.
¿Cómo nos sentimos nosotros hoy? ¿Como hijos de Dios, como miembros de la Iglesia o como perritos que comen las migajas que caen de la mesa?
La mujer cananea no fue saludada, no le dieron un aplauso de bienvenida como hacemos nosotros, era gentil, extranjera, y como a un perro había que despacharla porque con sus ladridos asustaban a todos y Jesús tampoco le hizo mucho caso.
Pudo más la fe y la insistencia de la mujer que todos los rechazos.
Pudo más su perseverancia y atrevimiento que las palabras de los discípulos y la frialdad de Jesús.
Siempre puede más la fe que la duda, la insistencia que el cansancio.
En el corazón de Dios, en la Iglesia de Jesús, cabemos todos. Todos llamados a ser injertados en el árbol de la vida, a pertenecer y a heredar el Reino. Todos somos ovejas perdidas de Israel.
La mujer cananea y su hija atormentada por un demonio son símbolo de todos nosotros.
Ellas se alimentaban con las migajas que caían de la mesa de sus patronos. Pero querían participar de la mesa como hijos, querían sentirse amados por Jesús, querían gozar de la fiesta que Jesús traía. Y la fe y la perseverancia abrieron de par en par las puertas del corazón de Jesús.
Muchos hermanos nuestros y nosotros también vivimos de las migajas de la iglesia: una oración rutinaria, una misa más penitencia que gozo, unos miedos, una vida cristiana tibia y otros un vago recuerdo de su bautismo…migajas en nuestro plato cristiano.
La mujer cananea no se contentó con las migajas que caían de la mesa, quiso el pan entero, el amor entero, la sanación entera, la vida entera, la pertenencia entera.
¿Por qué contentarnos con un poco cuando lo podemos tener todo?
¿Por qué considerarnos extranjeros cuando somos hijos?
¿Por qué no invitamos a tantos hermanos alejados que comen las migajas de los celos, del alcohol, de la droga, de la infidelidad a ser miembros de la Iglesia de Jesús?
Nuestra responsabilidad no es de apartar a nadie que busca sinceramente al Señor, los apóstoles aquel día hicieron de espantapájaros, sino de acercarlos con amor hasta la fuente del perdón y de la salvación.
En Internet hay una lista de las personas más odiadas del mundo. No le resultaría difícil poner algunos nombres: Adolfo, Osama, Sadam…
Suscitan en nosotros emociones demasiado fuertes como para pensar en ofrecerles nuestro perdón.
¿Guarda usted una lista de las personas que le han ofendido? Si la tiene el reto del perdón es más grande, pero la exigencia de perdonar no por eso es menor.
¿Tiene Jesús una lista? Él no tiene ninguna lista de personas odiadas. Su lista es la del amor a todos, incluido usted.
Una noche se encontró con un amigo que le preguntó: ¿qué haces tú, siendo ciego, con una lámpara en la mano?
El ciego le respondió: “Yo no llevo una lámpara para ver. Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí”…
¡Qué hermoso sería si todos ilumináramos los caminos de los demás! Llevar luz y no oscuridad.
Luz…demos luz.
De la historia de Pedro, ciego y náufrago en la tormenta del domingo pasado a la historia de hoy, de la mujer cananea, invisible y marginada.
Del grito de Pedro: “Señor, sálvame” al grito de la mujer extranjera: “Señor, socórreme”.
De la respuesta de Jesús a Pedro: “Hombre de poca fe, ¿por qué vacilaste? a la respuesta de hoy: “Mujer, qué grande es tu fe”.
Y en medio de la ciega tormenta está Jesús salvando a Pedro náufrago y en medio de esta mujer y su hija atormentada por un demonio está Jesús y le dice: “Mujer, que se cumpla tu deseo”.
Y en medio de nosotros en este domingo está también Jesús que viene a traernos la luz y la salvación.
¿Cómo nos sentimos nosotros hoy? ¿Como hijos de Dios, como miembros de la Iglesia o como perritos que comen las migajas que caen de la mesa?
La mujer cananea no fue saludada, no le dieron un aplauso de bienvenida como hacemos nosotros, era gentil, extranjera, y como a un perro había que despacharla porque con sus ladridos asustaban a todos y Jesús tampoco le hizo mucho caso.
Pudo más la fe y la insistencia de la mujer que todos los rechazos.
Pudo más su perseverancia y atrevimiento que las palabras de los discípulos y la frialdad de Jesús.
Siempre puede más la fe que la duda, la insistencia que el cansancio.
En el corazón de Dios, en la Iglesia de Jesús, cabemos todos. Todos llamados a ser injertados en el árbol de la vida, a pertenecer y a heredar el Reino. Todos somos ovejas perdidas de Israel.
La mujer cananea y su hija atormentada por un demonio son símbolo de todos nosotros.
Ellas se alimentaban con las migajas que caían de la mesa de sus patronos. Pero querían participar de la mesa como hijos, querían sentirse amados por Jesús, querían gozar de la fiesta que Jesús traía. Y la fe y la perseverancia abrieron de par en par las puertas del corazón de Jesús.
Muchos hermanos nuestros y nosotros también vivimos de las migajas de la iglesia: una oración rutinaria, una misa más penitencia que gozo, unos miedos, una vida cristiana tibia y otros un vago recuerdo de su bautismo…migajas en nuestro plato cristiano.
La mujer cananea no se contentó con las migajas que caían de la mesa, quiso el pan entero, el amor entero, la sanación entera, la vida entera, la pertenencia entera.
¿Por qué contentarnos con un poco cuando lo podemos tener todo?
¿Por qué considerarnos extranjeros cuando somos hijos?
¿Por qué no invitamos a tantos hermanos alejados que comen las migajas de los celos, del alcohol, de la droga, de la infidelidad a ser miembros de la Iglesia de Jesús?
Nuestra responsabilidad no es de apartar a nadie que busca sinceramente al Señor, los apóstoles aquel día hicieron de espantapájaros, sino de acercarlos con amor hasta la fuente del perdón y de la salvación.
En Internet hay una lista de las personas más odiadas del mundo. No le resultaría difícil poner algunos nombres: Adolfo, Osama, Sadam…
Suscitan en nosotros emociones demasiado fuertes como para pensar en ofrecerles nuestro perdón.
¿Guarda usted una lista de las personas que le han ofendido? Si la tiene el reto del perdón es más grande, pero la exigencia de perdonar no por eso es menor.
¿Tiene Jesús una lista? Él no tiene ninguna lista de personas odiadas. Su lista es la del amor a todos, incluido usted.
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