Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: «Crucemos a la otra orilla». Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron en la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.
Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.
Lo despertaron y le dijeron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?»
Despertándose, Él increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Cállate!» El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.
Después les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?»
Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: «¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?»
El pasaje del evangelio que nos presenta la liturgia de hoy es de una belleza que fascina.
Se había hecho tarde y el sol se ocultaba en el horizonte. Había sido una jornada dura y larga. Muchas curaciones, una predicación intensa. Jesús entonces dice a sus discípulos y a los que estaban con Él. :”Pasemos a la otra orilla” (35), como quien dice, cambiemos el ángulo de visión de las cosas.
Antes de irse se despide de la gente que lo había estado escuchando y que había sido objeto de muchas curaciones. Suben a la barca y empieza la acción.
En el mar de Galilea son muy frecuentes las borrascas y tempestades y esa tarde les esperaba una nada suave. La barca era agitada fuertemente por el viento y las olas la golpeaban por todos los lados. Nos imaginamos a los apóstoles haciendo de todo para mantener el equilibrio de la barca. Subiendo y bajando las velas, sacando el agua etc.
La jornada para Jesús había sido extenuante y ahora dormía apoyado en un cabezal. Esta actitud de Jesús ante tan terrible tempestad desconcierta a los discípulos que iban en la barca. Ellos lo despiertan y sabiendo, porque lo han experimentado, el profundo amor que Jesús les tenía, le dicen: “Maestro, ¿No te importa que perezcamos?” (38) Esta es una frase muy bella pues encierra en sí toda la profunda experiencia que los discípulos han hecho de Jesús, y lo que ellos mismos sienten que son para Él. Es como decirle: “Maestro, tú que nos quieres tanto, ¿Nos vas a dejar morir ahora?
Jesús dormía en paz y con esa misma paz se enfrentó a la violencia del mar y este se calmó. La profunda admiración se debió reflejar en la cara de cada uno de los que estaban con Él. De un momento a otro, con una sola palabra de Jesús, el mar embravecido se serenó y “sobrevino una gran bonanza” (39).
Jesús entonces los mira profundamente y con un dejo de tristeza les pregunta: “¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe? (40). Como quien dice: Si yo voy con ustedes, ¿por qué temen? ¿No se han dado cuenta que basta que yo esté dormido, para que no les pase nada?
Esta vez no dice que ellos se admiraron sino que temieron y se preguntaban sobre aquel a quien no acababan de comprender.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón.
1. ¿Qué les reprocha Jesús a los discípulos en la barca?
2. ¿Cuál es nuestra actitud cuando nos encontramos en una situación difícil y parece que Dios no nos escucha?
3. Jesús al calmar la tempestad le transmitió al mar su misma paz. ¿Cómo transmito yo paz a quienes viven conmigo?
Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.
Lo despertaron y le dijeron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?»
Despertándose, Él increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Cállate!» El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.
Después les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?»
Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: «¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?»
El pasaje del evangelio que nos presenta la liturgia de hoy es de una belleza que fascina.
Se había hecho tarde y el sol se ocultaba en el horizonte. Había sido una jornada dura y larga. Muchas curaciones, una predicación intensa. Jesús entonces dice a sus discípulos y a los que estaban con Él. :”Pasemos a la otra orilla” (35), como quien dice, cambiemos el ángulo de visión de las cosas.
Antes de irse se despide de la gente que lo había estado escuchando y que había sido objeto de muchas curaciones. Suben a la barca y empieza la acción.
En el mar de Galilea son muy frecuentes las borrascas y tempestades y esa tarde les esperaba una nada suave. La barca era agitada fuertemente por el viento y las olas la golpeaban por todos los lados. Nos imaginamos a los apóstoles haciendo de todo para mantener el equilibrio de la barca. Subiendo y bajando las velas, sacando el agua etc.
La jornada para Jesús había sido extenuante y ahora dormía apoyado en un cabezal. Esta actitud de Jesús ante tan terrible tempestad desconcierta a los discípulos que iban en la barca. Ellos lo despiertan y sabiendo, porque lo han experimentado, el profundo amor que Jesús les tenía, le dicen: “Maestro, ¿No te importa que perezcamos?” (38) Esta es una frase muy bella pues encierra en sí toda la profunda experiencia que los discípulos han hecho de Jesús, y lo que ellos mismos sienten que son para Él. Es como decirle: “Maestro, tú que nos quieres tanto, ¿Nos vas a dejar morir ahora?
Jesús dormía en paz y con esa misma paz se enfrentó a la violencia del mar y este se calmó. La profunda admiración se debió reflejar en la cara de cada uno de los que estaban con Él. De un momento a otro, con una sola palabra de Jesús, el mar embravecido se serenó y “sobrevino una gran bonanza” (39).
Jesús entonces los mira profundamente y con un dejo de tristeza les pregunta: “¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe? (40). Como quien dice: Si yo voy con ustedes, ¿por qué temen? ¿No se han dado cuenta que basta que yo esté dormido, para que no les pase nada?
Esta vez no dice que ellos se admiraron sino que temieron y se preguntaban sobre aquel a quien no acababan de comprender.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón.
1. ¿Qué les reprocha Jesús a los discípulos en la barca?
2. ¿Cuál es nuestra actitud cuando nos encontramos en una situación difícil y parece que Dios no nos escucha?
3. Jesús al calmar la tempestad le transmitió al mar su misma paz. ¿Cómo transmito yo paz a quienes viven conmigo?
P Fidel Oñoro C cjm
Centro Bíblico del CELAM
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